Jesús nunca usó una prenda suya para sanar a nadie, desafiar al diablo no es cosa de juego


Hechos 19:8-21
Y entrando Pablo en la sinagoga, habló con denuedo por espacio de tres meses, discutiendo y persuadiendo acerca del reino de Dios. Pero endureciéndose algunos y no creyendo, maldiciendo el Camino delante de la multitud, se apartó Pablo de ellos y separó a los discípulos, discutiendo cada día en la escuela de uno llamado Tiranno. 10 Así continuó por espacio de dos años, de manera que todos los que habitaban en Asia, judíos y griegos, oyeron la palabra del Señor Jesús. 11 Y hacía Dios milagros extraordinarios por mano de Pablo, 12 de tal manera que aun se llevaban a los enfermos los paños o delantales de su cuerpo, y las enfermedades se iban de ellos, y los espíritus malos salían. 13 Pero algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo. 14 Había siete hijos de un tal Esceva, judío, jefe de los sacerdotes, que hacían esto. 15 Pero respondiendo el espíritu malo, dijo: A Jesús conozco, y sé quién es Pablo; pero vosotros, ¿quiénes sois? 16 Y el hombre en quien estaba el espíritu malo, saltando sobre ellos y dominándolos, pudo más que ellos, de tal manera que huyeron de aquella casa, desnudos y heridos. 17 Y esto fue notorio a todos los que habitaban en Éfeso, así judíos como griegos; y tuvieron temor todos ellos, y era magnificado el nombre del Señor Jesús. 18 Y muchos de los que habían creído venían, confesando y dando cuenta de sus hechos. 19 Asimismo muchos de los que habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos; y hecha la cuenta de su precio, hallaron que era cincuenta mil piezas de plata. 20 Así crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor. 21 Pasadas estas cosas, Pablo se propuso en espíritu ir a Jerusalén, después de recorrer Macedonia y Acaya, diciendo: Después que haya estado allí, me será necesario ver también a Roma”.


Este pasaje muestra el poder del Señor sobre toda autoridad y potestad. Esta ciudad era intelectualmente importante y representativa del mundo grecorromano. Si los que afirman hoy que los misioneros destruyen las culturas de los pueblos leyeran este relato, tendrían un argumento. Los triunfos del evangelio iban cambiando por dentro la cultura del imperio. Le iba cambiando su religión, hasta destruir con las llamas su sistema educativo, y los mejores autores que ayudaron a construir y crecer aquel mundo, fueron quemadas sus obras, no por causa de una literatura mejor sino por un poder superior.

Los apóstoles no le ofrecieron a los efesios una vida mejor, algo que les llenara el corazón; aceptaron el evangelio más bien porque fueron derrotadas su religión y su ciencia, en la magia, el fundamento de la vida cotidiana, intelectual y económica de la sociedad. Nadie quiere pertenecer a un partido perdedor ni continuar dejándose ser engañado. Fueron derrotados a esas alturas y humildemente salieron con lágrimas en los ojos confesando su fracaso y con sus libros debajo del brazo para quemarlos delante de todos y formar a partir de entonces, familias y pueblos con una nueva y poderosa enseñanza.

Es labor de las editoriales producir buena literatura cristiana pero es deber de la iglesia el extender con poder del evangelio. No se trata hoy en día solamente de “contender ardientemente por la fe una vez dada a los santos” y no permitir que el evangelio se culturice, sino mostrar valor y poder, predicando contra una cultura formada por el poder de Satanás.
La identidad de Dios, si fuera posible, se va a perder si no hacemos eso. En muchos sitios la identidad cristiana se está perdiendo. El poder que anima nuestra cultura social es diabólico. Está a favor de los homosexuales, el aborto y lo que es objeto de culto. Lo que ocurrió en Éfeso tiene alguna semejanza con lo que pasó entre Moisés y Janes y Jambre en Egipto. 

