Spurgeon y el teatro
Y ¿qué diría
Spurgeon, no sólo del teatro moderno, sino del cine y de la televisión que se
enciende en el seno mismo de la familia, bombardeándola con conceptos e
imágenes que la niegan, la minan y la destruyen. Por ejemplo, la continua
aparición de homosexuales en programas transmitidos en horas de más audiencia,
donde casi eso es una virtud que habría que envidiar porque algunas “estrellas”
femeninas de la farándula son lesbianas u homosexuales. Y esta forma de unión
que jamás podría ser llamado hogar, según las leyes de muchos países,
incluyendo Estados Unidos, puede adoptar hijos y criarlos con la moral de sus
padres. Es que todo eso está bien concebido para la destrucción de la era
cristiana. Ya es cosa muy natural y frecuente el oír hablar de “parejas” en vez
de matrimonio, y de convivencia o de “una relación”, y no de vivir juntos como
marido y mujer. Eligen esa forma de unión por razones personales de
conveniencia recíproca sin que necesariamente haya un compromiso para que la
unión perdure más allá de los placeres sensuales, y luego vengan hijos y se
haga una familia tradicional. Muchas mujeres hablan de modernidad y de moda, y
prefieren ser llamadas “madres solteras”, lo que en otro tiempo cuando la
influencia cristiana era vigorosa se le hubiera tenido como fornicación.
Otra cosa es la
filosofía egocentrista o el egocentrismo en cualquier unión o relación actual
que insiste constantemente en la máxima de amarse primero uno mismo para
entonces poder amar a los demás. El hombre debe amarse con todas sus fuerzas a
sí mismo, preferirse a sí mismo, buscar lo suyo propio primero, sus propios
intereses, para entonces poder amar a su mujer y a los demás. Todo lo contrario
a lo que enseñó Jesús que nunca dijo ámate tú primero y después a los otros,
sino ama a los demás como a ti mismo y que nadie tiene mayor amor que este,
“que uno ponga su vida por sus hermanos”. Ese modo de pensar en el yo primero
que el tú, él, ella, es anticristiano y por supuesto inferior, y no da origen a
grandes personalidades ni a grandes sociedades, sino a seres enfermizos e
inferiores tenidos sin disputa alguna como megalómanos y egocentristas. Y
despreciables egoístas. Jesucristo puso su vida por nosotros dándonos el
ejemplo de lo que realmente es la virtud y el altruismo. La Biblia habla del
amor como el vínculo perfecto, pero es el amor al otro no a uno mismo. Cuando
el amor en el matrimonio es perfecto el marido no busca lo suyo propio sino lo
de su mujer y viceversa. Y no sé cómo calificar, si es que existe algún hombre
o alguna mujer que se ame más que a sus hijos. La salvación según Cristo
conlleva una negación de uno mismo por su causa y por él, porque cualquiera que
ama este mundo más que a Dios y a su prójimo, no puede ser llamado cristiano y
no participará en la esperanza de la resurrección. Y eso es lo que piensa
actualmente la sociedad londinense y la americana, y lo que se escucha y se ve
en el teatro, en el cine y en la televisión.
Los pastores y
los maestros de las iglesias tienen su responsabilidad en enseñar esas verdades
y abrirles los ojos a sus iglesias para que los jóvenes sean sanos de espíritu,
de mente y de cuerpo, templos del Espírito Santo. Esas películas y novelas,
certámenes de belleza con modelos casi desnudas, no deben permitirse que se
exhiban debajo del techo de una familia cristiana. La televisión no debiera ser
el principal medio de formación de nuestros hijos, y ellos aprender que esas
“estrellas” de Hollywood, en su mayoría son astros opacos cuyas vidas
personales son totalmente diferentes a los papeles e imágenes que representan
en sus series y programas. Y que lo más importante no es lo que uno aparenta
ser sino lo que uno es, no la imagen sino la realidad. La Biblia está llena de
grandes modelos y Jesucristo es el principal, como dijo el apóstol Pablo, “sed
imitadores de mí como yo de Cristo”; o como dijo el apóstol Juan “sed imitadores
de Dios como hijos amados”. No se hace evangelismo haciéndole el juego a la
sociedad, haciéndose el de la vista gorda y enseñando un evangelio sin ética
cristiana, o con muy poca, para no espantar la juventud, abriéndoles la puerta
estrecha de la salvación con tal que muchos entren y el número de jóvenes y
adultos crezca. Y todo esto se hace cuando el pastor lo que busca es tener una
congregación grande, la gloria de su nombre y un sueldo bien pagado. El teatro
en el siglo XIX al cual Spurgeon llamó la muerte de la virtud, y donde nunca
puso un pie, se queda muy chico en comparación con la contaminación de todo
género que sale por la pantalla de la televisión y del cine en este siglo XXI.
Y si la familia decide no desterrar para siempre el aparato de la casa, sí
puede controlar su uso y la influencia que abiertamente o solapadamente pudiera
dañar los hijos y el matrimonio. Y por supuesto el reino de los cielos. El
hogar debe ser un paraíso.
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