1 Tesalonicenses
Notas
1 Tes. 1:1
“Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: Gracia a vosotros y paz”. Siempre tiene que aparecer el nombre de nuestro Señor Jesucristo porque es nuestro mediador y todo lo que recibimos de Dios viene por medio de él. No busques nada de Dios si la fe en él porque nada recibirás.
1 Tes. 1:2
“Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros, haciendo mención de vosotros en nuestras oraciones”. Intercede siempre por tus hermanos en la fe y abunda en acciones de gracias por la constancia de ellos en el evangelio. Eran cristianos por la esperanza de salvación en Cristo. Un amor filantrópico
1 Tes. 1:4
“Sabiendo, hermanos amados de Dios, su elección de vosotros” ¿Cómo uno puede conocer la elección de una persona si es eterna? Pablo no habla de individuos sino colectivamente; él podía decir: “Los tesalonicenses han sido elegidos para la salvación porque hemos visto las maravillas de Dios entre ellos” El que predica un evangelio sobre la base de la misericordia de Dios forzosamente tiene que pensar que se salvan por elección. No hay ninguna raza excluida (Apc. 5:9).
1 Tes. 1:5
“Pues nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como sabéis qué clase de personas demostramos ser entre vosotros por amor a vosotros” Oh Dios haz esto aquí y que veamos el poder tuyo y la manifestación del Espíritu Santo, que no haya duda que estás entre nosotros. ¿No te parece que predicamos un evangelio con un Dios ausente? No sólo adoctrinar sino ver cambios; con poder se origina la fe, persiste la esperanza, no sucumbe el amor fraternal, y se dispensan miles de misericordias en el cuerpo y dentro del espíritu.
1 Tes. 1:8
“Porque saliendo de vosotros, la palabra del Señor ha resonado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes vuestra fe en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada”. Es una buena traducción porque la palabra allí se habló y como un eco se oyó en muchas partes del imperio. Se habla en un sitio y tiene resonancia en otros. ¿No ves como las iglesias cumplían su misión de darle curso al evangelio? Eran fuentes que saltaban para vida eterna. No lagunas. No mares muertos.
No estamos engañados si seguimos esperando a Cristo
1 Tes. 1:9, 10
“Pues ellos mismos cuentan acerca de nosotros, de la acogida que tuvimos por parte de vosotros, y de cómo os convertisteis de los ídolos a Dios para servir al Dios vivo y verdadero; y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de entre los muertos, es decir, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”. Los ídolos fueron rotos, desmembrados, calcinados o arrojados a la basura. Y lo más importante que lo mismo hicieron dentro de sus corazones. La doctrina apostólica sobre la segunda venida de Cristo ejerció mucha influencia sobre las vidas de los tesalonicenses y contribuyó, y fue eje en la conversión; prendió tanto dentro de ellos que en la segunda epístola el apóstol tiene que moderarlos porque parecen haber abandonado toda ocupación laboral para esperar solamente al Señor. Tuvo, en ese sentido, un impacto socialmente negativo, lo que hoy se llamaría fanatismo. Para ellos el retorno era inminente. Dejaron la idolatría por Cristo y apenas quitaron sus ojos de los ídolos los clavaron en el cielo. Si esperaban a Cristo en sus días, ¿se engañaron? Si alguien afirmara que el Señor vendría antes de terminar el siglo y no viene, ¿se engañó o no? Sí, se engañó. Pero la diferencia con los tesalonicenses es que ellos no hablaban de siglos, ni de años; hablaban sin límites ni fechas; la segunda venida de Cristo era un acontecimiento que se esperaba, se deseaba, pero cronológicamente abierto. La esperaban en sus días, es cierto; nadie hubiera pensado que Cristo no vendría en 10 años, en 30, en 50 y menos en 20 siglos. El mismo apóstol habla muchas veces como si él se hallara entre el grupo de los que le darían la bienvenida al Señor: “nosotros los que quedamos” (1 Te. 4:15). No, amados, la iglesia no vivió engañada por el Señor esperándolo en vano; Jesús mismo dijo que “el día ni la hora nadie lo sabe” (Mt 24:36), pero les advirtió que se guardaran contra la tendencia a pensar que se demoraría (Mt. 24:48-51). Y eso en efecto ocurrió con muchos que se volvieron incrédulos (2 Pe. 3:4). Toda la iglesia era invadida por esa inminencia, pensaban que vivían los tiempos finales, que se hallaban en el último siglo (1Co. 10.11). La iglesia tuvo que arreglar su teología, ser más conservadora y ajustarse a las palabras de Señor primero antes que a los deseos propios. Comenzó una larga espera que aún no ha terminado y no sabemos cuándo acabará. ¿Ha perdido la iglesia su fe en la segunda venida de Cristo? Hay hechos más sólidos que los deseos especulativos de la segunda venida: la resurrección y la viva expresión de los dones sobrenaturales.
1 Tes. 2:1
“Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue en vano”. Qué bueno Señor que de toda la vida y ministerio pudiera decir que no he trabajado en vano (Ga. 2:2). Desolada queda el alma sentirse insignificante, no querido e inútil.
1 Tes. 2:2
“Sino que después de haber sufrido y sido maltratados en Filipos, como sabéis, tuvimos el valor, confiados en nuestro Dios, de hablaros el evangelio de Dios en medio de mucha oposición”. En Filipos fue ultrajado; pero tener un problema en un lugar no lo detiene definitivamente, ni siquiera el fracaso en una parte lo frustra permanentemente ni le quita las alas del corazón, abatiéndolo para toda buena obra. Es de los que caen y se levantan y el dolor en un sitio no les impiden soñar con el triunfo en otros. Nunca están ahogados y sin salida.
Creyó todos sus sermones y escritos
1 Tes. 2:3
“Pues nuestra exhortación no procede de error ni de impureza ni es con engaño”.
Pablo nunca admitió haberse equivocado en ni una sola enseñanza de las que predicó, o instruyó. Creyó hasta el final de sus días todos sus sermones y epístolas. ¡Bendito Dios que hace lo mismo en mí! ¿Por qué dudas de lo que él estuvo plenamente convencido? Oh no, no murió equivocado, engañado y engañando porque su fe no se asentó sobre interpretaciones sino sobre hechos maravillosos. ¿Son ciertas las verdades que por años ha sostenido la ortodoxia, o la verdad está de parte de los incrédulos liberales? ¿Cristo resucitó, sí o no? Mucho decían “no”, él decía que sí y formaba iglesias que lo creyeran y la verdad se perpetuó escribiendo libros y formando congregaciones. En hojas de papiros y pergaminos y dentro de los que la aprendían en lo que hoy llamaos Nuevo Testamento o Biblia. Lo primero de todo predicador es creer lo que predica y escribe, tener una sólida fe en sus palabras y escritos. Ser buen cristiano primero.
El diablo te dirá que no sirves para nada
1 Tes. 2:4
“Sino que así como hemos sido aprobados por Dios para que se nos confiara el evangelio, así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones” ¿Tú lees ahí que Pablo diga que es “un instrumento indigno para predicar el evangelio? No, al contrario, dice que Dios examinó su vida y la aprobó, un sentimiento de indignidad de nada le hubiera servido para defender su ministerio ante aquellos que precisamente buscaban faltas en su vida. Él se siente indigno en relación a su vida pasada no en relación con su conversión, su redención, su justificación, con la fe en Cristo (Efe. 3:8 ;1Co. 15:9, 10). Eso es lo que el diablo nos quiere hacer creer y que lo repitamos constantemente, que no valemos para nada, que no servimos, que no somos útiles, que no vale la pena ser santos, que eso es inalcanzable. Si así nos juzgamos ¿no nos enfermaremos? ¿No viviremos espiritualmente melancólicos y vocacionalmente frustrados? Oh no, come y bebe que ya tus obras son agradables a Dios (Ecl. 9:7), no pienses tan mal de ti como si las gracias del Espíritu Santo no hicieran diferencia. El diablo no puede evitar que Dios te bendiga, pero sí que no disfrutes esas bendiciones. ¿Es la indignidad una virtud?
No es corazón ennegrecido sino corazón endurecido
1 Tes. 2:7, 8
“Más bien demostramos ser benignos entre vosotros, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos” Se puede decir que fue allí todo amor. Su capacidad para amar es un milagro de la gracia de Dios, sólo la mano del Espíritu puede ensanchar tanto un corazón. Nuestro gran problema es nuestra incapacidad para querer a los demás, tanto a los hermanos como a veces a la propia familia. No hay que hablar de corazón ennegrecido sino de corazón endurecido. Es inútil fingir amor a los demás sin una operación espiritual por el Espíritu en el corazón, sin un conocimiento profundo de sus almas, sin mirarlos eternamente; mientras tanto el “te quiero” sonará vacío y el abrazo no será afectuoso. Esto es un milagro de amor (2 Co. 12: 14, 15):
1 Tes. 2:9
“Porque recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche, para no ser carga a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios”. Ya ves hermano, como Dios prosperó espiritualmente las labores de un hombre que tenía que sostenerse con sus propias manos. Ya lo sabemos que la consagración es más que un tiempo separado (Hch. 18:3-5): Más tiempo para el evangelio, más trabajo, pero no necesariamente más bendición o prosperidad de la iglesia; es la bendición de Dios la decisiva.
1 Tes. 2: 10-12
“Vosotros sois testigos, y también Dios, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes”. Nadie puede dudar por estas palabras que su ministerio no era sólo predicar a Cristo sino vivirlo y en eso insiste porque tiene que hacerlo por causa de sus detractores. Señor si no vivimos lo que predicamos ¿para qué predicamos? ¿De qué estás más solícito, de ganar almas o de vivir a Cristo? ¿No sabes que el propósito del evangelio no es ganar almas sino crear vidas? Se van volviendo firmes en la fe los recién convertidos dentro de una iglesia llena de amor fraternal.
¡Qué sermón tan bonito!
1 Tes. 2: 13
“Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis” “Los sermones de mi pastor siempre están activos en mi corazón; yo no le escucho por gusto, en cualquier ocasión tengo algo que recordar de ellos que me es útil. Hay veces que pienso que se me olvidan, y no es así, cada semana van incorporando algo que formarán parte de mis experiencias en momentos determinados” No pienses mezquinamente de las enseñanzas del evangelio. Cuando oigas su sermón no sólo digas “qué bonito” “qué bueno” sino ¿Qué ha querido decirme particularmente a mí el Espíritu Santo hoy? ¿Me ha reprendido, me ha exhortado, me ha consolado? He venido a oír la voz del cielo ¿qué haré para ser salvo?
1 Tes. 2: 13-16
“Pues vosotros, Hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea, porque también vosotros padecisteis los mismos sufrimientos a manos de vuestros propios compatriotas, tal como ellos padecieron a manos de los judíos”. Las poblaciones no estaban esperándolos con los brazos abiertos; encontraban oportunidades y problemas, necesidades y oposiciones, el trabajo del Espíritu Santo y la obra del diablo. Obstaculizar la fe de una persona merece un castigo extremo.
1 Tes. 2: 12-19
“Porque ¿quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria? ¿No lo sois vosotros en la presencia de nuestro Señor Jesús en su venida?” Os veré cuando Cristo venga y vosotros estaréis allí. Esto se llama pastorear y predicar por la salvación.
1 Tes. 2:16-18
“Ya que queríamos ir a vosotros (al menos yo, Pablo, más de una vez) pero Satanás nos lo ha impedido”. No pensó enseguida que era la voluntad de Dios que no se miraran, sino que el diablo lo impedía. Si el propósito de una visita es santo, no es Dios quien se opone. Hay veces que le echamos la culpa a Dios de lo que el diablo hace y otras culpamos al diablo cuando somos nosotros los que lo hicimos. Pablo conocía cuando era el Espíritu el que prohibía, o le parecía bien (Hch.15:28), o se lo impedía (Hch.16:7), o cuando era su enemigo (v.16).
1 Tes. 3: 1-5
“Por eso también yo, cuando ya no pude soportar más, envié para informarme de vuestra fe, por temor a que el tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo resultara en vano”. Llega a un punto en que su preocupación es muy grande ¿por qué? No porque pierdan la vida sino porque pierdan la fe. No se nota sentimiento de lástima por lo que les pasa. Señor sé con nuestra fe. Nota que un par de palabras pueden decirse para facilitar el ministerio de un consiervo (v. 2). Esto no parece una profecía (v. 4), sino una verdad producto de la experiencia, una consecuencia de la naturaleza celestial del evangelio y la reacción diabólica. Quiere decir que no he gastado mis días por gusto (v.5).
1 Tes. 3:7, 8
“Porque ahora sí que vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor”. Lo único que no se puede perder es la fe. Todo va bien hermano y conforme a los deseos de nuestro Padre si no renunciamos a creer lo que hemos creído y a vivir como hemos vivido.
1 Tes. 3: 10
“Según oramos intensamente de noche y de día que podamos ver vuestro rostro y que completemos lo que falta a vuestra fe”. ¿Qué pudiera faltarle a la fe que el piensa llevárselo? Conocimientos. Quizás tenían muchas preguntas que hacer, todas que aclarar, ver más claro el propósito de Dios, las situaciones y hacia donde los conducías todo ello (He. 10: 22). Necesitaban explicaciones espirituales (vv. 11; 2: 18). Recordemos que están tiernos y recién formados.
1 Tes. 4:1
“Por lo demás, hermanos, os rogamos, pues, y os exhortamos en el Señor Jesús, que como habéis recibido de nosotros instrucciones acerca de la manera en que debéis andar y agradar a Dios (como de hecho ya andáis), así abundéis en ello más y más”. No se queden en el punto que yo los dejé; sigan más arriba (v. 10; 2Te. 1:3). Nuestras vidas les han enseñado como hay que vivir para complacer a Dios, emprender cosas nuevas no hechas para Dios anteriormente. Oh Dios que no me estanque en la práctica ni intelectualmente.
1 Tes. 4: 1-7
“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual”. ¿Qué clase de vida pasada vivir si dices tener el Espíritu Santo? La santidad no es sólo uno de los frutos del Espíritu, es el Espíritu de todos ellos. ¿Cómo se reconoce inmediatamente un cristiano? Si no se toma tiempo para examinar su conducta por el amor, el gozo, bondad, no se sabe con exactitud si es cristiano. La marca de cristiano es santidad en todas sus funciones.
1 Tes. 4: 2-7
Por favor, como nos mandó el Señor Jesús, formen hogares diferentes, tengan un matrimonio distinto al modelo pagano; los hombres no tengan la mujer sólo para uso sexual, ni pongan sus ojos en la mujer del amigo, aunque ella los coquetee.
1 Tes. 4:11
¿Qué quiere decir, sino que te mantengas siendo de bendición para otros? ¿No ves que ellos necesitan tu bendición y dependen de ella? Ya es una costumbre.
1 Tes. 4: 13-18
“Por lo cual os decimos esto por la palabra del Señor: que nosotros los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron”. No hay forma de interpretar esta palabra que no sea afirmando la creencia de Pablo que él y ellos estarían vivos cuando Cristo regresara. El mismo señor Jesucristo no sabía el día de su regreso (Mr. 13: 3); Jesús pensaba en la catástrofe de Jerusalén y la desintegración de Israel, y en sus discursos su venida y aquella guerra aparecen juntos. Para un judío la destrucción del templo era como el fin del mundo. Si el Hijo no lo sabía sólo dejó expectación pastoral de consuelo, que los discípulos por verlo casi le fijaron fechas. Si el Hijo no lo sabía el NT lo ignora y “por tanto, confortaos unos a otros con estas palabras” (v. 18); sabe que dice palabras de aliento y de consuelo (vv. 13; 5: 11).
Si yo viviera novecientos años
1 Tes. 5:1-4
“Pues vosotros mismos sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como un ladrón en la noche”. Cómo puede uno, Señor, ¿vivir y predicar una segunda venida inminente si han pasado tantos años? ¿Muchos nos han dicho es hoy y no ha ocurrido? ¿No es mejor hablar de un juicio después de la muerte? Oh Señor, hemos perdido la fe. Oh alma mía ¿no sabes que el cielo puede abrirse de un momento a otro y hallarte como no debes? Eh, ¿qué piensas, que, aunque mueras te librarás de la ira de su segunda venida? No. El que va al sepulcro en pecado, resucitará también y tendrá que enfrentarse con su ira, juicio; la muerte segunda, y los que vivan buscarán la muerte y no la hallarán (Apc. 9: 6; 20: 14; 20:6). El Espíritu nos dice eso para que le estemos esperando toda nuestra vida y toda nuestra muerte, amén (vv. 8-10). El sepulcro no será un refugio permanentemente seguro porque tendrá que devolver a los muertos que se tragó (Apc. 20. 12-15). Si yo viviera 900 años cada día de ellos estaría esperando que Cristo viniera, mirando el cielo, estaría espiritualmente alerta viviendo todos esos nueve siglos como un hijo de luz y no de la noche. Dime ¿cómo puedes dormir si tienes una ira tan grande pendiente, la ira del Cordero? Debemos estar espiritualmente alertas.
1 Tes. 5:4-6
“Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón”. Mira que las tinieblas son primero un estado mental y luego una forma de vida. La petición de los hombres empieza con la ignorancia que es la raíz de la incredulidad. Observa que ser santo es ser sobrio. No embriagado con las cosas del mundo, mentalmente bien equilibrado. La vida cristiana es razonable, racional, moderada. La perdición se parece a un estado de sueño y de embriaguez.
Aquello era una mentira tejida
1 Tes. 5:1-11
“Por tanto, alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno al otro, tal como lo estáis haciendo”. Como Pablo pensaba que Cristo vendría en esos días, motiva la conducta santa de los hermanos. Esta forma tan entusiasta de hablar al pasar los primeros años comenzó a germinar incredulidad en algunos oyentes y estos predicadores pudieron ser acusados de exagerar los acontecimientos, y se verían obligados a regular sus discursos y admitir que la esperanza no era tan inminente (2 Ti. 4:6-8); pero que harían bien en mantener la expectativa orando y velando. La resurrección, las visiones de Jesús resucitado, los dones milagrosos repartidos sobre la iglesia en el nombre de Jesús, no permitieron ni imaginar que aquello era una mentira tejida, sino una expectativa que había que corregir y con razones explicar (2 Pe. 3:9, 10). La esperanza no se perdió, pero convirtió a la iglesia en una comunidad más conservadora y cautelosa en hablar, dedicándose más a vivir la vida cristiana y salvar al mundo que a salir fuera de él. Tenían demasiadas seguridades para descartar el cristianismo como falso por una ansiosa exégesis que les adelantó los acontecimientos. Esta es la primera epístola que escribe Pablo; el énfasis en la segunda carta es en la resurrección de los muertos; en los gálatas la fe y la gracia; la ley; etc. no evoluciona su pensamiento, pero templa sus convicciones escatológicas. Aprendía del Espíritu Santo. Oh, ¿cómo puedes imaginar la vida eterna con Cristo si no apeteces ahora estar siempre con él? ¡Oh las delicias de una relación de comunión perpetua! ¡Todos juntos a él!
El Señor no soñó hacernos miembros y obreros de una iglesia problemática
1 Tes. 5: 12, 13
“Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen”. Oh Señor qué bueno eres, cómo te preocupas para que yo sea bien estimado y amado. Y no sólo yo sino los maestros, los diáconos y los predicadores; todos los que trabajan en la iglesia. No, el Señor no quiere que nos menosprecien ni que no valoren lo que hacemos. No nos llamó a un ministerio duro y entre ingratos, para que suframos constantes críticas y vivamos entre problemas fraternales. No. No quiere que paguemos ese precio por nuestro servicio. El quiere que los hermanos aprecien nuestro trabajo y nos muestren amor, honor y respeto. Si los que no están en el servicio activo de los santos ven cómo critican y maltratan a los obreros de la iglesia ¿cuándo se decidirán a cooperar con ellos o reemplazarlos? El Señor no soñó con un plan para hacernos miembros y obreros de una iglesia problemática y conflictiva. Es satanás y no la predestinación divina la que nos hace difícil el servicio a los hermanos. El diablo la mayoría de las veces es quien crea inconformidades entre los santos hacia sus siervos para desalentarlos y que abandonen su puesto. El Señor anheló para mí la mejor iglesia, y yo la procuré con sinceridad y amor.
1 Tes. 5: 14
“Y os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los desalentados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos”. Mira a tu alrededor y ve cuánta ayuda especial puedes dar. La salvación de ningún hermano está completa. Si no encuentras a quien ayudar espiritualmente es porque no quieres. No procures caminar tú sólo para el cielo y que cada cual haga lo mismo, ya que Dios lo ayudará.
1 Tes. 5: 16, 17
“Estad siempre gozosos”. El Señor no ha dicho “Estar siempre tristes” sino gozosos. Es del diablo y no de Dios, quien trabaja siempre para apagar la alegría en la iglesia y en especial en la casa del pastor. Las razones que tenemos para estar melancólicos no deben triunfar sobre nuestro ánimo. A Dios le gusta vernos sonreír. La risa está más asociada a la fe que la tristeza. Ora que ahí está tu vida, tu libertad, tu fuerza, vuelve a orar alma mía, mejora la calidad de tus oraciones; ora al Espíritu Santo que te ayude a mejorarlas. Trata de hacer oraciones audibles, que no sufran de distracciones, que no sean sólo cortas, que algo aumente su extensión, invoca a Dios con las palabras del Espíritu Santo halladas en la Biblia. Esas santas invasiones bíblicas elevan al espíritu más deprimido.
1 Tes. 5: 18
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús”. No tomes las bendiciones y te vayas: se espiritualmente agradecido.
No oían las profecías sin chistar
1 Tes. 5: 19-21
“Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno”. Quizás esto quiere indicar que toda la profecía no eran declaraciones infalibles, que los que se hallaban sentados tenían que recibir sin examinar dándole total crédito y que debían asentir a todo lo que oían, sin opinar, sin chistar. Los compañeros profetas serían los primeros en pensar lo que se dijera (1Co. 14: 29-32); los apóstoles y profetas debían filtrar las profecías; es decir, el N. T. se está dando, pero no de la misma manera que se dio la ley, sino por un proceso de selección en el cual la comunidad participaba; una comunidad muy activa en la revelación y que precisaba cada vez más tener por escrito el evangelio y su praxis. ¿Podría haber porciones buenas y malas? Lo mejor de cada profeta era lo que se retenía; y la iglesia no le tenía miedo a alguna exageración apostólica o limitación profética; escuchaba la teología y comentarios y seleccionaba; por eso la tardanza del regreso no desmoronó la iglesia porque todos creían que estaba vivo porque lo vieron y palparon, en el cielo, y que algún día vendría.
El hombre que quiero ser me ayuda a ser lo que soy
1 Tes. 5: 23, 24
“Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Quizás la experiencia de santificación espiritual de todos no sea homogénea; cada uno es santificado por el Espíritu Santo de modo distinto porque él tiene muchas operaciones. Mi experiencia de santificación es algo extraña, dolorosa, ansiosa, existe, pero no existe, está y no está, es y no es. No creo que ella pueda definirse como un logro. No, no lo es; si no he cometido los mismos pecados con los cuales han sido seducidos otros, no puedo llamar a eso santidad, porque ella no es algo negativo sino positivo y en esos casos, lo mismo que esos, me he sentido atraído por aquellas cosas en las cuales sucumbieron. Nunca he podido desarrollar un odio total al pecado, aunque haya sentido miedo y repugnancia. Estoy muy lejos de pensar que sea algo intrínseco. Lo único de que puedo hablar es de una imperceptible capacitación para vivir la vida cristiana, una clase de vida para la cual no tengo en mí mismo el poder, como una fuerza que opera en las mismas fronteras de mi desesperada postración; un límite que no he pasado que se halla en una zona donde no tengo ya el control, sino que parece encontrarse bajo las órdenes de operaciones divinas. Mi fidelidad a Cristo y a sus mandamientos es un total milagro; cada día muriendo y cada día viviendo. Si la definición de santificación como una imperceptible capacitación no fuera satisfactoria, quizás lo sea un poco más llamarla preservación, cuyo resultado la Escritura bondadosamente le llama fidelidad. La ayuda divina ha consistido principalmente en no permitirme una decisión final por el mal.
El estudio de la Biblia, la oración, la lectura de libros cristianos, el Espíritu Santo y la conciencia, me han dado el conocimiento de lo que debiera ser; el hombre que quiero ser me ayuda a ser lo que soy; la santificación siempre es un esfuerzo hacia el futuro, se nutre del cultivo de un ideal mental, se despliega como un intento para atrapar un objetivo descubierto al principio que se corresponde a un supremo llamamiento. No es que uno pretenda ser lo que no es, sino que se es lo que se es básicamente por medio de una realidad futura. Así me he pasado la vida, no queriendo ser lo que soy y deseando ser lo que no soy. El movimiento es algo indispensable en mí, la proyección, el escape de mí mismo, la huida, el alejamiento, el no volver atrás; tratar de ser lo que no he podido aún ser: como Cristo. Y esos que piensan que el alma y el espíritu son dos cosas distintas, dejen esa idea y santifiquen los dos, que básicamente es lo mismo.
Elogio a una iglesia cristiana
1Tes. 1:1-3
“Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. 2 Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones, 3 acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo”.
Nuestra exposición trata fundamentalmente sobre el regocijo que tiene Pablo porque aquellos hermanos hubieran seguido constantes “en la esperanza” del evangelio. Ese es el núcleo, y lo que alrededor hay son indicaciones accidentales que revelan la naturaleza de aquella congregación. Veremos todas las cosas juntas. Primero, en relación a los nombres que consignan la epístola, Pablo, Silvano y Timoteo, podemos aprender una lección de unidad teológica. Sobre el origen e identidad de esos dos hermanos que acompañan al apóstol no es necesario insistir. Silvano es uno de los acompañantes a quien conocemos en los Hechos como Silas y a Timoteo, cualquier maestro conoce sus dos epístolas, hijo de una mujer piadosa con un varón griego, posiblemente incrédulo. Para ahorrarme espacio usted puede leerse por su cuenta (Hch.16:1-3 y 2Ti.1:5).
Cuando nos disponemos hablar bien o con dolor de una congregación, hay que empezar con reconocimientos de gratitud o de censura hacia sus ministros. Y el primer aspecto a considerar es la relación pastoral y teológica con las iglesias. La aparición de los nombres de ellos rubrica el contenido de la epístola. No es una mera cortesía epistolar, sino que Pablo puede asegurarse de colocar sus nombres en el encabezamiento porque ellos están identificados con él en el propósito pastoral de la epístola y en su contenido teológico; quiere decir, que no sólo tienen afinidad teológica, similitud, sino igualdad. Tratar de hallar diferencias teológicas en el equipo apostólico sería laborar en vano.
Hoy no es siempre posible aun en una región donde los ministros trabajan uno cerca de otro y dentro de los confines de una misma organización eclesiástica. Es muy difícil, pero vale la pena, procurar el acercamiento teológico, pastoral o eclesiológico si se incluyera en el estudio el nombre de Pablo primero, la ortodoxia antigua, la historia de las doctrinas y las herejías. Ya en nuestra exposición a 2 Pedro vimos como el propio apóstol tenía en su biblioteca particular los escritos de Pablo y lo importante que es para la salvación y el adelanto del Reino entenderlos bien. ¿No son las epístolas así encabezadas como Confesiones de Fe?
