¿Tiene Dios que pedirte disculpas?


Job 23:4
“¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla. Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos”. 

La palabra argumento también se puede traducir "razonamientos" y "refutaciones". Y ¿qué argumentos, Job? ¿Podrías sumergirte en las profundidades de la ciencia y la sabiduría de Dios? (Ro.11:33). ¿Argumentos a favor de la muerte de tus hijos, de tu bancarrota económica, de la pérdida de tus amistades y de tu mala salud? Quizás tú quisieras como Job, ir hasta la silla de Dios, pararte enfrente de él, explicarle tus razones, llenar tu boca con argumentos y convencerlo que ha actuado mal en permitir la muerte de tus hijos, tu crisis financiera o el quebrantamiento de tu salud. Piensas que tus razones lo convencerían y que él retrocedería cambiando tu suerte o te pediría disculpas.

¿Es cierto que tus argumentos lo convencerían? No estés tan seguro que tus argumentos sean suficientes sólidos; mucho de la fuerza de ellos la extraerías de tu interés personal, apenas considerarías la situación espiritual de las pérdidas, saldrías como abogado de tus hijos muertos sin saber cómo eran ellos en sus corazones para Dios y si eran o serían dañinos para el reino del Señor, si estaban glorificándolo o blasfemándolo en sus corazones, si fuera mejor para el mundo que existieran o desaparecieran.

Tendrías que argumentar dentro del tiempo y Dios tiene propósitos eternos y, ¿cómo pudieras introducirte hasta allí, leer los rollos secretos de la providencia y la historia completa del mundo, la asignación que cada cosa y persona tiene dentro suyo, oír sus explicaciones, entender la conexión que tiene tu situación en tu generación y en el futuro, entre tú y muchos que no conocerás. Nada resolverías con visitar a Dios en su trono y llenar tu boca con argumentos en defensa tuya y de lo tuyo, aunque te diera las respuestas correctas no las entenderías.

Y si pudieras hallar la silla donde Dios se sienta, si llegaras hasta allí porque abriera tus ojos para que le mirases y te condujeran enfrente de su gloria, ¿crees que el asunto que le tratarías tendría allí, junto al eterno, inmerso en el resplandor de su vida, ante un auditorio de millones de ángeles y millones de espíritus de santos hechos perfectos, piensas que tu situación es verdaderamente importante, que te tendrían como un hombre de fe, ni siquiera como un siervo?

¿Dónde estaría tu fe? No sabes que la fe es creer con un mínimo de palabras, caminar con un poco de luz, y que el mirar a Dios y exponerle tus argumentos ya no es considerado dentro del camino de la salvación sino un procedimiento pedido por los incrédulos de todos los siglos que se creen más sabios que quien hizo el mundo? Nuestras más poderosas razones son tonterías ante el Anciano de Días, el que ha vivido por la eternidad, el que diseñó el mundo, encendió el sol y nos hizo rotar suavemente alrededor en órbita. Nuestra sabiduría en la vida es más ignorancia que ciencia ante los propósitos del Creador Sabio.

Más bien roguemos a Dios que nos ayude a vivir nuestros momentos buenos y malos, disfrutar con gratitud los que son felices. En los malos aprender, confiar, esperar, sencillamente esperar, tal vez Dios nos dé suficientes días para vivir cuando tengamos más historia, luz y madurez, entonces comprenderemos las palabras que Jesús dijo a Pedro: “Lo que yo hago ahora tú no lo entiendes mas lo comprenderás después” y entenderemos esto y aquello y quedaremos arrobados de admiración con el obrar de Dios. Comprenderemos que lo realmente importante no era obtener una explicación sobre una situación difícil ni pedir su rectificación sino tener a Dios mientras ella transcurría y no darle tanta importancia a los logros y fallos de la vida humana.

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