Dudas para entrar al ministerio y dudas para salirse

 Jeremías 20:7-9
"Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Porque cuantas veces hablo, doy voces, grito: Violencia y destrucción; porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude". 

Lo que quiere decir es: “Me obligaste, acepté esta vocación profética y tomé este camino porque tú me pusiste en él, yo no lo hubiera escogido, no te lo pedí ni te sugerí que me lo dieras, no anhelé obispado,  me opuse a tu ofrecimiento e hice excusas como tú recuerdas, pero te impusiste en tu poder y tuve que ceder, me fue impuesta necesidad. Me hiciste muchas promesas y ahora todo me está saliendo mal; por lo tanto, me regreso, doy un paso atrás, puse mi mano en el arado pero la quito. No soporto, es demasiado para mí”.
Dudas para entrar y dudas para salirse; todo gira en torno a su contradictor mensaje. Pero no puede porque dentro de él sentía una ardiente pasión por su vocación. Dios no le hizo más fácil su ministerio, al contrario, le aumentó sus tribulaciones y eso le quitó su desánimo y su deseo de retiro (v. 10). Los que bien o mal lo querían miraban si claudicaría o cojearía, o se caería. Nuestros tiempos peores y los más peligrosos no son los de guerra sino los de tranquilidad.
En medio de tan depresivo ánimo ignoraba el profeta lo que llevaba dentro, el fuego de su vocación metido en sus huesos, quiso apagarlo pero no pudo, porque desde que Dios lo llamó era otra persona, no la misma que antes de comenzar; aunque quisiera renunciar, cambiar de vocación, compartirla con otros deberes o jubilarse, no podría, sólo la muerte pondría fin a su carrera. Fue formado por el Espíritu, por la Palabra que había gustado exquisitamente, ahora aunque le fuera mal en los frutos de su empresa, no tenía otra bajo el cielo y nada más podía que  ofrecerse en sacrificio y libación sobre el altar de la fe (Flp.2:17). Quédate profeta, no te regreses predicador que no podrás acostumbrarte a tener los labios cerrados toda la semana. Echarás de menos tu santa rutina. No puedes olvidarte del amor de toda tu vida. 

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