Pablo inmediatamente nos da una señal que marca la verdadera iglesia: que esté fundada sobre “Dios el Padre y sobre el Señor Jesucristo”. Pablo no es la cabeza ni el fundamento de la iglesia cristiana, pero Pedro tampoco, ni menos aun los que se llaman a sí mismos sus sucesores. Dios tiene que estar sobre todos, su Palabra la única regla de fe y de práctica y Jesucristo el único Señor.
También el texto indica los sentimientos básicos del apóstol para la iglesia, que ella reciba gracia y paz, porque la iglesia como un conjunto y cada miembro en particular es un producto de la gracia de Dios vertida en él por medio de Jesucristo. ¿Qué otra cosa en especial quisiéramos, sino que la gracia abunde? La iglesia no empieza sino hasta que la gracia de Dios se comienza a manifestar.
Cuando la misionera iglesia en Antioquía se empezó a formar se cuenta lo siguiente, “y la mano del Señor estaba con ellos, y gran número creyó y se convirtió al Señor. Llegó la noticia de estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén; y enviaron a Bernabé que fuese hasta Antioquía. Este, cuando llegó, y vio la gracia de Dios, se regocijó y exhortó a todos a que con propósito de corazón permaneciesen fieles al Señor” (Hch.11:21-23). Si no hubiera habido derramamiento de gracia divina allí no hubiera habido ningún convertido ni motivo alguno de regocijo apostólico. Si queremos que una iglesia de Dios se forme en algún lugar, lo principal es invocar al Señor para que otorgue su gracia.
En sentido personal se puede afirmar lo mismo, cada creyente es un producto de esa gracia que el apóstol implora a Dios para los tesalonicenses. El mismo sobre su vida dice, “pero por la gracia de Dios soy lo que soy y su gracia no ha sido en vano para conmigo” (1 Co.15:10). El apóstol apetece más, que entre ellos haya paz; tomo esto no como un descanso espiritual siempre perenne en el alma donde el Espíritu y la carne luchan constantemente, sino como la paz fraternal entre ellos mismos. ¿De dónde proceden las guerras entre los cristianos? ¿No nos dice Santiago 4:1 que de las pasiones? Si la gracia escasea los pleitos abundan. La paz es un resultado del señorío de Cristo por medio de su palabra. Es el resultado del orden y la obediencia a lo que él ha revelado, en lo cual la gracia se dispensa a cada uno y lo hace que viva y adore en armonía con los otros.
Los sentimientos del apóstol hacia la iglesia no se conforman sólo con evocar el recuerdo de ellos, además intercede en oración (vv.2, 3). Aquí esencialmente es una oración de gratitud. Los pastores son los que más deben orar por la iglesia y si es posible por cada familia en particular. Es una práctica positiva y saludable para la vida cristiana eso, dar gracias por la obra de la gracia que vemos en los hermanos. Muchos hermanos ven en los demás aquellas áreas de la vida de ellos donde la gracia no ha obrado, fijan fácilmente los ojos no en el Espíritu sino en la carne y no se dan cuenta que están hablando indirectamente sobre el trabajo que Cristo aún no ha hecho; sobre la obra inconclusa del Señor. Es poco edificante el desarrollo de la capacidad para notar la falta de gracia en los otros, pero es como un perfume delicioso tener los ojos acostumbrados a descubrir las maravillas divinas dentro de la humanidad de barro de nuestros semejantes.
Y ¿qué ve, sobre qué da gracias? Es importante saber lo que Pablo ve, porque por ello podemos también saber como era aquella iglesia. La obra de fe. La fe de ellos no era muerta, obraba (v.3). Se podía identificar fácilmente la fe de ellos por sus obras, las acciones la revelaban. Se habían justificado no por las obras porque dice “la obra de vuestra fe”. Se justificaron por la fe pero se identificaban como iglesia de Dios por las obras.
“El trabajo de vuestro amor”. La iglesia misma necesitaba que todos obrasen con el más cálido amor e interés por los demás, las mujeres nobles estaban ayudando a las empobrecidas, las libres a las esclavas, los sanos a los enfermos, los dichosos a los tristes, los fuertes a los débiles, los de mucha fe a los de poca. Pablo llegó a conocer, que eso se estaba haciendo y se sintió feliz al notar que su predicación había sido realmente efectiva y que la gracia se había derramado desde el cielo allí. ¿No es todo eso distinto a los inconversos egoístas que llegamos a bautizar que exigen a la iglesia constantemente que se les atiendan sus necesidades y nunca alzan un dedo para ayudar?
La última cosa que ve Pablo en la iglesia es la “constancia en la esperanza”. O como el original dice “paciencia”. Esto se refiere a la segunda venida de Cristo y la resurrección de entre los muertos. Allí estaba viva esa teología. Creían que Jesucristo estaba vivo, que había ascendido al cielo y que era fiel su promesa de retorno.
Todas aquellas iglesias existían con esas expectativas, todas adoraban mirando al cielo. No creían que desde aquella nube que lo alzó no regresaría nunca. Sin embargo, no era una expectativa pasiva. No montaban un escenario al respecto. Toda la doctrina de ellas no era esa tan sólo. Predicaban la regeneración, la justificación y las buenas obras. Pero aquella solamente era la señal de que lo que habían aprendido y creído de Cristo se hallaba vivo entre ellos. Estas características hacían que Pablo diese fervientes gracias a Dios por ellas. Es nuestra oración también, que estas cosas que entre nosotros también existen, abunden y perduren, para la gloria de Dios y nuestro testimonio en este lugar. Amén.
Exposición 2
La elección se conoce a posteriori
1Tes. 1: 4, 5
“4 Porque conocemos, hermanos amados de Dios, vuestra elección; 5 pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros”.
Encontramos de nuevo la doctrina de la elección eterna de los escogidos. Es imposible exponer la Biblia y dejar de mencionarla por mucho tiempo debido la abundancia de textos que a ella hace referencia. Fue una doctrina importante en la teología de la iglesia apostólica.
En otros lugares hemos dicho que nos es imposible saber quiénes son realmente los escogidos y por eso le predicamos el evangelio a toda criatura. Nunca es posible conocer la elección de nadie, ni de uno mismo, antes de su conversión. La seguridad de la elección brota después que somos salvados. Mientras no somos salvados no podemos llegar a la conclusión de que estábamos perdidos.
Pero, ¿es posible conocer que somos elegidos? La respuesta, según el versículo 4 es afirmativa. Sí, podemos, Pablo dice “conocemos vuestra elección”. ¿Es que podemos leer nuestro nombre o el de otro en el libro de Dios? No, no se trata de eso. No podemos adentrarnos jamás en el misterio de los decretos eternos. No podemos recorrer los pasillos y corredores de la mente infinita de Dios. Pero podemos conocer con mucha aproximación la elección de alguien. Quizás no absolutamente, pero podemos hablar de la iglesia como la comunidad de los escogidos de Dios.
Hay una manera al menos en que podemos saber sobre la elección de alguien. Por el poder del Espíritu Santo que acompaña a la predicación del mensajero, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente sino también en poder (v. 5). No fue meramente un discurso. No fue retórica. Es la manifestación, los resultados de la presencia del Espíritu Santo lo que atestigua la elección, que no deja dudas que el Señor se halla presente en el lugar.
Tomemos un ejemplo del libro de los Hechos. Cuando los hermanos judíos de la iglesia oyeron que Pedro había predicado el evangelio a los gentiles le pidieron cuentas. Pedro les explicó que no se trataba que él los hubiera metido en la iglesia, sino que Dios lo había hecho, “y cuando comencé a hablar cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces oídas estas cosas, callaron y glorificaron a Dios, diciendo: ¡de manera que también a los gentiles ha dado Dios arrepentimiento para vida!” (Hch 11:15,18).
No tuvieron objeción que hacer, los gentiles se salvaban no por la voluntad del predicador. Los hermanos judíos no se convencieron de la salvación de ellos por otro medio que no fuera porque supieron que el Espíritu Santo les había dado el arrepentimiento. ¿Cómo podemos saber que alguien es elegido? Dios le proveerá una predicación ungida por el Espíritu. ¿Y cómo sabemos que el Espíritu se halla en ese sermón? Observando al que está oyendo se puede buscar en su atención señales del poder del Espíritu.
Cuando un pecador está siendo influido por el Espíritu, cuando se halla bajo su poder, no dará señales de sueño, ni de aburrimiento, ni de desinterés, no estará impaciente por marcharse, se verá interesado. De eso podemos deducir que Dios le está dando arrepentimiento para vida. Eso fue lo que notaron los hermanos judíos de Jerusalén cuando Pedro les explicó la salvación de ellos. El Espíritu cayó sobre ellos. En el momento que una persona está siendo salvada está resucitando. El arrepentimiento es una señal de vida. Siente convicción por sus pecados.
Así pasó con los Tesalonicenses. Oyeron el mensaje del Evangelio. Pablo vio como el poder del Espíritu venía sobre ellos, se estremecían de temor, temblaban por sus pecados, huían de la ira venidera, imploraban misericordia. Entonces concluyó que habían sido elegidos por Dios porque el Espíritu los había visitado. Aunque no veamos eso de forma masiva, personalmente sí lo hemos atestiguado muchas veces. Si una persona no da señales de arrepentimiento no puede asegurarse que haya sido elegida.
Hay otras señales de la elección divina, pero las veremos en las exposiciones que siguen a esta.
Pablo se sintió seguro que aquello era obra divina. No tuvo dudas. Lo que veían sus ojos no desmentía que todo bajaba del cielo. Un juicio seguro que podemos tener de la elección de una persona viene del pastor que le predica. Sabe que está entregando el mensaje divino vea o no los resultados inmediatos.
Esa certidumbre no tiene por qué limitarse tan sólo al momento de las palabras, la observación posterior también suele arrojar esa seguridad. Prefiero pensar que la mayor certidumbre que sacó el apóstol provino de la investigación de la obra del Espíritu posterior a la predicación del evangelio. El estudio de las impresiones. La profundidad de la convicción, el cambio de costumbres, el asiento de la fe. La sensibilidad de conciencia dejada por el Espíritu Santo. Examinando todos los casos llegó a esa plena seguridad, que eran salvos. Estuvo seguro de la elección de ellos después que se convirtieron cuando chequeó la obra dejada por el Espíritu Santo después de salvarlos, a posteriori.
Exposición 3
Una iglesia perfilada por el Señor
1Tes. 1: 6,7
“6 Y vosotros vinisteis a ser imitadores de nosotros y del Señor, recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo, 7 de tal manera que habéis sido ejemplo a todos los de Macedonia y de Acaya que han creído”.
Los grandes modelos en la obra, hermanos, suelen ser una bendición. Es magnífico hallar los evangelios estampados en gloria en los hechos y palabras de nuestros hermanos. ¿Es correcto imitar a otros? ¿Es la imitación algo servil? ¿Tiene peligros la imitación? ¿Hasta qué punto hay que ser cautelosos? La imitación cristiana es algo recomendado por Pablo. Nos dice, “vinisteis a ser imitadores de nosotros”. No es la única ocasión, en otros sitios también repite lo mismo (Co. 4:16; 11:1, “por tanto os ruego que me imitéis” “Sed imitadores de mí así como yo de Cristo”.
Si es repetido tantas veces no puede ser algo malo tomar a otros como ejemplo, modelo o tipo de lo que uno quisiera ser en Cristo. Sin embargo, hay cosas que no veo por qué haya que imitarlas, el vestuario, el peinado, los gustos, la forma de hablar, el carácter. Pablo aquí no se refiere a eso, está hablando de la vida cristiana. Hay hermanos, como él, que han aprendido mucho del Señor, tienen vidas totalmente consagradas a su servicio, han probado y saben lo que le es agradable, por experiencia ya tienen mucha confianza en sus promesas, conocen lo que significa la paciencia, han sido varias veces consolados por Cristo en diversas tribulaciones, se dan fácilmente cuenta como llegan las tentaciones y son hábiles en evitarlas o vencerlas porque han escapado y sobrevivido a muchas, tienen un conocimiento práctico, teológico y emocionante de la Escritura, una constancia en el trabajo irreprochable, una santidad realmente celestial. Y en especial, como aquí parece indicar, en recibir la palabra del Señor y retenerla en medio de la aflicción.
Sin embargo hay un peligro que hay que evitar la confusión de defectos con virtudes. La chismografía puede ser vista como sinceridad, la parcialidad como si fuera celo. Para no caer en esos errores comunes entre los miembros de una sola familia, hay que tener un amplio conocimiento de la Escritura y estar expuestos primeramente a la influencia de la palabra de Dios antes que a las opiniones de aquellos que admiramos y deseamos igualar.
Para corregir esa tendencia Pablo siempre añade “de nosotros y del Señor” y “sed imitadores de mí así como yo de Cristo”. Estrictamente no es a él a quien desea que imiten sino a Cristo. La palabra que Pablo utiliza para imitación es “mimetaí” de donde conocemos mimetismo y mímica.
Un segundo aspecto importante es el clima socialen el cual ellos recibieron la palabra del Señor, la situación política en que fueron convertidos, “en medio de gran tribulación”. No hay que esperar que los tiempos sean buenos, que haya paz, que el cristianismo sea reconocido oficialmente, que se promulguen leyes a su favor, que se elija un rey o un presidente cristiano.
La acción del Espíritu Santo no toma en cuenta esas cosas y si las iglesias paran de hacer evangelismo por la persecución, no están cumpliendo con el mandato del Maestro y si las conversiones se reducen drásticamente la culpa no es esencialmente del clima que entorna la obra de Dios sino de su dedicación espiritual. La prueba es que en lugares donde más fiera era la represión ideológica anticristiana más ha prosperado el reino, siempre que los ministros se hayan dedicado mucho a la oración y no hayan hecho juego político a las circunstancias.
El apóstol seguidamente nos presenta una iglesia modelo “de tal manera que habéis sido ejemplo a todos”. La palabra usada es “típon” de donde conocemos “tipo”. La iglesia de los tesalonicenses era un tipo para las otras. Las congregaciones hermanas vecinas podían mirar hacia Tesalónica y hacer un croquis para ellas, alzar sus ojos y esculpir las propias mirando hacia allá. Las iglesias no debieran envidiarse carnalmente sino imitarse, copiarse aquellas cosas buenas que han recibido del Señor. Pero algunas se ponen celosas como si no fueran miembros de la misma familia de Dios, se retuercen de dolor cuando oyen de los éxitos de otra y buscan la manera de desacreditar a sus líderes principales, minimizar sus logros, manchar su reputación y agrandar sus pecados.
La iglesia de Tesalónica no ejercía autoridad ni presión sobre sus hermanas de alrededor, sino influencia. Cuando oímos de como el Señor ha bendecido a una iglesia, debemos alabarle por eso y tratar de saber, como los filisteos con Sansón, donde está el secreto de su fuerza. En su calidad cristiana. Filipos, Colosas, Laodicea, Efeso, Galacia, todas eran iglesias bendecidas, Dios estaba con ellas, el Señor las había ayudado, pero en Tesalónica había ocurrido algo especial, el Señor había perfilado un modelo digno para las restantes.
Exposición 4
Esa iglesia no la hicieron los periodistas cristianos
1 Tes. 1: 8-10
“8 Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada; 9 porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, 10 y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”.
Seguimos explorando el ejemplo de los tesalonicenses. Los misioneros, y los hermanos hicieron de aquella ciudad un centro de predicación para el exterior, el cuartel general del evangelismo en aquella región, “porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor”. Es deleitoso hablar bien de los demás, y entusiasma hacerlo de una iglesia. Tesalónica lo merecía, se lo había ganado, todo el mundo cristiano, sin los medios de comunicación que tenemos hoy, como la prensa, la radio, la televisión. Sin satélite, sin nada, sólo boca a boca el gran y conocido ejemplo tesalónico iba corriendo por el mundo entero. Las iglesias encantadas levantaban sus cabezas y sonreían de admiración y luego lo comentaban para animarse internamente a imitarla. Ser como los de Tesalónica era el sueño dorado de toda iglesia, enfrentar la persecución y tener la fe inquebrantable de ellos.
Tesalónica era un ejemplo real y eso es lo primero que quiero examinar. Subrayo la palabra real. No había mentiras en lo que se decía de ellos. No había exageración. Era un ejemplo lo que el Señor había alzado allí, no era el producto de la propaganda de comunicación. No era la manufacturación literaria de periodistas cristianos que ávidos por noticias sensacionales para sus revistas y rotativos sacaban comportamientos excepcionales, con grandes rótulos, donde el ejemplo era común. Es decepcionante descubrir eso, prácticamente mentiras milagrosas de hombres nobles que trabajan para ganarse el pan. Ningún hermano sincero puede hallar inspiración sintiendo la duda si lo que lee es cierto o no. En Tesalónica no pasaba eso, lo que se decía era real.
El sistema de comunicación era bucal y además, precioso es decirlo, para consumo interno, iba dirigido a las iglesias, para inspirarlas, para ayudarlas en sus tribulaciones y en su evangelización del mundo, no era para granjearse las simpatías de un mundo cojo, ciego y perverso. No era el trabajo de un reportero o de un biógrafo eclesiástico sino del Espíritu Santo para fortalecerlas a todas con el magno ejemplo de una.
Fíjate que las noticias de Tesalónica ni partían ni se confirmaban por boca de sus pastores. Pablo escribió que no tenemos necesidad de hablar nada (1: 8). A todos los pastores nos gusta hablar de lo que el Señor ha hecho con nuestro trabajo, cómo el Espíritu se derrama sobre nuestro oficio. Cuando viajamos y nos piden que les digamos algo de nuestra congregación, siempre escogemos lo más sublime que la gracia ha hecho y lo contamos, eufóricos, alegres. Puedo inducir que Pablo no era diferente por sus mismas palabras. Pero en el caso de los tesalonicenses se abstenía de hacerlo, no hacía falta, todo era bien conocido. Pablo no era el que le hacía propaganda a su iglesia, eso holgaba.
¿Qué era lo que se comentaba? La fe en Dios. Aquí no es precisamente la doctrina sino la confianza inconmovible que ellos tenían en Dios, de lo que se hablaba era de la vida de fe que tenían y como acogían, con grande espíritu cristiano, las diversas tribulaciones. Tampoco precisamente la fe que los justificó, sino la usada para el ejemplo, será la misma, pero manifestada en otro sentido, para testificar. A todo lugar llegaba la imagen de ellos de como ser fieles.
¿Y qué más? Se hablaba mucho de la realidad de aquellas conversiones (v. 9), “y como os convertisteis de los ídolos a Dios”. El énfasis era en el poder de Dios. Un gran testimonio de perseverancia en la fe tiene que estar edificado sobre una indubitable conversión, “epestrépsate”, os volvisteis. De fidelidad al Señor y de conversión era de lo que se hablaba allí.
Hay muchas cosas buenas que se pueden oír de una iglesia, de su hermoso templo que han edificado, del monto de las recaudaciones, del fino coro que poseen, de su elocuente pastor. La mejor de todas las cosas que se pueden oír es sobre conversiones, las muchas personas que se salvan allí, no exactamente juzgadas por el número de bautismos anuales, sino por las vidas transformadas que se contemplan y ahora se congregan en su seno.
En Corinto la inmoralidad era espantosa, en Tesalónica la idolatría. Grandes y chicos, mujeres y hombres, todo el mundo adoraba algún ídolo, era devoto a alguna deidad. Nadie hubiera imaginado que el poder de Dios los habría de limpiar de semejante paganismo. La idolatría era parte de la cultura y filosofía de Tesalónica. ¿Quién podría despegarlos de ella sin desarraigarlos social y culturalmente? - Dios- Dios lo hizo. El milagro operado por la predicación del evangelio retumbó en el mundo entero.
El evangelio era ensalzado como algo glorioso. Tenía poder para cambiar vidas, las más difíciles. ¡Si Dios lo hiciera hoy!
Este pecado que mantiene a los hombres atados firmemente con lazo satánico, la idolatría. ¿Cómo pudo ocurrir aquello? ¿Cómo pudieron dejar de venerar sus altares y deshacerlos con sus propias manos? ¿Qué fue lo que llegaron a entender? Pienso que el pensamiento que tuvieron fue este: “Estamos sirviendo con nuestras vidas a deidades muertas. Pablo les hizo ver que había un solo Dios vivo” para servir al Dios vivo y verdadero (v.9). Los demás eran figuras muertas, imágenes inventadas, seres creados por la imaginación politeísta, pero carentes de esencia real. Adoraban lo que los poetas y filósofos habían inventado, se consagraban en cuerpo y alma a hipótesis.
Esa verdad tuvo que retorcerlos de dolor, descubrir en algún período de sus vidas, que habían sido insensatos al consagrarse a un invento humano. ¿Y cómo podría hacerles ver que el Único Dios estaba vivo? ¿Cómo convencerlos que no era otra deidad muerta? Pienso hermanos, que Pablo estaba en posesión de un argumento irrefutable, la historia de la resurrección de Cristo. Esa era la evidencia mayor de que tanto Dios como Jesús estaban vivos y que no eran, ninguno de los dos, de procedencia poética o filosófica.
Pablo había oído y visto a Jesús resucitado. Dios lo había alzado de entre los muertos. Para la predicación de Pablo la mayor prueba de la existencia de un Dios vivo era un Jesús vivo, de lo cual era él su testigo. El impacto de semejante prédica cambió la vida de los tesalonicenses. Ningún otro dios había hecho eso. Jamás alguna deidad había resucitado a alguien. Los filósofos se burlaban de eso. Pero el testimonio de Pablo fue creído. El Jesús vivo convencía a todo el mundo.
Además hubo algo que los impresionó, la ira del Dios vivo sobre la idolatría, “a Jesús quien nos libra de la ira venidera” (v. 10). Se dieron cuenta que la idolatría irritaba a ese Único Dios hasta el extremo de enojarlo. No quisieron enfrentar esa ira. Temieron. Dejaron sus ídolos. El amor divino está implícito en la muerte de Jesús, pero lo que se acentuó allí no fue el amor de Dios sino la ira venidera. Sintieron terror. Se estremecieron. Temblaron. Dejaron sus dioses y renunciaron a sus altares.
Desde ese mismo momento comenzaron a esperar la Segunda Venida de Cristo, “y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús”. La conversión hizo que alzaran los ojos al cielo. Ya no les importaría más las cosas terrenales, lo importante a partir de eso sería encontrarse con Jesús y escapar de la ira venidera. ¿Esperas tú la segunda venida de Cristo? ¿Te has vuelto de tus pecados? Solamente si te has vuelto de tus pecados estás listo para ello. Han pasado casi dos mil años y la ira sigue venidera, pero vendrá y alcanzará a muchos, en este mundo o en el venidero.
Notas
Capítulo 2
1 Tes. 2:1
“Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no fue en vano”. Qué bueno Señor que de toda la vida y ministerio pudiera decir que no he trabajado en vano (Ga. 2:2). Desolada queda el alma sentirse insignificante, no querido e inútil.
1 Tes. 2:2
“Sino que después de haber sufrido y sido maltratados en Filipos, como sabéis, tuvimos el valor, confiados en nuestro Dios, de hablaros el evangelio de Dios en medio de mucha oposición”. En Filipos fue ultrajado; pero tener un problema en un lugar no lo detiene definitivamente, ni siquiera el fracaso en una parte lo frustra permanentemente ni le quita las alas del corazón, abatiéndolo para toda buena obra. Es de los que caen y se levantan y el dolor en un sitio no les impiden soñar con el triunfo en otros. Nunca están ahogados y sin salida.
Creyó todos sus sermones y escritos
1 Tes. 2:3
“Pues nuestra exhortación no procede de error ni de impureza ni es con engaño”. Pablo nunca admitió haberse equivocado en ni una sola enseñanza de las que predicó, o instruyó. Creyó hasta el final de sus días todos sus sermones y epístolas. ¡Bendito Dios que hace lo mismo en mí! ¿Por qué dudas de lo que él estuvo plenamente convencido? Oh no, no murió equivocado, engañado y engañando porque su fe no se asentó sobre interpretaciones sino sobre hechos maravillosos. ¿Son ciertas las verdades que por años ha sostenido la ortodoxia, o la verdad está de parte de los incrédulos liberales? ¿Cristo resucitó, sí o no? Mucho decían “no”, él decía que sí y formaba iglesias que lo creyeran y la verdad se perpetuó escribiendo libros y formando congregaciones. En hojas de papiros y pergaminos y dentro de los que la aprendían en lo que hoy llamaos Nuevo Testamento o Biblia. Lo primero de todo predicador es creer lo que predica y escribe, tener una sólida fe en sus palabras y escritos. Ser buen cristiano primero.
El diablo te dirá que no sirves para nada
1 Tes. 2:4
“Sino que, así como hemos sido aprobados por Dios para que se nos confiara el evangelio, así hablamos, no como agradando a los hombres, sino a Dios que examina nuestros corazones”. ¿Tú lees ahí que Pablo diga que es un instrumento indigno para predicar el evangelio? No, al contrario, dice que Dios examinó su vida y la aprobó, un sentimiento de indignidad de nada le hubiera servido para defender su ministerio ante aquellos que precisamente buscaban faltas en su vida. El se siente indigno en relación a su vida pasada no en relación con su conversión, su redención, su justificación, con la fe en Cristo (Efe. 3:8 ;1Co. 15:9, 10). Eso es lo que el diablo nos quiere hacer creer y que lo repitamos constantemente, que no valemos para nada, que no servimos, que no somos útiles, que no vale la pena ser santos, que eso es inalcanzable. Si así nos juzgamos ¿no nos enfermaremos? ¿No viviremos espiritualmente melancólicos y vocacionalmente frustrados? Oh no, come y bebe que ya tus obras son agradables a Dios (Ecl. 9:7), no pienses tan mal de ti como si las gracias del Espíritu Santo no hicieran diferencia. El diablo no puede evitar que Dios te bendiga, pero sí que no disfrutes esas bendiciones. ¿Es la indignidad una virtud?
No es corazón ennegrecido sino corazón endurecido
1 Tes. 2:7, 8
“Más bien demostramos ser benignos entre vosotros, como una madre que cría con ternura a sus propios hijos”. Se puede decir que fue allí todo amor. Su capacidad para amar es un milagro de la gracia de Dios, sólo la mano del Espíritu puede ensanchar tanto un corazón. Nuestro gran problema es nuestra incapacidad para querer a los demás, tanto a los hermanos como a veces a la propia familia. No hay que hablar de corazón ennegrecido sino de corazón endurecido. Es inútil fingir amor a los demás sin una operación espiritual por el Espíritu en el corazón, sin un conocimiento profundo de sus almas, sin mirarlos eternamente; mientras tanto el “te quiero” sonará vacío y el abrazo no será afectuoso. Esto es un milagro de amor (2 Co. 12: 14, 15):
1 Tes. 2:9
“Porque recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas, cómo, trabajando de día y de noche. para no ser carga a ninguno de vosotros, os proclamamos el evangelio de Dios”. Ya ves hermano, como Dios prosperó espiritualmente las labores de un hombre que tenía que sostenerse con sus propias manos. Ya lo sabemos que la consagración es más que un tiempo separado (Hch. 18:3-5): Más tiempo para el evangelio, más trabajo, pero no necesariamente más bendición o prosperidad de la iglesia; es la bendición de Dios la decisiva.
