Autoestima y el valor que Dios nos da
Lamentaciones 4:2
"Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro
puro".
Que valían más que el oro puro. Aunque este versículo sea un
lamento, mira lo que dice de los hijos de Dios, "preciados más que el oro
puro", o que valían su peso en oro puro, son de gran estima y valor, las
joyas de Dios. ¿Esto aumenta la autoestima? Sí, la normal, la que se forma por
el valor que Dios nos da, por ser obra de Dios, creados por él con dignidad, y por las muchas cosas que él nos concede. Es
un concepto correcto de nosotros; primero en relación con él y con su obra de
gracia. Es gloriarse en la gracia misma.
No es aquella autoestima carnal, la que se gloría en la persona
misma, en los valores naturales, y gira alrededor del yo; sino lo contrario,
aquella que se eleva hacia el trono del Señor y lo bendice por la justicia
imputada de Jesús. Ni siquiera sobre los restos de la imagen perdida por la
caída en pecado y la semejanza deformada de Dios que por naturaleza heredamos; no
es una autoestima edificada sobre los mandamientos de Dios y el potencial
humano para cumplirlos, no es una virtud intrínseca, es el gloriarse en el
Señor, es una exaltación espiritual por medio de la gracia de Dios de
Jesucristo y una obra entera del Espíritu Santo.
No hay que sentirse siempre vestido de cilicio y postrados en
tierra ni decirse continuamente, “no tengo valor y no sirvo para nada”. ¿Es eso
cristiano? Claro que no. Son las doctrinas arminianas metidas dentro de esos
desperdicios adámicos, sentadas sobre el yo, las que insisten en preservar
dignos los residuos benevolentes de la
imagen humana y dice “yo valgo mucho, nadie vale más que yo” y dice “me amo
primero y luego a los demás” porque el que diga eso poco ama a los otros; y es
una incipiente megalomanía esa forma de pensar. Sí, son las doctrinas de
Arminio, no las de Calvino, que exalta la gloria de Dios y coloca al ser humano
donde más alto pudiera elevarse, en la total gracia.
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