El amor al prójimo en la fidelidad matrimonial, al dinero y otras cosas



 Hebreos 13:1-6
Permanezca el amor fraternal. [2] No os olvidéis de mostrar hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles. [3] Acordaos de los presos, como si estuvierais presos con ellos, y de los maltratados, puesto que también vosotros estáis en el cuerpo. [4] Sea el matrimonio honroso en todos, y el lecho matrimonial sin mancilla, porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios. [5] Sea vuestro carácter sin avaricia, contentos con lo que tenéis, porque El mismo ha dicho: Nunca te dejaré ni te desampararé, [6] de manera que decimos confiadamente:
            El Señor es el que me ayuda; no temeré.
            ¿Qué podrá hacerme el hombre?


Cuando uno lee esas palabras se sorprende y piensa ¿qué conexión podrá tener esta porción con lo dicho anteriormente? Es un salto desde la doctrina hacia la práctica, y aquí se inicia esa hasta el final, y su inicio escogido es el amor fraternal haciéndome pensar que no necesariamente hablando sólo del amor de Dios se tendrá una congregación amorosa sino que más bien lo que infunde amor entre hermanos es el temor de Dios. Sin eso último las más tiernas prédicas caerán en saco roto.

Miremos de modo general hasta dónde el autor extiende la práctica del amor al prójimo. Primero que todo reclama del amor permanencia y por eso dice permanezca el amor fraternal (v.1), puesto que no debe ser intermitente sino algo continuo que no se deje frenar por nada y venza todo reproche, maltrato y poca correspondencia. Lo que nunca debemos, haya o no reciprocidad, es dejar de amar al prójimo, sino hacerlo hasta el final de nuestra vida. Y para eso hay que esforzarse en perdonar y olvidar.

Pero aquí la primera muestra que debemos dar del amor no trata de perdonar ofensas y cosas parecidas sino de abrir las puertas de nuestra casa a los hermanos mostrando hospitalidad, y eso es lo que está pidiendo porque la palabra lleva el sentido de darle una mano a los que andan, por causa del evangelio, sin techo. Esa palabra en griego es “filadelphia” y en 2 Pe 1:7 de traduce “afecto fraternal” o simplemente fraternidad que según la lista que enumera Pedro ocupa la última virtud para añadir al carácter cristiano y constituye la cumbre de la personalidad.

La palabra hospitalidad (v.2) es filonexia que significa amor o bondad hacia los extranjeros o ajenos. Recibir en casa, darle una cama y un bocado a un familiar no exige mucha gracia porque eso es natural pero hacer lo mismo con un hermano que ha llegado de otro país y temporalmente necesita auxilio, es distinto. Si no se puede meter en la casa porque no hay espacio, se le pudiera ayudar a encontrar otro sitio. Eso también es hospitalidad a la moderna.

Hay algo aquí muy bonito en lo cual podemos pensar, nadie conoce cuánta gracia de Dios tiene un hermano en su corazón y que está pasando necesidades en un mal momento, y llega hasta su puerta. Se puede engañar uno al mirarlo mal vestido, hambriento o enfermo y tenerlo en poco y declinarle una ayuda por lo que se ve, cuando en su corazón es uno de los elegidos de Dios. Ninguno de los comensales que pasaban por la puerta del hombre rico de la parábola hubiera imaginado que aquel pobre enfermo y sentado afuera era un ángel con más gloria que todos los que estaban dentro.  

Abram, sin saberlo, por lo menos antes que supiera la misión celestial de ellos en el destino de Sodoma, hospedó a tres ángeles. La experiencia es que uno no acaba nunca de conocer la clase de cristiano que es el otro y hay hermanos pasando penurias que son hechos “un poco menor que los ángeles”, y ver el rostro de ellos es como ver el de un ángel (2 Sa. 14:17), sobre todo si son pastores o mensajeros de Dios para alguna iglesia (Apc. 2:1). Ayudarlos económicamente, o con algún otro beneficio, es  más que si se socorriera a un ángel sino al mismo Jesús (Ga. 4:14). El que ayuda a un profeta, dijo el Señor, recompensa de profeta tendrá y el que ayuda a un ángel de la iglesia recompensa de ángel recibirá por su ministerio.

Y si usted sigue la lista a quienes hay que mostrar amor debe incluir los presos (v.3), que asumo que son hermanos detenidos, procesados y condenados por dar su testimonio. A ellos la iglesia no debe abandonarlos ni lo ha hecho hasta ahora (10:34) porque ella sabe que si un hermano muy querido en la asamblea es tomado, incautadas sus propiedades, dejada su familia sin protección, y es olvidado ¿cómo dirá que alguna vez lo amaron? Jesús enseñó que ayudar a un hermano preso es como ayudarlo a él (“y en la cárcel y vinisteis a mí”, Mt. 25:36) y teniendo en mente esas cosas la iglesia utilizó en ese ministerio a los diáconos y diaconisas. Una carta hermano, un poco de dinero, alguna visita, ayudarlo con la compañía para que no se sienta abandonado y tome fuerzas (2Ti. 4:16-17). La iglesia de Roma pudo haber tomado la principal responsabilidad en el pago del alquiler de la casa alquilada conde estaba preso el apóstol Pablo. ¡Bravo por ellos y viva ese recuerdo! Eso es amor mostrado no un día ni una semana sino ¡dos años!