1 Tes. 2: 10-12
“Vosotros sois testigos, y también Dios, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes”. Nadie puede dudar por estas palabras que su ministerio no era sólo predicar a Cristo sino vivirlo y en eso insiste porque tiene que hacerlo por causa de sus detractores. Señor si no vivimos lo que predicamos ¿para qué predicamos? ¿De qué estás más solícito, de ganar almas o de vivir a Cristo? ¿No sabes que el propósito del evangelio no es ganar almas sino crear vidas? Se van volviendo firmes en la fe los recién convertidos dentro de una iglesia llena de amor fraternal.
¡Qué sermón tan bonito!
1 Tes. 2:13
“Por esto también nosotros sin cesar damos gracias a Dios de que cuando recibisteis de nosotros la palabra del mensaje de Dios, la aceptasteis no como la palabra de hombres, sino como lo que realmente es, la palabra de Dios, la cual también hace su obra en vosotros los que creéis”. “Los sermones de mi pastor siempre están activos en mi corazón; yo no le escucho por gusto, en cualquier ocasión tengo algo que recordar de ellos que me es útil. Hay veces que pienso que se me olvidan, y no es así, cada semana van incorporando algo que formarán parte de mis experiencias en momentos determinados”. No pienses mezquinamente de las enseñanzas del evangelio. Cuando oigas su sermón no sólo digas “qué bonito” “qué bueno” sino “¿qué ha querido decirme particularmente a mí el Espíritu Santo hoy? ¿Me ha reprendido, me ha exhortado, me ha consolado? He. venido a oír la voz del cielo ¿qué haré para ser salvo?
1 Tes. 2: 13-16
“Pues vosotros, Hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea, porque también vosotros padecisteis los mismos sufrimientos a manos de vuestros propios compatriotas, tal como ellos padecieron a manos de los judíos” Las poblaciones no estaban esperándolos con los brazos abiertos; encontraban oportunidades y problemas, necesidades y oposiciones, el trabajo del Espíritu Santo y la obra del diablo. Obstaculizar la fe de una persona merece un castigo extremo.
1 Tes. 2: 12-19
“Porque ¿quién es nuestra esperanza o gozo o corona de gloria? ¿No lo sois vosotros en la presencia de nuestro Señor Jesús en su venida?”. Os veré cuando Cristo venga y vosotros estaréis allí. Esto se llama pastorear y predicar por la salvación.
1 Tes. 2:16-18
“Ya que queríamos ir a vosotros (al menos yo, Pablo, más de una vez) pero Satanás nos lo ha impedido “ No pensó enseguida que era la voluntad de Dios que no se miraran sino que el diablo lo impedía. Si el propósito de una visita es santo, no es Dios quien se opone. Hay veces que le echamos la culpa a Dios de lo que el diablo hace y otras culpamos al diablo cuando somos nosotros los que lo hicimos. Pablo conocía cuando era el Espíritu el que prohibía, o le parecía bien (Hch.15:28), o se lo impedía (Hch.16:7), o cuando era su enemigo (v.16).
Capítulo 2
Exposición 5
No machaques el honor ganado de un siervo de Dios
1 Tes. 2:1-4
“Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no resultó vana; 2 pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición. 3 Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, 4 sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones”.
Constantemente las epístolas de Pablo nos lo presentan defendiéndose, teniendo que dar explicaciones sobre las calumnias que le echaban encima. Cualquiera hubiera dicho, Pablo se está justificando cuando realmente lo que estaba haciendo era defendiéndose, por bien del evangelio, porque con su prestigio el evangelio vivía o moría. Desacreditándolo a él el efecto del mensaje sería nulo.
Fuera ya de Tesalónica, los enemigos de Dios se apresuran para atacarlo por las espaldas y hasta sus oídos llegaron las infamias que comentaban y urgía que él diera, cuantas explicaciones pudiera. Le acusaban de errores (v.3), “nuestra exhortación no procedió de error”. Negaban categóricamente que sus enseñanzas fueran ciertas, decían que su doctrina estaba equivocada, que la de ellos era la verdadera, y de muchas maneras se esforzaban en encontrar desacuerdo e inconsistencia, con la ley de Dios o con la razón humana, o con lo que decían los otros apóstoles, y eso contra el evangelio que él predicaba. Los más condescendientes decían “está engañado y engaña a otros, cree mentiras y las enseña”. ¿No asustaría esto a los neófitos poniendo en dudas lo que habían recientemente aprendido? ¿No pondría lejos de la iglesia aquellos que podrían salvarse? El daño que hacen los ignorantes cuando acusan a los hombres sabios, de enseñar doctrinas equivocadas y suministran a los inconstantes libros y argumentos para contradecirlas, es funesto. A partir de ese entonces nos oyen con suspicacia, nos atienden con reserva, minan nuestro prestigio como maestro, exégeta, y socavan nuestra autoridad.
Le acusaban de impureza, “ni de impureza”. Aquí las opiniones están partidas. Algunos entienden que le achacaban inmoralidades sexuales como a otros paganos, y otros piensan que se trata de impurezas de motivos, porque según ellos, él con ansias de codicias predicaba, para desposeerlos de sus propiedades. Que era un ambicioso que por intereses personales traía aquellas doctrinas para sacar rápida y segura ventaja de los incautos que las creyeran. ¿Hay algún ataque compartido más vil que éste para romper para siempre cualquier carrera ministerial? ¿Cómo puede uno probar que no es cierta aquella inmoralidad que le han atribuido cuando el castigo físico de esas lenguas venenosas parece que Dios lo deja para el día del juicio? En Tesalónica había muchas mujeres nobles que habían creído y aquello daba pie para que los calumniadores dijeran que se congregaban junto al apóstol no por el mensaje de salvación sino porque compartían con él ritos inmorales.
¿Y qué diremos de los que acusan a los apóstoles de motivos terrenales y de hacer del evangelio un negocio lucrativo, y de que ganamos prosélitos para aprovecharnos del substancioso pan que poseen? La última acusación, de engaño (dóloi), está conectada a las anteriores. A todo eso Pablo afirma que su exhortación (paráklesis) no tuvo ninguno de esos orígenes. Podía haber dicho, “mi evangelización” o “mi predicación” porque les exhortó una y otra vez a abandonar aquellos vicios e idolatría y se convirtieran a Dios.
Pero la defensa de Pablo no consiste sólo en negar simplemente lo que le atribuyen, da razones fuertes para que ellos analicen las difamaciones. Cuando oímos una calumnia o algo injustificable de un ministro no podemos apresurarnos a tomarlo como cierto dándole la razón a quien nos lo cuenta. La razón para actuar con semejante prudencia está basada en el honor ganado por ese siervo de Dios. Un hombre que por años ha sido fiel, cuya conducta no ha tenido jamás alguna mácula y que su trayectoria está acompañada de éxitos innegables, es merecedor que eso le sea tomado en cuenta antes de dar crédito a alguna crítica de su persona. Al contrario, más bien debemos oír con suspicacia al que las hace, ¿por qué? Porque se está oponiéndose al honor ganado en una vida de luchas y combates por Cristo y rara vez es merecedor que se le trate como a un cualquiera, y a veces por personajes desprovistos de cualquier marca de Jesucristo, que no son ni siquiera un séptimacopia al papel carbón de quienes hablan mal. Ahora vayamos al análisis de cómo se defiende un ministro difamado.
La bendición que ha sido para ellos. Pablo dice que su visita a los tesalonicenses no resultó vana (v.1). La idea es que no llegó a ellos con las manos vacías, cuando el poder y la gracia de Dios se manifestaron precisamente en el cambio que se había operado en las vidas de ellos. Un argumento poderoso que tenían para no creer aquellas mentiras era éste: “Pablo ha sido una bendición en mi vida, Dios me ha hablado por medio de él, me ha llamado y me he convertido por su mensaje”.
Cada vez que alguien vaya a criticar a un ministro convénzase bien que lo que dice es cierto porque le puede pasar como a María la hermana de Moisés, serle imputado como un pecado. Hay congregaciones que se olvidan lo mucho que Dios ha usado sus ministros y lo critican tanto que son ellos mismos, sus propios hermanos y hermanas, y no el mundo, los que estrangulan su ministerio.
Cuando oímos que un ángel caído critica a un arcángel santo si lo que dice es grave, rechacémoslo de plano y si son fruslerías de poca monta, cuestiones interpretativas, de palabras, de carácter, no le demos ninguna importancia. Dejemos que el Señor sea el juez del testimonio de sus ministros. Cada tesalonicense podría haber argumentado a favor de Pablo diciendo: “La vida de ese hombre en la mía no ha sido sin provecho”.
La sinceridad y esfuerzo con que desarrolla su ministerio. Pablo dice, “pues habiendo padecido en Filipos, os anunciamos el evangelio de Dios en medio de gran oposición” (v. 2). Podía haberse tomado un descanso, tomarse tiempo para sanarse de sus heridas, las cuales le hicieron en Filipos. Pero su carácter estuvo incólume, su moral alta. Las condiciones en Tesalónica no fueron más favorables que las que halló en Filipos. ¿Puede ser un engañador aprovechado y un impuro, tan arrestado? ¿No hubiera buscado una situación más propicia? Precisamente la valentía suya, el coraje, el arriesgarlo todo a cambio de nada, ¿actúan así los engañadores? ¿Es impuro porque le aman las hermanas de Tesalónica? Para pecar con ellas no tenía que exponer su vida.
La sinceridad y constancia de su ministerio era una razón poderosa para confrontarlas con las calumnias que sufría. Así no actúan los que hacen de la religión un negocio.
La aprobación divina hecha manifiesta. Pero sobre todo ello, hay algo que es más que suficiente para evaluar a un ministro en la mente de aquellos que sinceramente aman a Dios y su obra, la aprobación divina, “según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio”. Si un hombre evidentemente da señales que Dios lo ha aprobado en su trabajo, ¿cómo recibir con ligereza cualquier comentario negativo que de él se escuche? ¿Bendice el Señor a los farsantes? ¿Acompaña con el envío de su Espíritu a instrumentos de impurezas y llena de fuego celestial a corazones codiciosos de ganancias deshonestas? Si Dios aprueba una vida, ¿tienen razón a los que él no les gusta? ¡Qué nos importa hermanos, si no logramos pasar la prueba del tribunal humano si Dios nos aprueba! Si Dios nos ha confiado el evangelio es que tiene razones más altas que los que nos desaprueban por aquí y por allá.
Y por último es bueno que rematemos estos comentarios con una razón general que explica todo lo anterior. Pablo va al grano y nos ha dejado una razón abarcadora que explica por qué lo difamaban tan atrozmente, porque no hablaba para agradarles a ellos. “Así hablamos no para agradar a los hombres, sino a Dios que prueba nuestros corazones”. Eso mismo que está diciendo en esos momentos, no lo dice para agradarles a ellos, no para justificarse ante los ojos de sus enemigos. ¿Qué más da? Si asume toda esa defensa de sí mismo no es para congraciarse con los que lo difamaban, no para que ellos variaran la opinión mezquina que se habían forjado, y hecho que otros tuvieran de él, asume esa actitud de defensa por causa de Dios, para agradarle a él, porque el evangelio que ha predicado y ha sido creído entre los tesalonicenses, cae o se establece con su reputación, porque él ha sido el arquitecto que ha puesto el fundamento.
Ni tampoco su mensaje se ajustó a elogios humanos, adaptando la doctrina a los gustos particulares de las personas de prestigio para sacar algún provecho de ellas o a menos no atraer sobre sí mismo su acalorada oposición, mantuvo su postura que la circuncisión nada era, aunque con ella le viniese la persecución; preferible a no hacer vana la cruz de Cristo. No atribuyó ninguna eficacia espiritual a los ejercicios corporales, ni a las viandas, ni a las sombras de la ley, ni tampoco a genealogías interminables. Esa posición de mal gusto para el mundo, de evangélico radical, permitió que sus escritos se perpetuaran y Dios manifestara su aprobación, preservando su pensamiento y ministerio para la posteridad. Así que no machaques el honor ganado de Pablo, ni de tu pastor.
Exposición 6
1 Tes. 2: 5-8
Defensa de un ministro generoso
“5 Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; 6 ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo. 7 Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios hijos. 8 Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos muy queridos”.
En los versículos anteriores el apóstol no concluye su autodefensa, sino que la continúa un poquito más, haciéndonos pensar con eso que con cuatro palabras no podía batir todas las acusaciones que le hacían, o bien porque la naturaleza de ellas le afectaron profundamente y su corazón se abre, como una cascada, para con emoción dar curso a su queja y defensa. Pablo era sensible a que se le tomara como un impostor, pero si hubo algo más que también le hería en carne blanda fue que lo acusaran de aprovechar su ministerio para mejorías económicas, no honestas, sino deshonestas y mercenarias.
Si algo hace gemir de dolor a un siervo de Dios, como la flecha que se clava en el corazón del ciervo, es que se le acuse de que su apostolado es un pretexto para vivir bien y que su vocación no fue más que la opción de un indolente.
Vayamos al texto. Primeramente veamos que el apóstol es muy sensible a que se le tome como un predicador aprovechado, y una razón que da para rebatir tal acusación es que su lenguaje no fue adulón, “nunca usamos de palabras lisonjeras” porque los que no aman la verdad, ni luchan por ella, ni a la eternidad de las almas, frecuentemente son muy cautelosos en su lenguaje, escogen con cuidado sus palabras y piensan como las tomarán fulano o mengano y es más, dirigen hacia ellos, los grandes poseedores, las más bellas alabanzas humanas, que les regodeen el ego y los muevan a pagar los tales elogios.
En tiempo de Pablo había muchos predicadores adulones que hacían mercado con la religión, y vendían sus sermones para vivir a costa de ellos. Pero él no quería ser uno de esos. Podía trabajar con sus propias manos en alguna otra cosa, vivir con menos sobresaltos y no obligar su conciencia a mentir hipócritamente a los hombres para vaciar sus bolsillos.
La otra razón es una petición, a la iglesia, que acuda a la información que tiene de él, para que compruebe que no ha enmascarado avaricia ni en su trato ni en sus sermones, “encubrimos” es “prophásei”. Quiere decir tejer enfrente, teniendo la idea de un antifaz, una máscara. Lo que el apóstol quiere decirnos es que no enmascaró, ni detrás de su conducta o discursos, ninguna segunda intención de esquilmarlos.
“Codicia” es “pleonexías” que es simplemente “ansias o apetitos de poseer más y más” Hay un derecho de compensación material que el apóstol tiene por sus servicios espirituales, del cual él no se avergüenza. Ese derecho lo menciona con la afirmación que “podíamos seros carga como apóstoles de Cristo”. Pero aquí no habla de eso, la palabra que utiliza es codicia. La iglesia estaba en posesión de suficientes evidencias para juzgar que no era un codicioso, él había vivido entre y con ellos; oportunidades no le habían faltado para aprovecharlas, sin embargo no podían por la conducta de él en aquellos días, sacar en limpio alguna acusación que su apostolado era para mercadeo.
La iglesia no debe permitir que ultrajen al siervo de Dios cuando ella tiene evidencias que él no la atiende por el dinero que se le paga. Y por esa regla puede aprender a identificar a los predicadores genuinos y a los impostores.
Así y todo, si los hermanos dieran crédito a sus detractores más que a sus palabras, invoca a Dios como testigo, porque en última instancia es sólo él el juez de nuestros móviles y acciones. El versículo 6 es interesante y hay dos opciones para interpretarlo, cuando dice que ni “buscamos gloria de los hombres, ni de vosotros, ni de otros”, puede referirse como un pensamiento rezagado de la idea de no lisonjear ni agradar a los hombres que con anterioridad ha mencionado o, como quiero pensar, relaciona esas palabras con las subsiguientes que tratan sobre el sostén del ministro como una responsabilidad ordenada por el Señor, para la iglesia de Dios, “aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo”.
Probablemente algunos hermanos fueron generosos con él y le ayudaron con algún sustento, lo que dio alguna base para ser denigrado injustamente, pero la iglesia como un todo no lo ayudó y ella no resultó cargada con su mantenimiento. El mantenimiento de los misioneros y los ministros del evangelio es una carga, un peso para la iglesia que Dios le ha puesto y que ella tiene que asumir sin protestas ni mortificaciones mezquinas. Lo menos espléndidos tienen que ver eso como una carga del Señor y no procurar deshacerse de ella o reducirla a un nivel casi que de vergüenza.
La iglesia está obligada, por prescripción del Señor, a llevar consigo en su andar esa carga, que no tiene que ser mirada ni sentida como algo insoportable sino como un deleite alegre, no concedido a todas, de cooperar por ese medio con la verdad.
Pero tampoco concederle el privilegio de sostén a obreros no dignos. Por otro lado, el sostenimiento del ministro es algo en que la iglesia puede gloriarse y él mismo también. Muy lejos de ser una vergüenza para el ministro que la iglesia cubra los gastos de sus necesidades y los de su familia, tiene que ser un motivo de gloria porque no todos los ministros tienen ese privilegio ni todas las iglesias tampoco, porque no han crecido suficientemente como para lograr compensarse a sí mismas, ni tampoco, algunas, han desarrollado esa gracia generosa como para ocuparse de sus siervos completamente.
¿No hay iglesias que si se glorían en algo, lo hacen en pagarles a sus siervos bien poco, casi menos que a cualquiera o nada? ¿No hay rebaños mezquinos o de extracción pobre que les parece una enormidad cualquier aumento que se haga en el salario pastoral? Es mi oración a Dios que él alivie a esos siervos fieles que no codician el dinero bien guardado con ambas manos que la iglesia posee en sus tesoros, haciéndoles ver a ellas el crimen de amontonar riquezas por medio de un ministerio celestial sin compensación material para el instrumento escogido para tenerlas.
¿Podrá agradar al Señor que una iglesia haga pasar dolores de pecho a su siervo entretanto ella recauda con codicia para otras cosas, más y más? ¿Es justo que el ministro del Señor se vuelva a otros, v. 6, que no son cristianos, para sostenerse de aquel lado que la iglesia no lo protege? A mi entender en los versículos 7,8 continúa atendiendo candentemente el tema del sostén ministerial y el ser “tierno” entre ellos habrá que entenderlo con la actitud que él asumió, el trato que para ellos tuvo en relación con esta materia. En ese caso, la palabra carga del versículo anterior, el 6, como dicen algunos intérpretes, entre ellos Calvino, tiene que ver con “autoridad” apostólica. La idea sería, que siendo él lo que era, un gran apóstol, no utilizó ni su derecho ni su autoridad para exigir que se le diese aquello que el Señor había ordenado.
Esa parece que era la actitud económica agresiva de muchos predicadores ambulantes de sus días, práctica que él condena y que quiere que se le separe. Juzgad sus palabras en 2 Co.11:18-21. Y aunque parezca extraño había congregaciones cristianas, o al menos grupos de gentes, que preferían a un lobo de esa especie a un refinado y espiritual, pero honesto y desinteresado apóstol.
La imagen de la nodriza es bella. La palabra “trofós” indica a una que alimenta su niño. Pablo alega que estuvo entre ellos del mismo modo, nutriéndolos con el evangelio, alimentándolos con cariño y cuidado, sin esperar nada absolutamente de los niños en Cristo que ellos eran. ¿Quién conoce de alguna madre, que espere recompensa de niños de pechos que amamanta? Lo contrario de los que le acusaban, no desprendía él nada de ellos, pero de sí mismo sí, para dárselos, de lo suyo, de lo que le pertenecía.
Realmente que era Pablo muy afectuoso, él mismo califica sus sentimientos por ellos de “grande”, que más bien significan profundos, y a ellos de “muy queridos”. Su amor por aquellos hermanos, juzga él, es tan grande que les hubiera entregado no sólo sermones o gastado su dinero, sino también su misma alma. ¿No tendrían, sus enemigos, que dejar caer sus rostros avergonzados?
¿Podrían ellos amar como él? ¿Podrían ellos, amar la iglesia como él la había amado? No sé si los tesalonicenses y sus amigos detractores llegaron alguna vez a descubrir o entender tanto amor; pero en ese momento, teniendo él que decirlo por sí mismo, indica que aún no se daban de ello cuenta.
Dios nos capacite así con su gracia para amar a nuestros hermanos de modo tan hondo, sean ellos como sean y páguennos como nos paguen, y la iglesia, también por la gracia, vea, detrás de un carácter quizás hosco o una exigencia doctrinal y ética soberbia e insuperable, cuanto su anciano le ama.
Exposición 7
Enseñando cosas gloriosas
1 Tes. 2: 9-12
“9 Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios. 10 Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes; 11 así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros, 12 y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y gloria”.
Hace algunos días hablamos del dilema que Pablo enfrentaba con los que le acusaban de sospechosamente ser predicador del evangelio por beneficio propio. Dijimos que esta fue una fibra muy sensible en el corazón apostólico la que tocaron y que él con longitud dedica espacio en su epístola a defenderse.
Indudablemente que acusarle de ese modo era una injusticia, habiendo él trabajado arduamente cuando estuvo entre ellos. Se suponía que lo recordaran. Pablo les invita a que lo recuerden, “os acordáis” (v. 9). Eso quiere decir que ellos con sus propios ojos lo vieron trabajar, fueron, quizás adonde él estaba, llegaban de día y trabajando se hallaba, lo visitaban de noche y aún trabajaba.
Uno se pregunta, ¿haría falta defenderse como lo hace cuando ellos habían visto algo opuesto a lo que le acusaban? ¿No era suficiente el testimonioque él había cultivado, suficiente poderoso para hacer frente a esas habladurías? No, parece que no.
Hay una razón entonces, que el corazón humano es propenso a recibir con facilidad la calumniacomo se recibe con prontitud cualquier otro pecado. Hay una inclinación natural de credulidad hacia la difamación y los hermanos pueden olvidar con facilidad un gran testimonio, ganado con mucho sudor, para aceptar una crítica ligeramente levantada y sin ningún fundamento.
La defensa de Pablo se hace más profunda no limitándose tan sólo a recordarles sus méritos laborales y que por ellos nada les pidió y nada le faltó. Va más allá y les recuerda su impecable testimonio como cristiano, “vosotros sois testigos y Dios también de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes” (v.10).
¿No es una arrogancia hablar de ese modo de uno mismo? ¿no es una falta de humildad hacerlo? Sí, hermanos, generalmente lo es si uno no está obligado a hacerlo. Pablo se vio forzado a defender su testimonio él mismo, su ministerio, porque los hermanos tenían los ojos tan encandilados por los comentarios en su contra y la iglesia los estaba creyendo, que no tuvo otra alternativa.
Es una pena oírlo decir esas cosas, que los cuidó como si él fuera una nodriza, o un padre (v.11), que vivió entre ellos una vida santa, justa e irreprensible. Debieran bajar las cabezas apenados y confundidos por tener que oír tales cosas.
Hay hermanos que hablan de ellos mismos con mucha facilidad, ofrecen sus testimonios gratuitamente y uno no sabe bien si lo hacen por edificación de los otros o por lucirse. Lo hacen con tanta frecuencia y con tanto gusto, sin que nada peligre en ellos, ni haga falta para confirmar a alguno, que no queda más remedio que pensar que están vanagloriándose de lo que son y hacen mal en colocarse frecuentemente como ejemplos o paradigmas.
Pero Pablo no, está obligado a ello, como nuestro propio Señor un día tuvo que hacerlo cuando aquellos enemigos fariseos cerraban sus ojos para no ver sus buenas obras (Jn.5:31; 8:13,14).
Derivado de ello aprendemos que cada hermano debe ser capaz de juzgarse a sí mismo con justo juicio y tener una vida cristiana tan hermosa e indiscutible que pueda echar mano de ella si la ocasión lo obliga a hacerlo. Uno debe ir valorando su propia vida según esta pasa, pesando sus hechos y palabras de acuerdo a la voluntad divina, preguntándose en qué emplea sus días, como los gasta y hacia qué fin se dirige. La vida no nos permite dar vuelta atrás y volver adonde estuvimos, es un andar hacia adelante, hacia adentro, hacia afuera. Esto, posiblemente nos guarde para ser sabios y no gastar nuestras horas inútilmente en fruslerías.
No es que uno esté admirado de su propia vida ni que la viva para que otros la admiren, no se trata de eso, se trata de enjuiciarnos para hacer un valioso uso de lo que gastamos y no podemos reponer.
No es que uno se dé el veredicto de absolución que corresponde al juicio final, ni que calcule por adelantado cuanta alabanza tendrá del Señor por el ejercicio de sus dones. Uno mismo no puede juzgarse para absolverse o condenarse (1 Co. 4: 3-5). Se trata de tener un concepto real de nuestras vidas basado en nuestros hechos y nuestros sentimientos.
Pablo nunca quería hablar de él mismo, pero a veces se veía obligado a hacerlo y un día cuando le hizo falta, tenía una vida hecha en conformidad con el gran modelo del evangelio, de modo que ella defendía por sí misma su ministerio. Así, pues, tengamos lista una vida hermosa, para si la ocasión lo requiere, echar mano de ella y avergonzar a los que sin fundamento pervierten nuestra reputación.
Concerniente al trabajo secular del apóstol, mencionado en el v. 9, “porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; como trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio”. Debemos explicarlo del modo siguiente. Pablo en otros lugares, lo mismo que Jesús, enseñó que los predicadores vivan del evangelio (1 Co. 9:14). Pero, ¿cómo aplicar ese principio de una iglesia formada y educada donde él acaba de llegar? Allí no había iglesia, no había educación espiritual. Simplemente ellos habían creído y aún no sabían que estaban obligados a sostener la obra misionera. No es que fueran malos cristianos sino que aún no estaban instruidos. Pablo no había tenido tiempo de hacerlo. Eran muchas las cosas que tenían que aprender y debían recibirlas por grado. Las principales, las que tenían que ver con la salvación, ya las sabían.
El sostén misionero por parte de la iglesia debe ser el fruto de un desarrollo de conciencia, algo para ir aprendiéndolo poco a poco. Hay tantas calumnias contra los ministros del evangelio, que, si a un recién convertido inmediatamente se le pide que de sus diezmos, puede que piense que los escarnecedores llevan razón. Las doctrinas de la salvación deben primero echar sus raíces. Pablo no podía ni pedir ni aceptar algo de aquellos hermanos y el tiempo demostró que hizo bien en trabajar en alguna otra cosa. No había tampoco una “Junta Foránea de Misiones Extranjeras” que recogiendo sostén de otras iglesias establecidas enviase dinero a ultramar para ayudar al apóstol. No, él era el responsable de costearse económicamente su manutención, su vivienda y necesidades personales. Por eso tenía que trabajar de noche y de día con fatiga.
El último argumento que emplea Pablo en su defensa muestra el tema y la insistencia de sus sermones (v.11, 12), “exhortábamos y consolábamos a cada uno de vosotros”. El énfasis de sus sermones era espiritual. Hay tres cosas que lo demuestran, una: Exhortaba, a dejar la vida pecaminosa y volverse a Dios y cuando alguno lloraba sus propios pecados, entonces él lo consolaba. Cuando ya andaban en santidad les encargaba que siempre lo hicieran como es digno de Dios. No desacreditando con sus acciones nada que pusiera en tela de juicio su precioso Nombre.
¿No es eso una gran credencial de apostolado y dignidad ministerial poder, después de largos años, volvernos y decir que el tema central de nuestros sermones siempre fue la salvación de las almas y la expresión de nuestros sentimientos que los que habían creído vivieran vidas ejemplares?
