Una iglesia que ni los pastores ni los miembros quieren



Santiago 3:13-18
¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa. Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz”.


Donde muchos no entienden nada de nada

Las personas que Santiago tiene en su mente se creían  maestros y se jactaban de grandes cosas (vv.1, 5). Ahora  revela más, que la opinión de ellos sobre sí  mismos estaba más crecida de lo que uno podría haber supuesto, aunque se tenían por sabios y entendidos (v.13). De eso se jactaban. No había tal cosa porque la conducta lo negaba. Particularmente los desmentían el alboroto y problemas que ocasionaban en la iglesia. Santiago, hablando en lugar de aquel grupo que obraba y tenía fe con obras, que mencionó en 2:18, les reta a que le enseñen la sabiduría y entendimiento de que blasonan, que lo muestren por la buena conducta.

Si somos sabios tenemos que mostrarlo en la conducta, en especial con una conducta de mansa sabiduría. Muchas son las virtudes que adornan el carácter de una persona sabia; y no es el caso del resultado la conducta de aquellos entendidos, que se creían miembros de lujo en la congregación. Una buena cosa sería haberles preguntado que habían "entendido" esos sabios, del evangelio; especialmente de aquellas doctrinas y formas de ser de Jesús y sus apóstoles. Por lo visto no  habían entendido nada de nada, porque el comportamiento cristiano tiende a la paz y la concordia y ellos, los sabios, estaban provocando disturbios, que dejaba claro que ese no era el Espíritu que Cristo les había dejado al partir, siendo él "manso y humilde de corazón".


Donde los celos amargan el carácter

El resultado del comportamiento había sido los celos amargos y contención (v.14). Quizás esperaríamos que nos dijera, “envidia y contención”; aunque las dos cosas casi siempre hacen su entrada en el corazón como compañeras. Donde usted halle celos fíjese bien que la envidia no está muy lejos.  La persona que siente celos sufre mucho, ellos la queman con la fuerte llaman del infierno, tenga motivos para sentir los o no los tenga. En el capítulo 8:6 de Cantares dice que son brasas de fuego, que meten la vida de una persona en el mismo sepulcro, la enlutan día y noche, y la hacen vivir en zozobras constantes.

No se dice cómo algunos hacían sentirse los otros, aunque se supone que la conducta tendía a eso; y lo es cuando se muestran los dones y éxitos con arrogancia y con el propósito expreso de hacer comparaciones y recibir aplausos.  Merece un buen regaño que debiendo ser discreto, y comprendiendo el débil carácter de un hermano que se halla en su misma posición, le cuente sus logros, estupendos planes, a sabiendas que con eso no edifica ni inspira sino que lo lastima. ¿Por qué se gloría de aquello que ha recibido de Dios? Merece que se lo quiten.  Y si se tratara no de exhibicionismo de dones sino de figuras y atracciones, el reproche divino es superior porque adrede y por vanidad está haciendo sentir celos a una persona que se asusta porque tiene miedo que le quiten lo que es suyo. Nuestra conducta no puede ser irresponsable en ese sentido y niega que haya entendido algo del evangelio el que da a paladear a otro tan amargo trago.

Un resultado inmediato de los celos es la contención o como indica la palabra, rivalidad o partidismo. Comienza el pleito, la guerra, las malas respuestas, el enojo, la oposición. ¿Quiénes eran los responsables de todo ese infeliz caos? Aquellos jactanciosos sabios y entendidos a los cuales Santiago les pide que  cesen de mentir porque no se ajusta la conducta de ellos a la verdad.

Donde el pastor, con dolor de parto, da a luz sus sermones (Ga. 4: 19)

En una iglesia donde ya hayan nacido esas dos cosas, empezando primero por la lengua, luego los celos, después los partidos, las rivalidades, se desata la confusión y el caos; empiezan los tumultos, las divisiones y toda obra perversa (v.16). Los pecados se comunican unos con otros y los problemas surgen uno detrás de otro. El malestar que provocan unos cuantos se va extendiendo paso a paso y la vida espiritual de la congregación declina, la unidad se rompe y a la larga el rebaño se dispersa. El chisme, la calumnia, las ofensas verbales, los celos, las contenciones, todo eso hay que pararlo para que en paz y unidad los santos puedan edificarse con el evangelio que oyen.

Nuestro deseo es sembrar el fruto de justicia en paz, para aquellos que hacen la paz (v.18). Una conducta desordenada, en sentido general, hace inefectivo cualquier sermón que hubiera podido en esa ocasión hacer adelantar algo el reino de los cielos. Las semillas preciosas que el amado sembrador siembre no pueden prosperar con un ambiente tan triste; y los efectos negativos que llegan al honesto predicador, como ser humano y que ama a la congregación, no podrá evitar el cansancio, el desaliento y no cesará de pedirle a Dios otro pueblo. Un fiel predicador enviado por Jesús a cierto lugar, deseará con todo su corazón poder hacer su trabajo en paz, y sembrar las benditas semillas del evangelio en un terreno ávido de cultivo.

Este no es el mejor ambiente para sentirse a gusto predicando el evangelio. El ministro y los maestros quieren que haya paz; un clima de concordia y fraternidad, de amor los unos por los otros; que la iglesia esté quieta, para sembrar sus verdades en completa paz. Es difícil preparar un sermón que sea ungido por el Espíritu Santo si el pobre pastor moja sus papeles con lágrimas mientras escribe, con grandes letras, preguntándose a sí mismo qué valor tiene todo lo que está haciendo, y cómo habrán de tomar sus palabras y exhortaciones cuando cada uno quiere oír lo que le guste y aquellas cosas que lo afirme en su determinada posición. Y ¿cómo podrá uno predicar sermones felices, si está procurando con mucho esfuerzo digerir raíces de amarguras? 

Con todo, Santiago alienta a los que trabajan cuando les dice que no paren de hacerlo, y si no pueden resolver todas las cosas con sus consejos y actitudes, y los que quieren ser facciosos y contenciosos continúan desoyendo sus ruegos, entonces podrían consagrarse al grupo de los que aman la paz y quieren que se siembre en sus corazones la paz, y dar frutos de justicia; los que no quieren, y los pastores tampoco, una iglesia así. Y ya Dios sabrá qué hacer con el resto.

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