Si Lázaro hubiera abierto la boca



Juan 12: 9-11 
“9 Gran multitud de los judíos supieron entonces que él estaba allí, y vinieron, no solamente por causa de Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien había resucitado de los muertos. 10 Pero los principales sacerdotes acordaron dar muerte también a Lázaro, 11 porque a causa de él muchos de los judíos se apartaban y creían en Jesús”.

Las causas por las cuales las personas prestan atención y son proclives a creer en historias del más allá son varias. En este caso entiendo que no toda esa multitud, llegada de diferentes lugares, tendrían la misma motivación. Algunos por curiosidad, otros interesados por el viaje hacia ultratumba, otros quizás para poder perderle el miedo a la muerte, otros porque tenían dudas o no creían en la resurrección y querían quitárselas. El efecto del encuentro con Lázaro, la contemplación de un ex cadáver, condujo que muchos rompieran con el estatus judío, les perdieran el miedo y a ser expulsados de la sinagoga; porque se quitaron los perjuicios que les habían inculcado.

Sin embargo todo eso ocurría sin palabras porque no se dice que Lázaro dijera algo que satisficiera la curiosidad sobre el desprendimiento del alma del cuerpo, y las noticias que podría traer sobre qué  hay en el más allá, cómo se siente uno en una tumba, y como existen los espíritus. Lázaro no se convirtió en un gran predicador después de su resurrección. Lázaro no les contó ningún relato fascinante. No dijo ni esta boca es mía.

Lo que Dios había hecho con él era todo lo que a la vista presentaba, y a pesar de su mutismo, que es común a todos los que mueren y vuelven a la vida, su resurrección era suficiente para crear fe en los que la contemplaban. Si alguien cuenta que estuvo muerto y que vio y oyó tal y más cual cosa, no estuvo muerto o son invenciones. Es común a todos los que han tenido esa experiencia, que son poquísimos, que no recuerden nada, y eso ha dado motivo para que algunos nieguen la existencia del alma.

Por supuesto que ese no es el ideal de una persona que tiene tanto que agradecer a Jesús. Tuvo que haber sido un individuo tan reservado que ni siquiera esta única y excepcional experiencia le arrancara, aunque fuera un corto mensaje que justificara a la persona de su resucitador. En sentido espiritual la opción del silencio verbal de la fe, de las convicciones y de las experiencias vividas, no son imprescindibles para que otros adquieran la fe, sin embargo, cualquiera que sea la razón que un beneficiario de la gracia tenga para conservar en privado sus convicciones, y tragarse con ingratitud experiencias que pudieran glorificar a Dios y beneficiar a otros, ese silencio reduce la eficacia de una vida cristiana cualquiera. Lázaro resucitado era un poderoso atractivo para curiosos y para gente que buscaba salir de dudas. No solamente querían ver a Jesús y escuchar sus sermones sino que se dejaban llevar por el sensacionalismo de un individuo que afirma que se murió y que ahora está vivo. Mundialmente esa es la inclinación, colocar la experiencia primero que el dogma.

La reacción de los judíos, inducidos por el diablo, que pudieran ser saduceos que no creían en la resurrección ni deseaban creerla, fue optar por la eliminación de la evidencia cristiana y darle un golpe de muerte con cualquier forma. Como ya he dicho, ellos estaban dispuestos a no creer y se habían jurado no ser cristianos jamás. Pensaban que si eliminaban la evidencia y sepultaban la experiencia, a la gente le sería más difícil creer, porque es más complicado, pero más hermoso, creer sin ver ni tocar ni palpar. Si cada cristiano tiene una experiencia genuina de resurrección espiritual con Jesús, y da delante las multitudes señales que realmente está vivo y que su experiencia no es una ficción ni imaginaria, la propagación del evangelio se haría mucho más veloz.

Si estamos interesados en el surgimiento de la fe en otras personas, que sean transformadas en discípulos, enterrar debajo de la vergüenza o del miedo y en silencio la experiencia cristiana, es asesinarle la oportunidad que tienen para creer. El punto central de todo el asunto  es que la gente pueda corroborar, no ya la muerte, porque todo pecador nace muerto en delitos y pecados, y no hay que convencerlos de nuestra vida desordenada e indiferente para Dios, ni que el pecado no nos molesta y que nos gusta, sino que quede convencida que lo que es imposible, animarse a sí mismo y cambiar, es una realidad y no una pretensión de una regeneración y resurrección sin imposturas. Lázaro habría multiplicado el número de discípulos si hubiera abierto la boca.

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