De lo que trata un ministro en sus sermones revela lo que para él es más importante, si vaciar de los hombres los bolsillos o de sus corazones los pecados. ¿Podremos al final volvernos sobre nuestra historia y comprobar que lo que hemos predicado a través de los años ha sido lo más importante y que lo que más hemos anhelado es ver almas fuera de la condenación y viviendo con dignidad?
Por eso estimo que nuestra pregunta semanal, al preparar nuestros sermones no debe ser, ¿qué es lo que más a la iglesia le gustaría oír?, sino, ¿qué es lo más importante para que ella oiga?
Exposición 8
Si impides que alguien sea cristiano, tírate al mar
1 Tes. 2: 13-16
“13 Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes. 14 Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las mismas cosas que ellas padecieron de los judíos, 15 los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, 16 impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo”.
De los recuerdos que el apóstol trae a su memoria, quizás el más bello ha sido la recepción que tuvo su predicación, “no como palabra de hombres, sino según es verdad, la palabra de Dios (v. 13). El apóstol les había recordado su conducta entre ellos, que había sido santa, justa, irreprensiblemente” “como el padre a sus hijos exhortábamos y consolábamos y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios” (vv. 10-12). Pero ahora piensa que aquellas exhortaciones y consolaciones espirituales fueron tomadas como palabra de Dios. Los tesalonicenses no las recibieron como las opiniones, criterios o la filosofía de Pablo, sino como mensajes del Señor. Como algo que Dios le había revelado a él, y cuando así se recibe la palabra se vuelve tremendamente eficaz e inmediatamente actúa, “energeítai”. La misma palabra de donde conocemos la nuestra “energía”, la energía divina o poder divino.
Fíjate cuán importante es eso de como uno reciba un estudio, una exposición, un sermón. El beneficio dependerá de cómo se tenga, si como algo que Dios nos dice o los meros mensajes, estudios, conferencias del pastor o del maestro. Los tesalonicenses pensaban que estaban oyendo al Señor mismo y aquello que oyeron, actuó poderosamente en ellos.
Hay un elemento importante que estuvo presente en ellos cuando oyeron la predicación, la fe. Pablo no dice que actúa en vosotros “los incrédulos”, sino en vosotros los creyentes. Si la fe no hubiera acompañado aquel oír, la palabra no hubiera sido nada eficaz, no hubiera sido una bendición. Cuando aún los mismos creyentes dejan de tomar lo que oyen con la seriedad y reverencia, con el temor, de que lo que escuchan es de Dios, lo que oyen empieza en ellos a disminuirle su provecho y a favorecerse poco en los cultos.
Tenemos que recordar que la fe no es un milagro sólo de la palabra de Dios, sino del Espíritu por medio de ella. Pablo reconoce ese hecho con un profundo sentimiento de agradecimiento al Señor dando gracias sin cesar porque tal cosa ocurrió cuando él les predicó. ¡Cuánto oramos para que con frecuencia en nuestros cultos eso pase!
Los judíos estaban notando eso, que los gentiles al oír la predicación la estaban recibiendo como la palabra de Dios y se estaban salvando (v. 16), y trataban de hacer lo posible para que ellos no oyeran, “impidiéndonos”, dice él. Esa es la actuación del demonio, sobre todo cuando ve que los pecadores oyen la predicación con fe y empiezan a salvarse. Trata con todos sus esfuerzos de evitarlo. Ese es un pecado que puede ser calificado de enorme, Pablo dice que colman la medida. La palabra es “anaplerosai” literalmente significa “llenar del todo”.
El pecado es grande porque no sólo ellos rehúsan ser salvos, sino que uniéndose al diablo despliegan una malicia más profunda intentando que otros tampoco lo sean, sirviéndoles de estorbo y trabajando a favor de los intereses del príncipe de las tinieblas. Intencionalmente separar a alguien de los misioneros, deliberadamente apartarlo de los pastores y hacer algo para impulsarlo fuera de la iglesia es un pecado que el apóstol nos revela que provoca la ira de Dios “hasta el extremo”.
Piensa en algunos pecados tales como mentiras, robo, maldecir, fornicar, idolatría. Todos ellos provocan la ira de Dios, todos el Señor los castiga. Pero impedir que alguien sea salvo, trabajar para defraudarlo, desalentarlo, intimidarlo, es un pecado que hace subir la ira de Dios hasta su punto máximo. No importa si inmediatamente no se nota la ira divina, si los días pasan en silencio sin que nada ocurra, si en apariencia ellos tienen éxito en estorbar la salvación de algunos; se está acumulando y cuando ella se derrame dejará a todos espantados, y más terrible será en el otro mundo. Jesús dijo que quien haga caer a uno de los suyos mejor le fuera que se atara al cuello una piedra y se tirara al mar (Mt. 18: 6).
Pablo dice que la ira sobre ellos ya “vino”. Y fue terrible. Pablo presenció los acontecimientos que circundaron la vida de muchos de aquellos judíos y fue algo terrible. Identificó enseguida la ira de Dios sobre lo que les pasó, una ira que juzgó que iba hasta el extremo o límite. Este tipo de pecados es tan malo que Dios no puede soportarlo por mucho tiempo. ¿Epidemia? ¿Accidente? ¿Guerra?
Quiero mis hermanos, por si a alguno el diablo está obstaculizando para que no sea salvo, mencionar dos cosas que el apóstol quiere que sepan, “no agradan a Dios y se oponen a todos los hombres” (v. 15).
Aquellos judíos pensaban que estaban haciendo la voluntad de Dios, creían estar agradando a Dios con separar a los hombres del mensaje apostólico. Pablo mismo, antes de ser cristiano es un ejemplo de eso, por celo hacia Dios y la religión judía confiesa que fue perseguidor de la iglesia (Fil. 3:6); también consideraba “su deber hacer muchas cosas contra el nombre de Jesús de Nazaret” (Hch. 26:9).
El supremo deber de todo hombre es hacer las cosas de modo que agraden a Dios y actuar en forma que le glorifiquen. Puede que ellos afirmaran que agradaban a Dios haciendo eso, quizás lo pensaban honestamente, pero estaban equivocados. No había tal cosa, el apóstol nos dice que no lo agradaban, al contrario, lo estaban desagradando mucho. Cualquier cosa que otro haga que te reduzca a juzgar las predicaciones como palabra de hombres y no de Dios, que te ponga una piedra de tropiezo, que estorbe tu salvación o tu crecimiento espiritual por medio de la palabra, eso no agrada a Dios y es además muy dañina a tu propia persona. Si algunos intereses tuyos son dañados, el de tu salvación es el más. No te hacen ningún bien, “se oponen a todos los hombres” dice el texto. No solamente a los cristianos sino a los paganos y a los judíos, a todas las naciones. Se opone a ti mismo. No sólo a Dios sino a ti.
También el pasaje nos habla de la inconsecuente conducta de estos enemigos de la salvación. Pensaban agradar a Dios, hacerle un favor a la religión y sin embargo matan al Señor Jesús, a los profetas y desprecian a los siervos de Dios. ¿Cómo podrían amar a Dios matando a Jesús, su Hijo Unigénito, a sus profetas, sus voceros del Antiguo Testamento, y a sus apóstoles, sus mensajeros del Nuevo? Pablo fue expulsado del Sanedrín primero y luego perseguido y golpeado por todo el mundo. ¿Cómo puede alguien amar a Dios, amar la religión, la iglesia y despreciar al siervo suyo? ¿Cómo se puede amar a Dios y no amar a su mensajero? Es una conducta extraña, farisaica, anormal e inconsecuente. El propósito con que Pablo se los dice es indudablemente para alentarlos sabiendo que aunque padezcan de los de su propia nación toda suerte de injurias y malos tratos, lo mismo le ha pasado al resto de las iglesias, incluyendo las judías, que se podría suponer que por ser las pioneras, por estar ellos, los otros judíos, bien informados de los privilegios que tenían, no pasarían calamidades (v. 14).
Exposición 9
No dejes que el diablo corte los caminos y puentes que llevan al pastor
1 Tes. 2: 17-19
“17 Pero nosotros, hermanos, separados de vosotros por un poco de tiempo, de vista pero no de corazón, tanto más procuramos con mucho deseo ver vuestro rostro; 18 por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó. 19 Porque, ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? 20 Vosotros sois nuestra gloria y gozo”.
Hay una explicación que el apóstol considera necesaria hacer, el por qué no había regresado a Tesalónica. Realmente hermanos, el ministerio de Pablo era muy difícil, no ya por la oposición externa de parte de los enemigos del evangelio sino aún por los problemas que las propias iglesias que él formaba luego le causaban. Particularmente me he bendecido mucho al acercarme a su santo ministerio, es como hacerlo a una catarata cuya cascada ensordece, como acercarse a un frente de batalla o como subir el pico del Sinaí entre relámpagos, truenos y movimientos telúricos. Su carrera ministerial era algo impresionante, sublime y casi espantosa.
Aquí lo hallamos de nuevo, dando explicaciones de sus actuaciones, no ante el Foro, no ante Agripa, no por haber apelado a César, sino a su amada iglesia. No porque los hermanos fuesen malos contra él a propósito, ni porque ellos quisieran hacerlo sufrir, sino porque Satanás, envidioso y malvado, como gran opositor de la iglesia, lo atacaba continuamente haciéndoles pensar que él se había olvidado de ellos y que los amó cuando les entregó el evangelio, pero que habiéndose ido, ya aquellos sentimientos desaparecieron y la imagen de ellos borrada de su corazón. Tiene el apóstol que explicarles todo eso.
Primeramente, notemos como Satanás trabaja para destruir la iglesia. Hay una palabra que expresa su endiablada actuación, separación. Trabajaba por todos los medios para que Pablo no regresara a Tesalónica, “quisimos ir una y otra vez, pero Satanás nos estorbó” (v. 18). Eso es lo primero que el diablo hace cuando planea la destrucción de una congregación, provocar una separación entre ella y su pastor, cortar las comunicaciones entre ambos. Es exactamente lo que significa la palabra “enékopsen” que se traduce “estorbó” La palabra sugiere una metáfora militar de cortar un camino de acceso a algún sitio, destruyendo los puentes, etc. Satanás está en guerra contra la iglesia y ella contra él, no puede haber paz entre los dos. El hace sus planes, sus maquinaciones, y uno de ellos es tronchar la relación entre el ministro y su ejército. Tiene que hacer saltar los puentes, romper los vínculos existentes. Fíjate que Pablo procuró acercarse a ellos una y otra vez y por una razón u otra no lograba llegar hasta ellos. Nunca los hermanos, deben olvidar que necesitan del ministro por su ministerio de la palabra y que en la iglesia probablemente la cosa más importante es la relación con el siervo de Dios.
Hay hermanos que piensan que la relación con la propia iglesia es suficiente y que pueden estar enojados y casi ignorar al pastor. Eso es un error. Los caminos de acceso al pastor son mucho más importantes que al mejor hermano de la congregación, a pesar de todas las bendiciones que se reciban de esa hermosa vida. Si el diablo destruye esos caminos por donde el siervo de Dios y su pueblo se comunican, el resto le será muy fácil, porque la iglesia habrá quedado huérfana. Eso es lo que significa separación , “aporphanisthéntes”, quedarse sin un familiar querido, la nodriza o el padre, en una situación desolada (v. 17). Si todos los caminos llevaban a Roma, todos los de la iglesia deben llevar al pastor.
Pero Pablo va más allá de explicarles teológicamente por qué no había podido ir a ellos y que desea ardientemente volver a ver aquellas caras amadas y entonces les declara que tiene una expectación eterna con ellos (v. 19), eso es primeramente lo que me parece que quiere decirles con la pregunta ¿cuál es nuestra esperanza o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros delante de nuestro Señor Jesucristo en su venida? (v. 19). Ellos habían constatado que para él las cosas más preciosas no eran las temporales sino las eternas, no eran las materiales sino las espirituales y que si él lo que está esperando es un premio no de ellos sino por ellos en la venida de Cristo, ¿cómo podrán pensar que no les ama? Forman parte de su esperanza. Pero tiene depositado en ellos mucho más, su gozo, su corona, su gloria. Generalmente la gente que se queja de que otros no le aman se debe no sólo al egoísmo de ellas sino a un hondo sentimiento de inferioridad. No pueden alcanzar aún la seguridad de que los otros puedan amarlos por ser ellos tan poco, y sus primeras emociones es sentirse menospreciados, ignorados, olvidados, abandonados. Y eso luego produce ira que puede manifestarse por medio de cólera o actitudes agresivas.
Si uno logra mostrarles el valor que tienen para nosotros, enseguida se darán cuenta lo mucho que les amamos. Eso es lo que Pablo hace, que ellos comprendan que tienen para él un valor eterno. Que son su gozo, su corona, el motivo de su gloria. Quizás hermanos, si queremos ayudar a los demás con nuestro amor una de las primeras cosas que tengamos que decirles es cuánto valen para nosotros; porque cuando se sientan tan altamente valorados comprobarán que les queremos aunque estemos ausentes. Que el diablo no derrumbe los valiosos e históricos puentes y carreteras que conducen al pastor, y por donde cruzan las bendiciones que Dios te envía.
Notas
Capítulo 3
1 Tes. 3: 1-5
“Por eso también yo, cuando ya no pude soportar más, envié para informarme de vuestra fe, por temor a que el tentador os hubiera tentado y que nuestro trabajo resultara en vano”. Llega a un punto en que su preocupación es muy grande ¿por qué? No porque pierdan la vida sino porque pierdan la fe. No se nota sentimiento de lástima por lo que les pasa. Señor sé con nuestra fe. Nota que un par de palabras pueden decirse para facilitar el ministerio de un consiervo (v. 2). Esto no parece una profecía (v. 4), sino una verdad producto de la experiencia, una consecuencia de la naturaleza celestial del evangelio y la reacción diabólica. Quiere decir que no he gastado mis días por gusto (v.5).
1 Tes. 3:7, 8
“Porque ahora sí que vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor”. Lo único que no se puede perder es la fe. Todo va bien hermano y conforme a los deseos de nuestro Padre si no renunciamos a creer lo que hemos creído y a vivir como hemos vivido.
1 Tes. 3: 10
“Según oramos intensamente de noche y de día que podamos ver vuestro rostro y que completemos lo que falta a vuestra fe”. ¿Qué pudiera faltarle a la fe que el piensa llevárselo? Conocimientos. Quizás tenían muchas preguntas que hacer, todas que aclarar, ver más claro el propósito de Dios, las situaciones y hacia donde los conducías todo ello (He. 10: 22). Necesitaban explicaciones espirituales (vv. 11; 2: 18). Recordemos que están tiernos y recién formados.
Capítulo 3
Exposición 10
Protejamos las recomendaciones del siervo de Dios
1 Tes. 3:1-5
“Por lo cual, no pudiendo soportarlo más, acordamos quedarnos solos en Atenas,2 y enviamos a Timoteo nuestro hermano, servidor de Dios y colaborador nuestro en el evangelio de Cristo, para confirmaros y exhortaros respecto a vuestra fe, 3 a fin de que nadie se inquiete por estas tribulaciones; porque vosotros mismos sabéis que para esto estamos puestos. 4 Porque también estando con vosotros, os predecíamos que íbamos a pasar tribulaciones, como ha acontecido y sabéis. 5 Por lo cual también yo, no pudiendo soportar más, envié para informarme de vuestra fe, no sea que os hubiese tentado el tentador, y que nuestro trabajo resultase en vano”.
Pablo, queriendo magnánimamente demostrarles cuanto les ama y que no les ha olvidado, les abre su corazón pidiéndoles que entren y vean cuales eran sus sentimientos hacia ellos desde el primer momento que los dejó. No deja de asombrar a los hermanos en general el estado mental del Apóstol; por dos veces confiesa que llegó a un punto en su estado anímico que exclama no pudiendo soportar más (v. 1,5). Eso es un estado profundo de desasosiego, intranquilidad espiritual, preocupación por la obra de Dios. ¿No es esto una prueba de su amor por ellos? ¿No prueba que les ama cuando, ni aún su poderosa fe lo mantiene ecuánime? ¿No les envía con estas palabras como una foto suya, la de un apóstol nervioso y angustiado?
Los grandes cristianos, los que viven por la fe, no son estoicos insensibles, también lloran, se agitan sin poder dormir en sus camas ni lograr apartar de sus mentes miles de pensamientos trágicos. La preocupación principal del apóstol es ministerial y soteriológica. Dice, “envié para informarme de vuestra fe no sea que os hubiese tentado el tentador y nuestro trabajo resultase en vano” (v. 5). Es ministerial porque sí le preocupa, por la honra de su ministerio y porque es su trabajo. No es un ministro que no le preocupa si cosecha frutos no, si lo que hace se malogra o se salva. Sí le preocupa que sus esfuerzos se pierdan, porque aprecia y valora su trabajo. ¿Es acaso excesivo el celo y la angustia que mostramos cuando se pone en peligro no el trabajo ajeno sino nuestro trabajo?
Siempre nuestra relación con la iglesia del Señor tiene una perspectiva escatológica, futura, mucho de nuestra recompensa dependerá de que lo que hemos hecho alcance a la eternidad. ¿No habría preocupación si hay riesgo de que eso desaparezca? ¿Nos dejaremos quitar la corona quedándonos tranquilos?
Específicamente en aquella hora, de los dones de Dios, la fe, es lo que más le preocupa. Cuando se está pasando una tribulación la fe es indispensable. Y porque todo el ataque del diablo se lanza contra la fe. Eso es lo que él sabe, eso es lo que él ve, “no sea que os hubiese tentado el tentador”, para desbaratar la vida cristiana de ellos, para que retrocediesen, para que negaran a Cristo. Siempre el diablo sueña en el infierno que aquellos sobre los cuales una vez tuvo dominio regresen algún día a su condenación y verlos de vuelta a su lado. Su método es hacernos dudar de las promesas de Dios, de que se halla a nuestro lado en esos momentos difíciles o de que lo que nos pasa forme parte de algún plan suyo.
Eso es lo que casi nunca se piensa y es de las cosas que tenemos que tener inmediatamente presente; que la providencia se halla gobernando la tribulación, que los acontecimientos que nos han sobrevenido, si no han sido el resultado de nuestros pecados, no han llegado por azar y que de pronto nos hemos metido en un torbellino sin sentido, cruel y ciego.
No se trata de filosofar sobre las circunstancias ni procurar abandonarlas rápidamente de cualquier manera, sino ejercitar la fe en esos momentos. Y aún más, pensar como el apóstol lo enseñó, que la tribulación es indispensable, que es necesario que bebamos esa copa, que no podemos pasar sin que traguemos ese trago. Él dice, “para eso estamos puestos”.
Es lo contrario de lo que la mayoría piensa, que no debía pasarle lo que le ha pasado, que no es justo eso. Puede que socialmente sea injusto, porque una persecución anticristiana es inexcusable, pero es necesario según el propósito de gloria de Dios. Es tan necesario el sufrimiento a nuestras vidas que el apóstol lo había profetizado, “os predecíamos que íbamos a pasar tribulaciones” (v. 4). Si estaba ya decretado, si era parte de la Escritura, el aviso tenía como objetivo prepararse espiritualmente para cuando llegara y entonces enfrentarlo con fe porque en tales circunstancias es cuando satanás aprovecha para acercarse a nuestros oídos y sugerirnos que seamos desleales a Dios calumniando su propósito. Si Dios es tan bueno, ¿por qué te ocurre eso? ¿Dónde está Dios ahora?
El apóstol conoce que han llegado esos momentos para ellos y entonces les envía un auxilio apropiado, a Timoteo (v. 2). Cuando la tribulación empieza es el ministro de Dios a quien debemos más procurar tener cerca, es él quien no debe faltar a nuestro lado porque es él la persona adecuada para fortalecer nuestra fe. Con ese propósito específico es que Pablo envía a Timoteo, si bien para consolarlos, pero sobre todo, para “confirmaros y exhortaros”. Cuando nuestra fe está siendo sacudida por el demonio es cuando más cerca debemos hallarnos de los sermones y de los consejos del ministro. Y es cuando más satanás procede a alejarnos.
Timoteo fue allí con una misión, fortalecer la fe de ellos para que resistieran la persecución y si fuera demandado por Dios, al precio de sus vidas. Ese es el objetivo de un ministro cuando padecemos, ayudarnos a ser fieles hasta la muerte, a entregar nuestras vidas en las doctrinas que hemos aceptado y por las cuales hemos vivido. El deseo de Pablo al llamar a Timoteo un siervo de Dios y colaborador nuestro en el evangelio de Cristo tiene la intención que no se le tome como a un cualquiera y se le menosprecie en sus intenciones recibiéndosele como uno de inferior categoría, sino como un gran hermano, un fiel pastor y un gran colaborador de Pablo y a su vez un real substituto suyo, ya que como hemos visto, estuvo impedido de acudir. Es saludable, si no queremos quedarnos aislados en nuestros problemas y víctimas de las fuerzas del infierno, que protejamos en nuestros corazones la buena imagen y las excelentes recomendaciones del siervo de Dios.
Exposición 11
Nadie ama los sermones si no ama a quien los predica
1 Tes. 3: 6-10
“6 Pero cuando Timoteo volvió de vosotros a nosotros, y nos dio buenas noticias de vuestra fe y amor, y que siempre nos recordáis con cariño, deseando vernos, como también nosotros a vosotros, 7 por ello, hermanos, en medio de toda nuestra necesidad y aflicción fuimos consolados de vosotros por medio de vuestra fe; 8 porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor. 9 Por lo cual, ¿qué acción de gracias podremos dar a Dios por vosotros, por todo el gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de nuestro Dios, 10 orando de noche y de día con gran insistencia, para que veamos vuestro rostro, y completemos lo que falte a vuestra fe”.
Lo que ahora sigue corresponde al efecto que produjo en el corazón del apóstol las buenas noticias entregadas por Timoteo. El apóstol quedó sinceramente aliviado con el informe que le trajeron y la razón que da es doble:
(1) Porque la fe de ellos está intacta, “buenas noticias de vuestra fe” (v. 6). Timoteo le dijo que había observado que la fe de los hermanos era segura, no había apostasías, todos continuaban firmes en las promesas de Dios, seguían en la profesión de Cristo, confiaban en su providencia y se refugiaban debajo de sus manos. Para Pablo esta fue la razón principal de su consuelo y es a la que le dedica mayor espacio. En los vv. 7-9 es eso lo que desarrolla; su profundo consuelo y gozo porque no habían retrocedido.
Aquí hallamos lo que es verdaderamente importante para un ministro del evangelio, la fe de sus hermanos; la permanencia en la gracia y en la salvación de los que cuida es vital para él, el mismo motivo de vivir (v. 8), “porque ahora vivimos si vosotros estáis firmes en el Señor” ¿Con ese grado de dedicación cuidamos la iglesia? Un pastor así de motivado no es un simple empleado de la congregación, su ocupación no es un mero trabajo o una profesión. Su trabajo, su profesión, su empleo es su propia vida. Está entregado en sangre y alma a lo que predica.
¿Aconsejaríamos a un ministro amigo a que no se preocupe de ese modo porque su salud podría quebrantársele? ¿No debiera dominarse y usar la propia fe que encomia en la salvación de otros, en sí mismo, para no sufrir tanto en su ministerio? Tener tanta preocupación así, ¿no es una inconsecuencia en quien afirma creer en las doctrinas de la predestinación eterna y la perseverancia de los santos? Probablemente sí hermanos; pero si la fe fuera tan dominante en las relaciones ministeriales del siervo de Dios posiblemente la longitud de su vida sería mayor y su felicidad terrenal más abundante; pero quizás su calidad ministerial no sería tan elevada. Pablo amaba con pasión y sufría con profundidad.
Es cierto que otros dependen del ministro, su familia, y que el quebrantamiento de su salud sería catastrófico para ellos; pero ¿ese no es el costo del privilegio de tener un gran padre? Dentro de esto hay una nota de agradecimiento espiritual, Pablo no halla ni palabras ni un modo para él satisfactorio de agradecer al Señor la fidelidad de aquellos hermanos, “¿qué acción de gracias podremos dar a Dios?” (v. 9), porque su alegría es profunda; y su aflicción y necesidad fueron aliviadas (v.7).
(2) Hay otra razón por la que se sintió también muy confortado, el amor que le tenían, “y nos dio buenas noticias de vuestra fe y amor de que siempre nos recordáis con cariño” (v. 6). Decir que a uno no le gusta que le amen sería falso. A todos nos agrada que nos quieran. Los ministros también necesitamos el cariño de la iglesia. ¿Por qué? Porque ¿cómo cuidar un rebaño a quien le somos indiferentes? ¿Cómo sentir ganas de predicar, exhortar y querer presentar perfectos ante Dios a quienes no les importamos? ¿Y vivir largamente entre ellos? Leamos la historia de la iglesia de Filipos contada en Los Hechos de los Apóstoles. Veamos cómo sus primeros miembros, Lidia, el carcelero y la familia amaron a los misioneros y estaban solícitos por ellos. Oigamos lo que cuenta Pablo en Filipenses sobre el cariño de la iglesia para su pastor Epafrodito.
Y aún más, ¿cómo podremos estar seguros de que aman nuestro mensaje si no aman nuestras personas? Es muy difícil decir que se están aprovechando las palabras de alguien y a la vez no sentir cariño por el que las trae. Esas dos cosas van juntas. No es posible amar la palabra sin amar también al mensajero. Podemos comprobar si nuestro mensaje está siendo beneficioso por las simpatías o indiferencias con que nos acojan.
No hay dudas que existen iglesias que nadie quiere ir a pastorearlas porque se sabe que han amado poco o nada a los siervos que Dios les ha enviado a servirles. Pablo les ha alabado la fe que han tenido, les ha dicho que ella es conocida por todo el mundo, que muchas iglesias les imitan, sin embargo, ahora les dice que no es perfecta, o por lo menos no está completa. Eso es lo que significa “katartísai”, completemos, también “reparar, corregir y remendar”.
¿Y cómo? Por algunos medios, especialmente la instrucción. Orar edifica la fe, pero ellos podrían orar estando él ausente. Pablo traería consigo aquello que ayudaría a perfeccionar la fe de ellos, a corregirla, repararla, mejorarla. Tiene que ser la revelación. La fe es fruto del conocimiento de la gloria de Dios. Mis amigos ministros, sí corregir la fe de los tesalonicenses, para depositarla solamente en el Señor. ¿Qué otra cosa es más importante que eso? No quería él correr hacia ellos solamente para abrazarlos o contemplarlos, sino para mejorarles la fe, para zurcírsela, para remendársela dado el caso que tuviese algún hilo roto, para repararla y subsanar los daños e incertidumbres que el enemigo pudo haber ocasionado.
Y no puede esta necesidad de la iglesia ser completada sin la abundancia de los conocimientos de Cristo, de otro modo el apoyo resultará sobre el fanatismo. ¿Y vosotros hermanos? ¿Quién puede afirmar que tiene una fe tan completa que nada necesite añadir? ¿O que no necesita de la presencia educativa de un siervo del Señor? ¿Dónde está ese engreído que piense que puede crecer en fe sin la compañía de un instruido varón de Dios?
Y en último lugar veamos el uso de la oración en relación con Dios, “orando de noche y de día con gran insistencia” (v. 10). Hermanos, he oído a no pocos presentar a Dios “ansioso”, “desesperado” por responder nuestras oraciones. Lo que yo veo tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento es lo contrario. Jacob tuvo que luchar toda la noche con el ángel para que él lo bendijera. Sólo al rayar el alba obtuvo la bendición, ¿podemos afirmar que Dios estaba desesperado por bendecirlo? Quizás esto que estoy diciendo suene a vuestros oídos algo extraño, pero pensad en lo que digo.
