¿Dónde debe estar Jerusalén?



Y Jerusalén será otra vez habitada en su lugar, en Jerusalén (Zacarías 12: 6-14).

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Amado, estos son los pasos para la restauración divina de la iglesia. Lo que aquí se dice para la vieja Jerusalén se dice mayormente para la nueva Jerusalén, la iglesia cristiana. Nota primero el lugar de Jerusalén; ¿dónde? En Jerusalén (v. 6). Jerusalén no puede estar en otro sitio sino donde Dios la fundó, sobre el monte de Sión y rodeada de montes, en el lugar donde Abraham dispuso un altar para sacrificar a su hijo. No en Egipto, sitio de servidumbre sino donde fue conquistada por Dios, en lugar de libertad, en una posición de redención.

No en Babilonia, en cautiverio, en deportación, sino en Jerusalén, en su propia tierra, no en Atenas, fundada sobre filosofías de hombres sino en la sabiduría del Espíritu. La iglesia tiene que ocupar su lugar, desde Dan hasta Beerseba, en los límites de las promesas, con sus fronteras y límites bien señalados para que no se disuelva en las costumbres de los pueblos del mundo, con sus murallas bien altas, con sus torres para atalayar, en santidad. Si la iglesia es sal de la tierra, luz del mundo, columna y apoyo de la verdad, ocupa el lugar que Dios le ha mandado.

Jerusalén debe hallarse donde ha sido edificada, donde la construyeron los profetas, los apóstoles y los llamados después “los padres de la iglesia”, sobre los fundamentos teológicos que ellos formularon: que Jesús de Nazaret es el Mesías de Israel, que es el Hijo Unigénito del Padre, que es el fin de la ley y vino para cumplirla, que la salvación es sólo por gracia por medio de la fe, que el Hijo es consustancial con su Padre, que es la Palabra de Dios y por medio suyo hizo el universo, que en él habita corporalmente la plenitud de la Deidad, que murió por los pecados de la iglesia, resucitó y ascendió al cielo desde donde ha de venir para juzgar a los vivos y a los muertos.

Jerusalén debe estar en Jerusalén, la iglesia en la iglesia, el cristianismo donde lo puso su Fundador, y algún día toda ella ocupará sus antiguos fundamentos apostólicos, sobre sus credos y confesiones, firme en sus bordes y definiciones cuando todo relativismo y superstición sean enrollados y como cielos viejos, pasen y ella nunca vuelva a llamarse Jebús sino Jerusalén.

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