Un pedazo de mundo con etiqueta de iglesia


Santiago 4:4-5.
"¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera pues, que quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios. ¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?”.


¿Os parece ese lenguaje, "oh almas adúlteras" (v. 4), demasiado cáustico para ser dirigido a una iglesia cristiana? Solamente un pastor de judíos cristianos, moldeado por la ley de Moisés y aún apegado a ella en mucho, pudo escribir esta epístola que respira tanto o más del monte Sinaí que del monte Calvario. Habla como solía hablar un profeta de Jehová, lleno de ardiente celo por la nación judía. Por muy suave que se pronuncien esas palabras, aunque la alocución esté adornada por una sonrisa en el rostro, no hay modo de cambiarles el potente efecto que ellas tienen que producir. Son ofensivas, despectivas, reprochadoras. Y más aún cuando son escritas, eso queda, tal como están, sin algún alivio de  la  inflexión de la voz. Eso me ha hecho pensar si este pétreo Santiago tiene en su mente a cristianos judíos o judíos sin ese apellido; porque del modo que los trata no parece que sean gente transformada por la gracia de Jesucristo.

¿Quién ahora hablaría así a una congregación cristiana? ¿Sería apropiado ese lenguaje tan severo? ¿No mataríamos con ellas todo el afecto que nos tengan? Es cierto que este apóstol está molesto con la introducción de la iglesia en el mundo; y él es quien bien conoce lo que quiere decir con esas palabras; y es quizás esa la íntima razón, porque acumula en su informe tanta contaminación de ellos que no es sino con sermones abrasivos, los cuales existen en su concisa carta, que piensa que no hay otra forma de sacarlos desde donde han caído.
Tal vez hoy no sentimos esa furia santa al oír lo compatible que se han hechos los dogmas de la iglesia con las opiniones de la sociedad; y en sentido general algunas veces ni con al alcance del ojo de un ave podríamos identificar la línea divisoria entre la Iglesia y el mundo. Santiago está persuadido que la iglesia cristiana judía en la práctica es poco diferente a la nación de Israel, y dondequiera que haya sido esparcida, ha absorbido costumbres que ella misma dejó cuando acertó a Jesús como el mesías. No existe en toda la diáspora una vida cristiana común, y eso significa que la ética y las doctrinas han sido cambiadas y el resultado ha sido que la iglesia se ha convertido un pedazo de mundo con etiqueta de iglesia, y a esa relación fue bastante exacto y condescendiente en llamar la amistad. Hemos presenciado como los que antiguamente eran sólidas rocas de sal han ido perdiendo su sabor y no tienen ninguna influencia ni en sus casas ni en sus trabajos para detener la putrefacción que les rodea y peor aún  es que ellos mismos han comenzado a participar en alguna medida de los vicios mundanos de los cuales debían haberse separado, protestando.

El razonamiento que sigue es como si les dijera: Eh,  ¿adónde ustedes van? ¡Esto es la iglesia y no el mundo!, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? (v. 4). Ellos sí lo sabían, si eran cristianos tenían que haberlo oído desde el mismo comienzo de la salvación, porque de lo contrario ¿con qué evangelio se arrepintieron? ¿O es que no se les exigió arrepentimiento para que se convirtieran a Dios? ¿No los habrían enseñado a huir de la ira venidera? Supongo que sí, pero lo real es que muchos si no todos, estaban marchando hacia atrás y borrando la línea de demarcación espiritual que tiene que existir entre esos dos mundos, la carne y el Espíritu, entre los dos reinos siempre antagónicos, el de las tinieblas y el de luz, el de Cristo y el del diablo.

No hay forma de militar en esos dos bandos a la vez, o en uno o en otro, o en la iglesia o en el mundo, a favor de Dios o en su contra. No puede haber un cristiano que sea neutral, o se combate el pecado o se apoya. Si observas más de la mitad del versículo está escrita para asegurar que inmediatamente que haya amistad con el mundo, la práctica de sus obras, habrá enemistad contra Dios. Santiago no solamente hace la pregunta que ya de por sí lleva la contestación, sino que da por sí mismo la respuesta comenzando con un desafiante cualquiera.
Hay dos cosas que podemos suponer que al decir “cualquiera” es para dejar sin refugio a los más eminentes y connotados, los líderes religiosos (pues ellos llevaban gran parte de la responsabilidad de tal estado de mundano  porque participaban, se hacían los ciegos ante esa realidad y apoyaban con un silencio cómplice. ¿Será por eso que Santiago grita tan alto?); y a los que eran de menor estima. Es asombroso suponer que un conocido religioso, un ministro del rebaño del Señor sea enemigo de Dios. Eso no podrán creerlo los hermanos, pero su toga no lo hace más santo, quiero decir su cargo. Quizás porque algunos insistían en tener amistad con Dios aunque vivieran como vivieran, como se tiene amistad con un ser humano que tolera todo tipo de faltas y no se mete en ellas.

No hace falta tratar de localizar en la Escritura a cual texto se refiere Santiago He hallado que hay más de uno que podría ser el referido sin embargo ninguno es exactamente el citado;  se refiere a cualquiera, a la enseñanza general de la Escritura que es de naturaleza obvia a favor de que Dios nos anhela, nos codicia con fuerza para sí mismo porque es celoso con su propiedad,  ¿o pensáis que la Escritura dice en vano...? (v. 5). Es difícil la tarea de exponer un versículo que por tener una escritura complicada la traducción haya quedado coja. ¿A qué Espíritu se refiere, al Espíritu Santo o al de Dios que nos anhela celosamente? En esa forma que tenemos nuestra versión Reina-Valera, “nos anhela celosamente” casi que no hay que discutir que se trata del Espíritu Santo,  pero el problema está cuando se traduce  palabra por palabra, que sería así, “¿hacia la envidia tiende el espíritu que ha hecho morar en nosotros?”.

(1) Dios no colocó dentro de nosotros ningún espíritu de envidia. Además el argumento de Santiago no serviría para nada si se tratara del alma humana, para eso no tenía que citar la Escritura.
(2) Se trata del Espíritu Santo, anhelando celosamente, con la fuerza de una envidia, porque estando en amistad con el mundo lo que se hace es provocar como a celos, a envidia al Espíritu  (1 Co. 10:22. El sentido exacto sería que el Espíritu nos ama, nos reclama con fuerza para sí, totalmente, sin compartirnos en nada con el mundo. Es una cosa impropia que siendo llamados templos del Espíritu Santo, se caiga en mundanalidad y se le de uso a los miembros para servicios injustos. Precisamente ese ha sido el motivo por el cual Dios ha enviado su Santo Espíritu  a nuestro cuerpo, para separarnos para sí, como santos, sacados del mundo y ayudarnos con las pasiones que combaten en nuestros miembros.  Cuando nos convertimos a Cristo establecimos con el Señor una relación de matrimonio espiritual, con un juramento y una entrega total a Él como Esposo, y a partir de ese entonces una amistad con el mundo es el equivalente a un adulterio y una innoble provocación al fiel Esposo de nuestra alma, a quien prometimos serle fiel para siempre.

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