¿No hemos leído que el Señor nos hizo una parábola “sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar”, aunque diga que no se tardará en responder (Lc. 18: 1-7). Eso implicaba que no sólo con abrir los labios una o dos veces ya obtendríamos resultados, por lo menos muchas veces. Habría que orar tanto que alcanzase el desmayo. ¿Y por qué Jesús y Pablo pasaban las noches orando si cuando uno ora enseguida Dios contesta? ¿Y por qué se dice en otro sitio, “orad sin cesar “? (1Te. 5: 17) ¿No nos cuenta el propio apóstol Pablo como el Señor rechazó por tres ocasiones una oración suya? (2 Co. 12: 8). El Señor nos ha prometido oírnos, respondernos, pero no inmediatamente.
Si con respecto a un viaje, como es el caso de Pablo, tuvo que orar de noche y de día y además con gran insistencia, ¿qué podremos deducir para cuando se trata de la salvación de alguno? Es cierto, como ya hemos visto que satanás lo estorbaba, pero, ¿si Dios hubiera querido no hubiera partido inmediatamente? Amados míos. Muchas veces oramos por la salvación de alguien y nada pasa. Sigue en sus pecados o empeora.
Cuando pedimos la salvación de una persona estamos pidiéndole a Dios que entre a ese cuerpo, que lo haga su templo. Teniendo en cuenta el carácter santísimo de Dios ¿hay algo que le repugne más que entrar a una vida llena de miserias y pestilencias? ¿No gime el Espíritu en nosotros por nuestras faltas? ¿No se entristece? (Ro. 8: 26; Efe. 4: 30). ¿Aún en nosotros los ya salvados? ¡Cuánto más en un impío!
Durante miles de años, como la teología del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento nos lo enseña, él habitaba afuera, sobre el hombre, venía a él, pero no dentro suyo. Dios no quería hacerlo. Cuando Cristo prometió el Espíritu les dijo a los discípulos que estaba con ellos pero que estaría enellos. (Jn. 14: 17). Pedirle a Dios que penetre en una casa tan infamante es pedirle algo muy difícil y humillante para él. Esa es la razón de nuestras vigilias de oración. Es por eso que tenemos que orar con mucha insistencia. Es por eso que el ángel le dijo a Jacob que había vencido a Dios, porque había accedido a bendecirlo (Ge. 32: 26-28). Oren por los predicadores para que amemos sus sermones, a ellos y a su familia.
Exposición 12
1 Tes. 3: 11-13
La virginal santidad de la novia de Jesucristo
“11 Mas el mismo Dios y Padre nuestro, y nuestro Señor Jesucristo, dirija nuestro camino a vosotros. 12 Y el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros y para con todos, como también lo hacemos nosotros para con vosotros, 13 para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos”.
Realmente que hemos sido bendecidos con la meditación anterior; habiéndonos todos, dado cuenta del privilegio que poseemos cuando el Señor accede a morar en nosotros. También hemos sido estimulados por tales pensamientos a dedicarnos, sabiendo lo que tenemos que hacer, a la oración insistente.
Hemos dicho además, que la visita del apóstol a Tesalónica era necesaria por motivo del conocimiento de ellos, que aunque tenían una hermosa profesión de confianza, aún era precario. Pero sin embargo sería injusto hacia Dios afirmar que sólo por la instrumentalidad del ministro los hermanos crecen y abundan en espiritualidad. Tiene una participación importantísima en la distribución o administración de la gracia; y eso lo refleja el Nuevo Testamento cuando el Señor ordena que se constituyan ancianos en todas las iglesias. Pero los ministros conocemos nuestra incompetencia sin el Señor (2 Co. 3: 5), somos los colaboradores, pero no más, y eso indica que hay otro trabajando que es Dios. Recordemos que por el momento el apóstol no puede estar con ellos, pero sus oraciones de intercesión suben de continuo al Señor y su alma está llena de buenos deseos.
Una de nuestras mayores sorpresas en la salvación de los impíos y en la consagración de los santos es notar la independencia del Señor; como él asume la responsabilidad de su obra cuando no se la podemos atender.
Nuestro apóstol sabe eso, como su Señor vela por su trabajo cuando él no puede hacerlo y por ello los encomienda a su cuidado “y el Señor os haga crecer y abundar en amor”. Pero pasemos de los comentarios para ministros a los de la iglesia. El amor fraternal es un don del Señor a la iglesia que no aparece dentro de ella espontáneamente y de modo naturalmente humano, sino que es el Señor quien lo hace nacer y abundar. Siempre por cualquier falta de gracia llevamos nuestra culpabilidad, pero en vez de quejarnos de la falta de amor entre la congregación debiéramos redoblar nuestras oraciones pidiéndoselo al Señor para que nuestras opiniones al respecto no se tomen como reproches con mala intención. Pablo les desea un doble crecimiento, en amor y santificación para la solidez de la congregación, “para que sean afirmados vuestros corazones”. Es muy difícil avanzar cómodamente en la vida espiritual rodeado por hermanos lengüisueltos o indiferentes a nuestros problemas. Agradecemos al Señor su misericordia y nos proteja al principio de nuestra salvación para que nadie venga a hacernos daño. Debemos vivir con los demás de modo que ellos sientan placer en compartir con nosotros sus vidas.
Realmente que la membresía se afirma mucho desde el corazón y nadie quiere dejar, por cualquier razón, una congregación cariñosa. No olvidemos, queridos, que hay entre nosotros quienes casi desesperadamente necesitan nuestros afectos; si no los poseemos en abundancia, alcemos nuestros ojos al cielo y pidamos al que todo lo tiene que llene de su bendición nuestros secos corazones.
Además, el amor fraternal no es todo lo que él pide, no desea que solamente sean una bella comunidad de creyentes sino una iglesia santa. Que no sea una iglesia coja, llena nada más de buenos tratos, “irreprensibles en santidad”. Ambas cosas no están reñidas. Como ya lo hemos insinuado anteriormente, las iglesias deben aprender a entender la función pastoral, lo que debe ser realmente un siervo de Dios. Es parte de su compromiso con el Señor cuando aceptó el apostolado, exigir santificación a las iglesias. La pureza de vida no es una opción, es una compulsión. Y presentes o ausentes nos vemos ansiosos de pedir a los hermanos que vivan como es digno del evangelio.
Algunas cosas pueden pasar cuando en la iglesia se pone la santificación de ella en primer orden. Sucede con frecuencia que cuando el varón de Dios exige una vida recta y como mejor medio lo proclama en sus sermones y estilo de vida, aquellos que están acostumbrados a copias reducidas del ideal de un ministro, les parece lo que oyen es un intolerable extremismo, exageración o imposición tiránica sobre la vida individual y entonces comienzan a pesarles la membresía voluntariamente tomada. Es horroroso que eso pase, pero pasa. El diablo podría bien tolerar que el amor fraternal crezca, pero no que oiga continuamente pedir a la iglesia que se conforme a la imagen de Cristo. Eso para él es insoportable. Y lo que tiene que hacer es callar primeramente al pastor; haciéndole fluir hacia afuera los cristianos carnales, o los miembros inconversos, entonces el ministro se asusta y comienza a hacer cambios, para retenerlos y disminuye sus parámetros reales. Un sentimiento de permisividad y susto se apodera de él y la palabra disciplina ni se nombra porque espanta.
Hay armonía, hermanos, entre la Ley de Dios y la Gracia en el evangelio y ambas cosas tienen que enseñarse juntas. Una vida de desobediencia no agrada al Señor. Es una forma mal entendida del amor fraternal la tolerancia de los pecados, sin que haya exhortación, amonestación y hasta excomunión. Hay un instrumento eclesiástico muy eficaz que ayuda mucho a la santificación de la iglesia, pero que sólo las que tienen un vivo celo lo usan, la disciplina. Un medio muy eficaz para enmendar el corazón, y si nada más logra sino malhumorar y hacer marcharse al que no la acepta, al menos libra a los demás de semejante rebelde. No falta el amor, corrijamos esa mala opinión, en la congregación que se vela por el honor del nombre del Señor para que cada cual viva en santificación, aunque, no olvidemos que mucho antes de disciplinar hay un gran camino empedrado de amor, exhortación y paciencia. No se trata de amputar sin haber intentado por todos los medios, habidos en cielo y tierra, de salvar un órgano del cuerpo de Cristo y que ha sido una manifestación del Espíritu para provecho.
En último lugar, concluyendo esta exposición y su capítulo, la santificación es más que un logro moral, o un ejemplo social, o una conveniencia de salud, es una preparación para el cielo. Pablo pide proyectándola hacia la pronta venida del Señor Jesucristo con todos sus santos. Nota eso “con todos sus santos”. Si son ángeles puros los que lo escoltan en su descenso, ¿vendrán ellos a recoger gavillas tiznadas o salpicadas del lodo de este mundo? Jesucristo no le pide que viaje con él hacia la tierra a ningún demonio, no saca a los habitantes de la condenación para que vengan a su lado. No, amados, el Señor trae ángeles santos que con trompetas y órdenes de salvación aparecen y vienen en busca de los que son santos. No pueden resucitar en gloria sino aquellos que son como la imagen del que viene. Conceda el Señor a esta iglesia, lo que el apóstol quería, la virginal santidad de una novia, la de Jesucristo.
Capítulo 4
Notas
1 Tes. 4:1
“Por lo demás, hermanos, os rogamos, pues, y os exhortamos en el Señor Jesús, que como habéis recibido de nosotros instrucciones acerca de la manera en que debéis andar y agradar a Dios (como de hecho ya andáis), así abundéis en ello más y más”. No se queden en el punto que yo los dejé; sigan más arriba (v. 10; 2Te. 1:3). Nuestras vidas les han enseñado como hay que vivir para complacer a Dios, emprender cosas nuevas no hechas para Dios anteriormente. Oh Dios que no me estanque en la práctica ni intelectualmente.
1 Tes. 4: 1-7
“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os abstengáis de inmoralidad sexual”. ¿Qué clase de vida pasada vivir si dices tener el Espíritu Santo? La santidad no es sólo uno de los frutos del Espíritu, es el Espíritu de todos ellos. ¿Cómo se reconoce inmediatamente un cristiano? Si no se toma tiempo para examinar su conducta por el amor, el gozo, bondad, no se sabe con exactitud si es cristiano. La marca de cristiano es santidad en todas sus funciones.
1 Tes. 4: 2-7
Por favor, como nos mandó el Señor Jesús, formen hogares diferentes, tengan un matrimonio distinto al modelo pagano; los hombres no tengan la mujer sólo para uso sexual, ni pongan sus ojos en la mujer del amigo aunque ella los coquetee.
1 Tes. 4: 11
¿Qué quiere decir, sino que te mantengas siendo de bendición para otros? ¿No ves que ellos necesitan tu bendición y dependen de ella? Ya es una costumbre.
1 Tes. 4: 13-18
“Por lo cual os decimos esto por la palabra del Señor: que nosotros los que estemos vivos y que permanezcamos hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron”. No hay forma de interpretar esta palabra que no sea afirmando la creencia de Pablo que él y ellos estarían vivos cuando Cristo regresara. El mismo señor Jesucristo no sabía el día de su regreso (Mr. 13: 3); Jesús pensaba en la catástrofe de Jerusalén y la desintegración de Israel, y en sus discursos su venida y aquella guerra aparecen juntos. Para un judío la destrucción del templo era como el fin del mundo. Si el Hijo no lo sabía sólo dejó expectación pastoral de consuelo, que los discípulos por verlo casi le fijaron fechas. Si el Hijo no lo sabía el NT lo ignora y “por tanto, confortaos unos a otros con estas palabras” (v. 18); sabe que dice palabras de aliento y de consuelo (vv. 13; 5: 11).
Capítulo 4
Exposición 13
1 Tes. 4:1-6.
“Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús, que de la manera que aprendisteis de nosotros cómo os conviene conduciros y agradar a Dios, así abundéis más y más. 2 Porque ya sabéis qué instrucciones os dimos por el Señor Jesús; 3 pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de fornicación; 4 que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; 5 no en pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios; 6 que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano; porque el Señor es vengador de todo esto, como ya os hemos dicho y testificado”.
Entramos hoy en un texto con muchas aplicaciones. Quizás podamos exponer los primeros seis versículos juntos. El tema de la santificación de la iglesia que comenzó en el versículo 13 aquí en el capítulo 4 lo aplica específicamente en el área del sexoprobablemente en eso piensa hasta el v.8. “que os apartéis de fornicación” (v. 3). La palabra que usa es “porneías” de donde nosotros conocemos “pornografía” que es una corrupción general del sexo a cualquier nivel. Hoy conocemos pornografía en el cine, en la televisión por cable, en las revistas. El mundo está lleno de pornografía. Pero estrictamente, en un principio la pornografía comenzó con la fornicación o el adulterio. El término se aplica a cualquier unión sexualmente ilícita. En Hch.15:20 se prohíbe la porneía o fornicación, en 1Co.5:1 igualmente, y se refiere a un joven que estaba unido a la esposa del padre.
La pornografía ha llegado muy lejos y hoy lo infecta casi todo; pero ¿no fue todo en un principio, una corrupción del matrimonio? ¿No comenzó cuando el primer hombre buscó otra mujer y la ayuntó con su legítima y fue bígamo? (Ge. 4: 19) ¿Cómo es posible combatir efectivamente hoy la “porno” si la línea de demarcación entre lo lícito y lo ilícito se va borrando? ¿Si muchos de los que condenan el abuso de menores, la prostitución, el aborto, las revistas pornográficas son infieles a sus cónyuges y votan a favor del matrimonio de homosexuales y defienden “sus derechos”? El problema habría que empezarlo condenando por las leyes la infidelidad matrimonial y la fornicación entre adolescentes. Pero el mundo no quiere esas soluciones tan radicales.
Cuando Pablo dice, “porque la voluntad de Dios es vuestra santificación? (v. 3), está pensando en el sexo mayormente, y pasa a aconsejar sobre el sexo sin que se lo pidan, porque es un mandamiento del Señor. “Que cada uno sepa tener su propia esposa en santidad y honor no en pasión de concupiscencia como los gentiles que no conocen a Dios” (vv. 4, 5). No pocos no les gusta que le aconsejen sobre el sexo, piensan que el cristianismo, ni los maestros ni los pastores, ni aún Dios deben meterse en esos asuntos. Para ellos la religión es para ir a la iglesia y cantar, para ofrendar, para hablar a otros del evangelio, para orar, pero que nada les digan sobre sus decisiones y prácticas sexuales. El sexo les es un asunto tan privado que ni al Espíritu Santo le conceden el derecho a intervenir. Pues piensan mal, porque si el evangelio no santifica el sexo, no salva tampoco. Los hay muy francos, generosos, no dicen mentiras, laboriosos pero fornicarios. Ya, como vemos el mundo de hoy, la corrupción sexual no cuenta para nada. Se admira hasta lo inconcebible a un artista, se le juzga sólo su arte, se le pone en el pináculo de la fama y la admiración, aunque sea homosexual, bígamo o un poco menos que prostituta.
“No en pasión de concupiscencia como los gentiles que no conocen a Dios”, hay un temor en sus palabras, lo hace audazmente, no vacila, pero no quiere que ellos, los hijos de Dios, en el uso del sexo matrimonial acaben pareciéndose a los no conversos, a los que viven sin Dios. Y una desgracia común es precisamente esa, que algunos jóvenes y hasta adultos, que mantienen membresía en alguna iglesia, comienzan a imitar a los del mundo, a opinar sobre las prácticas sexuales con juicios similares, “pasión de concupiscencia”, con ello indica no con el mismo desenfreno y la misma incontrolable voracidad de los que son sólo carne y no espíritu. En el matrimonio, en el noviazgo y aún en la soltería, el cristiano debe revelar que conoce a Dios.
La esposa debe ser santificada y honrada por el esposo con su fidelidad (v. 4). Es interesante notar que Pablo no usa propiamente la palabra “esposa” sino “skeúos” que significa “vaso”, porque de ella bebe, y se aplica a ella lo mismo que a él. De cualquier manera, un cristiano si fornica, deshonra su propio cuerpo que es templo del Espíritu Santo. Por respeto a su cuerpo primero, y al Dios que lo habita no debe ceder ni a la más grande de las insinuaciones y provocaciones.
Sus consejos se extienden hasta las parejas de la iglesia (v. 6). Cuando él dice “que ninguno agravie ni engañe en nada a su hermano”, no está pensando en el comercio o los negocios entre los hermanos de la congregación, sino en relación con las esposas de los otros hermanos; que ninguno ponga sus ojos en la hermana de otro, que una hermana por hermosa y perfecta que pueda ser, es algo sagrado y prohibido para los otros hermanos.
La relación de amor fraternal, el ejercicio de los dones espirituales, la frecuencia con que se ven, pueden que haga nacer en alguno la codicia por una hermana casada y de ella por él, trayendo la vergüenza para todos, para el Señor, para la iglesia, para el esposo inocente y confiado y para los hijos, si ella los tiene. Pablo no sólo aquí les aconseja que no lo hagan, sino que además les amenaza con la ira divina, diciéndoles que él es “vengador de todo eso”. Que el Señor no soportará pacientemente tal villanía, sino que tomará parte activa en el castigo del traidor y la traidora, por supuesto. Cuando él agrega “sabiamente”, como ya os hemos dicho y testificado? Sería bueno añadir para información dos cosas:
Primero que la palabra que en nuestras Biblias se traduce agravie, es en gr. huperbaínein que más bien significa sobrepasarse porque la fornicación o adulterio es traspasar los límites del derecho y la propiedad del hermano, que es su esposa. Siempre que se pisotea el derecho de alguien se le afrenta y agravia. Segundo que testificado es “diemarturámetha” que significa testificar solemnemente. Cuando los hermanos de Tesalónica leyeron eso tuvieron que acordarse de aquellas cosas que ellos con sus ojos vieron pasar, que oyeron al apóstol relatar y temblaron ante la cólera manifestada por Dios para semejantes actos de impureza sexual.
Con ese recordatorio es suficiente, ellos inmediatamente lo recordaron, sabían que él decía la verdad. La infidelidad matrimonial es algo que el Señor aborrece; lo mismo que cualquier género de pornografía. Que lo piense dos veces que el que se sienta tentado a hacerlo, a abrir una revista sexual o a sintonizar un canal de T.V., o ensuciar su computadora con esas cosas asquerosas. Todas estas cosas anteriores son las instrucciones de Jesús.
Y concluimos por donde el apóstol comenzó (v. 1) “os conviene conduciros y agradar a Dios más y más”. Por todo lo que después dijo, es suficiente para que sepamos que al Señor agrada nuestra vida sexual sana, ordenada y enmarcada dentro del matrimonio cristiano e influido por los mandamientos de su Palabra. Habiendo comprobado eso, hermanos, lancémonos a agradar continuamente más y más al Señor, siendo más santos cada año en ese orden. Y que brille la luz pura de Dios entre las parejas cristianas, en este mundo nublado por el pecado.
Exposición 14
Inmundicia no, trabajo sí
1 Tes. 4: 7-12
“7 Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. 8 Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo. 9 Pero acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros; 10 y también lo hacéis así con todos los hermanos que están por toda Macedonia. Pero os rogamos, hermanos, que abundéis en ello más y más; 11 y que procuréis tener tranquilidad, y ocuparos en vuestros negocios, y trabajar con vuestras manos de la manera que os hemos mandado, 12 a fin de que os conduzcáis honradamente para con los de afuera, y no tengáis necesidad de nada”.
Hoy comenzamos justo en el asunto donde nos detuvimos el miércoles pasado; en lo relacionado con las impurezas sexuales. Recordarán que hemos dicho sobre el v. 3 que la santificación sexual es la voluntad permanente del Señor; más ahora en el v.7 de nuevo insiste en la santificación, pero como hemos afirmado solemnemente, en relación con la salvación.
Pablo no emplea la palabra salvación sino llamado ekálesen. Quizás parezca insignificante el caso, pero no lo es porque indica algo del punto de vista constante de Pablo en relación con la salvación; cuando él habla de ella y de todas sus ulteriores manifestaciones, como la santificación, la piensa primero desde Dios (Ro. 8: 29, 30), para abajo, o sea, desde la eternidad hacia el tiempo, comenzando por el conocimiento divino, la predestinación y el llamamiento. Para mí al menos, en mi evangelismo es importante. No puedo esperar que nadie se haga cristiano hasta ver el llamamiento divino y este lo aprecio porque saca al pecador de su inmundicia (v. 7). Si las impurezas sexuales prevalecen, no hay llamamiento, porque este conlleva una santificación en tal ángulo.
Para concluir con este asunto del sexo, escribe las palabras del v.8 como pretensión de conceptos opuestos, criterios distintos, opiniones diferentes. El enfoque cristiano sobre la sexualidad es ese que él da y quien difiera del mismo difiere de Dios. En el uso del sexo no hay libertad para pensar como se quiera, la revelación establece lo que es correcto y lo que es incorrecto.
Podían existir, y es probable, que entre ellos hubiera algunos que no estuvieran de acuerdo sobre sus demandas sobre la sujeción sexual al gusto de Dios; y que por otro lado fue un atrevimiento suyo lanzarse a opinar sobre esa materia, que quizás no la estimaban como importante para la adoración. Pablo se fuga inmediatamente y se esconde tras la autoridad divina e identifica su opinión con la de Dios “el que desecha esto no desecha a hombre sino a Dios” y agrega sabiamente “que también nos dio su Espíritu Santo”. Están equivocados los que aceptan a Dios, como un concepto, pero ponen a un lado sus órdenes. La palabra desecha es athetón que significa poner a un lado, proscribirlo o anularlo. El concepto de Dios, sin los mandamientos revelados, es algo vacío, inocuo, nulo. Jesús insistió constantemente que entrar a la salvación era entrar a un reino, habló mucho de ella pero en esos términos (Mt. 4: 7; 6: 33; 12: 28; 16: 19; Jn. 3: 3). Y si entrar a su reino es ser salvo, se entra para ser reinado, para ser gobernado, para disfrutar también, pero dentro de ciertas leyes y regulaciones. El sexo es un aspecto, tiene que ser salvado lo mismo que el alma y someterse, si la persona entró al reino de los cielos, a las leyes celestiales del Rey.
Desde el v.9 hasta el v.12 son exhortaciones sobre temas varios; el amor de hermanos, la tranquilidad cristiana y el trabajo laboral. Antes de exponerlos observemos lo que es una iglesia llena. Me refiero a su expresión que abundéis en ello más y más (v.10). Por tres veces el apóstol, en un corto espacio usa la palabra abundar (3:12; 4:1, 10). No mira ni concibe la iglesia como algo escaso donde las gracias de Dios son pobres y apenas se ven sino como un cuerpo lleno y rebosante. Una iglesia llena, como Pablo la piensa, no es por rigor, como única cosa, una llena de gente, abundancia de dinero y espacio para reunirse. Preliminarmente es una abundancia en la vida de sus miembros, en lo espiritual, abundancia en agradar a Dios y específicamente en el amor entre hermanos. La ambición de ser más en número en cuanto es permitida, debe ser después de ser mejores y estar más llenos de Dios (Efe.5:18), “sed llenos del Espíritu”.
Me parece muy natural que él les pida abundancia espiritual, específicamente en amor fraternal, pienso que puede hacerlo porque está hablando a salvados, a quienes ya han dado evidencias de ser llamados por Dios. Me refiero específicamente a esto que él dice, “acerca del amor fraternal no tenéis necesidad de que os escriba, porque vosotros mismos habéis aprendido de Dios que os améis unos a otros” (v. 9). ¿Cómo lo aprendieron? Haciendo el contraste entre él y Dios excluye la instrumentación humana no lo aprendieron primero de los maestros, ni de los apóstoles sino del Señor mismo. Quiere decir del Espíritu Santo, de la unción que recibieron al comienzo de la salvación como una cosa cristianamente innata, que fluye de modo natural de sus corazones tras la conversión. La salvación es una obra de amor de Dios, la condescendencia de aceptar el Espíritu morar en nosotros es una bella prueba de su amor y nuestro sello; por ende la presencia del Espíritu se manifiesta en el amor. Donde esté el Espíritu hay amor, donde se halle Dios hay amor. Eso no pasa en las almas no conversas, en los hijos del diablo.
Por eso he afirmado que él hablaba a salvados porque dice que ellos lo habían aprendido del mismo Espíritu. El amor es un fruto fundamental de la regeneración (1 Jn. 3: 10-13). Es asombrosa la coincidencia entre ambos apóstoles.
Los otros dos consejos los voy a tratar juntos, no sólo para ser breve sino porque creo que están interconectados y en comunicación, la tranquilidad en el hogar y el trabajo (v. 11-12). Si como hacen algunos consejeros homiléticos yo preparara los sermones pensando primero y antes que todo en las necesidades de mi pueblo, antes que sobre el deseo de exponer la Escritura y que ella sola las cubra, empezaría ahora en sentido inverso, por el trabajo y no por la tranquilidad, porque el trabajo secular estimo que aquí en Estados Unidos, es una de las mayores causas de la pérdida de la tranquilidad doméstica y personal. Pero Pablo muestra lo más importante primero, la tranquilidad. Parece que aquellos hermanos esperando el inminente retorno de Cristo habían cesado en sus labores estimando erróneamente, que esa ocupación no era la más apropiada para hallarle y que además otras, según ellos más espirituales, eran más apropiadas; resultando con ello que la moral se estaba descomponiendo. Aquí la sociedad moderna yerra, invierte el orden y pone lo menos importante como meta y la meta la pierde. La meta de la vida ha de ser tranquilidad y no trabajo y el trabajo un medio para adquirir esa meta. Es una bendición poseer un buen trabajo y debemos hacer lo posible por conservarlo, pero no debe ser el fin de vivir. Así es como yo entiendo que Pablo lo presenta. Todos somos testigos de la turbulencia e intranquilidad y falta de sosiego que ruge dentro de los hogares actuales; muchísimos medios de entretenimiento se usan para quitar la distensión y hacer reír a la familia, pero no llegan al resultado. La familia continúa intranquila y los miembros de ella amenazan con desmembrarse cada uno por su lado. Hay un monstruo metido entre ellos. No lo ignoran, pero no pueden sacarlo. Todos sirven al monstruo. El monstruo es necesario porque sin él no habría televisor, ni carnes, ni ropas, ni vacaciones ni alimentos y menos educación para nadie ni aún futuro o vejez segura. El monstruo es alguien muy importante, más que todos lo demás. Es el trabajo.
No digo que haya que sacar al monstruo porque su realidad y existencia son necesarias, la Biblia lo reconoce, no es un monstruo fiero que haya que a latigazos expulsar; pero hay que domesticarlo, quitarlo del plano de meta y tomarlo como un medio, elevar a los hijos, a la esposa o al esposo a un grado más importante que el monstruo. El no hará daño, no se ofenderá. Puede que después todos disfruten mucho más de la familia y de la misma compañía del monstruo al verlo situado en un plano inferior a la especie humana. En otros sitios el trabajo no es el problema sino el desempleo.
El apóstol dice que procuréis tener es lo mismo que decir y que pongáis vuestra ambición “philotimeisthai” dicho más literalmente. Así que la ambición no es trabajar más y más sino tener más y más tranquilidad. Juzgad si no hay sabiduría divina en ese consejo.