Ahora otro asunto que lo voy a circunscribir dentro de su contexto en las persecuciones de la iglesia, la fidelidad matrimonial (v.4).  Aquellos hermanos presos dejaban a sus mujeres e hijos sin protección, y ¿no habría algún fariseo que por pretexto de hacerle una larga oración y ofrecerle un socorro buscara una relación íntima a cambio de sus favores? No pienso ya en las “mujercillas cargadas de pecados” que podían cargar con ellas sino hermanas santas que estos desalmados buscaban conquistar.

La mujer de un hermano es algo muy sagrado porque si un pagano como Abimelc dijo a sus amigos que Abram era como un velo ante sus ojos que impedía a todos mirarla con codicia (Ge. 20:16) ¿tendrán los creyentes en Jesús menos firmeza moral que este idólatra? ¿Podrá la moral matrimonial de él ser mejor que la de esos que dicen saber de memoria el Sermón del Monte? Si el buen José huyó dejando su capa, pero no su reputación, en las manos de la desquiciada mujer de otro ¿no correrán igual los cristianos cuando oyen a un apóstol aconsejar “huid de la fornicación”? El matrimonio debe ser honroso en todos y el lecho matrimonial sin mancilla o “la cama” sin mancilla porque a los inmorales y a los adúlteros los juzgará Dios (v.4). Y de estos hechos de infidelidad matrimonial no se hacen chistes porque Dios, el juez de todos, se halla muy serio mirándolos. Una forma de mostrar amor al prójimo es no tocando su mujer (o marido).

 Y de la corta lista que se nos ha entregado para mostrar el amor al prójimo se halla este otro, el amor al dinero (v.5). Estas palabras en apariencia parecen dejarse mejor para cuando hayan cesado de ser expropiados los hermanos; pero no es así porque la cita del AT con la que refuerza su argumento es tomada en toda su amplitud y añade, sin tener que ver con el amor al dinero, no temeré ¿qué podrá hacerme el hombre? (v.6). Pudiera querer decir “no ambicionen las propiedades abandonadas o incautadas de vuestros hermanos, confórmense con lo que tienen” o que hubiera hermanos que en vez de estar contentos con lo que tenéis (v.5) se aprovechaban de la situación desventajosa de otros para quedarse con algo de lo suyo. Aunque es preferible defenderlos  y pensar que lo que tenían era poco y podía acabárseles, o si el hombre enemigo le quitaba lo que tenía tendría más para socorrerse él mismo y a los suyos por cuanto les recuerda la promesa que ha dado el Señor, no te desampararé; es decir, no tengas miedo que te quiten o se te acabe lo que tienes porque yo proveeré de mis riquezas en gloria y te asistiré de alguna manera providencial para que no te falte lo necesario.

Y ¿no será más sabio tratar de tener un poco más de lo que uno necesita y no estar contento con vivir del “pan nuestro de cada día”?  Ese consejo  ¿impide de plano el progreso económico? No es progreso económico lo que se condena sino la avaricia (v.5), el apetito desordenado de riquezas, ἀφιλάργυρος, amor al dinero (Luc. 16:14; 2 Te. 3:2; 1 Ti. 6:10), porque ese defecto del carácter es directamente proporcional a la falta de fe y al buen testimonio por causa del “vituperio de Cristo” (11:26).

Sabe el autor que si estos hermanos con ciertas comodidades, no corrigen el amor que tienen al dinero, y si las autoridades obvian el poder y la influencia que pudieran tener y los acusan de nazarenos y les amenazan con quitarles lo que tienen, entre el amor al dinero y el amor a Dios elegirán el primero. Aquellos no iban a estar dispuestos a pasar problemas financieros por causa de la religión. Y esta reflexión, me parece, hace sentido a lo que dice y se enmarca dentro de su contexto.

Comentarios

  1. Yo siempre me cuestionaba eso de visitar a los que están en la cárcel, porque aquí (en Chile) se acostumbra a visitar a los reos, pero esos de los malos, los delincuentes, violadores, ladrones, etc etc Incluso hay todo un ministerio para evangelizarlos (pero qué si los gallos usan a los capellanes para tener buena conducta y salir de nuevo a hacer sus fechorías) Habrá alguno que se regenere? no lo se. Pero con lo que ud ha explicado, doy un suspiro de alivio, porque la verdad, yo habría visitado a los reos por ser un mandato divino, pero ahora me queda todo mas claro.

    Bendiciones.

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  2. Viviana, me refería sólo a los presos cristianos. Hay capellanes, que así les llaman a los pastores y sacerdotes que trabajan en las cárceles, también en los hospitales, que cuentan de conversiones entre los presos, de toda clase.

    Yo no he podido comprobar esas conversiones, sino en algunos casos, pero no han sido encarcelados comunes, ni matones ni ladrones, sino hombres de ideales que por no creer ni querer en un partido político único, han hallado pretextos para ponerlos tras las rejas.

    El apóstol Pablo habla del fingimiento tanto en el amor como en la fe; y uno nunca sabe, pero el ministerio y las buenas intenciones de esos pastores que visitan a los presos comunes, es de reconocer, y los resultados sólo el Señor los conocerá. Lo mismo pasará con toda obra nuestra dondequiera que la hagamos.

    Muchas bendiciones.

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