El más humano “Tercer Mundo”

 Hechos 28:1-6  
 “Y una vez que ellos estaban a salvo, nos enteramos de que la isla se llamaba Malta. [2] Y los habitantes nos mostraron toda clase de atenciones, porque a causa de la lluvia que caía y del frío, encendieron una hoguera y nos acogieron a todos. [3] Pero cuando Pablo recogió una brazada de leña y la echó al fuego, una víbora salió huyendo del calor y se le prendió en la mano. [4] Y los habitantes, al ver el animal colgando de su mano, decían entre sí: Sin duda que este hombre es un asesino, pues aunque fue salvado del mar, Justicia no le ha concedido vivir. [5] Pablo, sin embargo, sacudiendo la mano, arrojó el animal al fuego y no sufrió ningún daño. [6] Y ellos esperaban que comenzara a hincharse, o que súbitamente cayera muerto. Pero después de esperar por largo rato, y de no observar nada anormal en él, cambiaron de parecer y decían que era un dios. [7]  Y cerca de allí había unas tierras que pertenecían al hombre principal de la isla, que se llamaba Publio, el cual nos recibió y nos hospedó con toda amabilidad por tres días. [8] Y sucedió que el padre de Publio yacía en cama, enfermo con fiebre y disentería; y Pablo entró a verlo, y después de orar puso las manos sobre él, y lo sanó. [9] Cuando esto sucedió, los demás habitantes de la isla que tenían enfermedades venían a él y eran curados. [10] También nos honraron con muchas demostraciones de respeto, y cuando estábamos para zarpar, nos suplieron con todo lo necesario”. 

Ese recibimiento que le dieron a los del barco me inspira una reflexión social. Fíjate que “los naturales” “los habitantes” “mostraron toda clase de atenciones” a los náufragos  (v.2) porque les encendieron fuego para que se calentaran y le dieron un bocado a cada uno porque lo necesitaban. Y no por un día o dos sino por muchos, “tres días… También nos honraron con muchas demostraciones de respeto, y cuando estábamos para zarpar, nos suplieron con todo lo necesario [11] Después de tres meses…” (vv.7,10,11). Aquella amabilidad y hospitalidad de los malteses (Malta, o Melita) impresionó a todos. No estaban en Atenas o Roma, no eran gente supuestamente civilizada, es más, eran “bárbaros” (en el sentido que no eran griegos), paganos, sin colegio, sin educación, sin industria y filosofía, sin gramática ni libros, no obstante, sabían acoger a los necesitados, tenían un corazón tan grande como los griegos aunque hablaran otro idioma, vistieran distinto, jugaran distinto con un sentido del humor diferente, bailaran, comieran y negociaran distinto, y esa fue una gran lección que dieron los bárbaros a los civilizados.

Lucas escribió que los trataron “con no poco amor humano” “humanamente”, como hubieran supuesto porque los creían salvajes guerreros, bestias que sacrificaban o se comían a sus hijos. No, menuda sorpresa se llevaron. No tenían menos humanidad que ellos, igual o quizás más. Eran tan seres humanos como ellos, sin casas artesonadas ni carruajes lujosos, pero seres humanos que los trataron como seres humanos.
Pudiera hallar una comparación sin que los pobres se ofendan, pues yo también nací en un país no griego, o sea bárbaro por la definición de la real academia de ellos, la gente del “tercer mundo” sorprendieron a los del primero, los de una isla “subdesarrollada” al “primer mundo”, a los ciudadanos de la primera potencia militar y cultural. Y esa lección de filantropía es el mejor aporte que los países sin mecanización pudieran exportar a los más ricos que se desmoronan y empobrecen moral y espiritualmente, y no sólo sus materias primas sino volver a enseñar a América y a los europeos la humanidad cristiana perdida que un día tuvieron.
 La palabra que usó Lucas para referirse a los habitantes de Malta fue “bárbaros” y por atenciones o “humanamente” escribió “filantropía” o “amor al hombre”. Junto con el desarrollo económico y científico las grandes potencias han exportado la desintegración de la familia, la liberación sexual, la pérdida de la virginidad, la eutanasia, el derecho al aborto, la sicosis por el dinero y el trabajo, el escepticismo, la negación de Dios y la indiferencia a los lugares religiosos públicos.