En Tesalónica, por este tiempo, no había aparentemente falta de trabajo, no era un problema el desempleo, ni que el trabajo fuera un elemento desintegrador de la familia, sino que se le presenta como una medicina para adquirir tranquilidad; porque algunos que voluntariamente se ausentaban de sus labores, ¿en qué podrían entretenerse sino en el uso de la lengua y en meter las narices en todos los asuntos ajenos? Una persona ocupada no tiene tiempo para eso, es cosa propia de zánganos y por otra parte ¿de qué vivir si no se trabaja? ¿No queda como solución el préstamo, la deuda, el defraude, el engaño y el robo? El que pierde el hábito del trabajo no demora mucho sin que pierda también la cara. Y luego su honradez. El mundo es espectador de eso, pero no sólo, sino que es el punto escogido por los vagos para dejar su decencia.
Exposición 15
Con voz de arcángel se despiertan los dormidos
1 Tes. 4: 13-16
“13 Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. 14 Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. 15 Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. 16 Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero”.
Definitivamente esta otra porción trata de asuntos diferentes, los hermanos parecen preocupados por la resurrección de los muertos, no específicamente la resurrección de ellos sino la de otros hermanos, que ya en el corto tiempo en que la iglesia había sido formada, habían desaparecido de esta tierra. Se preguntaban ¿qué será de ellos cuando el Señor retorne? L. Morris piensa que ellos no dudaban de que hubiese resurrección sino que los muertos no estarían para disfrutar el glorioso advenimiento. Yo prefiero seguir la interpretación de Calvino que me parece más obvia, que lo mismo que a Corinto habían llegado a Tesalónica aquellos profesores herejes que influidos por la filosofía griega habían corrompido la doctrina de la resurrección.
El daño que hace la negación de la resurrección. Daña la fidelidad y lealtad a Cristo. ¿No veis hermanos, como el diablo siempre pretende matar en nuestros corazones aquellas doctrinas principales que son nuestro mayor consuelo en la salvación? ¿Qué podría ya quedar para ellos, si se les despojaba de tan grande esperanza? ¿Vendría Jesús sólo por los que estuvieran aún vivos? Entonces, ¿para qué arriesgar la vida y peligrar a toda hora? (1 Co. 15: 30-33). ¿Para qué esperar un reino celestial si se muere antes no se entra a él? Mejor sería pues que se coma y se beba y se olvide de todo lo demás. La negación de la doctrina de la resurrección traería una inevitable corrupción de las costumbres, una pérdida de la santidad y una negación del evangelio mismo.
Daña nuestro enfrentarnos al peor enemigo, la muerte. Y ¿qué más, que los desconsolaría sin límites? Porque ya no teniendo esperanza alguna para testificar hasta la muerte ni oportunidad de ver a los que morían, no habría consuelo por ningún lado. Los funerales de los cristianos se volverían lúgubres, grimosos, desesperantes, la tumba no tendría ninguna victoria para ellos. Serían un grupo junto al cadáver, de dolientes sin esperanza.
Amados, cuando no creíamos estábamos sin Dios y sin esperanza en el mundo (Efe. .2:12); pero habiendo creído a Cristo, él se convirtió en nuestra esperanza de gloria (Col.1:27) y tal esperanza, que penetra dentro del velo para asegurarse como un ancla en el puerto celestial, junto con la fe y con el amor, nos mantiene en el testimonio. Nos entristecemos, no como el mundo, pero nos entristecemos, cuando un familiar querido nos deja. No somos filósofos estoicos, no somos incrédulos, somos cristianos. Nuestra tristeza es muy profunda cuando el que ha partido murió sin Cristo, sin ciudadanía, sin esperanza; pero menos cuando sólo ha dormido(4: 14). Por tres veces el apóstol se refiere a los muertos cristianos como dormidos (4:13,14, 15) y la resurrección como un despertamiento, porque es considerado como hallándose dormido en su cama de tierra. No es la fosa mortuoria un pozo cruel y sin límites, un sheol umbroso y desconsolador lleno de siluetas incorpóreas y pálidas, sino una cama de reposo, donde los órganos en su existencia más simple reposan en polvo hasta el día en que recobren vida.
Los santos que mueren sólo están dormidos. No es sólo quitarle el horror a la muerte sino verla con la perspectiva de la potencia divina en la resurrección. Enfocarla de acuerdo al hecho histórico de la resurrección de Cristo y de la promesa de la nuestra también. No habla el texto del sueño del alma, aquí no se menciona eso, sino del cuerpo. Quien duerme es el cuerpo, físicamente desintegrado, reducido a nada, a polvo, pero apto para la nueva creación, gloriosa y semejante a Jesucristo.
Es importante notar donde se centra doctrinalmente el consuelo. No habla de la inmortalidad del alma. Podía haberles dicho, ¿Por qué os entristecéis sin límites, si los vuestros gozan del privilegio de hallarse en espíritus ante Dios y con Jesús, sus cuerpos reposan, pero sus almas viven? No lo hace así, porque no sólo está consolando sino corrigiendo una doctrina corrompida por los falsos maestros. Los paganos también tenían sus conceptos acerca de la inmortalidad del alma, no como nosotros, pero los tenían. El apóstol va al asunto. La resurrección es la que está siendo dañada y por ende se concentra sólo en ella. Su intención no es dar respuesta a lo que no le han preguntado sino a lo que ellos necesitan.
Resucitarán en la venida de Cristo. Serán resucitados por Dios (v. 14) y resucitarán porque durmieron en Cristo, así también traerá Dios (por medio de Jesús) a los que durmieron en él. El problema no es morirse sino morirse fuera de Cristo. No morir en él. No haber vivido en él. No se está negando la resurrección de los impíos sino solamente constatando la de los santos. Si Dios resucitó a Jesús, así también hará a los que han reposado en la fe en él. Pero los que han muerto antes de la venida de Cristo tendrán un privilegio, resucitarán primero que los que vivan, serán arrebatados y llevados por el aire a recibir al Señor. Noten hermanos, la simultaneidad de los acontecimientos. Es cierto que los que resuciten lo harán primero que los que vayan a ser transformados, pero el hilo de la narración no da ninguna base para imaginar que se trate de un período de mil años. ¿Cómo vamos a imaginar que vendrá por los muertos, los recogerá y se ausentará por mil años para luego venir por los vivos? ¿O que se quede en el aire 10 siglos y luego termine de descender? ¿Y peor que se vaya a Jerusalén con millones de elegidos, deje los otros dondequiera y el mundo que siga rodando como le guste sin molestarlo en Israel? El apóstol está haciendo una cronología y un orden de acontecimientos y por el consuelo que pretende dar con ambas cosas sería incorrecto suponer un milenio por medio.
Pablo intenta además desmantelar la incredulidad que les sembraron contra la doctrina de la resurrección. Los filósofos se reían de ella, la consideraban imposible, ilógica. Pero Pablo sigue el mismo argumento del Señor y habla del poderque él tiene. Eso es lo que entiendo que él les desea señalar cuando describe que su Venida será “con voz de mando, con voz de arcángel, con trompeta de Dios”. Apunta su majestad y su poder. Los discípulos estaban familiarizados con los milagros del Señor, sabían que con sólo desearlo o hablar ellos eran ejecutados. Los apóstoles mismos habían recibido el poder para poder sanar las más complicadas enfermedades sólo con pronunciar su Nombre. Cuando Pablo les dice que el Señor con voz de mando, con voz de arcángel, les comunica fe. ¿No había resucitado a su amigo Lázaro por su potente voz? Pues él es el mismo. No ha cambiado, será ese mismo Jesús que ellos habían visto ir al cielo (Hch. 1:11), regresaría. Desmantela la incredulidad que les habían fabricado en sus corazones y lo hace recordándoles quien es Jesús y como se manifestará a su regreso.
Ese fue el mismo problema de incredulidad que confrontaron los saduceos; ignorancia de las Escrituras y del poder de Dios (Mt .22: 29). Por eso viene la incredulidad y nos reduce a nada, porque nos olvidamos de lo que está escrito y quien es el que lo prometió. ¿Tendremos hoy fe para enfrentar nuestra muerte? ¿En qué Jesús estamos, en qué Dios creemos? ¿En un Jesús que no venció la muerte, que sucumbió por ella, queno se alzó hasta la diestra del Padre, que norecibió un nombre que es sobre todo nombre?
Cuando dice con voz de arcángel no quiere decir que sea un arcángel,(como se les ha ocurrido a los Testigos de Jehová que están dispuestos a adjudicarle casi cualquier cosa menos que es uno en la Trinidad) lo que quiere es darle una idea de poder, el poder para la resurrección que acompañará a su persona.
Exposición 16
Si Pablo estuviera vivo, esperaría a Cristo hoy o mañana
1 Tes. 4: 17, 18
“17 Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. 18 Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.
¿No han oído, hermanos, hablar mucho sobre el rapto de la Iglesia? Yo lo he llamado arrebatamiento porque me parece que no se trata exactamente de un rapto hecho cuando el Esposo viene por su Esposa y no a raptarla para llevársela. No es algo que ella hará obligada sino voluntariamente y feliz, ascender en su compañía. Las palabras que siguen el apóstol las escribe para enseñarnos sobre eso.
Las primeras palabras suyas en esta porción hay que tomarlas con cautela, el primer pensamiento es suponer que Pablo pensaba estar vivo cuando el Señor regresara, porque dice los que vivimos, los que hayamos quedado como si él dijera que estaría presente en el desarrollo del evento.
Y si así fuera, ¿qué? No veo que demuestre alguna equivocación o error en la inspiración, como si el apóstol al esperar tal cosa se hubiera abierto alguna grieta de sospecha sobre todo lo otro que enseñó, porque llevado por la inspiración literaria o el entusiasmo, pudo hablar sin mesura en otras partes. Si estuviera vivo lo esperaría hoy mismo o más tardar mañana.
No hay tal cosa, no hay ninguna equivocación suya, él mismo como todos sabían que nadie conocía el día del regreso de Jesús. Más bien lo que observo es su plena expectación sobre la Segunda Venida porque había tomado rigurosamente el sentido en que el propio Jesús las dijo, con el propósito de que cada día de nuestra vida vivamos como para darle a él la recepción. Más que atrevernos a criticarle por su posible falta de comedimiento al hablar tendríamos que avergonzarnos porque hoy, ni por asomo, sustentamos una esperanza tan urgente como la suya. Exceptuando a muchos cristianos alegres que, aunque no insisten apenas en la regeneración y el arrepentimiento cantan con gozo y hablan casi continuamente de su regreso.
No obstante, el apóstol no está hablando de sí mismo. El no enfrentaba ningún tipo de problema con la resurrección ni con el advenimiento, son sus hermanos, los de Tesalónica, los que tienen esa dificultad. Por lo tanto no podemos esperar que sus palabras tengan como principal pensamiento él mismo. No está pensando que élestará presente en el retorno sino nosotros, los que vivimos, los que hayamos quedado. Habla en plural y no en singular, habla en colectivo, a nombre de los vivos, los que no hayan muerto en ese entonces; y que podía ser él también uno de ellos, porque hasta este momento aún no se le había revelado el día de su partida (2 Ti. 4: 6, 7).
Bien, dejando eso atrás porque para nosotros no tiene ningún problema. Demos un paso más y nos hallamos enfrente del arrebatamiento, lo primero que deseo que notéis es que no hay indicios de un arrebatamiento secreto donde los cristianos misteriosamente empiecen a desaparecer y el mundo a darse falsas explicaciones de sus ausencias en los trabajos, escuelas, familias. Realmente que eso los predicadores modernos lo han pintado muy bonito como una novela, pero es ficción. ¿Cómo es que las palabras “arrebatados juntamente con ellos en las nubes” puedan dar pie a un rapto secreto? No ha habido resurrección secreta como ha dicho una mala secta moderna ni habrá tampoco un arrebatamiento escondido. ¿No se dice en Apc.1 que “todo ojo le verá”? ¿No dice en Hch.1:11 que se le verá retornar del mismo modo que ascendió? Es muy difícil hablar tampoco de rapto parcial de la iglesia, por ningún punto del texto se puede inferir honradamente eso. Cuando dice los que vivimos, no dice ciertos individuos que estén vivos. Menos cabría entonces una resurrección parcial, de sólo unos pocos y los demás que han muerto en esperanza, sigan en el polvo. No se hubiera podido “alentar” (v. 18), a nadie con esas palabras. Poniendo ambas cosas juntas, ¿cómo puede ser un rapto secreto sin un rapto parcial, sin una resurrección parcial donde millones de millones ascienden al cielo de modo que podrían eclipsar el sol?
Pero el error del rapto secreto no es el único que hay que corregir sino la ilusa idea de que seguiremos viaje al firmamento. En el primer capítulo de la epístola siguiente tendremos ocasión de exponer lo que acontecerá a los impíos a su venida porque aquí, por el propósito que sigue no lo menciona (2 Te. 1: 8-10), habla de un juicio y condenación. Él se manifestará desde el cielo pero bajará hacia la tierra. No es hacia arriba el movimiento sino hacia abajo. ¿Qué razón hay para suponer que nos ha de llevar a alguna montaña de nubes allá distante o a alguna galaxia o muchísimo menos al paraíso espiritual donde antes estuvieron las almas descarnadas y que ahora regresan con sus cuerpos sólidos? ¿Qué sentido tiene hacer entrar a los impíos a ese dichoso sitio para luego arrojarlos desde allí? Y ¿por qué tan lejos del escenario donde cometieron sus pecados o donde honraron a Dios? Los acontecimientos finales tendrán lugar en este mundo y no fuera de él.
Por último, sería asombroso pensar que porque dice que recibiremos al Señor en el aire nos pasaremos la eternidad flotando con él allí. Pablo no dice allí estaremos sino así estaremos. No es el lugar lo que indica, en última instancia ahora ni lo menciona, sino el modo porque estaremos acompañados siempre por él. Esa es la vida eterna, estar donde él esté, acompañarle siempre. Esa es la salvación, no es la felicidad perpetua las bellezas del nuevo mundo, ni la regeneración extraordinaria de nuestros cuerpos, ni la compañía gratísima de los demás salvados, sino la compañía eterna del Señor. Eso es lo que anhela verdaderamente un santo, no lo que acompaña a su Salvador ni lo que va a recibir de su mano sino a Él mismo. Nuestro mayor premio es él, nuestra mayor recompensa es hallar un sitio a su lado.
Cuando dijo a aquel moribundo, “hoy estarás conmigo en el paraíso” pudo haber dicho “hoy estarás en el paraíso” pero él dijo conmigo porque el paraíso es él y donde se halle él. Y esas cosas, así vistas por la revelación con los ojos de la esperanza y de la fe, alientan mucho a nuestros mortales y tímidos corazones.
Capítulo 5
Notas
Si yo viviera novecientos años
1 Tes. 5:1-4
“Pues vosotros mismos sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como un ladrón en la noche”. ¿Cómo puede uno, Señor, vivir y predicar una segunda venida inminente si han pasado tantos años? ¿Muchos nos han dicho ,es hoy y no ha ocurrido? ¿No es mejor hablar de un juicio después de la muerte? Oh Señor, hemos perdido la fe. Oh alma mía ¿no sabes que el cielo puede abrirse de un momento a otro y hallarte como no debes? Eh, ¿qué piensas, que aunque mueras te librarás de la ira de su segunda venida? No. El que va al sepulcro en pecado, resucitará también y tendrá que enfrentarse con su ira, juicio; la muerte segunda, y los que vivan buscarán la muerte y no la hallarán (Apc. 9: 6; 20: 14; 20:6). El Espíritu nos dice eso para que le estemos esperando toda nuestra vida y toda nuestra muerte. Amén (vv. 8-10). El sepulcro no será un refugio permanentemente seguro porque tendrá que devolver a los muertos que se tragó (Apc. 20. 12-15). Si yo viviera 900 años cada día de ellos estaría esperando que Cristo viniera, mirando el cielo, estaría espiritualmente alerta viviendo todos esos nueve siglos como un hijo de luz y no de la noche. Dime ¿cómo puedes dormir si tienes una ira tan grande pendiente, la ira del Cordero? Debemos estar espiritualmente alertas.
1 Tes. 5:4-6
“Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que el día os sorprenda como ladrón”. Mira que las tinieblas son primero un estado mental y luego una forma de vida. La petición de los hombres empieza con la ignorancia que es la raíz de la incredulidad. Observa que ser santo es ser sobrio. No embriagado con las cosas del mundo, mentalmente bien equilibrado. La vida cristiana es razonable, racional, moderada. La perdición se parece a un estado de sueño y de embriaguez.
Aquello era una mentira tejida
1 Tes. 5: 1-11
“Por tanto, alentaos los unos a los otros, y edificaos el uno al otro, tal como lo estáis haciendo”. Como Pablo pensaba que Cristo vendría en esos días, motiva la conducta santa de los hermanos. Esta forma tan entusiasta de hablar al pasar los primeros años comenzó a germinar incredulidad en algunos oyentes y estos predicadores pudieron ser acusados de exagerar los acontecimientos, y se verían obligados a regular sus discursos y admitir que la esperanza no era tan inminente (2 Ti. 4:6-8); pero que harían bien en mantener la expectativa orando y velando. La resurrección, las visiones de Jesús resucitado, los dones milagrosos repartidos sobre la iglesia en el nombre de Jesús, no permitieron ni imaginar que aquello era una mentira tejida, sino una expectativa que había que corregir y con razones explicar (2 Pe. 3:9, 10). La esperanza no se perdió, pero convirtió a la iglesia en una comunidad más conservadora y cautelosa en hablar, dedicándose más a vivir la vida cristiana y salvar al mundo que a salir fuera de él. Tenían demasiadas seguridades para descartar el cristianismo como falso por una ansiosa exégesis que les adelantó los acontecimientos. Esta es la primera epístola que escribe Pablo; el énfasis en la segunda carta es en la resurrección de los muertos; en los gálatas la fe y la gracia; la ley; etc. no evoluciona su pensamiento, pero templa sus convicciones escatológicas. Aprendía del Espíritu Santo. Oh, ¿cómo puedes imaginar la vida eterna con Cristo si no apeteces ahora estar siempre con él? ¡Oh las delicias de una relación de comunión perpetua! ¡Todos juntos a él!
El Señor no soñó hacernos miembros y obreros de una iglesia problemática
1 Tes. 5: 12, 13
“Pero os rogamos hermanos, que reconozcáis a los que con diligencia trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor y os instruyen”. Oh Señor qué bueno eres, cómo te preocupas para que yo sea bien estimado y amado. Y no sólo yo sino los maestros, los diáconos y los predicadores; todos los que trabajan en la iglesia. No, el Señor no quiere que nos menosprecien ni que no valoren lo que hacemos. No nos llamó a un ministerio duro y entre ingratos, para que suframos constantes críticas y vivamos entre problemas fraternales. No. No quiere que paguemos ese precio por nuestro servicio. Él quiere que los hermanos aprecien nuestro trabajo y nos muestren amor, honor y respeto. Si los que no están en el servicio activo de los santos ven cómo critican y maltratan a los obreros de la iglesia ¿cuándo se decidirán a cooperar con ellos o reemplazarlos? El Señor no soñó con un plan para hacernos miembros y obreros de una iglesia problemática y conflictiva. Es satanás y no la predestinación divina la que nos hace difícil el servicio a los hermanos. El diablo la mayoría de las veces es quien crea inconformidades entre los santos hacia sus siervos para desalentarlos y que abandonen su puesto. El Señor anheló para mí la mejor iglesia, y yo la procuré con sinceridad y amor.
1 Tes. 5: 14
“Y os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los desalentados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos”. Mira a tu alrededor y ve cuánta ayuda especial puedes dar. La salvación de ningún hermano está completa. Si no encuentras a quien ayudar espiritualmente es porque no quieres. No procures caminar tú sólo para el cielo y que cada cual haga lo mismo, ya que Dios lo ayudará.
1 Tes. 5: 16, 17
“Estad siempre gozosos”. El Señor no ha dicho estar siempre tristes sino gozosos. Es del diablo y no de Dios, quien trabaja siempre para apagar la alegría en la iglesia y en especial en la casa del pastor. Las razones que tenemos para estar melancólicos no deben triunfar sobre nuestro ánimo. A Dios le gusta vernos sonreír. La risa está más asociada a la fe que la tristeza. Ora que ahí está tu vida, tu libertad, tu fuerza, vuelve a orar alma mía, mejora la calidad de tus oraciones; ora al Espíritu Santo que te ayude a mejorarlas. Trata de hacer oraciones audibles, que no sufran de distracciones, que no sean sólo cortas, que algo aumente su extensión, invoca a Dios con las palabras del Espíritu Santo halladas en la Biblia. Esas santas invasiones bíblicas elevan al espíritu más deprimido.
1 Tes. 5: 18
“Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para vosotros en Cristo Jesús”. No tomes las bendiciones y te vayas, se espiritualmente agradecido.
No oían las profecías sin chistar
1 Tes. 5: 19-21
“Antes bien, examinadlo todo cuidadosamente, retened lo bueno”. Quizás esto quiere indicar que toda la profecía no eran declaraciones infalibles, que los que se hallaban sentados tenían que recibir sin examinar dándole total crédito y que debían asentir a todo lo que oían, sin opinar, sin chistar. Los compañeros profetas serían los primeros en pensar lo que se dijera (1Co. 14: 29-32); los apóstoles y profetas debían filtrar las profecías; es decir, el N. T. se está dando, pero no de la misma manera que se dio la ley, sino por un proceso de selección en el cual la comunidad participaba; una comunidad muy activa en la revelación y que precisaba cada vez más tener por escrito el evangelio y su praxis. ¿Podría haber porciones buenas y malas? Lo mejor de cada profeta era lo que se retenía; y la iglesia no le tenía miedo a alguna exageración apostólica o limitación profética; escuchaba la teología y comentarios y seleccionaba; por eso la tardanza del regreso no desmoronó la iglesia porque todos creían que estaba vivo porque lo vieron y palparon, en el cielo, y que algún día vendría.
El hombre que quiero ser me ayuda a ser lo que soy
1 Tes. 5: 23, 24
“Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Quizás la experiencia de santificación espiritual de todos no sea homogénea; cada uno es santificado por el Espíritu Santo de modo distinto porque él tiene muchas operaciones. Mi experiencia de santificación es algo extraña, dolorosa, ansiosa, existe, pero no existe, está y no está, es y no es. No creo que ella pueda definirse como un logro. No, no lo es; si no he cometido los mismos pecados con los cuales han sido seducidos otros, no puedo llamar a eso santidad, porque ella no es algo negativo sino positivo y en esos casos, lo mismo que esos, me he sentido atraído por aquellas cosas en las cuales sucumbieron. Nunca he podido desarrollar un odio total al pecado, aunque haya sentido miedo y repugnancia. Estoy muy lejos de pensar que sea algo intrínseco. Lo único de que puedo hablar es de una imperceptible capacitación para vivir la vida cristiana, una clase de vida para la cual no tengo en mí mismo el poder, como una fuerza que opera en las mismas fronteras de mi desesperada postración; un límite que no he pasado que se halla en una zona donde no tengo ya el control, sino que parece encontrarse bajo las órdenes de operaciones divinas. Mi fidelidad a Cristo y a sus mandamientos es un total milagro; cada día muriendo y cada día viviendo. Si la definición de santificación como una imperceptible capacitación no fuera satisfactoria, quizás lo sea un poco más llamarla preservación, cuyo resultado la Escritura bondadosamente le llama fidelidad. La ayuda divina ha consistido principalmente en no permitirme una decisión final por el mal.
El estudio de la Biblia, la oración, la lectura de libros cristianos, el Espíritu Santo y la conciencia, me han dado el conocimiento de lo que debiera ser; el hombre que quiero ser me ayuda a ser lo que soy; la santificación siempre es un esfuerzo hacia el futuro, se nutre del cultivo de un ideal mental, se despliega como un intento para atrapar un objetivo descubierto al principio que se corresponde a un supremo llamamiento. No es que uno pretenda ser lo que no es, sino que se es lo que se es básicamente por medio de una realidad futura. Así me he pasado la vida, no queriendo ser lo que soy y deseando ser lo que no soy. El movimiento es algo indispensable en mí, la proyección, el escape de mí mismo, la huida, el alejamiento, el no volver atrás; tratar de ser lo que no he podido aún ser: como Cristo. Y esos que piensan que el alma y el espíritu son dos cosas distintas, dejen esa idea y santifiquen los dos, que básicamente es lo mismo.
Exposición
Capítulo 5
Exposición 17
La fe y el evangelismo necesitan la escatología
1 Tes. 5:1-3
“Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. 2 Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá, así como ladrón en la noche; 3 que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán”.
Una cosa que hemos notado en nuestra lectura anterior es que no se hace mención alguna de los impíos en el momento del Advenimiento. Eso es comprensible por el hecho que la epístola va dirigida a fortalecer a los hermanos y explicar con sus palabras lo que acontecerá a los hermanos que ya hayan muerto cuando ocurra el feliz susodicho evento. No había razón alguna para dedicar algún espacio en la cronología que él expone; no habla ni de los no conversos muertos ni tampoco de los vivos. Pero ahora en esta nueva y corta sección sí trataremos el asunto porque el apóstol, que no es jamás un teólogo teórico sino práctico y siente la necesidad de mencionar a los impíos que vivan en el momento del retorno.
Mi primera observación es para que miremos lo bien informada que se hallaba la iglesia sobre la Segunda Venida de Cristo. Pablo dice “acerca de los tiempos y de las ocasiones no tenéis necesidad de que yo os escriba”. Es sabido que la iglesia del Nuevo Testamento estaba bien documentada sobre la escatología (doctrinas de las últimas cosas). Es cierto que formaba una parte importante en el evangelismo porque también la formaba de la esperanza cristiana, hablaban al mundo sobre la ira venidera, sobre el juicio final, sobre la resurrección de los muertos, sobre la venida de Cristo y sobre el castigo de los impíos. (Lc. 3: 7; Hch. 3: 19-21; 24: 25; He. 6: 2).
Los no conversos que creían y eran convertidos a Cristo pasaban a formar parte de la iglesia, y seguían oyendo dentro de ella aquellas cosas por las que adquirieron fe y esperanza siendo salvados. La escatología formaba una parte importante del evangelismo como ya he dicho y también de la doctrina de la salvación. Hoy se habla mucho sobre estas cosas y eso está bien; lo que miro deficiente es que la preparación para participar de esos eventos sea casi pasada por alto. Me parece que en algunos sectores de la obra y en muchos libros de sermones no se insiste suficientemente sobre el arrepentimiento y sobre la santificación, sino que más bien se habla de la esperanza sin estar lícitamente preparados para esa herencia. La preparación es importante. El mensaje de los apóstoles y predicadores de la iglesia primitiva exigía constantemente arrepentimiento y santificación. Les hablaban con fe al mundo del pronto regreso de Cristo, hablaban a todos sobre la resurrección (Hch.17:30-32) pero sin desvinculación de las exigencias para la salvación. No se les ofrecía una esperanza sin requisitos para obtenerla.
Sin embargo por otro lado, podemos hallarnos tan inmersos, y tan inconformes con lo que hemos oído, que hagamos sólo exigencias para la salvación, sin apenas mencionar los acontecimientos finales que son tan importantes y con los cuales la palabra salvación está tan íntimamente ligada. Ni el mensaje de evangelismo ni la edificación cristiana están completos sin la escatología. En las iglesias donde apenas se enseñe escatología los santos tienden a poseer poca fe y se estremecen con esos acontecimientos, evidenciando el temor a la muerte, la palidez de la esperanza de gloria. Y no sólo eso sino que también la vida ética de la congregación se relaja.
