No sitúes a tu mujer debajo de tus zapatos

                                  1Pedro 3:1-5

"Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres". 

Mira como el apóstol indica a las hermanas el modo de "ganar" a sus maridos; el énfasis recae sobre el estilo de vida, en vez del físico y la belleza corporal. El énfasis está dirigido a situar a la mujer no bajo el zapato del varón sino erguirla por la palabra de Dios. No una sirvienta ni una esclava. Ahora bien sería hoy imposible que una mujer llamara a su marido "señor" como a Cristo. Lo que está revelado es el principio de autoridad, sin machismo sino divinamente viril. El hombre como hombre debe ser juzgado así, por la forma fina en que trata a su mujer y ella no por su sensualidad sino por su personalidad. Una mujer que tiene sentido en la vida. En el aspecto doméstico lo mismo que en la política y el orden social, el apóstol se cuida de atacar directamente la estructura y la organización vigente, pero con el evangelio la ennoblece y la cristianiza de modo tal que prácticamente la absorbe y la convierte en otra cosa muchísimo mejor con una forma nueva de matrimonio y de gobierno. 

Dale un buen testimonio a tu esposo; un esposo feliz con su mujer no tiene reparos para aceptar la fe de ella, y la mira como toda una Eva, carne de su carne, vida de su vida, futuro de su futuro, destino de su destino, y anhela vivir con ella, morir a su lado y ser sepultado en la misma tumba.  En el matrimonio cristiano la pareja se complementa sin que constantemente uno de los dos esté recordándole al otro sujeción o autoridad. Ni feminismo ni machismo sino cristianismo. El hombre se comporta como varón y la mujer como mujer y en todo son una carne con un solo par de ojos y no cuatro, con un solo par de pies y no cuatro, caminando en la misma dirección, con un solo corazón y no dos sino sintiendo una misma cosa. La mujer no es un paño para secarse las manos, ni un trapito de cocina, ni el hombre un cínico dictador sino un amante esposo y un estupendo padre.

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