2Corintios 1.8-11
“El cual nos libró de tan gran peligro
de muerte y nos librará, y en quien hemos puesto nuestra esperanza de que El
aún nos ha de librar”.
Pablo no tiene miedo morir pero
hay una clase de muerte que no desea y dice, "nos libró de tan gran
peligro de muerte y nos librará". ¿Ser devorado por los leones en el
circo? ¿Quemado? ¿Despedazado? ¿Decapitado? No selecciona una forma de morir,
pero le pide a Dios que esa clase, “grande” de muerte no lo alcance.
Quiere seguir viviendo para beneficio del evangelio y suplica a Dios que le
dé otra clase de muerte. Está entusiasmado con la obra del Señor. Dios es
muy misericordioso y oye nuestras oraciones, conoce nuestros miedos y también
mide la altura y profundidad de nuestra fe; por lo cual, él atiende a los
ruegos de nuestras debilidades y nos concede peticiones como ésta: podemos
pedir al Señor que nos libre de tal y más cual enfermedad, de tal y tal muerte,
porque nos espanta y desde afuera, sin llegar a ese momento. Pensamos que
no tenemos suficiente fe para atravesar esa grande tribulación; y de la forma
que Dios le puso a David varios castigos para que eligiera uno, lo mismo
hubiera hecho si le pidiera que lo eximiera de horrorosas muertes
(2Sa.24:11-14). Y así fue, murió envejecido, desgastado por las guerras y los
sufrimientos, y de lo único que se quejaba era de frio (1Re.1:1).
Dios es bueno. Sin embargo hay una
excepción. Si la clase de muerte, aunque no se quiera, ha de glorificar a
Dios, como fue el caso del apóstol Pedro, “de cierto, de cierto te digo:
Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya seas
viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no quieras. Esto dijo, dando a entender con qué muerte había de glorificar a Dios” (Jn. 21:18,19). La
tradición dice que murió en Roma. Aceptó aquella muerte, que no quería en su
vejez pasar por ella, porque habría de glorificar a Dios. La excepción con
Pedro y lo que enseña quiere decir que somos libres en la gracia y como hijos
de Dios tenemos libertad para rogarle al Señor que hay una clase de muerte que
no quisiéramos tener. Sin embargo, él tiene la última
palabra.
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