Nuestras Decisiones de Fe


Hebreos11: 8-13
“Por la fe Abraham, cuando fue llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir por herencia; y salió sin saber a dónde iba. Por la fe habitó como extranjero en la tierra prometida como en tierra ajena, viviendo en tiendas con Isaac y Jacob, los coherederos de la misma promesa;  porque esperaba la ciudad que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe, a pesar de que Sara misma era estéril, él recibió fuerzas para engendrar un hijo cuando había pasado de la edad; porque consideró que el que lo había prometido era fiel. Y por lo tanto, de uno solo, y estando éste muerto en cuanto a estas cosas, nacieron hijos como las estrellas del cielo en multitud, y como la arena innumerable que está a la orilla del mar”.

¿Qué es una decisión de fe? Cuando nos hallamos en una situación que se necesita fe no sabemos todo lo que quisiéramos saber. Abraham salió “sin saber a dónde iba”; Dios no le dijo: “yo te llevaré a tal lugar, búscalo en el mapa, estudia su geografía, economía y política, y dime si te gusta y te conviene más que este lugar donde ahora vives. Espero tu respuesta”. Así no actúa un Dios que guía. No, una fe que necesite tantas explicaciones no es fe; la fe se agarra sólo del llamamiento y la palabra de Dios; tiene que dar por sentado que el traslado será conveniente, que ganará y esa confianza desvanecerá todos los temores, poniendo en movimiento sus pies para dirigirse hacia lo desconocido.

Los hombres y mujeres que hacen decisiones de fe, las hacen solamente sobre la palabra y el llamamiento de Dios. El llamamiento de Dios es algo misterioso, una comunicación entre Dios y la persona, un deseo vivo y seguro que se siente que sirve de base a una resolución que se toma. La Escritura nos dice que Dios llamó a Abraham, pero no nos dice más; el llamamiento puede repetirse para confirmación (Ge. 12: 1). La esencia misma de la fe, que es la seguridad, es la voz de Dios. Si hubo o no teofanía no lo sabemos, pero sí que él estaba seguro de lo que estaba haciendo. Si uno adquiere seguridad viendo, conociendo las situaciones, esa seguridad no proviene de creer; cuando se trata del ejercicio de la fe para un trasladado, el proyecto constituye una aventura de fe.

La fe siempre está relacionada con la palabra de Dios, da por seguro lo que sólo son posibilidades, elige para su confianza lo que es más seguro, cree que tendrán lugar las mejores opciones cuando Dios es el que elige y el que manda. La fe piensa que el cambio abrirá un futuro mejor.
Si alguien le hubiera preguntado a Abraham a dónde iba su respuesta hubiera sido: “no sé, estoy siguiendo los impulsos de Dios en mi corazón, estoy seguro que tengo que irme de aquí, iré a alguna parte, mis pies me llevarán al sitio que Dios quiere y cuando me halle allí, oiré la voz de Dios para que me quede y el lugar me gustará”. Sus vecinos tendrían que abrir muy grande sus ojos, pensando que se había vuelto loco o riéndose de él. Las decisiones de fe parecen locura.

Por otra parte, las decisiones de fe hallan sus razones dentro de la palabra de Dios. Por ejemplo, Sara, tuvo que creer contra lo obvio, contra los años que había vivido y la biología de su cuerpo; quiere decir, contra muchas razones humanas, oponiéndoles la palabra de Dios, o más aún, la fidelidad de Dios. Si sentimos seguridad por lo que vemos y por lo que oímos, ya no es seguridad de fe basada en la palabra de Dios. Podemos hacer una decisión bien hecha basada en estudios previos, y las cosas salirnos bien, y dar gracias a Dios por ello, pero eso es distinto de cuando hacemos una decisión impulsados solamente por Dios y basándonos en su palabra. La fe de Sara era igual que la de Abraham, no se debilitó al considerar su cuerpo que estaba ya casi muerto (Ro. 4: 19).

La verdadera fe en Dios está preparada para no recibir lo que Dios ha prometido, en esta vida. Abraham caminó mucho para llegar hasta donde Dios le había llamado y vivió donde Dios quería que él viviera, sin embargo  residió como extranjero en la tierra prometida y no se edificó una casa fija, de madera o de piedra, o de mármol, sino que habitó en tiendas y fue nómada. Una de las grandes pruebas de la fe es cuando la promesa de Dios choca con la realidad y ella parece mucho más grande que su cumplimiento, o decididamente parece que no va a cumplirse durante toda la vida. Pero Dios nunca le dio la promesa Abraham para él sólo, sino también para sus hijos, coherederos de la misma promesa. Él no la habría de recibir pero por su medio sí otros y muchos.

La falta de cumplimiento de la promesa de Dios tiene que explicarse por la extensión de la promesa. Debemos estar preparados para no recibir sobre esta tierra lo que Dios nos ha prometido, sin embargo podemos disfrutar contentos la promesa aunque no tengamos el título de propiedad; bendiciones espirituales, como “poseyéndolo todo”.
Fe y tranquilidad es celestial. Como ya he dicho, Abraham no vivió frustrado con su ministerio porque no recibía el cumplimiento de su promesa en su segura vocación, la disfrutaba de antemano, y vivía conforme con la porción que Dios le había concedido, no quejándose de sus tiendas ni de su vida como beduino. La fe enseña a estar contentos cualquiera que sea la situación, como dijo el apóstol Pablo. La verdadera fe no busca el éxito personal, no trata de sentirse realizada en esta vida, porque sus metas están más allá de esta tierra y busca una esperanza; el autor de Hebreos afirma que Abraham vivió sin inquietudes porque esperaba la inmortalidad y el establecimiento del reino de Dios, “porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos cuyo arquitecto y constructor es Dios”. Nuestros logros personales, y las metas que nos hemos hecho, pudieran convertirse en el fin de nuestra vida cristiana y no la esperanza celestial. Planes podemos muchos tener, pero meta, una, Cristo, como Pablo. La verdadera fe está únicamente relacionada a la esperanza (1 Co. 13: 13). El nómada patriarca vivía celestialmente tranquilo.

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