Sentimientos anti-pastorales


1Reyes 17.17- 24

Y sucedió que después de estas cosas, se enfermó el hijo de la mujer dueña de la casa; y su enfermedad fue tan grave que no quedó aliento en él. Y ella dijo a Elías: ¿Qué tengo que ver contigo, oh varón de Dios? Has venido para traer a memoria mis iniquidades y hacer morir a mi hijo. Y él le respondió: Dame a tu hijo. Y él lo tomó de su regazo y lo llevó a la cámara alta donde él vivía, y lo acostó sobre su propia cama. Clamó al SEÑOR y dijo: Oh SEÑOR, Dios mío, ¿has traído también mal a la viuda con quien estoy hospedado haciendo morir a su hijo? Entonces se tendió tres veces sobre el niño, clamó al SEÑOR y dijo: Oh SEÑOR, Dios mío, te ruego que el alma de este niño vuelva a él. El SEÑOR escuchó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él y revivió. Y Elías tomó al niño, lo bajó de la cámara alta a la casa y se lo dio a su madre; y Elías dijo: Mira, tu hijo vive. Entonces la mujer dijo a Elías:


Ahora conozco que tú eres hombre de Dios y que la palabra de Dios es verdad en tu boca”.


El tiempo pasa y cambia muchas cosas, entre ellas la opinión que uno tiene sobre los ministros de Dios y sus sermones. Con algunos los lazos de relación se aprietan y con otros se zafan. He percibido y sentido en algunos hermanos un espíritu anti-pastoral, justificado a veces por malas experiencias con pastores, e injustificado otras, producto de pasiones, ambiciones, mostrado en críticas, desvalorización de su persona y trabajo, o en abierto menosprecio. Como en todas las profesiones, hay pastores buenos y malos, auténticos y asalariados impostores. Uno no sabe quién es quién a menos que pase mucho tiempo y la proximidad le permita a él mostrarse como un legítimo embajador de Dios y que si ha cometido algún error, sea perdonable. Esta mujer, sin ser anti-pastor, ilustra el remedio de cómo dejar atrás una mala experiencia con un ministro del evangelio. Esa es mi intención.

Hay hermanos y hermanas renuentes a cambiar la mala opinión que tienen de casi todos los pastores porque algún ministro les ha hecho perder el primer amor por Cristo y no se pueden recuperar del desencanto, se vuelven refractarios a todos y rumian una perenne amargura que no se les quita nunca oigan a quien oigan, y jamás son bendecidos aunque el predicador sea Juan el bautista que ha resucitado o uno que predique con seráfica elocuencia, tenga dos alas y se llame Arcángel Miguel.

No es exactamente el caso de esta viuda de Sarepta, pero ilustra en parte la cura de esa impresión negativa, fuerte y tan duradera, que por el bien de la persona dañada y del que ocasionó el daño, si lee esto, pudiera el Espíritu bendecir esta reflexión.

La viuda dijo que “ahora” con su hijo sanado, sí que creía que Elías era un profeta y que sus sermones eran inspirados por Jehová. ¿Ahora? ¿Y el aceite reproducido y la harina aumentada? Sí, esa bondad vale pero no es igual. Pudo responder, “yo sabía que este es un varón de Dios, en mi economía lo he comprobado, sus oraciones me han ayudado, no me ha faltado nada que comer, el dinero tampoco ha escaseado, me ha orientado en mi prosperidad y me ha salido bien el negocio, trabajo he tenido; mi fe a aumentado con esta experiencia y mi gratitud hacia él y a su Dios Jehová.

“Pero he dicho “ahora” porque mi fe se ha completado con su bendición hacia mi familia, ahora es cuando siento que creo verdaderamente en la iglesia de la cual él es un representante, ahora es cuando creo en sus sermones porque por medio de la bendición que ha sido a mi familia no puedo negar que a ella la acompaña el Espíritu de Dios; ahora creo más lo que dice y en Dios porque creo como madre porque mi hijo estaba muerto y ahora vive.

“¿De qué me hubiera servido tenerlo a él, el profeta, su pueblo y sus doctrinas si como madre mi fe estaba incompleta porque mi tristeza y mis preguntas no me hubieran dejado creer como quisiera?”.

Y creyó que era un varón de Dios, que se podían oír sus sermones y que podría ser perdonable y admirable, después de todo.

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