Dios a veces nos hace seguir el curso de las golondrinas

Mateo 6:25-32
ORANDO Y PREOCUPADO
“Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas”.

Al hablar el Señor con tanta pasión contra los enfermos del dinero, se dispone a dar un paso más: eliminar aún del deber cotidiano del trabajo la ansiedad y el afán. Fíjate si es así que no dice "no os afanéis por tener terrenos, casas, caballos, mulos, tiendas, carros", sino "lo que habéis de comer o beber", es decir, ni aún por lo básico, lo indispensable para el sostenimiento de vuestras personas. Ahora aquí no está advirtiéndonos de los peligros eternos que corren las almas de los que quieren a toda costa enriquecerse sino de lo fastidiosa y desesperada que se puede volver la vida más simple si es penetrada por afanes y desesperaciones. Lo que el Señor quiere es que disfrutemos la vida cristiana, y empieza por dónde empieza la obtención de una vida tranquila sin los sobresaltos de las inquietudes: la fe en la providencia de Dios.
Piensa en la historia de la providencia en tu vida. Pensar en lo que ya hemos recibido de Dios: la vida y el cuerpo (v. 25), "¿no es la vida más que el alimento?". Ciertamente que por el sistema de nutrición el Señor nos preserva vivos pero ya hemos visto al comentar "no sólo de pan vivirá  el hombre", que aunque la existencia de la vida humana esté sujeta a la alimentación no es ella su origen sino Dios. No son las proteínas y los aminoácidos el origen de la vida sino la mano de Dios. La vida es más que el alimento y si él nos ha dado más ¿no nos dará lo que es menos? ¿No es la desconfianza una locura sin sentido? ¿Vale más el lino, la seda, la lana que nuestra piel, nuestros huesos y la carne que los cubre? ¿Vale más una camisa que el pecho, o un pantalón que las piernas que cubre, o un cinto más valioso que la cintura que ciñe? Dios no olvida ningún caso que corresponde a un hijo de fe. Nuestro nerviosismo y ansiedad por la ropa y la comida o cualquiera otra cosa no sólo es infundado y perjudicial sino inconsecuente con la protección del Señor (Luc. 22:35).
Piensa en criaturas que valen menos que tú. El segundo argumento contra el afán y la ansiedad es sacado de la providencia divina sobre las criaturas menores, aquéllas en las cuales Dios puso una importancia inferior, las del reino animal y vegetal (vv. 26-30). Sólo habría que abrir los ojos y alzarlos a los árboles donde posan sus pies las aves de Dios o bajarlos a la tierra donde crece el pasto de las bestias, o la hierba que aplasta la bota del hombre, que crece sin que nadie la cuide.
Es muy raro ver un ave muerta de sed o a sus críos piando inútilmente de hambre en sus nidos. Esas horribles sequías existen, por supuesto, pero no es la norma. Dios se encarga de ellos y llena sus bocas. Si no siegan ni almacenan y no perecen, porque tengamos un tiempo de escasez, que falte el trabajo, ¿acaso pereceremos?
No es uno sino muchos los hijos de Dios que por un tiempo tienen que ir de un sitio a otro ofreciendo sus manos y talentos a cambio del pan propio y de sus familias, a veces como Noemí y Elimelec, tienen que dejar su patria e ir a suelo extraño donde hablan otro idioma y viven de modo diferente; pero hasta allí la providencia los sigue y no los deja desamparados, y pocos no son los que cuentan como el Señor los ha bendecido. Dios a veces nos hace seguir el curso de las golondrinas migratorias y del gorrión que se va de casa para otros tejados; alzamos nuestras alas y nos posamos en lejanos árboles que antes no habíamos conocido, pero Dios nos cuida y sabemos que fue él quien alentó nuestro viaje y nos guarda lejos de jaulas, y pone una economía mejor al alcance de nuestros picos, que aquella que un día dejamos. Me gusta pensar también en la vida nuestra, peregrina como la de los pájaros que transitan de un lado a otro. Dios dirige las migraciones de animales y hombres y fija el límite de nuestra habitación.
Es también la vida como la flor de la hierba, aunque condenada a la transitoriedad, es embellecida como otras flores jamás vieron. Si Dios viste de colores los pétalos, a los gajos perecederos ¿dejará sin cubierta a nuestros hijos que son hechos a su semejanza? Siempre tendremos la ropa exacta que necesitamos. Lo que no promete Dios es soportar la vanidad de los que nunca se conforman con los vestidos que poseen y gastan más de lo que debieran en presumir y ostentar.
Los dos apóstoles, tanto Pedro como Pablo, condenan esa actitud superficial derrochadora, sobre todo de las mujeres que pretenden sólo ostentar sus galas (1Ti. 2: 9). Si Dios ha puesto tanta gloria en la corona de una flor la cual destina sin piedad al horno ¿no proveerá tela e hilo o dinero para costear lo que cubrirá su templo? Más bien debiéramos preocuparnos por la comida que proviene de los labios de Dios y de la ropa que cubre el alma para siempre (Ro. 13: 14).

Nos da vergüenza, nuestra poquísima fe. Esto es un honesto reconocimiento. Hay otra razón que da  nuestro Señor que tampoco nuestros ojos deben rehuir mirar: el mal ejemplo que dan los que no confían sus vidas a Dios, los hombres y mujeres terrenales, que prácticamente muestran su falta de fe y esperanza viviendo para ir tras el bocado y la ropa, que no nutren sus almas ni procuran la ropa de gloria con que viste los espíritus las manos de Dios (v. 32). ¿Por qué? Porque no son hombres y mujeres de fe. No honran a Dios dependiendo de él sobre alguna promesa, son hijos de este siglo y ya viven como condenados dando importancia desmedida a lo que cubre el cuerpo y a lo que se pone sobre la mesa. Y lo peor es que los hijos de la promesa, los mismísimos hijos de Dios estén agitados con el mismo afán y corriendo de aquí para allá tratando de conseguir las mismas cosas. Hoy es necesario que el mundo vea que realmente no nos interesan todas sus ferias de vanidades y que han sido clavadas en la cruz. ¿No es lo contrario una contradicción a nuestra esperanza de gloria y un desmentir una vida de fe? (He.11:9,10). Es cierto que debemos tener planes en este mundo pero no confinados a este mundo, más bien saludarlos y mirarlos de lejos (He. 11:13). Aceptemos cabizbajos y confundidos el celestial reproche que somos hombres y mujeres de poquísima fe.

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