La virginal santidad de la novia de Jesucristo
1 Tesalonicenses 3: 11-13
“11 Mas el mismo Dios y Padre nuestro, y nuestro Señor
Jesucristo, dirija nuestro camino a vosotros. 12 Y el Señor os
haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como
también lo hacemos nosotros para con vosotros, 13 para que sean
afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios
nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos”.
Realmente que hemos sido
bendecidos con la meditación anterior; habiéndonos todos dado cuenta del privilegio que poseemos cuando
el Señor accede a morar en nosotros. También hemos sido estimulados por tales
pensamientos a dedicarnos, sabiendo lo que tenemos que hacer, a la oración
insistente. Hemos dicho además, que la visita del apóstol a Tesalónica era
necesaria por motivo del conocimiento de ellos, que aunque tenían una hermosa
profesión de confianza, aún era precario. Pero sin embargo sería injusto hacia
Dios afirmar que sólo por la instrumentalidad del ministro los hermanos
crecen y abundan en espiritualidad.
Tiene una participación
importantísima en la distribución o administración de la gracia; y eso lo refleja el Nuevo Testamento
cuando el Señor ordena que se constituyan ancianos en todas las iglesias. Pero
los ministros conocemos nuestra incompetencia sin el Señor (2 Co. 3: 5), somos
los colaboradores, pero no más,
y eso indica que hay otro trabajando que es Dios. Recordemos que por el momento
el apóstol no puede estar con ellos, pero sus oraciones de intercesión suben de
continuo al Señor y su alma está llena de buenos deseos.
Una de nuestras mayores
sorpresas en la salvación de los impíos y en la consagración de los santos es notar
la independencia del Señor; como él asume la responsabilidad de su obra
cuando no se la podemos atender.
Nuestro apóstol sabe eso, como
su Señor vela por su trabajo cuando él no puede hacerlo y por ello los
encomienda a su cuidado “y el Señor os
haga crecer y abundar en amor”. Pero pasemos de los comentarios para
ministros a los de la iglesia. El amor fraternal es un don del Señor a
la iglesia que no aparece dentro de ella espontáneamente y de modo naturalmente
humano, sino que es el Señor quien lo hace nacer y abundar. Siempre por
cualquier falta de gracia llevamos nuestra culpabilidad, pero en vez de
quejarnos de la falta de amor entre la congregación debiéramos redoblar
nuestras oraciones pidiéndoselo al Señor para que nuestras opiniones al respecto
no se tomen como reproches con mala intención. Pablo les desea un doble
crecimiento, en amor y santificación para la solidez de la congregación, “para que sean afirmados vuestros corazones”. Es muy difícil avanzar cómodamente en la vida
espiritual rodeado por hermanos lengüisueltos o indiferentes a nuestros
problemas. Agradecemos al Señor su misericordia y nos proteja al principio de
nuestra salvación para que nadie venga a hacernos daño. Debemos vivir con los
demás de modo que ellos sientan placer en compartir con nosotros sus vidas.
Realmente que la membresía se afirma
mucho desde el corazón y nadie quiere dejar, por cualquier razón, una
congregación cariñosa. No olvidemos, queridos, que hay entre nosotros quienes
casi desesperadamente necesitan nuestros afectos; si no los poseemos en
abundancia, alcemos nuestros ojos al cielo y pidamos al que todo lo tiene que
llene de su bendición nuestros secos corazones.
Además, el amor fraternal no es
todo lo que él pide, no desea que solamente sean una bella comunidad de
creyentes sino una iglesia santa. Que no sea una iglesia coja, llena
nada más de buenos tratos, “irreprensibles
en santidad”. Ambas cosas no están reñidas. Como ya lo hemos insinuado anteriormente, las iglesias
deben aprender a entender la función pastoral, lo que debe ser realmente un
siervo de Dios. Es parte de su compromiso con el Señor cuando aceptó el
apostolado, exigir santificación a las iglesias. La pureza de vida no es
una opción, es una compulsión. Y presentes o ausentes nos vemos ansiosos de
pedir a los hermanos que vivan como es digno del evangelio.
Algunas cosas pueden pasar
cuando en la iglesia se pone la santificación de ella en primer orden. Sucede
con frecuencia que cuando el varón de Dios exige una vida recta y como mejor
medio lo proclama en sus sermones y estilo de vida, aquellos que están acostumbrados
a copias reducidas del ideal de un ministro, les parece lo que oyen es un
intolerable extremismo, exageración o imposición tiránica sobre la vida
individual y entonces comienzan a pesarles la membresía voluntariamente tomada.
Es horroroso que eso pase, pero pasa. El diablo podría bien tolerar que el amor
fraternal crezca, pero no que oiga continuamente pedir a la iglesia que se
conforme a la imagen de Cristo. Eso para él es insoportable. Y lo que tiene que
hacer es callar primeramente al pastor; haciéndole fluir hacia afuera los
cristianos carnales, o los miembros inconversos, entonces el ministro se asusta y comienza a
hacer cambios, para retenerlos y disminuye sus parámetros reales. Un
sentimiento de permisividad y susto se apodera de él y la palabra disciplina
ni se nombra porque espanta.
Hay armonía, hermanos, entre la
Ley de Dios y la Gracia en el evangelio y ambas cosas tienen que enseñarse
juntas. Una vida de desobediencia no agrada al Señor. Es una forma mal
entendida del amor fraternal la tolerancia de los pecados, sin que haya
exhortación, amonestación y hasta excomunión. Hay un instrumento eclesiástico
muy eficaz que ayuda mucho a la santificación de la iglesia, pero que sólo las
que tienen un vivo celo lo usan, la disciplina. Un medio muy eficaz para enmendar el corazón,
y si nada más logra sino malhumorar y hacer marcharse al que no la acepta, al
menos libra a los demás de semejante rebelde. No falta el amor, corrijamos esa
mala opinión, en la congregación que se vela por el honor del nombre del Señor
para que cada cual viva en santificación, aunque, no olvidemos que mucho antes
de disciplinar hay un gran camino empedrado de amor, exhortación y paciencia.
No se trata de amputar sin haber intentado por todos los medios, habidos en
cielo y tierra, de salvar un órgano del cuerpo de Cristo y que ha sido una
manifestación del Espíritu para provecho.
En último lugar, concluyendo
esta exposición y su capítulo, la santificación es más que un logro moral, o un
ejemplo social, o una conveniencia de salud, es una preparación para el
cielo. Pablo pide proyectándola hacia la pronta venida del Señor Jesucristo
con todos sus santos. Nota eso “con
todos sus santos”. Si son ángeles puros los que lo escoltan en su
descenso, ¿vendrán ellos a recoger gavillas tiznadas o salpicadas del lodo de
este mundo? Jesucristo no le pide que viaje con él hacia la tierra a ningún
demonio, no saca a los habitantes de la condenación para que vengan a su lado.
No, amados, el Señor trae ángeles santos que con trompetas y órdenes de
salvación aparecen y vienen en busca de los que son santos. No pueden resucitar
en gloria sino aquellos que son como la imagen del que viene. Conceda el Señor
a esta iglesia, lo que el apóstol quería, la
virginal santidad de una novia, la de Jesucristo.
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