Reflexiones varoniles


Efesios 5:25, 28, 29, 33
“Maridos, amad a vuestra mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismo cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia; por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido”.

I. Esposos consagrados

Amor virilmente sacrificial. No hay duda que la relación entre Cristo y su iglesia es la misma que el apóstol le pide a los matrimonios que sostengan ellos mismos. A él particularmente le incita a que la ame con entrega, como Cristo se “entregó” por la iglesia, “amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” (v.24). No solamente que la ame, sino que se lo demuestre, no sólo verbalmente halagándola y llamándola bienaventurada (Pro. 31:28); que haga algo por ella, no tan sólo “algo” una vez sino cada vez que tiene oportunidad. Un amor matrimonial así puede decirse que se halla “consagrado” y es un amor “sacrificial”. ¿Amas así, varón, a tu mujer? Quizás oyes que los esposos tienen que consagrarse al Señor, eso está bien, pero también a sus mujeres, en tiempo, dones, dinero. Se promueve una mayordomía integral para Cristo; también ha de haber una mayordomía integral, completa, para la esposa.

Hay esposos que son muy consagrados “al Señor”, van siempre a la iglesia, la sirven en todo, pero no pasa igual cuando tienen que cumplir con sus mujeres, para ellas no tienen casi tiempo, ni sentimientos, ni dinero. Eso no debe ser así. Cristo se “entregó” por su iglesia, su esposa, y del mismo modo los maridos deben amar consagrada y sacrificialmente a sus compañeras. No te descuides, que podrás ser en la iglesia un buen cristiano, pero un mal esposo. Y eso no agrada al Señor que sirves. Más tarde o temprano, las circunstancias y la edad de tu matrimonio, con el consecuente desgaste físico, probarán si tienes un amor “sacrificial” o convenientemente cómodo.

II. La providencia varonil

1. Si el grado de entrega a la esposa mide la intensidad del amor del marido, el cuidado providencial hacia ella es otro aspecto que hay que considerar. “Los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos…sino que la sustenta y la cuida así como Cristo a la iglesia” (vv.28-29). ¿No se entregó Cristo por su iglesia? ¿No continúa sustentándola y cuidándola? En aquellos tiempos cuando la mujer dependía económica y totalmente del hombre, que fuera él su providencia, como el ángel providente, es algo hermoso. Las dos palabras que el apóstol utiliza, “ektrephei”, nutrir, alimentar, y “thalpei”, calentar, como en regazo, cual una madre con su niño en brazos; ejemplifican la providencia básica que un marido tiene que realizar para su compañera; por lo menos comida y protección. ¿Quién cuida en el hogar sino ella? ¿Quién proveerá para ella sino él? Como Cristo cuida providencialmente de su iglesia atendiéndola en sus necesidades, así, el varón con la compañera de su peregrinación.

2. La mujer y el trabajo. Sin embargo, ahora el contexto social de muchas mujeres no es el mismo; ellas trabajan, ganan su pan, tienen medios para nutrirse y calentarse por sí mismas; son como auto-providentes, siendo sus propios custodios. Esa independencia y beneficio económico de la mujer por un lado, también por el otro la ha hecho independiente de la voluntad del varón, y en ciertos casos ha contribuido a minar la organización bíblica de la familia. Dicen: Si te independizas económicamente deshaces la sujeción al hombre y acabas con su machismo. Aquí algunas mujeres se hacen fuertes y hallan poder para romper las cadenas de esclavitud insoportable a las cuales han estado cautivas; un trabajo en la calle les ha caído como del cielo una redención. Lo necesitaban y lo lograron, o se compuso el macho abusador o vino el divorcio. Otras, sin presiones masculinas que romper, han visto más fácil suprimir el hogar que trabajar afuera.

Si la razón para ellas en conseguir un trabajo afuera no es deshacer los grillos que la aprisionan a la servidumbre, sino una necesidad doméstica, entonces el hogar puede seguir funcionando según el modelo bíblico y él no perder la satisfacción masculina de proveer para ella, y asaltarla con mil mimos, cuidados y ternuras. En casos así la mujer no está buscando una redención laboral sino un refuerzo a su economía. El mayor problema en este sentido son los hijos; y aún se disminuye si cuando no queda ninguno en casa a la hora de las clases, ella hace su labor en el exterior, si no hay cerca una buena abuela o una discreta suegra. Que la mujer tenga un empleo como el hombre no es el principal factor en la disolución de la familia, sino el motivo por el cual busca ese trabajo y el tiempo que emplea en ello. Aunque ella se pueda auto sostener, y a veces gane más dinero, seguro que se siente feliz si su marido la atiende responsablemente con la ternura providencial de su Salvador.

III. Compartir la vida recíprocamente

1. Un factor  importante en el trato del esposo que ha contribuido a dañar la relación con su amada es su personal egoísmo. Pablo le pide al esposo que la atienda con amor providencial, lo mismo que Cristo a su iglesia, y si eso no fuera suficiente, le dice: “Dale a tu señora el mismo cuidado que te das a ti”, “porque nadie aborreció a su propia carne”  (vv. 28-29). Es como una regla de oro para los esposos que lo que quieras hacer por ti mismo, hazlo por tu mujer. Un trato providencial así, usando la medida de la necesidad personal está bien. Pero ese no es el ideal. Mejor que proveer para ella como se provee para sí mismo, es proveer para ella tanto y más como para sí. Hacer las cosas y sentirlas tomando como referencia a uno mismo conlleva a la regla de oro, pero mejor aún es cuando las cosas se hacen con el punto de referencia en el cónyuge y todavía mejor en el cielo.

2. Es mejor lo que el apóstol propone porque permite pensar en muchas cosas: Los goces que quieres para ti, procúralos para ella, y así emerge un principio importante regulador de las relaciones, el principio de compartirlo todo, el dinero, el vestido, la comida, el techo, la cama, los hijos. Preferirse el uno al otro en humildad y amor es mejor, y viene después que se ha aprendido a compartir la vida recíprocamente. Hay mujeres que se quejan de que sus maridos son egoístas, incluso en la intimidad, y tienen razón, porque lo son en las demás áreas y por eso llegan a serlo cuando se juntan para ser los dos una sola carne (v.31).

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