Llamado pero Atrasado
(Un comentario
del libro de Juan Bunyan El Peregrino,
la más hermosa alegoría cristiana jamás escrita. Disfrútala y compártela)
Dos personajes,
uno llamado Cristiano y el otro, Esperanza
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Esperanza contó a
Cristiano cómo él se demoró en acudir al llamado del Señor por lo atractivo
que el pecado le resultaba.
“El pecado era
muy dulce a la carne y en realidad yo no quería dejarlo”.
Uno de tus
mayores obstáculos que tuviste o tienes para corresponder al llamado de Dios es
tu debilidad carnal. Tus deseos se oponen continuamente a que avances.
Quizás tus más grandes escoyos no son
intelectuales sino sensuales, el deleite por el pecado. El evangelio llama a que
se deje lo que es dulcemente carnal, que atrae todas las afecciones
humanas del corazón. Esperanza afirmó que el pecado era dulce a su naturaleza
carnal. Si el pecado no fuera dulce no sería atractivo. Pero es muy amargo
cuando se digiere. Esta es la esencia misma de la razón por lo cual no quieres
ser cristiano, porque amas tu pecado y no deseas renunciar a él. No quieres
renunciar a tus placeres porque te sientes seguro en sus disfrutes y piensas
que no hay otra vida mejor sin ellos.
Fue sincero y dijo
que en realidad no acudía a Cristo porque no quería. Cristo lo llamaba a
que se arrepintiera y dejara su pecado. Sabía que no podía hacer ambas cosas,
responder al llamamiento de Dios y continuar con su pecado. Tenía que decidirse
entre el uno y el otro. Hizo todo el esfuerzo que pudo para olvidar la
salvación, pero gracias a Dios, infructuosamente.
Cristiano le
preguntó si no sentía nada que le estremeciera su conciencia durante todo el
tiempo que estuvo rechazando el llamamiento de Dios. Le respondió que sí y
nombró aquellas cosas que lo sacudían.
Lo primero que
recuerda fue la presencia de un
cristiano:
“Si me encontraba
un hombre bueno en la calle”.
Sería mejor que
hubiera dicho si se encontraba un cristiano, alguien que tuviera lo que
él no tenía, el valor para vivir piadosamente en Cristo Jesús. Lo miraba como
un ser privilegiado que había llegado donde él no y vivía como él no podía. Al
saber nada más, que alguien era cristiano, se sentía mal, ¡cuánto más si le oía
hablar de Cristo! Probablemente procuraría alejarse de él, no oírlo ni verlo,
no tener ninguna amistad con él, para evitar que le reprendiera y para no
luchar con su conciencia. Cuando miraba la piedad se sentía impío, la fidelidad
de otros le hacía sentir su fracaso.
La presencia y la
vida de un cristiano resulta incómoda
para los que son llamados por Dios y no quieren seguir a Cristo, y para los que
le han vuelto la espalda. La presencia de un hombre santo, a un pecador, le
hace sentirse culpable. Y un impío cuando mira a uno que vive en santidad, lo
admira secretamente y lo cela con horrorosa envidia. Una vida de santidad
ocasiona en el pecador, un malestar indefinible.
En segundo lugar
le turbaba mucho la Biblia.
“Si oía alguna lectura
de la Biblia”
La Palabra de
Dios le turbaba el alma, fuera leída, predicada o la visión misma del Libro
Santo. Se le llenaba de angustia el corazón y un frío nostálgico, con azorado
aire de incredulidad, le recorría todo el cuerpo.
Por esa causa un
sinnúmero de personas actúan de igual
manera, dejan de leerla y no quieren que nadie les predique sobre ella. Les recuerda muchas cosas. La Biblia les
ayuda a aborrecerse y no les permite disfrutar el pecado en paz. Para el que ha
dejado a Cristo o no quiere convertirse a él, cualquier conversación es bienvenida
con tal que no sea sobre religión. Sufren una indecible angustia.
Además, en
aquellos tiempos Esperanza añadió que tenía mucho miedo a la enfermedad.
“Si me dolía la
cabeza...”
Pensaba que se
iba a morir. Esperanza se llenaba de pánico
por algún dolor de cabeza porque suponía que podría ser el principio de su fin. Los
temores a enfermarse y morir le rondaban continuamente. Mientras no fue
Cristiano la muerte fue un tema no vencido en su pensamiento. Le acosaba el
miedo a morir, por todas partes, le temblaban sus carnes, palidecía y se sentía
empequeñecer, como diluyéndose fibra por fibra, nervio por nervio y tendón por
tendón. Acosado. Maldecido y acorralado. Imaginaba que un dolor de cabeza
podría ser el inicio de un fatal desenlace y sufría aun la angustia de
vivir. Le angustiaba perder su salud
aunque no estuviera perdiéndola.