No es suficiente, hermanos, que aprendamos teología, que no pequemos porque sabemos que Dios es omnisciente y omnipresente, sino también porque conocemos que “ha establecido a un Varón por el cual juzgará al mundo”, y que cuando él retorne a los que no halle preparados “sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”.
Dos cosas les recuerda el apóstol que ellos ya de antemano las conocían perfectamente (v. 2). Una es el cómo el Señor vendría, sorpresivamente, “como ladrón en la noche”. Ese pensamiento había sido un pensamiento primario, cuando oyeron por primera vez el evangelio de salvación y habían seguido escuchándolo dentro de la instrucción de la iglesia. Al volverse de impíos en santos, pensaron: Jesús podrá venir ahora y yo estoy viviendo en pecado, me volveré a él, dejaré mi impiedad. Ya que eran salvos por la fe, por haber creído el mensaje, pensaban de modo similar, “tengo que continuar viviendo en santidad para cuando él regrese me halle caminando en buenas obras”. ¿Será que el tiempo ha dañado e esperanza? ¿Será que dos mil años de espera es demasiado para la paciencia? Es indudable que la larga espera ha hecho daño a la evangelización y a algunos sectores de la iglesia, no ya digamos en este siglo, sino aún en el mismo primero como leemos en 2 Pe. 3:4,8. Por las palabras de Pedro se podrían esperar dos, tres, cuatro mil años más antes de que él regrese. ¿Cómo es que existiendo esa posibilidad se podrá mantener ese pensamiento de urgencia y sorpresa?
Jesús ya advirtió sobre eso en sus parábolas.
Lo ilustró sobre el siervo que piensa que su señor tarda en venir. La espera sería un ingrediente que para no pocos que probaría la fe en sus palabras. La larga espera traería aparejada el cese de la fe de algunos y la consiguiente apostasía. Pero, ¿puede seguirse manteniendo el elemento de sorpresa? Sí, hermanos, ya sea que venga en nuestra muerte o que retorne por segunda vez. La muerte es para nosotros como una segunda venida y para ella debemos estar listos, calificados para que en nuestro postrer aliento poder alzar nuestros brazos hacia él y pedirle, “ven Señor Jesús, sí, ven” (Apc. 22:20).
Lo otro que les recuerda, y ya ellos lo sabían perfectamente, es que sobre los impíos vendría “destrucción repentina” (v. 3). Ellos dirían “paz y seguridad”. No que proclamasen como un tratado de paz nacional, sino que el íntimo pensamiento de ellos revelaría su despreocupación por las cosas espirituales y lo pacíficos y seguros que ellos se sienten sobre este mundo sin pensar ni creer en catástrofes mundiales o espirituales.
He comprendido en nuestro evangelismo que muchas gentes, contrario a como algunos dicen, no se hallan faltos de paz ni se sienten inseguros, como para por esos faltantes ir tras la esperanza cristiana. Mucha gente tiene salud, tiene dinero, tiene educación, se divierten, gozan del mundo, pasean, se recrean en la carne y no tienen ningún tipo de perturbación de conciencia. Poseen la paz de los impíos. El íntimo pensamiento de ellos es que sus casas serán eternas (Sal. 49: 11). Por eso dan nombres a sus tierras y guardan con celo sus títulos de propiedad.
No hay que ofrecerles a ellos una “paz que sobrepasa todo entendimiento”, difícilmente con la que tienen quieran otra, espiritual y en promesa. El hombre carnal no cambia las cosas del mundo por las celestiales. Es esa actitud de indolencia y seguridad carnal la que hay que deplorarles. Advertirles bien que serán sorprendidos por la venida de Cristo y que la destrucción será inesperada (lo mismo que la muerte), lo mismo que los dolores a la embarazada y que tal destrucción no se limita a la dejación de vivir, ni a la aniquilación del alma y del cuerpo, sino a la separación completa de lo que ahora poseen y del Señor.
¿Piensas que eso es un evangelismo que asusta a la gente? Sí, pero, ¿no tienen motivos para ese susto? ¿No hay razón siendo la destrucción tan grande y el escape imposible?
En esta sociedad moderna, tan llena de comodidades, (igualmente en las más pobres) el mensaje de la cruz y de las cosas futuras, en una perspectiva de juicio y condenación, es importante para que el hombre seguro y tranquilo se inquiete por su bienestar eterno y ponga en orden su casa. La vida cristiana y la evangelización necesitan oír sobre las cosas futuras.
Exposición 18
1 Tes. 5: 4-11
Por si no vienen, predícales afuera
“4 Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. 5 Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. 6 Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. 7 Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. 8 Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. 9 Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, 10 quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él. 11 Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis”.
La referencia al castigo de los perversos es breve, de nuevo el apóstol se torna a los santos, para los que escribe. Si Pablo hubiera tenido la seguridad que su epístola iba a ser leída por las multitudes de impíos probablemente hubiera escrito un sermón completo sobre las calamidades que a ellos les aguardan. Pero esta epístola, como todos los documentos del Nuevo Testamento, fue enviada por su autor a la iglesia.
De todos modos nos hacemos la pregunta, ¿es la iglesia el principal, el único o uno de los lugares de evangelización? Hoy las reuniones locales son importantísimas para la evangelización. Los que han crecido en familias cristianas y que aún son no convertidos, asisten los domingos a oír el sermón, también los amigos y los invitados de los miembros. Las reuniones de evangelización de la iglesia serían mejores si la propia congregación trabajara duro para que los impíos acudieran a oír el mensaje, pero esto hasta ahora no es satisfactorio.
Pienso hermanos que este estado cambiaría si la iglesia fuera enviada al mundo, si Dios hiciera que ella se preocupara por los perdidos y saliera a hablarles a ellos, no en la reunión de los santos, ni para traerlos como invitados exclusivamente, sino para anunciarles a Jesús, para pretender la conversión de ellos no dentro del templo sino en el mismo mundo en el contexto en que ellos viven, donde se hallan trabajando y pecando.
Sin querer desintegrar nuestro importante culto dominical como medio de evangelización, sino procurando fortalecerlo desde afuera; veo que el sistema de evangelización de la iglesia apostólica no eran las reuniones locales sino el mundo, el campo es el mundo. Jesús cuando habló del evangelismo de sus predicadores dijo eso, que el campo no era la iglesia, no se ganaban almas sembrando dentro de la iglesia, sino en el mundo. Leed la parábola de “los terrenos” (Mt. 13: 1-8) y lo comprobaréis. Y específicamente la parábola conocida como “la cizaña”, “el que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre. El campo es el mundo” (Mt. 13: 37-38).
Parecería casi inocente tener que hacer esas observaciones, pero creo que son importantes. El Señor no dijo que fueran a una casa, tocaran la puerta y les invitaran para un culto de evangelización. Dijo que hicieran eso pero que allí mismo los evangelizaran. No dijo, díganle al mundo que vengan a oírlos, sino id por todo el mundo enseñando Cuando exhortó a sus predicadores que hicieran su trabajo dijo: “Alzad los ojos y mirad los campos porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4: 35). No dijo, alzad los ojos y mirad la iglesia vacía de no convertidos, llénenla y háblenles.
La iglesia se va a llenar de pecadores ansiosos de oír la palabra del Señor, pero cuando tras orar mucho vayamos a ellos primero predicándoles. El Espíritu del Señor puede mover alguno hacia la iglesia porque tiene conocimiento donde se reúne, y decide hacerle una visita y estando allí convertirse y adorar. Pero si ves donde eso se presenta en el Nuevo Testamento el lenguaje que Pablo emplea parece accidental, como algo inesperado, que bien puede ocurrir, pero que no es parte de un sistema de evangelización del mundo, “si pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas y entran indoctos o incrédulos” (1 Co.14: 23). Cuando Pablo desarrolla sus doctrinas en sus epístolas, siempre está pensando en los santos y fieles y no en impíos y pecadores. Ya con estas palabras concluyo lo que os quería decir sobre el evangelismo.
He dicho que la Iglesia es el conjunto de “santos hermanos”; pero no siempre han sido eso, se han convertido, han pasado de muerte a vida, más en el texto en cuestión se habla de los estados de perdición y de salvación. El primero; un hermano es alguien que ya no está en tinieblas “no estáis en tinieblas” (v. 4). Pero no queda ahí el pensamiento, sino que lo prosigue en v. 5 “porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día, no somos de la noche ni de las tinieblas”. Es una metáfora, pero no la escribe para alabarlos, ni para regocijarlos sino más bien para exhortarlos. La segunda venida de Cristo sigue en su pensamiento y el hecho que les diga eso es para que vivan alumbrados y alumbrando, con nada escondido, nada secreto, que renuncien a todo lo que tenga que ver con el pecado y la condenación y con el príncipe de las tinieblas. Si queremos comprobar que eso es lo que se halla en su pensamiento basta leer juntos los vv.4, 9, “para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque no nos ha puesto Dios para ira “ Con esto va bien lo que ya hemos dicho, lo útil que era la escatología (últimas cosas) para la moralidad de la iglesia de la primera centuria.
Pensando en esto vivir en tinieblas es más que vivir en ignorancia religiosa, es vivir pecaminosamente, vivir mereciendo la condenación; y por lo que dice de los borrachos que se embriagan de noche, v. 7, me parece que piensa en los pecados secretos, los que llamándose cristianos se refugian en la sombra y ocultamente comenten hechos propios de impíos. El cristiano es hijo del día y como tal no debe tener nada que esconder, con un sistema de vida listo para recibir al Señor. Adjunto a esa vida de tinieblas se halla una descripción espiritual de la condición, dormir. Los que son de noche duermen. Pero esto vamos a exponerlo con el siguiente estado.
El segundo estado para el cual pasamos en la salvación es la vigilancia. Quizás no sea un estado legal de salvación como la justificación por la fe, pero es un resultado espiritual de ella. Vigilar lo que hemos recibido. Vigilarnos a nosotros mismos, vigilar al diablo, la carne, y hacerlo esperando al Señor desde el cielo, “velemos y seamos sobrios” (v. 6), “velad y orad”, dijo el Señor, “velad debidamente y no pequéis” (1 Co. 15: 34), “sed pues sobrios y velad en oración” “sed sobrios y velad porque vuestro adversario el diablo” (1 Pe. 4:7,5: 8).
Indudablemente que es una práctica cristiana muy recomendada el velar, el estar atentos para no pecar, pero creo que el sentido con que lo dice el apóstol es como una expectativa hacia la venida de Cristo, el mantener los ojos abiertos para “no dejar minar la casa”, el ser cuidadosos en no ser envueltos por las tinieblas del mundo, en saber dónde se ponen los pies, las decisiones que se hacen adonde conllevan, la mantención de la oración, de la vida espiritual, del progreso interno de santificación. En fin, que velar resume un estado como de vivir listos esperando al Señor.
Antes de ser luz éramos tinieblas, antes de ser del día éramos de la noche y dormíamos (v6). Es horrible situación de los no conversos, duermen, y por ende no oyen los mensajes que se les dan, no ven, no sienten, sueñan las ilusiones de sus propios deseos, con adormecidas conciencias. El pecado los mantiene en letargo. No es que estén estáticos, son sonámbulos, activos, con los ojos abiertos sin ver, como los ídolos, insensibles para todo lo del Señor.
Y puede hermanos, que un pecado que el apóstol advierte a los tesalonicenses, sólo uno en particular, para que el Señor no los halle desprevenidos sea la embriaguez que a mi juicio es lo opuesto a sobrio. Si bien también puede tener un sentido metafórico para todo lo que significa estar ebrios del mundo.
El tercer estado es propiamente el de salvación. Pero no ya en relación con la justificación ni con la regeneración sino con la ira (v.9). Esta porción no es doctrinal, Pablo está siendo exhortativo, se halla aplicando la doctrina y aquí salvación no se refiere a ninguna de las operaciones del Espíritu ni las gracias otorgadas por la obra de Cristo en la cruz, es simplemente escapar de la ira divina, no ser alcanzado por su enojo y por el castigo por haber sido hallados en pecados.
Hay un momento cuando pensamos en la salvación de ese modo, no doctrinalmente, sino prácticamente, en no ser alcanzados por la condenación cuando el Señor retorne. En nuestro próximo estudio veremos eso, como es que la ira de Dios no alcanza a los que se hallan protegidos por la muerte de Cristo y como deben vestirse los hijos del día (vv. 8, 10,11). Invítalos a tus reuniones, después que les prediques.
Exposición 19
1 Tes. 5: 8-10
Mientras esperas a Cristo, habla de sus doctrinas
“8 Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. 9 Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo, 10 quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él”.
Y ¿cómo esperar al Señor? Ya hemos hablado sobre los estados espirituales y habrán observado que son estados prácticos, pero ninguna práctica es segura si no tiene un estado teológico que la respalde. Podemos sentirnos seguros el día de la ira de Dios, porque no somos de la noche, porque siempre hemos vigilado. Pero esas buenas prácticas por sí mismas no son suficientes para estar tranquilos, acaso ¿no hemos actuado algunas veces somos hijos de la noche? ¿No hemos fallado, en el curso de nuestras vidas, en estar atentos y hemos cometido pecado? Tiene que haber algo más hermanos, algo que sea más seguro. En el v. 8, y en la última parte del v. 9 lo hallamos.
Una vida espiritual para esté lista para recibir al Señor, para escapar de la ira venidera tiene que ser una vida de fe. La fe es un don de Dios (Efe. 2: 8), la fe es el medio de la justificación y precisamente la justificación por la fe es la absolución, la declaración de inocencia por nuestros delitos y lo que permite que la ira de Dios no nos alcance. ¿Veis por qué la práctica cristiana no es suficiente si no tiene una raíz teológica, o sea si no es producto de algún don divino? Pablo tiene una expresión que encierra todo esto “con la mira a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Ro. 3: 26).
Recordémoslo amados, si bien nuestras prácticas cristianas deben evidenciar que somos salvos, ellas tienen que provenir de nuestra justificación.
La vida del sobrio vigilante de luz tiene que estarvestida de amor. Este no es un amor natural sino un don de Dios, amor hacia el prójimo, pero en especial amor a Dios. Perennemente el cristiano debe amar. El amor es un fruto del Espíritu (Ga. 5: 22). La fe va de Dios hacia el hombre como un rayo que se refleja desde el Sol hacia él, lo mismo pasa con el amor. Aunque el amor sea un elemento práctico de la vida espiritual es el mismo móvil de la salvación, “la fe que obra por el amor” (Ga. 5: 6).
Y por último, para completar el trío, también hallado en 1Co.13:13, aparece la esperanza de la vida eterna. Ella es también el resultado de la fe, se tiene por haber creído, es la extensión espiritual más elevada de la fe, la que se remonta hacia el final, hacia el cielo, la que se concentra totalmente en la salvación. Es el mismo jugo de la fe, su combustible, la responsable de que la fe no se materialice ni sucumba en medio de los conflictos de este mundo, es la que nos vuelve peregrinos en este mundo, la que nos hace caminar hacia la patria, la celestial. Hacemos bien, queridos, como ya dijimos en la escatología, en nutrir nuestra esperanza con esas meditaciones de las últimas cosas y el privilegio que tenemos al poseerlas.
Y ¿dónde converge todo? En Jesucristo, ninguna de esas cosas anteriores, ni la vida de vigilia, ni de luz brillante el testimonio, ni la vestidura teológica del soldado, ni nada de nada podrá salvarnos de la ira de Dios sino Jesucristo. Sólo él nos permite la salvación porque ya sufrió la ira por nosotros. Todo pasará sobre nosotros sin dañarnos, nuestras conciencias nos permiten esperar esos momentos sin titubeos porque confiamos que su muerte ya hizo expiación por nuestros pecados y que sus sufrimientos son suficientes para satisfacer las demandas legales contra nosotros. La salvación eterna se la debemos enteramente a él y nuestra mucha confianza para con Dios tiene como única raíz su cruz. He ahí la fuente limpia de nuestro ánimo y los temas apropiados para conversarlos en nuestra edificación, mientras la espera de aquel día se acorta. Amén.
Exposición 20
No reconocen la importancia de los pastores
1 Tes. 5:12, 13
“12 Os rogamos, hermanos, que reconozcáis a los que trabajan entre vosotros, y os presiden en el Señor, y os amonestan; 13 y que los tengáis en mucha estima y amor por causa de su obra. Tened paz entre vosotros”.
Hemos aprendido que la iglesia de Tesalónica no era tan ordenada como la de Colosas (Col.2: 5). Se percibe alguna falta de organización interna, aunque era una gran congregación. En sentido general la fe era máxima y a ella debía su bien ganada fama entre las iglesias; no obstante algunos hermanos estaban doctrinalmente inquietos, en especial con respecto a la Segunda Venida. Tesalónica con todas sus virtudes era admirable, así que perdonadme si hallo en ella faltas. Todas las iglesias, por perfectas que sean tienen algo que mejorar. El Espíritu siempre tiene para las iglesias un “pero tengo unas pocas cosas contra ti” (Apc. 2: 14). A mí me parece que los pequeños problemas de ellos estaban relacionados con los ministros, los obispos y los diáconos.
Los ministros tuvieron que haber enseñado, tras irse Pablo, lo mismo que él, sin embargo estaban confusos con respecto al retorno de Jesús. Si ellos, supongo con prudencia, habían sido desoídos en doctrina, ¿no era obvio que lo fueran en otras materias? Si se les menosprecia en lo que enseñan, se les menosprecia en sus personas y focalmente en sus labores. Pienso que, si el apóstol tiene que recordarles, y por algo lo hace, ya sea por evidencias o en perspectiva, que reconozcan, estimen y amen a los obispos, ancianos y diáconos; algo estaba fallando en esa área. Perdonadme un poquillo de especulación.
No quiero exagerar las cosas que estaban pasando allí, a causa de que lo que sé lo estoy deduciendo y no en base a hechos concretos, pero la figura de los pastores estaba algo rebajada. Pablo dice “reconozcáis” (eidénai, apreciar, sepáis). Para algunos tal vez, era como si no hubiera pastores, como si no lo supieran. El obispo no es una figura más en la congregación, un hermano cualquiera. Después de Cristo son ellos los hermanos mayores. No es que el apóstol diga “reconocedlos con aplausos, con adulaciones, poniéndoles una medalla”. Lo que quiere es que el ministerio pastoral crezca en importancia entre ellos, mucho más ahora que él está ausente. Los pastores son los substitutos de los apóstoles. Ya no hay más apóstoles, no hay profetas, pero hay pastores y maestros.
La tendencia hoy, en algunas democracias congregacionales, es minimizar la importancia del pastor y colocarla sobre las comisiones, sobre los diáconos; y son los líderes de la iglesia, asumiendo la representación de ella, los que ocupan el primer rango.
Las otras palabras que utiliza el apóstol para recolocar a los pastores en el sitio donde deben ser puestos a los ojos de los hermanos es “estima y amor” y en eso dice que sea “sobreabundantemente”. No estamos hablando de una tiranía obispal, sino de una relación de amor y reconocimiento entre los unos y la iglesia. El énfasis del apóstol para que se les reconozca y ame es por causa de su obra. Si un hermano no aprecia, no reconoce la obra que el pastor hace, confunde su membresía, no sabe lo que es el Cuerpo de Cristo. No entiende que los hermanos como congregación están a cargo de los ministros (Eso es lo que significa “os presiden en el Señor “) “Presidir” no es sólo dirigir, conducir, sino asumir la responsabilidad espiritual de alguien.
Debemos pensar de este modo: “Tengo que apreciar a mi obispo porque Dios lo ha puesto a cargo de mi vida espiritual” y “tan importante es el trabajo de mis pastores que no quiero que me desatiendan por ir a ocuparse de algo más”. No voy a decir que aquellos hermanos no valoraran el trabajo de los ancianos como tal, el problema subyacente es más bien que no reconocían su importancia. Quizás hubiera quienes pensaran que sin ellos podrían de igual modo crecer y santificarse hasta que Cristo viniera.
El papel de los ministros en nuestra salvación es importantísimo y si es diabólica la tiranía que por siglos algunos han ejercido sobre la iglesia, también el tirarlos al menosprecio es una falta muy grande. Los mismos ancianos deben estar conscientes más y más de la responsabilidad grandísima que juegan en el alma y el destino eterno de los hombres. Si así se piensa, hermanos, la posibilidad de tener una iglesia que viva en paz será grande.
Exposición 21
Ministerio auxiliador del púlpito
1 Tes. 5: 14-16
“14 También os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, que seáis pacientes para con todos. 15 Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos. 16 Estad siempre gozosos”.
Quizás hagamos bien comenzando por llamar la atención de la valiosa ayuda que la iglesia puede prestar a sus ancianos. Está bien, hermanos, el amor que algunos muestran hacia ellos hablándoles palabras amables y de aliento espiritual para que prosigan en sus trabajos pese a la dificultad y oposición que encuentren; pero esa no es la única ayuda que pudieran darles. Hay varios hermanos, no muchos realmente, en todas las iglesias que alientan con palabras a sus pastores y eso es bueno y hacen bien a la iglesia de esa manera. Pero hay otra ayuda que se puede dar a la congregación y que mientras más sean los que participen, tanto mejor. Por lo menos los que han recibido algún don del Señor para hacerlo.
Primero, la amonestación, “os rogamos, hermanos, que amonestéis a los ociosos” (v. 14). Hay veces que los pastores no son oídos desde el púlpito. Ellos pueden hacer mucho bien con sus predicaciones; pero hay hermanos que no hacen caso, siempre hallan justificación para obrar incorrectamente, en ese sentido los otros hermanos, los que tienen don y madurez, sabiduría, pueden ser como los continuadores de lo que se ha enseñado por los pastores.
Son como los que ayudan a poner en práctica los sermones y las clases bíblicas. Específicamente eso es deber de los ancianos, pero no dudo, que aquellos hermanos maduros y sabios, que se hallan en más contacto con la membresía, también pueden ayudar a extender las enseñanzas e influencia del púlpito. Lo que no deben hacerlo son los que no han tenido pruebas en sí mismos que son maduros y sabios porque podrían exhortar sin razón y complicar las cosas más que arreglarlas.
Antes de adentrarnos en los tipos de personas con los cuales esos hermanos mayores de edad pueden trabajar, hacer sus ministerios, podemos hacer una observación general: En todas las iglesias hay grandes desniveles de consagración. Ya cuando expusimos la parábola de los terrenos o “El Sembrador”, tuvimos oportunidad de conocer que aun en aquellos, en los cuales la semilla da fruto no lo da en la misma proporción en todos. Aquí también lo vemos, hay hermanos ociosos, los hay de poco ánimo, y los hay también que son muy débiles. No dudamos de la salvación de ellos, pero evidentemente la vida cristiana entre unos y otros varía mucho. Aunque todo el ministerio de la iglesia no pueda concentrarse en sus propios miembros, porque entonces, ¿quién ayudará al mundo?, aunque ellos no deben ser los principales motivos de nuestras intercesiones, porque ¿quiénes pedirán a Dios ayuda para los que son más fieles?, aunque todo eso, la iglesia puede ella misma no abandonarlos sino ayudarlos, porque no se salen de la iglesia, no la abandonan, están dentro de ella, caminan con ella, pero necesitan ayuda.
El principal grupo que el apóstol quiere que se ayude son los ociosos (v.14). La palabra atáktous lo que significa es desordenados , aunque también implica ocio; como dice León Morris, es una palabra netamente militar, usada para cuando los soldados de la tropa se desbandan tomando cada uno un rumbo. Es una palabra compuesta de dos, “a” que es negación y “tassó” que es arreglar o poner en orden. Ella habla de insubordinación, de romper reglamentos, de no respetar el mando, no reconocer superiores y obrar con arbitrariedad. Realmente que eso era un problema en Tesalónica. Había hermanos que no deseaban guardar ningún orden, no querían sujetarse a ninguna disciplina y no respetaban el gobierno de la iglesia.
Nosotros estamos acostumbrados a pensar en la iglesia como el cuerpo de Cristo, y la membresía dentro de ella como una cosa solidariamente fraternal. Y es eso. Pero el Nuevo Testamento también nos describe una iglesia organizada con un gobierno. Todos nos hallamos de acuerdo que nuestra congregación es una comunidad de amor, que la membresía en ella se pide voluntariamente y se mantiene del mismo modo; pero no tan voluntario que cualquiera por quererlo pueda pertenecer porque la iglesia acepta o rechaza las peticiones, y no tan voluntario que queriendo, en contra de los reglamentos de ella mantener la membresía eso lo logre.
Cuando un hermano confiesa su fe en Cristo y pide ingreso por el bautismo, él conoce que eso lleva un proceso de admisión; de ello debe aprender que existe implícitamente una organización y un gobierno, que hay reglamentos y estatutos que regulan espiritual y de otra naturaleza la vida congregacional. Algunos se han quejado del orden en la iglesia, de la disciplina, de la existencia inequívoca del gobierno. Y ¿quiénes son? Los “atáktos”, los ociosos, los que quieren andar desordenadamente. Dicen entonces que hay un militarismo en la iglesia. ¿Hay militarismo donde quiera que haya orden y disciplina? ¿Hay militarismo en las escuelas de nuestros hijos? ¿Hay militarismo en el gobierno civil de nuestro país? La iglesia que Cristo organizó, no la organizó sin estatutos y reglamentos. La propia ética cristiana que la preserva está sostenida por preceptos revelados que conforman lo que conocemos como ley de Cristo.
No aprobamos en ningún modo el enseñoramiento de nadie sobre la fe de la iglesia ni la tiranía de unos pocos sobre ella, pero siempre que la iglesia pueda elegir libremente cada año a los hermanos que la han de dirigir se garantiza que perdurará la democracia. Y eso en el caso que no tenga el oficio de ancianos, a los cuales se supone ella confirma.
Pero los anárquicos y desordenados no son los únicos que hallamos, a estos hay que exhortarlos para que entiendan por vía de la reprensión que una actitud insubordinada no es tolerada en la familia del Señor. Los hay también que son los “de poco ánimo”. La palabra que utiliza el apóstol es “oligopsuchous” compuesta por “oligos”, pequeño, y “psuché” o alma. El de poco ánimo o poca alma, poca mente, es el que hay que animar, decirle palabras que le vuelvan el resuello, que lo estimulen a continuar fiel. Esto no tiene nada que ver con incapacidad mental, sino más bien es un estado psíquico transitorio quizás.
Hay hermanos, incluso consiervos, que sólo piensan que en la iglesia deben oírse discursos de aliento. Esos mensajes tienen su lugar, pero si uno sólo enseña la Biblia devocionalmente, ¿cuándo enseñará doctrina? Pienso que él ánimo debemos extraerlo de la propia y bien fundamentada predicación expositiva, pero de todos modos si todos no nos logramos animar con lo que enseñan los ancianos, entonces los hermanos maduros, como he dicho pueden cooperar ayudando en un plano más bajo, en el trato interpersonal.
Ya para hoy es suficiente sobre la continuación de este ministerio auxiliador del púlpito. Nos queda sólo suplicar lo mismo que el apóstol, que “seáis pacientes para con todos”, porque cuando es vigoroso y anda de prisa no le gusta esperar a los que tienen el paso lento; los que son maduros tienden a desesperarse con los inconstantes y los que han adquirido mucho conocimiento deploran tener que instruir a los que debiendo saber mucho sólo conocen unas cuantas y medias cosas.
