¿Es esto civilización?



Y lloraron y ayunaron ese día hasta la noche (20.18-28; Jos.8:9).

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¿Qué es eso sino castigo de Dios que dos pueblos hermanos se peleen como enemigos? Horroriza al leer esta historia ver el suelo de la llamada tierra santa poblada por miles de cadáveres. Y la sangre de Abel el justo clamando a Jehová. Enarbolando las banderas de la justicia social y del humanismo no vieron los hilos que los movían, como a marionetas los demonios.
El salvajismo de un levita contra su concubina sirvió como excusa para la declaración de guerra, semejante al asesinato del Archiduque austríaco Francisco Fernando desencadenó la guerra de Austria contra Serbia y dio origen a la horrible Primera Guerra Mundial. Los dos bandos estaban ciegos y sordos por la estupidez. Judá numerosísima se creía privilegiada por Jehová y escondía en su seno la idolatría y el orgullo del poder y la otra apoyaba el crimen. Estaban tal para cual. Y Jehová estaba en medio de los dos. Confrontaban el plan con Dios y él se lo aprobaba. Salían contentos que iban a vencer. Y perdían. Y Jehová no los ayudaba. No valían los ayunos, los planes y las lágrimas y se iban volviendo pequeños y minúsculos. Y no hubo ningún diplomático que negociara el asunto de la descuartizada joven meretriz, y llegaran a un acuerdo sin causarse bajas.
Y nadie los ayudó para que firmaran una tregua y un acuerdo de paz. No veían otra solución para dirimir el agravio las dos tribus que con helicópteros, granadas y morteros, destruyendo la gloriosa arquitectura, panteón de patriarcas y mártires, patrimonio nacional de los judíos y benjaminitas y de inocentes familias, jóvenes soldados que dejaban sin sustentos a miles de viudas y huérfanos. Y ¡viva la religión! ¡Viva la modernidad! ¡Gloria en las alturas a la modernización y el pensamiento liberal! ¿Es esto civilización? ¿De dónde vienen esas guerras Señor sino de las pasiones que combaten en nuestros miembros? Codiciamos el oro de Ofir, el de la tierra de Havila que es bueno y los pozos de asfaltos del valle de Sidim que son buenos para refinarlos como petróleo cuyo precio sube y sube (Ge.14:10; Sgo.4:1-2).

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