¿Y tú mi lector?
¿Qué harías si supieras que tu dolor de cabeza es por una sombra que tienes en
el cerebro? ¿Acudirías a orar, irías a la iglesia, habría que empujarte para
que separes un domingo para oír en la iglesia la predicación de Cristo?
También dijo:
“Si oía que algún vecino se encontraba
enfermo”.
El mundo entero
se estaba muriendo alrededor suyo y sabía que un día le tocaría a él. Todo eran
presagios. Saberlo daba escalofríos. Cuando había alcanzado la plena conciencia
de vivir y lo que era la vida, ya estaba cerca de la muerte. No la podía
alejar. La miraba una vez lejos y otra cerca. Se llevaba alguno que se hallaba
a su lado y pasaba rozándolo, como si lo mirara de reojo. Con complicidad.
Y su manto negro
lo abrumaba. La temía con odio miedoso.
¡Ay, morir, morir, sin estar preparado para ello! Cuando le llegaban los
rumores que alguien había caído en cama
se estremecía por dentro y pensaba: “Pronto lo estaré yo también. Es algo
contra lo cual no puedo defenderme”; y temblaba que alguna mala enfermedad lo
apresara y Dios manifestara su ira por
su tardanza en recibir a Cristo. Se hallaba como en una sala de espera,
aguardando y aguardando, procurando ignorar pero sabiéndolo, su turno. Convicto
pero no arrepentido.
Igualmente lo
aterraba directamente la muerte.
“Si oía cuando
sonaban las campanas por un muerto”.
La enfermedad de
alguien era una posibilidad pero un entierro era una realidad. Una realidad
como un golpe. Una frustración, un sarcasmo, comedia y tragedia, algo vilmente
ridículo y mal venido. Todo eso. Un dilema. La muerte era el mundo, en ella
cabían todas las cosas, merecía cualquier definición y la aceptaría, era un
todo negro y babeante, una rendición.
Vigorosa. Creaba incertidumbres y pasmaba con todas ellas.
Se estremecía
porque no quería pensar en la muerte, no quería que se le hablara de ella y
aquellas campanadas le anunciaban que alguien sería puesto bajo tierra, y que
él también era mortal. Sobre todo, sus fatídicos pensamientos cuando la
imaginación quedaba suelta y se ponía al servicio del miedo.
“Si pensaba en mi mismo muriéndome”.
Y ¿cómo será mi
momento? ¿Cómo será mi postrer suspiro? ¿Lo daré en paz o aterrorizado? ¿Dónde,
en qué momento, junto a quién? ¿Anciano o joven, solo o acompañado? Y se
enflaquecía pensándolo. Se sentía como
menos que nada, totalmente indefenso y deprimido. ¡Oh Dios!, ¿por qué?
¿No has pensado
eso, cuando sepas que te quedan semanas
vivo, que serás metido en un ataúd, velado como los otros, que pondrán flores en tu féretro (que harán uno
para ti y que pueden ya haberlo hecho); y tu cara destapada, grisácea, pálida,
extraña, seca...con la envidia muerta, los afanes apagados y extintos, atrapado
en una fiebre congelada, pasiones hechas garfios que se clavan en una carne
endurecida y poco a poco ablandándose por la descomposición, con el altar del
adorado cuerpo desplomado, vencido, sin sensaciones ni afectos pecaminosos,
todo parado, ido, hundido, porque del cielo te han dicho ¡basta!.. y cierran para siempre el cajón, contigo
dentro, inmóvil, y ya no eres, fuiste, te perdiste, te acabaste.. para llevarte
a un lugar donde te cubrirán con tierra para que te pudras y vuelvas al polvo para siempre?
Y ¿tu alma? Quizá
escapó al infierno, o al cielo, adonde tú escogiste que fuera. Se marchó. Se la
llevaron ángeles. Protestaba llorando. Qué horrible es ver llorar un alma. Si has pensado en eso, ¿por qué dilatas tu
aceptación de Cristo? ¿No te das cuenta que del polvo saldrás para “vergüenza y
confusión perpetua”, y no para resplandecer como el sol?
Y además, ayudaba
a su horror la seguridad del juicio final.
“Pero
especialmente cuando pensaba que pronto tendría que comparecer ante el
Juicio de Dios”.
Sabía que tras la
muerte, el juicio, porque “es necesario que todos los hombres mueran una vez y después
de esto el juicio” (He 9.27). Sabía que la Biblia no miente, que es
imposible que Dios mienta. Y se miraba volando hasta el trono del Señor, con su
conciencia escrita por los dos lados, con hechos puros e impíos. Abrumado.