Es una competencia espiritual o una contienda de poderes donde Pablo mostró, dentro del campo de la magia, que tenía una unción superior a la ayuda que de los demonios ellos tenían; y por actuar Pablo de esa manera, o consentir que usaran sus ropas para hacer sanidades, los hijos de ese Esceva pensaron que él era un poderoso mago y que lo que lo distinguía era la palabra mágica “Jesús”. En el caso de Pablo la ropa, en el de Pedro su sombra. Toda nuestra figura y posesiones deben mostrar el poder del Espíritu Santo, y cada cosa nuestra una emanación de la naturaleza divina.

No obstante nuestra euforia espiritual tiene que ser sabia y conocer los límites en los medios que usa para proclamar el evangelio, no sea que caiga en fanatismo y afirme que tiene poder aquello que se quedó meramente como un símbolo, y no es ya más que nehustán. En Corinto Pablo encontró mucha corrupción moral pero en Éfeso magia negra y diablismo. En ningún otro lugar Pablo dejó utilizar sus pertenencias personales para establecer la credibilidad y superioridad del evangelio, tal vez porque en ningún otro sitio habría que pelear la buena batalla en esos términos, dentro de lo sobrenatural y milagroso; es un enfrentamiento dentro de la dimensión de lo  espiritual, al estilo del AT como Jehová contra Dagón o Elías contra Baal, y Eliseo usando su báculo para resucitar un niño.

Jesús nunca usó una prenda suya para sanar a nadie y alabó la fe de aquellos que la ponían solamente en su palabra. Es, a partir de entonces, un procedimiento supersticioso que por excepción Dios bendijo pero no constituye una práctica cristiana, un ejemplo o una doctrina porque para autentificar la verdad en Jesús ya tenemos la historia de la revelación con todos esos asuntos. Aquellos fueron “milagros extraordinarios”, con un método extraordinario, fuera de lo común y usual.

Y el texto enseña no sólo que el trabajo misionero sin esa preparación espiritual es infructuoso sino peligroso; desafiar a Satanás en su propio campo no es cosa de juego y el que se le interponga sin poder pagará las consecuencias. Puede costarle la vida, lo que posee o su reputación, teniendo que huir rápido de su territorio y volverle la espalda a quien con osadía y sin autoridad se provocó. El diablo no permite  que lo molesten y menos a los que se burlan de él y los desconoce por completo. A los hijos de Esceva les dijo: “Sé quien es Pablo pero a ustedes no los conozco”, o sea, “ustedes no son nadie ni tienen con qué combatirme”, y los agredió (v.16), escapando de aquel lugar donde esperaban tener éxito, “heridos y en cueros”, muy humillados. “Echar fuera demonios” no consiste en pronunciar un conjuro con el nombre de Jesús en medio, es un don de Dios con un acompañamiento sobrenatural para que en verdad surta efecto.

Y fíjate que la predicación de la palabra y la comprobación del poder de ella aumentó grandemente el número de conversiones, y todos los que venían para ser bautizados confesaban sus pecados, “también muchos de los que habían creído continuaban viniendo, confesando y declarando las cosas que practicaban” (v.18); voluntariamente o porque se los pedían, declarando qué dejaban y qué mala práctica abandonaban para recibir comunión entre la iglesia y participar del Espíritu Santo. No que “recibieran a Cristo como su salvador y Señor” sino de qué renunciaban, de qué se arrepentían. Y algunos iban más lejos y testificaban públicamente que se separaban de los libros que habían tenido como sagrados y con cuyas enseñanzas habían sido educados. No los regalaron. No los vendieron aunque con esa decisión perdían dinero. Algunos no quieren convertirse porque perderían dinero. No los dejaron como libros de consultas.

Desde ese momento en adelante en materia religiosa leerían solamente la Biblia, y echarían a un lado toda clase de literatura inspirada por el diablo. Los que habían sido instruidos como ellos o por ellos, verían con sus ojos que ellos no temían ninguna represalia del diablo porque a lo que hay  que tener miedo es a la ira de Dios y no a la furia de los hombres y los demonios. Levantaron una gran pira y los incendiaron todos. Eso es nacer de nuevo, empezar por debajo, comenzar aprendiendo el ABC de la vida cristiana. Cincuenta mil piezas de plata costó aquel incendio. Una verdadera fortuna. Y la palabra del Señor se extendía y su nombre exaltado.

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