Hambre de Biblia y Sermones bíblicos


Amós 8.11,12

“He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová. E irán errantes de mar a mar; desde el norte hasta el oriente discurrirán buscando palabra de Jehová, y no la hallarán”.


El Señor llama “hambre” al deseo de oír la palabra de Dios porque ella es como un alimento celestial; y le da hambre a los hombres para que vivan sus almas, para que se nutran de toda palabra que sale de su boca.

En el libro del profeta Amós el Señor advierte a su pueblo que un día enviará hambre a la tierra, hambre no de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová, que iría por tierra y mares buscando algún profeta pero no hallaría ninguno. Será tiempo en que ellos habrán perdido la bendición de tener hombres que fueran enviados por él para exhortarlos, consolarlos y para convertirlos de sus malos caminos; porque Dios, como quien dice (es solo un decir), cansado y decepcionado del mal trato que le dieron a los que les envió, no llamaría a nadie para que le sirviera de mensajero y así los dejaría vagar en las más densas tinieblas de la ignorancia, la superstición, y hundirse en la consecuente relajación moral. Los tiempos de mucha revelación habrían pasado y ese vacío dejado por el cielo en la tierra sería llenado prontamente por el infierno y con doctrinas de demonios.

Por generaciones, tras el pueblo probar con todo tipo de religión humana y diabólica, acabaría por echar de menos aquellos tiempos de oro cuando la ley y los profetas eran consultados por los mismos reyes y los plebeyos para dirigir sus negocios y vidas. La frustración cultural, moral, política y económica, la crisis universal, les haría hurgar en su pasada historia y ver que habían sido descaminados y que los tiempos pasados eran mejores que aquellos, incitándoles a buscar de nuevo lo que habían menospreciado o combatido. Pero para ese entonces ya no habría escuela de profetas genuinos, ni sinagogas, ni libros llenos de las verdades celestiales sino centros de corrupción espiritual, templos paganos, y literatura vacía completamente del incomparable contenido de la palabra de Dios.

Yo no sé si esa maldición ha caído o está cayendo sobre la iglesia, no quisiera ser injusto, pero no hay tanta palabra de Dios a disposición del pueblo como uno quisiera. Se distribuyen muchas Biblias, se publican muchos libros cristianos, hay muchas iglesias, los pastores se amontonan; pero ¿realmente abunda la palabra de Dios entre nosotros? ¿Hay verdaderos mensajes de Dios? ¿Tiene la gente hambre de la palabra de Dios? Acude a los lugares de predicación pero una gran mayoría lo que oye son cuestionables, y a lo sumo privadas y particulares experiencias personales no aplicables a la generalidad. Los sueños, las corazonadas, las visiones, han sustituido la predicación de la palabra, y la juventud en andas se lanza a las librerías para comprar música y librillos con cosas que le pasaron a sus autores y con poco contenido bíblico. En otros lugares donde no son las cosas así, las ceremonias y el legalismo han destruido la doctrina de la gracia y el esfuerzo humano se enfatiza más que la obra de Cristo en la cruz; y en otros sitios y por las calles andan a pie y en bicicletas hombres uniformados en negro y blanco, dispersando herejías.

Oremos para que Dios nos de hambre de Biblia y sermones bíblicos, y sea eso lo único que busquemos, lo único que no puede engañar nuestras almas para la salvación. Que Dios nos de esa hambre y los medios para satisfacerla, el apetito y los profetas, los sermones y los deseos de oírlos. Es Dios quien produce esa hambre por oír la palabra suya, no es una inclinación natural humana, no tiene que ver con los instintos ni con las necesidades, es una acción sobrenatural sobre el interés, los deseos.

Los hombres naturales no desean la palabra de Dios aunque se les prepare con todos los sabores y colores. Desdichadamente en todas las épocas son pocos los que sienten esa hambre y cuando la sienten y salen a buscarla hallan a brujos, adivinos, psíquicos, astrólogos, herejías, ceremonialismo, legalismo y doctrinas inventadas por los hombres.

Hay también un hambre que no es hambre por la palabra, sino aquella “comezón de oír” cuando la gente se amontona conforme a sus propias concupiscencias y aparta de la verdad el oído (2 Ti 4.3,4); se apresuran a buscar las ceremonias o los beneficios de alguna religión. Tenga cuidado sobre qué está usted edificando su esperanza eterna, los síquicos, los horóscopos, las ceremonias, el legalismo, la sicología, no son buenos fundamentos; son arena y paja y no resistirán el día del juicio final. Fuera de la obra de Jesucristo, el Verbo e Hijo de Dios no hay ninguna esperanza de salvación, cualquiera otra cosa que usted tenga terminará defraudado.

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