Tenemos que aprender a conformarnos y dejar que otros continúen nuestra labor

JUAN 4:31-38
31 Entre tanto, los discípulos le rogaban, diciendo: Rabí, come. 32 Él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis. 33 Entonces los discípulos decían unos a otros: ¿Le habrá traído alguien de comer? 34 Jesús les dijo: Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra. 35 ¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. 36 Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. 37 Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. 38 Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores”.
              
PRIMERA IGLESIA BAUTISTA HISPANA DE MARYLAND
Es muy simple el estudio de hoy e importante para los ministros y predicadores del evangelio que desean aprender de Jesús sobre este tema. La respuesta de Jesús a sus discípulos enseña que para un apóstol y ministro lo más importante es la predicación del evangelio, específicamente el ganar almas y cambiar vidas (vv.31-34), y que precisamente eso es lo que Dios quiere que todo haga porque esa es su voluntad, que ponga dentro de su oficio eso en primer lugar, aún por encima de sus necesidades básicas. El Señor dijo que ganar aquella mujer era más importante que comer. Espero que ustedes recuerden que la auténtica evangelización se hace con doctrinas y que esto que digo no es para sobreponer el trabajo al credo.
Sin embargo nota que cuando un apóstol evangeliza la esencia de la predicación es la salvación, hacer que la gente mire hacia el otro mundo, hacia el juicio de Dios, la ira venidera, la segunda venida de Cristo, la resurrección de entre los muertos con un cuerpo incorruptible y glorioso, es decir, explicar escatológicamente las doctrinas de la fe y no sicológica y pragmáticamente cómo sacarle beneficio a la fe (v.36). Entonces la mayor recompensa que ha de recibir un apóstol y ministro es la cantidad de personas que reciban por su medio la vida, dicho de otro modo, cómo  les enseñó a vivir una vida cristiana de fe.
Los apóstoles son enviados a un terreno ya preparado por el AT, los profetas, Juan el bautista y él mismo, que se ocuparon en sembrar la palabra de Dios. No necesariamente les estaba diciendo que sería fácil el ministerio sino que en la salvación de una persona pueden intervenir muchos; unos oran, otros siembran, otros dan buen ejemplo, etc., o sea que la labor de evangelización es un trabajo de muchos colaborando y haciendo su parte y ninguna es menos importante que la otra y generalmente incompleta. Por eso tenemos que aprender a conformarnos y dejar que otros continúen nuestra labor, y nos vamos contentos que por tal y más cual hemos hecho algo y lleva en sí mismo nuestra contribución en la salvación. El que siembra no debe entristecerse con el que segó el fruto de una labor ajena, así  lo dice el Señor, y que los dos se regocijen juntos. Ese pensamiento es esencial para no hallarnos siempre lamentando lo poco que hemos hecho y lo escaso que ha sido el rendimiento.
El trabajo de evangelización de la iglesia es un trabajo en cooperación y conjunto y cada uno recibirá la recompensa conforme a la responsabilidad que Dios le asigne, pero estemos seguros que todos estaremos contentos con el resultado, recójalo quien lo recoja. Dios sabe lo que ha hecho cada cual y cómo lo ha hecho.
Y esa tarea de hacer que la gente se pregunte “¿qué debo hacer para ser salvo?” lleva mucho trabajo puesto que fíjate en el v. 38 que la palabra trabajo en una u otra forma aparece tres veces. A veces el obrero no alcanza ver resultados en un par de días, ni en cuatro meses sino en un año o varios; arando, sembrando, regando, sin que se note algo, sin que la semilla nazca. Entonces él va, se acuesta y espera, y todo sigue igual y parece que se ha trabajado en vano, que el esfuerzo ha sido por gusto sobre la ingrata tierra. Y ahí le caen encima mil desalientos con los cuales tiene que luchar para reponerse.
En cuanto a trabajo se refiere cualquier aspecto dentro del oficio pastoral es difícil tanto como plantar una iglesia o sea como dijo Pablo, poner el fundamento para que otros edifiquen encima, o romper la tierra y prepararla para hacer la siembra. En eso consiste la gloria de un evangelista y pastor, no en sus títulos y ni siquiera en sus logros sino en sus trabajos (1 Co.15:10; 2 Co. 6: 5; 10: 15; 11: 23); y en todo eso el predicador según Apocalipsis 14:13 debe descansar sólo cuando ya no esté en la tierra sino en el cielo, esto es, cuando se muera. Sin embargo los discípulos pensaban que no había llegado el tiempo de evangelizar.

Ahora bien, “el perito arquitecto” que pone el fundamento debe hacerlo con la ley y los profetas,  enseñar lo que es el pecado, lo que Dios aprueba y desaprueba, es decir enseñar la diferencia entre el bien y el mal, porque sin culpa y vergüenza no se debe asegurar los beneficios del evangelio porque la mejor forma de evangelización es una combinación de la ley con la gracia de Dios, de Jesús y Moisés, de la ley y del evangelio, que fue lo que hizo el Señor cuando le habló de su conducta pasada enseñándole que no estaba bien, que no había vivido bien (vv. 17-18).
No es predicar para que la gente obtenga una forma de realización sino que sepa cuáles son sus pecados, como le dijo Dios a Jonás, que hay multitudes que no saben “discernir entre su mano derecha y su mano izquierda” (Jon. 4: 11). Y como he dicho, el evangelista debe tener en sí mismo esa combinación de profeta y apóstol, de Antiguo Testamento y Nuevo Testamento, de Jesús y de Moisés  y cantar el cántico de ambos, “el cántico de Moisés y del Cordero” (Apc.15:3), es decir, de la ley y la gracia en la salvación. El evangelio no está completo sin la ley ni la ley sin el evangelio, por eso los dos que se llevan bien deben en la evangelización del mundo, andar juntos.


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