Un calvinista visita a Moisés


Números 28:11-15 (LBLA) 
“También, al principio de cada mes, presentaréis un holocausto al Señor: dos novillos y un carnero, y siete corderos de un año, sin defecto…este es el holocausto de cada mes por los meses del año”.  

Empezamos el año 2010. Toma la doctrina de la elección particular y visitemos el tabernáculo de Moisés. Los creyentes bajo la ley de Moisés tenían la opción de elegir su consagración. Para ello tenían las ofrendas y sacrificios diarios (28:1), semanales para cada sábado (28:9), mensuales (28:11) como una semana especial, para los panes sin levadura (28:16), y la fiesta de las semanas (28:16), la de los primeros frutos en Pentecostés. Las ciudadanos del reino de los cielos podían escoger el tiempo de su consagración según las posibilidades de cada cual; quien pudiera diariamente apartar un tiempo para sus devociones lo hacía y tenía para eso, la mañana y la tarde, a la hora del sol naciente antes de entrar en la rutina de su faena, y del sol poniente para darle gracias a Dios por el día vivido y aprovechado. Abría y cerraba su día secular con la llave de su fe porque quien empieza el día con Dios lo termina con él. El que no tenía gracia para acercarse a la casa de Dios todos los días, o vivís lejos o no tenía dinero, o cualquiera otro estorbo, podía planearlo semanalmente, o cada mes.
Qué bueno es que al menos, además del domingo, cada principio de mes en casita nos consagremos al Señor, hagamos un esfuerzo espiritual por poner todo en orden (además del pago de deudas, porque la Biblia dice que “el impío toma prestado y no paga”), escudriñar la palabra de Dios y dejar de volar sobre ella, como dijo Spurgeon, “con las botas del Gigante Siete Leguas”; sacar el metro de “la medida del don de Cristo” y medir  la longitud del progreso o retroceso espiritual propio, de la familia o la iglesia, limpiar de cenizas mundanas nuestro altar y pedirle a los hijos que cuando entren a casa se sacudan los pies si traen el barro de carnales costumbres pegadas a ellos, atizar las brazas para que el fuego no se apague y se avive la llama mortecina, espabilar un poco el alma, quitar a un lado la fe muerta por falta de obras, quemar en los labios con fogosos carbones del altar mosaico toda palabra mentirosa y lavarse en el lavacro de la regeneración otras inmundicias de lengua sucia, como sólo puede restregarla con especial gracia un particular escogido de Dios,  y que no pueden lograrlo tan bien el jabón y la legía de mala calidad de la teología arminiana.

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