Y decidió no
sufrir más la voz de Dios, y dejó que el silbo apacible de su palabra
acariciara su corazón, y le dijo al Señor un sí, un gran sí, un feliz sí, para
siempre sí, amén.
Los dos
peregrinos se quedaron por un breve tiempo en silencio y Esperanza aprovechó
para tomar aliento. Se dio cuenta que había sido muchas veces llamado por Dios
y estaba atrasado. Hizo una pausa por dos segundos, para continuar con evidente
remordimiento, el relato de su experiencia de salvación.
Oh Pastor, si pareciera que la historia de Esperanza fuera la mía. Cada dolor que tenia en el cuerpo, yo ya creía que me iba a morir y me aterraba eso. Aun pienso que Dios me "asusta" de repente para que yo vuelva al camino, porque una vez quw vuelvo se me pasan todos los horrores.
ResponderEliminarTambien por eso le pusimos a nuestra ultima hija Esperanza, casi como un presagio.
Necesitaba saber que Dios no me había desechado por mis múltiples desobediencias.
Me encanta el libro "El Progreso del Peregrino", yo creo que de los libros cristianos, despues de la Biblia, es mi preferido.
Tú estás lejísimo, pero de acuerdo a como hablas de ti misma yo creo que eres cristiana, y de las terriblemente honesta contigo misma. Si no lo fueras no hubieras podido ponerte en pie. Tal vez las consecuencia de tus pecados, con vergüenza y culpa, son las que te hacen dudar de ti misma y ser injusta contigo. Tente misericordia, más que aborrecimiento, como Dios la ha tenido contigo. Que los lamentos de tus errores no sean mayores que tu gozo se ser perdonada. Y miedo a morir, todos tenemos, excepto uno, Pablo. Tú no eres Pablo. Ni yo.
ResponderEliminarOliver comentó en mi blog. Parece que quiere reconciliarse, supongo.
Tú estás lejísimo, pero de acuerdo a como hablas de ti misma yo creo que eres cristiana, y de las terriblemente honesta contigo misma. Si no lo fueras no hubieras podido ponerte en pie. Tal vez las consecuencia de tus pecados, con vergüenza y culpa, son las que te hacen dudar de ti misma y ser injusta contigo. Tente misericordia, más que aborrecimiento, como Dios la ha tenido contigo. Que los lamentos de tus errores no sean mayores que tu gozo se ser perdonada. Y miedo a morir, todos tenemos, excepto uno, Pablo. Tú no eres Pablo. Ni yo.
ResponderEliminarOliver comentó en mi blog. Parece que quiere reconciliarse, supongo.
Una vez mas ud. da en el clavo. Eso que ud. mencionó es lo que siento, y como Dios muestra misericordia con cada hijo que envía, entonces debo convencerme que Dios me mostró su misericordia.
ResponderEliminarMe da miedo pensar que mas adelante encontraré algo mas oscuro dentro de mí. Pero unidos a la Vid no hay nada de que preocuparse, cierto?
Supongo que cuando el tiempo pase y tus circunstancias cambien dejarás de tener motivos para relacionar las adversidades con tu pasado. No pienses tanto en castigos como en resultados de equivocaciones. No todos los errores humanos son pecados. ¿Y tú, chilena, no tienes otro sitio para mirar que no sea para dentro de ti?
ResponderEliminarHumberto:
ResponderEliminarSi el pecado no fuera dulce no sería atractivo. Pero es muy amargo cuando se digiere. Esta es la esencia misma de la razón por lo cual no quieres ser cristiano, porque amas tu pecado y no deseas renunciar a él.
Touché...
Humberto:
lo admira secretamente y lo cela con horrorosa envidia.
Esto me lo dijo un compañero de trabajo cuando me encontró en la calle junto con hermanos haciendo "cositas cristianas" pa'los pobres.
Pero es mentira, pues no hay mayor admiración que la imitación.
Humberto:
Se dio cuenta que había sido muchas veces llamado por Dios y estaba atrasado. Hizo una pausa por dos segundos, para continuar con evidente remordimiento, el relato de su experiencia de salvación.
Great.
Gracias por no hacerme quedar mal cada vez que recomiendo a alguno de mis hermanos tu blog.
Blessings hermanito!
:]
No pastor, solo miro dentro de mi ... y FCBK a veces ....
ResponderEliminarOh querido Renton, ¡Cuánto te he echado de menos! ¿Por dónde andaba mi hijo pródigo? Bienvenido a mi blog. ¡Dile a tus amigos que mi blog no es tan malo que hay otros peores!
ResponderEliminarNo te digo lo que le digo a mis amigos de tu blog para que no se te suman los humos a la cabeza, y Dios tenga que disciplinarte!
Eliminar:D
Dios te bendiga Viviana, con mucha luz divina sobre tu corazón.
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