Chispas del Espíritu Santo, y cenizas

“Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti” (2Tim.1:5).

Se ha dicho que Timoteo era joven, tenía mala salud y un temperamento tímido y que todo eso junto contribuía a opacarlo achicándolo espiritualmente. Si es así, como lo parece, el estado de nuestro cuerpo puede influir sobre nuestra alma deprimiéndola, el temperamento mismo y la edad también se muestran opresivos y erosionan el espíritu rebajándolo grandemente. Si el desgaste espiritual es sólo de índole físico o sicológico por exceso de labores con comida y reposo el profeta se volverá a animar y dejará su enebro y caminará hacia Horeb (1 Re. 19: 5-8).

Pero hay otras causas que apagan el Espíritu del hijo de Dios, la principal es la carne, siempre que usted lee en la Escritura hallará que el Espíritu y la carne contienden permanentemente, cada uno procurando invadir el territorio del otro. Cuando en el creyente el Espíritu de Santidad es quien reina y domina los pensamientos, el hombre nuevo está fuerte y se siente feliz y se disfruta de un tiempo de entusiasmo, celo, ardor y éxtasis espiritual; pero si se deja a la carne fortalecerse abandonando los medios de gracia que comúnmente son los que vigorizan la vida del hombre interior, como la oración y la meditación espiritual, la carne gana fuerzas, controla la imaginación y un  aire frío comienza a soplar sobre la llama encendida por Dios para apagarla, la vida y el calor que  se experimentaba de un día para otro empieza a extinguirse.

Esto sucede desgraciadamente con  frecuencia y a los primeros síntomas de debilitamiento de la llama espiritual la alarma debe ponernos en pie de alerta y acudir rápidamente a lo que hemos abandonado. El salmista dice, “vendré a los hechos poderosos de Jehová el Señor; haré memoria de tu justicia” (Sal.71:16). Leyendo y meditando en sus hechos poderosos en la Biblia o en la historia, es un modo eficaz de atizar el fuego que ha descendido del cielo. Timoteo tiene la responsabilidad que las últimas chispas del Espíritu Santo no se vuelvan cenizas.

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