Flexible y su Flexibilidad


                                            
 Exposición de un personaje del libro de Juan Bunyan, El Peregrino.

Flexible, estaba hecho con músculos blandos. Quería acompañarle, y por un tiempo hizo algunos avances, yendo a la par de Cristiano como si fueran el uno el verdadero compañero del otro, sin embargo, eran fundamentalmente distintos. Cristiano avanzaba apesadumbrado por el peso de su pecado y Flexible no, caminaba campante, gozoso por lo que iba a adquirir, entusiasmado con las cosas que le habían contado que tendría, interesado vivamente por la felicidad de la vida eterna.
En realidad, su peregrinaje tenía que ser  corto porque era pura imitación. No puedes leer que partiese huyendo de la ira venidera, ni le notarás alguna señal de preocupación espiritual que le ensombreciera su rostro, ni le oirás algún gemido lamentándose por sí mismo, ni menos algún bulto sobre su espalda como lo lleva en principio todo genuino Cristiano; la espalda de la conciencia, claro. Imitaba los pasos de su compañero, ponía los pies donde él, miraba en su dirección, hablaba sobre sus temas y hacía suyas sus metas y esperanzas. Todo en Flexible era importado, ninguna cosa de valor celestial nacía dentro de su propia alma. Era un testimonio aprendido, copiado.

Salió con Cristiano en peregrinación faltándole “la convicción de lo que no se ve”, sin seguridad de la realidad espiritual que perseguía. Su corto tramo de cristianismo era todo dicha, sonrisas, efusividad y apuro. Le faltaba conciencia de pecado y no era impulsado a buscar algún tipo de tranquilidad en la remisión de ellos, ni siquiera sabía si había culpa o no. Nunca perdió el sueño buscando lo que ahora quería. La palabra “salvación” no tenía un verdadero significado para él porque no pensaba que estuviese salvándose de algo, que mereciera la muerte;  iba hacia delante sin “huir de la ira venidera” y sin pensar en algún juicio final. No sabía nada sobre los mensajes de Dios sobre la justificación o la absolución de un pecador. Su peregrinación era algo festivo, saltos y alabanzas, risas, pasión. Salió  a buscar un premio por el cual no había trabajado. No sabía bien lo que quería; y aunque había recibido la palabra con gozo, su simiente no tenía raíz en sí misma y como no tuvo profundidad, cuando salió el sol se secó, o mejor dicho, cuando cayó en el barro se volvió atrás. 

Flexible no había tenido ningún contacto con la ley de Dios y el pecado para él era  desconocido. A él ningún señor Evangelista le indicó el camino ni había echado a andar porque lo rozara alguna palabra divina y tuviese algún vivo celo por Jehová.  No tenía fe para andar en la senda, sino embullo. Era la esperanza de otro lo que lo impulsaba; quería heredar lo que aquel iba a heredar. Miraba en la misma senda que Cristiano pero no veía lo mismo; caminaba  mirando a su lado más que arriba o al frente. El corto tramo que anduvo se lo debió a la comunión fraternal con su compañero de viaje no a alguna razón de índole celestial. Y el calor humano donde no hay fe no es un combustible suficiente para llegar a Sion. La relación con los hermanos no substituye la gracia; y copiar las ideas ajenas no es de valor permanente.   

Su fe era ajena,  prestada, era inexistente;  un montón de emociones.  El mismo, sin llamarlo nadie, se puso en marcha y salió para recibir lo que no se le había prometido. Seguía a Cristo por la fe de otro. Hizo suya la experiencia de Cristiano, y plantó en su vida lo que había nacido en otro corazón. No se puede robar la experiencia de alguien. No vale la usurpación ni la imitación donde todo lo que se exige tiene que ser genuino, dado por la mano divina en el nacimiento del agua y la palabra.