Si los griegos impresionados por la pureza del aire de Malta, sus vidas sencillas, su pintoresco folclore y su sensibilidad humana, deciden comprar tierras allí, levantar fábricas, arreglar un puerto de gran calado, hacer escuelas, fomentar el turismo desde Roma, París, Londres y Washington, tengan cuidado los malteses no sea que según prospere la islita pierdan su humana identidad y se conviertan en privilegiados ciudadanos del imperio pero menos seres humanos.
Esa humanidad natural maltés no es otra cosa que los restos de la imagen de Dios según la cual todo ser humano fue creado y que puede sobrevivir milenios sin desaparecer definitivamente porque “linaje de Dios somos” como uno de sus poetas ha escrito, y sobrevivirá también a la enseñanza atea de los civilizados que les dirán a los naturales que los ancestros de ellos son simios y no seres humanos, y cuando empiecen a recoger los  malos frutos de esa perversa filosofía pública y el desorden y la criminalidad aumenten, insistirán que es obligación de ellos comportarse como seres humanos y no como bestias.

Observa la respuesta de los náufragos a la hospitalidad de los bárbaros. Lucas menciona la respuesta como gratitud por todos los productos y ademanes humanos de los naturales. Eso estuvo bien, y estaría bien que si en el futuro mantenían la comunicación y desarrollaban relaciones políticas y comerciales con aquellos hombres y mujeres, por ser inferiores intelectual y económicamente, el beneficio que extrajeran de eso fuera acompañado no de avaricia y desprecio sino de agradecimiento.
Lucas nada más menciona la respuesta del cristianismo a la nobleza de los naturales. Pablo se dijo a sí mismo, “no tengo ni oro ni plata pero lo que tengo te doy”; y fue derecho a la cama del padre del presidente de la isla, “Publio,  y puesto de rodillas” oró por su salud para que supiera que no era un dios sino que sería curado por Dios. Y la fiebre (fiebres, plural) por “disentería” (“Enfermedad infecciosa y específica que tiene por síntomas característicos la diarrea con pujos y alguna mezcla de sangre”. Dic. Real Academia Española). Los primeros que debieran responder amablemente a los naturales de una isla son los cristianos, y responder ante todo con la fuerza que tiene el evangelio, que no es la del dinero sino la de sus rodillas y testimonios. Malta tendría muchas necesidades de orden urbano y agrícola pero los misioneros comenzaron por la salud de la población.

No multiplicaron los panes y los peces sino que ayudaron a todos los enfermos que había en la isla, y cuando la abandonaron toda ella había recuperado la salud. Si no hay ningún hospital, tal vez el principio del testimonio cristiano sea más conveniente edificar uno que gastar los primeros recursos en capillas o escuelas, que si son importantes están por debajo de la medicina. La filantropía, hermanos, a veces conviene empezarla por el cuerpo y no por el alma, no exclusivamente para el cuerpo y sólo el cuerpo, y que el fin sea el cuerpo, no, el fin es la salvación del cuerpo y del alma. No estoy abogando por un evangelio social sino argumentando a favor de una declaración social del evangelio, por un testimonio cristiano completo, dando “para las necesidades del cuerpo” y por supuesto, del espíritu, “los cuales son de Dios” (1Co 6:20; Sgo. 2:16); y exhortando aquellos más prósperos que se benefician del intercambio comercial con las muchas Malta que hay en el llamado Tercer Mundo.

Es cierto que en Malta había superstición, enfermedades (el jefe de ellos estaba enfermo), idolatría por cuanto pensaban que un ser humano podía ser “un dios” (v.6), pero también un humano sistema de justicia ya que cuando vieron que a Pablo acabado de salir del mar lo mordía  una víbora dijeron que debía ser un asesino porque la Justicia, Castigo, Venganza, lo perseguía y si no se había ahogado ahora moriría ejecutado con una mordida letal. Creían que la justicia es una ley natural y posiblemente aprobaban la pena de muerte, que hay un dios justo que toma venganza de los malhechores que si se escapan de un castigo sucumbirán con otro. En toda sociedad y como parte de su humanismo debe existir un sistema de justicia que castigue a los delincuentes, quienes sean, griegos, romanos, extranjeros o residentes, cristianos o paganos, apóstoles o laicos. Si no con la pena capital sí con una sentencia, no inhumana, que le pague conforme a sus hechos y para que los demás teman. Sin embargo los que interpretan las leyes a menudo se equivocan. Aquellos hombres pensaron que Pablo era un asesino y no lo era, pensaban que algún Dios lo castigaba y le quitaba la vida y no era cierto. Los jueces aunque no hagan acepción de personas en el juicio y dicten justas y humanas sentencias, deben hacer “una investigación exacta” no sea que den como culpable a un inocente y piensen que la Justicia y Dios están en contra de alguien que más bien conviene que viva.

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