Exposición 22
Que las penas y dolores salgan de nuestro ánimo
1 Tes. 5: 15-18
“15 Mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros, y para con todos. 16 Estad siempre gozosos17 Orad sin cesar. 18 Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús”.
Otro es el tema del v. 15, “mirad que ninguno pague a otro mal por mal; antes seguid siempre lo bueno unos para con otros y para con todos”; es de otra índole, porque aunque hay un ministerio de extensión favorable al del pastor, hay hermanos que incluso en la propia iglesia pueden acercarse a otros con ganas vengativas. Estos desatan lo que la predicación ata, hieren donde los sermones sanan, esparcen donde el predicador junta. Son hermanos, no son enemigos conscientes del evangelio, pero dominados por sus naturalezas humanas no pueden soportar callados las ofensas ni digerir en oración un insulto. Parecen vivir bajo la ley del talión y devuelven golpe con golpe, ojo por ojo y diente por diente. Afuera, en su trato con el mundo actúan iguales, por eso Pablo dice al final, “para con todos”.
Hermanos, el asunto de la venganza es humano, es instintivo, nacemos en el Sinaí y llevamos un Moisés dentro La otra persona puede merecer la venganza, pero no lo quiere Dios, él la prohíbe. Uno siente deseos de vengarse cuando ve que ha sido injustamente herido, cuando no hay una justicia que pida cuentas o que la ira de Dios se tarda. Pero si sufrimos una injusticia, “¿por qué no sufrís más bien el agravio, por qué no sufrís más bien el ser defraudados?” (1Co. 6: 7). También en Ro.12:19,20 dice “no os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor. Así que si tu enemigo tuviere hambre dale de comer; si tuviere sed, dale de beber pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza”.
Por la abundancia con que el apóstol escribe sobre el tema nos damos cuenta que la venganza es algo común en el ser humano y aun los fieles no están exentos de verse arrastrados por ese torrente de ira. El mal no se paga con mal. El mal merece el mal, pero Dios lo prohíbe porque no hacemos justicia sino que nos vengamos, tomando el lugar de nuestro Juez; y peor, cuando devolvemos mal, pecamos. Cuando castigamos a otro como se merece podemos estar envolviéndonos en pecado y usando armas de las tinieblas, atrayendo sobre nuestras vidas el castigo de Dios. De todos modos vale más esperar en Dios que es más justo, vindica mejor y quizás conduzca a nuestro ofensor al arrepentimiento; mientras que nuestra venganza jamás es salvadora y más bien lo que hace es aumentar el pecado en el que la recibe cuando la siente en su carne.
Existe una secuela inevitable a la ofensa o a la venganza, es la tristeza. Puede que Pablo supiera ya de primera mano sobre hermanos resentidos, que no habían perdonado, a los cuales, haciendo el consejo general manda que estén “siempre gozosos” (v. 16). ¿Será posible eso? ¿Estar siempre de buen humor, siempre alegres? El apóstol no siempre estuvo gozoso, por causa de la salvación de sus compatriotas solía entristecerse mucho, “digo verdad en Cristo que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón” (Ro.9:1, 2), y estando preso dijo, “he aprendido a contentarme” (Fil.4: 11). Eso lo tuvo que aprender por muchas lecciones de privación y escasez. Y Jesús dijo, “en el mundo tendréis aflicción”, y por algo se dice en otro lugar que “enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos”.
Aunque no podamos siempre, debemos procurarlo, porque también escribió en otro sitio, “regocijaos en el Señor siempre “ (Fil.4: 4). Para estar continuamente así hay que tener mucha fe en Dios, confiar mucho en sus promesas y orar también con mucha frecuencia para que las penas y dolores salgan de nuestro ánimo y sean puestas delante del Señor.
El gozo perenne está unido indisolublemente a la oración constante, “orad sin cesar, dad gracias en todo porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (5:17, 18). La oración sana las heridas y enfermedades de nuestro espíritu. Si uno es ofendido y herido implacablemente y la melancolía o el odio invaden constantemente nuestra mente, debemos acudir rápidos a la oración. Los hermanos que más oran son los más saludables y los más felices. La oración misma no cura nuestros males pero nos pone en contacto con Dios y la presencia del Señor substituye con gloria lo que nos enfermó por un tiempo. Hay veces que nuestras mentes se hallan tan cargadas que no podemos dejar de pensar en lo que sabemos que nos estropea y desmaya. Ese es el momento de sacudirnos tales meditaciones por medio de oración. Algunas veces también, al orar el Espíritu, que intercede por nosotros nos trae a la memoria alguna promesa de su Palabra y ella con indudable poder repara todo el daño que nos habían hecho. Es una experiencia gratificante cuando algunas de las muchas palabras divinas que hemos aprendido nos son enviadas desde el cielo, como al arcángel Miguel, para recordarnos que somos “muy amados”.
¿Nos atreveríamos hermanos, a “dar gracias en todo, porque esa es la voluntad de Dios para con nosotros en Cristo Jesús? La acción de gracias es una parte importante en nuestra oración porque es el medio para poner en orden el conflicto que existe en nuestro pensamiento entre nuestras circunstancias y la voluntad de Dios. Mientras la situación de pesar e incertidumbre persiste, la lucha en el alma también existe. Uno sangra mientras los hechos no son aceptados. Pero cuando aceptamos la realidad de lo ocurrido y sea lo que sea, reconocemos que es la voluntad de Dios y que por ser ella “agradable y perfecta” debemos agradecerla, entonces nos relajamos, la distensión aparece y hasta podemos con gozo cantar algunas melodías de gratitud.
Como hemos visto, circunstancias difíciles y problemas no podemos evadir, de todos modos, ellos nos alcanzan; y dentro del perímetro de nuestras relaciones fraternales, Dios nos prohíbe maltratar al prójimo como él lo hizo con nosotros, y para aliviar las cargas de nuestros ánimos nos ha pedido que oremos insistentemente hasta que seamos “sanados” (Sgo.5:16, “orad unos por otros para que seáis sanados”). No porque las cosas se hayan arreglado, y persisten las penas y dolores, no porque las sombras de la realidad no existan, sino porque hemos admitido que es la voluntad soberana del Señor la que lo ha permitido y enviado para nuestro total bien.
Exposición 23
En guardia contra enseñanzas intrusas
1 Tes. 5:19-24
“19 No apaguéis al Espíritu. 20 No menospreciéis las profecías. 21 Examinadlo todo; retened lo bueno. 22 Absteneos de toda especie de mal. 23 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 24 Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”.
Al comenzar nuestra exposición, siempre ateniéndonos al contexto, tenemos que definir si el v.19 lo interpretamos en conexión con el anterior o con el posterior. Yo lo tomaré relacionado con el v.20. Es cierto que una actitud de rebeldía en aceptar la voluntad de Dios, pensando en los versículos precedentes, conjuntamente con un espíritu renegado e ingrato, apaga al Espíritu, si por ello se entiende sólo su acción sobre la vida emotiva de la persona tal como el gozo, el amor, etc. Pero la actividad del Espíritu Santo sobre nuestras almas no está circunscrita a las emociones, porque aún empieza por la mente o la razón cuando produce el arrepentimiento. Las emociones no producen al Espíritu Santo, el Espíritu es el que da el gozo, la paz, la bondad, etc. Una persona puede no sentir gozo y eso no apaga al Espíritu, no sentir paz, y tampoco lo apaga.
Entiendo que lo de apagar al Espíritu mayormente se halla relacionado con las profecías. Como una cuestión general, lo único que puede apagar al Espíritu es el pecado. ¿Puede la tribulación? ¿La angustia, la escasez, la desnudez? No, mis amados. Solamente el pecado puede “contristar” al Espíritu, apagarlo. Un pecado contra las profecías era un pecado contra el Espíritu Santo. No digo que pecado imperdonable, pero pecado al fin.
De acuerdo a lo que el apóstol escribe, ¿qué pecado? No dice que los deseos carnales, ni la sensualidad, ni la codicia, ni la avaricia. Era una actitud pecaminosa relacionada con el menosprecio de las profecías. Observe que empezaban no a rechazar completamente sino a “menospreciar” las profecías. No las prohibían, pero no las preferían. Ocupaban un lugar, pero no el primero.
Nosotros sabemos que dentro de los dones que recibió la iglesia en su infancia se hallaba el de profecía. “Había entonces en la iglesia que estaba en Antioquía, profetas y maestros” (Hch.13: 1). Terminantemente Pablo prefiere el don profético a cualquier otro, “procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis” (1Co.14: 1). Y por último vemos lo mismo en Efe. 4:11, “y él mismo constituyó a unos, apóstoles, a otros profetas, a otros maestros”. Nadie puede dudar que el don de profecía corrió un papel importantísimo en la historia de la revelación, cuando el Nuevo Testamento aún no había sido formado, cuando no existía ni una página escrita o al menos ampliamente distribuida para todas las congregaciones. Las iglesias necesitaban una ayuda especial, una comunicación de gracia para que el mensaje apostólico llegase hasta ellas de modo intacto.
Sabemos que los profetas no obraban principalmente prediciendo el futuro o adivinando vidas privadas. Su principal función era revelar la verdad, predicar el evangelio, lo que Jesús había enseñado y ellos no escucharon. O también, la voluntad de Dios, comunicar un mensaje de salvación y edificación; el don era un instrumento de revelación. Si no había profecía no había predicación porque era lo mismo. Entonces, el menosprecio a las profecías era un pecado grande porque se menospreciaba la predicación, los sermones del Señor, el medio por cual los pecadores podrían conocer la verdad revelada de Dios, salvarse y la iglesia edificarse. Es un pecado menospreciar la predicación y darle menos valor al sermón que a otras cosas.
Y ¿por qué ocurría eso? ¿Por qué los profetas estaban ocupando un segundo plano en la iglesia? En sentido general pienso que es un ardid diabólico. Satanás siempre intenta eso mismo, que la predicación, que los sermones sean devaluados y los predicadores ocupen un segundo lugar. En Tesalónica, como hemos visto al exponer 5:12-13 los ancianos eran desestimados. Ahora aquí vemos que también los profetas. Había mucha insubordinación allí. Era una gran iglesia como ya he dicho, pero un peligro grande la amenazaba, quitando de sus lugares las cosas más importantes.
Amados, la iglesia se debe al Espíritu, él es el alma de la iglesia y la predicación es el arma suya. Si no hay Espíritu no hay iglesia, si no hay predicación tampoco la hay. Cualquiera otra cosa que haya en la congregación si ella substituye a la predicación profética se apaga el Espíritu, la iglesia más llena del Espíritu es la más llena de sermones de profetas, de palabra de Dios, de revelación, de verdad. Ni la música, ni la preferencia por el ejercicio de otros dones deben suplantar la predicación. Es un engaño miserable de Satanás inducir a la iglesia a que menosprecie la revelación, y a que llame a una iglesia avivada y llena del fuego de Dios, aunque la predicación tenga allí menguada importancia.
La bendición de tener el Nuevo Testamento. En aquellos tiempos previos al Nuevo Testamento la situación de las iglesias era bastante difícil en lo que a preservación de la enseñanza apostólica se refiere. Todo a su alrededor estaba erizado de peligros, muchísimos hombres y hasta mujeres se declaraban mensajeros de Dios, enviados por Jesucristo e incluso, apóstoles suyos (2 Co. 11: 13), y donde no podían llegar con sus personas enviaban sus cartas (2 Te. 2: 1) ¿Cómo entonces saber si lo que alguien enseñaba era apostólico o era un fraude? Muchas congregaciones no poseían ni siquiera una epístola apostólica y tenían que copiarlas de otras cuando fueron apareciendo. En estos tiempos los profetas jugaban un papel importante y podían ser testados sino por algún documento que dichosamente poseyeran, por la opinión de algún hermano que hubiese aprendido las doctrinas de un discípulo apostólico o de uno de ellos mismos. Dios no los desamparaba. Entonces viene oportuno el consejo apostólico, “examinadlo todo, retened lo bueno” (v. 21). La palabra examinadlo es la misma que se traduce “probad los espíritus”. Cualquier cosa que oyeran tenían que compararlo con lo que los apóstoles habían enseñado (los profetas eran los colaboradores más cercanos a los apóstoles, en realidad los substitutos de ellos, los que revelaban el misterio de Cristo, Efe. 3: 5). Ellos cesaron cuando el Nuevo Testamento se confeccionó porque este contiene todo lo que ellos aprendían, y lo que los apóstoles igualmente trasmitían, dándole con rigor importancia a la predicación. Había que preguntarle a algún anciano o algún profeta que ya fuese tenido como “ortodoxo” si lo que habían acabado de oír era correcto o falso, si era la doctrina pura enseñada por Jesús o alguna tergiversación humana; la opinión de ellos eran puntualmente seguida. Estos viejos profetas trabajaban estrechamente en colaboración con los apóstoles y con los maestros como en el versículo de Efesios vimos.
Cualquiera de los dones divinos podía ser falsificado y el de profecía no estaba excluido y alguien inventar de su propia imaginación, conflicto mental o sueño, y asegurar que era una profecía. Entonces había que chequear lo que se había dicho. ¿Cómo un hermano podría ponerse en pie y afirmarle que Dios no le había dicho nada, que era un engañador o un enfermo mental? Los apóstoles, los discípulos de estos, los profetas genuinos y los maestros de la iglesia tenían la palabra para verificar lo que estaban oyendo. Era como consultar el Nuevo Testamento hoy en día. Tenían que “examinarlo todo y retener lo bueno”. Pero ¿qué sería lo bueno? Lo bueno sería lo que los apóstoles ya les habían enseñado.
La importancia de la cuestión doctrinal. Si la doctrina que se enseñe no es importante, ¿por qué el apóstol recomienda el examen? Si lo malo y lo bueno es cuestión de ética y de moral, ¿por qué el apóstol llama bueno a la enseñanza correcta? Lo que no esté sancionado por la Escritura es malo y lo que la contradiga mucho más malo. La doctrina sí es importante y siempre la iglesia tiene que hallarse en guardia contra la invasión de enseñanzas humanas y diabólicas intrusas.
Exposición 24
1 Tes. 5: 22-24
Pasar sin vergüenza por su tribunal de justicia
“22 Absteneos de toda especie de mal. 23 Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 24 Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”.
Si mantenemos un poquito suelta la conexión del v. 22 con lo anterior, ampliando la santificación más allá del área de las profecías (porque ya hemos visto que hay buenas y nocivas) creo que no faltamos a la idea general y final del apóstol, “absteneos de toda especie de mal” (v. 22). La palabra que utiliza Pablo para llamar especie es “eidous” y se refiere a la forma, substancia, esencia. No implica necesariamente una “forma” de apariencia visible, aunque lo puede implicar porque se corresponde con el latín “video”. Es la misma palabra que leemos en 2 Co .5:7 “porque por fe andamos y no por (eidous) vista”. El pecado puede tener muchas formas y llegar hasta nosotros en miles de apariencias, desde las más bellas hasta las más grotescas, desde las más embrutecidas hasta las más sofisticadas, desde las más débiles hasta las más robustas, desde las más pobres hasta las más ricas. Puede tener una forma femenina, masculina, de billete de banco o de ángel. Lo cierto es que para perder nuestra santificación tenemos mil formas y caminos. Son tantas las posibilidades de que disponemos para pecar que es un milagro que no lo hagamos y que no seamos al fin, habiendo huido de muchos tipos de corrupción, atrapados por alguna red.
Pablo ordena la santificación cuando dice “absteneos” (v. 22), pero en el v. 23 dice “y el Dios de paz os santifique por completo”. De esto podemos entonces asegurar doctrinalmente quien la exige y quien la otorga. Dios no pide lo que no está dispuesto a dar, la demanda de obediencia va acompañada de gracia para obedecer, no nos pide que vivamos la vida cristiana por nosotros mismos, sino que nos la concede, no nos abandona a que sorteemos todos los tipos de peligros que hallamos en nuestro camino como podamos “concede de lo que pides y pide lo que quieras”. Pasa con la santificación lo mismo que con el arrepentimiento y la fe, exige lo que se apresura a entregarnos.
Los que estamos en la carne sabemos que no es posible abstenerse de toda especie de mal a menos que seamos socorridos. Quizás uno pueda desentenderse de una tentación por algún tiempo, olvidarla o huir de ella, pero si nos acosa insistentemente, echados a sus pies nos dejaremos cortar la melena. Es algo muy difícil separar la gracia de nuestra propia lucha; pero hablando desde mi propia experiencia yo veo que lo único que aporto a mi santificación es mi propia debilidad, la conciencia de mi fragilidad y la angustia y el temor de ser finalmente atrapado. Cuando llegamos hasta ese rincón retrocediendo y casi indefensos es cuando clamamos y al decidir morir aplastados, pero combatiendo contra el mal, llega la fe, victoriosa y en un santiamén somos librados y escapamos.
Es una ilusión de neófito pensar que se puede continuar en la santificación (He ahí una palabra difícil, ¡continuar, mantenerse!) sin la ayuda de Dios. Aunque se nos pide sed santos porque yo soy santo? y otras cosas parecidas, es Dios el que hace que la vida se santifique por completo (v. 23). Envía la fe en el momento más difícil, su Espíritu nos recuerda lo que hemos aprendido y saca nuestro ánimo de debajo del escombro dejado por los malos pensamientos de los babilonios y asirios. Por algo se llama Espíritu Santo, no que sea el único santo de la Trinidad, sino para que estemos seguros que por ahí llega nuestra victoria sobre el pecado.
Creo que podamos dar un paso más y notar la extensión de la santificación, “os santifique por completo”. Dios no se conforma con una santidad parcial, llegada hasta ciertos puntos, y sólo en algunos aspectos. No se conforma con una parte del hombre o con una parte de la mujer, ocupa un territorio y deja el otro al dominio del pecado. Dios no vive contento con tener al diablo de vecino en su propia mansión. Quiere que sean suyas todas las regiones del ser humano. Él nos anhela celosamente, “o pensáis que la Escritura dice en vano: El Espíritu que él ha hecho morar en vosotros os anhela celosamente” (Sgo. 4: 5).
Y ¿qué entiende el apóstol por “completamente”?, “todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo? Yo tomo “alma? (siqué) como la vida misma, como el soplo vital, así de general el término (Hch.15: 26; 27: 37), identificada como el cuerpo y la existencia, pero también como un elemento inmaterial e inmortal. No es un soplo resultante de la existencia de la combinación de los elementos del cuerpo, sino lo que hace que el cuerpo permanezca vivo. Significa junto con todo eso, la vida interior del hombre con pensamiento, razón, emociones y voluntad, hasta donde llega la palabra de Dios, “que entra hasta partir el alma y el espíritu” (He.4:12). Sobre la palabra espíritu no vamos a vagar mucho, para mí significa lo mismo que alma pues es lo mismo y en muchos pasajes de la Biblia ambas se intercambian. No que sean dos cosas distintas y que una tenga una función espiritual y la otra no tenga. La única tenue diferencia que podríamos establecer es la del hombre psíquico (alma) y la del hombre espiritual (pneúma) (1Co. 2:14-15), pero ahí la distinción no es de contenido en sí misma sino del Espíritu Santo que hace la diferencia.
De todos modos, sin intentar probar ahora por este pasaje la falsedad asumida de algunos grupos de que el alma humana es sólo su vida material, continuamos con el propósito que me parece que Pablo persigue, la de animar a los hermanos a que se santifiquen por completo, es decir, en el hombre interior y exterior. El apóstol no está haciendo una descripción del contenido del ser humano, sino sólo de paso, cuando menciona alma y espíritu separadamente lo que está haciendo es repetir, colocando un énfasis justo sobre la vida interior, el comienzo de la santificación, desde donde sale hacia afuera, al cuerpo.
Las tres palabras de nuestro ser están en perfecto orden. Es un error comenzar por el cuerpo para santificarse, bien amedrentándolo por coerciones antinaturales, impropias de las leyes con que fue creado, o por satisfacciones desmedidas e impuras. Comenzar la santificación por el cuerpo ha sido la idea de algunos filósofos de la antigüedad de los cuales toma nota san Pablo, “tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en duro trato del cuerpo, pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:23). La corrupción del hombre no comienza en la locura de su sistema físico, sino en el mismo origen de su vida, en su alma, en su naturaleza humana.
Sin embargo, la santificación tiene que incluir ambos, el cuerpo y el alma, colocados en el equilibrio dado por Dios en sus leyes, centrados en la satisfacción natural y espiritual del orden que los gobierna. Jesucristo es el Rey tanto del alma como del cuerpo y el Espíritu Santo habita tanto en la razón, el pensamiento, las emociones, la voluntad como en las células del cuerpo. Y todo eso por medio de la fe. Para una ampliación de esto podemos leer 1Co. 6:12-20. Aquí el apóstol analiza la importancia que tiene el cuerpo en la santificación, afirmando que el cuerpo no es para la fornicación sino para el Señor y el Señor para el cuerpo (v.13). Que el cuerpo debe ser santo porque será resucitado, “y Dios que levantó al Señor, a nosotros también nos levantará con su poder” (v. 14). Y termina diciendo que “habéis sido comprados por precio glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (v. 20).
Vamos ahora a un punto final, el clímax. La santificación es mucho más que un esfuerzo humano bien intencionado para no pecar, es el resultado del llamamiento de Dios. Somos santificados si Dios nos llama. La pureza física y espiritual es un logro de Dios en sus llamados, “pues no nos ha llamado Dios a inmundicia sino a santificación” (4:7) y fuimos llamados “para ser hechos conforme a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (v. 24). Es un trabajo de Dios para sus escogidos, no para los que se hallan afuera, es una parte de la salvación, el reflejo de ella, es la gloria de la vida cristiana y el sello de la elección por gracia. Dios la hace, él es fiel, y ante la suposición que nosotros en algo le seamos infieles, él no puede negarse a sí mismo y continua su trabajo. Dios tiene en sus manos la sobrehumana obra de hacernos perfectos, conforme a su Hijo, conforme a sí mismo, preparándonos irreprensibles (amemptós, sin culpas) para recibir al Rey en el aire y pasar sin vergüenza por su tribunal de justicia.
Exposición 25
Pablo pide con juramento, que lean sus epístolas
1 Tes. 5: 25-28
“25 Hermanos, orad por nosotros. 26 Saludad a todos los hermanos con ósculo santo. 27 Os conjuro por el Señor, que esta carta se lea a todos los santos hermanos. 28 La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros. Amén”.
Ya el apóstol ha de llegar al final de su epístola y ruega algunas cosas importantes, primero, que oren por él (v. 25). Como hemos visto a través de sus escritos, el apóstol afirma continuamente que él intercede por los demás y además también pide las oraciones por sí mismo y por sus compañeros “orad por nosotros”. Incluye a Timoteo, a Silvano (Silas) y a todos aquellos siervos del Señor que ellos conocen que hacen la obra y que necesitan ser fortalecidos contra los ataques del maligno.
Dios podría ayudar a sus siervos sin que nadie orara por ellos, los puede bendecir sin que alguien le manifieste ese deseo (conforme los bendice aun cuando algunos envidiosos y contenciosos no lo quisieran); sin embargo, las oraciones de intercesión por los pastores forman una parte importante de las bendiciones que ellos nos traen. La oración de intercesión por un ministro nos identifica con su obra, nos hace amarla, nos hace sentirnos parte de ella para apoyarla, cooperar con lo que se pueda para su avance. El Señor desea que sintamos la obra que hace el ministro como nuestra también, que no formemos parte de la iglesia y seamos como unos ajenos, sino que estemos involucrados en ella, en todo. El primer paso para la consagración a la obra de Dios y para amarla es empezar orando por ella y por los que la dirigen.
En segundo lugar, cuando se ora por los ministros que hacen la obra obtenemos ganancias. Dios, enseña el Nuevo Testamento, se ha propuesto premiar los propios dones y las gracias que él nos otorga. La intercesión nuestra le sirve, hablando como hombre, como un motivo para bendecir y premiarnos a nosotros también por haberlo demandado. ¿No dijo el Señor que el que diera un vaso de agua fría a un profeta, recompensa de profeta recibirá? (Mt. 10: 41) ¿Qué recompensa podrá ser mayor que la que se reciba por haber ayudado a vencer al enemigo número uno de Dios y extirpar del mundo el pecado y la rebelión? ¿Qué recompensa puede ser mayor que la de conocer que hay muchas almas santificadas disfrutando de la vida eterna y que nosotros ayudamos pidiendo la misericordia que las trajo allí?
Seguidamente les pide a que se expresen el cariño, “saludad a todos los hermanos con ósculo santo” (v. 26). Él no está allí para que le besen sus mejillas, pero pide que entre ellos mismos lo hagan, quizás después del culto o al encontrarse. Pablo es un líder que promueve el amor entre los que dirige, hace que ellos se amen más. No todos los líderes son de esta naturaleza, los hay que chismean tanto por separado que acaban por distanciar a aquellos que le prestan colaboración y luego tienen la desvergüenza de quejarse de falta de unión. Por otra parte, nos enseña ¿qué parte tiene en la iglesia la indiferencia y la prisa por marcharse que no da tiempo para decir “¡hola!” ¿Sigues mejor? Ninguna, por supuesto. Ya hemos dicho que nuestra meta es volvernos una familia cariñosa y llena de amor fraternal. Amén.
Casi por último les pide que nadie se quede sin leer su epístola, “os conjuro por el Señor que esta carta se lea a todos los santos hermanos” (v. 27). Por extensión pudiéramos decir, que sea leído el Nuevo Testamento, que no se quede ninguno sin que oiga o haga una copia de la epístola. Eso no hay que hacerlo hoy, no hay que esperar que nos lean la Biblia o tener que copiar nosotros una prestada. Nadie tiene excusa para no poseer una ni para olvidarse de ella y no leerla. En especial deben mostrar interés aquellos que tienen dificultades doctrinales, sea con la segunda venida de Cristo, con la resurrección de los muertos, con el juicio final o con la elección eterna. El estudio del Nuevo Testamento, en especial las epístolas, es necesario para salir de cualquier error. El Señor dijo, “erráis ignorando el poder de Dios y las escrituras” (Mt. 22:29).
Por otra parte, nos queda por preguntar, ¿por qué tiene que conjurar? ¿Por qué les pide que le prometan leerla bajo juramento? Quizás porque algunos pensarían que era demasiado profunda para que todos pudieran entenderla, que mejor sería si quedaba confinada a unos pocos para que enseñaran a otros después con sus personales interpretaciones. No, él quiere que la epístola sea leída por cada uno, no por los profesores tan solo, ni por los maestros y doctores nada más. Su teología no es para un seminario sino para la iglesia.
Pudiera ser también que una vez recibida e informados los diáconos y los ancianos de su contenido se descuidaran y no la hicieran llegar al resto de la iglesia. Cualquiera que fuera la razón alegada, él les pide que bajo juramento se comprometan a que eso no ocurra y su epístola con todo su contenido sea examinada y disfrutada por todos los santos hermanos. Y ese es nuestro deseo también, que tanto lo que él nos legó como lo que escribieron otros santos varones que hablaron por inspiración de Dios, circule entre nosotros abundantemente y se hallen las páginas del Nuevo Testamento al alcance de todos en particular y luego entonces, la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos...nosotros. Amén (v.28).
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Humberto Pérez
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