Llegó el día en que no pudo proseguir y la experiencia que no abatió al otro a él lo aniquiló; el momento cuando tuvo que definir su peregrinaje espiritual y su religión probada con las dificultades propias de la salvación. Se dio cuenta que el evangelio ni la iglesia eran para él. A menos que hubiera otro evangelio y la iglesia fuera otra cosa, sin señores evangelistas ni palabras que partan el alma y los tuétanos. Se hallaba en el sitio equivocado sin el estado adecuado; y tropezó.

El lugar donde llegaron, o mejor dicho, cayeron, se llamaba el Pantano del Desaliento. Un sitio, que luego se supo, era imposible de arreglar, a pesar de las buenas intenciones del Señor de aquel Camino. Se trata de la naturaleza humana que no tiene arreglo por más que se viertan sobre ella camiones de religiones, centenares de preceptos y se envíen los mejores expertos para componerla. El hombre es el hombre, caído y extraviado.
La ley del Señor los echó allí.  En cuanto las palabras de Dios entraron en sus oídos y comenzaron a mostrarle su corrupción, los mensajes le molestaron, empezó a no sentirse a gusto y vio que  se hundía dentro del hedor de su propia naturaleza y en el vaho que despedían sus pasiones. Sintió miedo. Se asustó. Aquello no era lo que suponía. No se cumplían sus ilusiones. Se sintió como leído en la historia de su pasado. Para continuar por ese camino tendría que ser otro, y él no deseaba tanto. Siendo como era sí, pero transformarse en otro no. Quería una religión pero no aquello, un mundo de poder y del espíritu. 

Sus pies no hallaban un suelo firme dentro del pantano. La ética de aquel Libro le pareció muy exigente e innecesaria. Hacía mucho tiempo que no oía a nadie acusarlo de aquel modo y exponerlo a sí mismo de forma tan inmisericorde. Su conciencia le gritaba reproches muy altos y temió que alguien pudiera escucharlos. La vergüenza lo precipitaba.
Perdió su fuerza, su entusiasmo, su primer impulso, se evaporaron sus ilusiones, su paz; y como no había hecho un compromiso firme con nadie, dejó pasar sus ideas de ir a un sitio que creía tan hermoso el compañero de al lado. Se dio cuenta que llevaba el camino equivocado. Las soñadas hermosuras no eran para él,  un individuo delicado, pulcro y moralmente limpio. Hubiera deseado efectuar alguna mejora, llegar a su exquisita meta rápido, pero por una senda propicia según su punto de vista de ver las cosas. Decidió poner fin a su crisis espiritual y reponerse a su transitorio desaliento; por lo cual decidió con un par de brincos y...


“uno o dos esfuerzos desesperados y salir pronto, por el sitio más próximo a su casa”.

Volvió, como Orfa, a los suyos y a sus ídolos. No estaba dispuesto a pagar el precio de una confesión cristiana o de atravesar la desagradable experiencia de la culpa y el arrepentimiento. Era demasiado serio y difícil el camino, usualmente llamado “angosto”. No pudo soportar hundirse en la pasmosa realidad de su propia naturaleza pecaminosa y cuando sus convicciones comenzaron a tragarlo prefirió huir de aquel sitio y continuar caminando por un terreno sin pantanos, sin conflictos morales, sin tropezar con tantas limitaciones e imposibilidades humanas para creer.

Las primeras dificultades en el Pantano del Desaliento  lo acobardaron y prefirió cambiar su rumbo y retornar, quizás imaginando alguna forma de religión menos severa, más suave, un poco más carnal y que no tocara para nada el cofre secreto de la persona humana: La conciencia.
Cristiano, por el contrario, auxiliado por Ayuda, que como un rayo de misericordia le ofreció su mano, fue exhortado a que buscara con fe  las promesas de Dios sobre las cuales poner los pies para salir del desaliento donde había caído y resuelto a no volverse atrás, salió por el sitio más alejado de su casa, el que llevaba al camino real y derecho a Cristo, saliendo a suelo firme por los escalones de las palabras divinas.
Un poco adelante halló un palacio muy bonito donde tuvo la oportunidad de lavarse y reposar.

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