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jueves, 12 de julio de 2012

Conversión no fingida ni imaginada

Jer. 31:18,19
“Conviérteme y seré reconvertido”.  

Aquí el profeta habla de conversión,  predice la futura conversión de Israel en esencia y alcance neo-testamentarios; aunque de Efraín volvieron muy pocos y de Judá no muchos, la profecía tuvo su cumplimiento, pero plenamente en la iglesia cristiana. El profeta mira hacia el futuro, o mejor dicho sueña con el futuro porque su profecía le fue dada en sueños (v. 26), y ve la conversión a Cristo del pueblo santo.

Ahora Israel pide una transformación de su corazón, pues ora: “Conviérteme y seré convertido”. En un estudio espiritual de su situación, Israel se dio cuenta que ninguna de las tragedias de su historia le aprovecharía en algo a menos que orara a Dios, y comprendiera la conversión; ya no confiaría en sus anteriores superficiales y pasajeras conversiones de manufactura humana, quiere una conversión divina, forjada por la mano de Dios, hecha por el Espíritu Santo para que fuera auténtica y duradera, profunda, la conversión procedente del nuevo nacimiento. Y se terminaran las estampidas y deserciones de la Iglesia. Entiende la verdadera naturaleza de lo que es su conversión, y la ajena.

Sus experiencias religiosas con el castigo divino le habían demostrado que a no ser que Dios lo convirtiera todo, que la conversión fuera de Jehová de punta a cabo, sería una pretensión y un fracaso. Decide poner punto final a esas ilusiones de conversión humana y pide a Dios que se encargue completamente del asunto de su conversión, en su totalidad, entero, porque las cosas hechas por él son mejores que las que hace el hombre. Y las únicas duraderas.

Israel, en esperanza, decidió no engañarse más a sí mismo con sus auto-conversiones, quemó los libros de magia sicológica y de auto-ayuda, y hecha la cuenta de su precio,  halló que era cincuenta mil piezas de plata  (Hechos 19:19);  renunció a las espurias conversiones pelagianas, oyó hablar de la sola gratia, sola fide, sola Scriptura, que es lo que quiere decir en sustancia “conviérteme y seré convertido”. 

No valía nada forjar con sudor y ansias las conversiones sin una contundente información bíblica primero. Siempre serían pocas y malas. Entonces cerró su literatura de paja y hojeó los libros y pergaminos de los franceses y suizos en Estrasburgo y Ginebra, abrió los volúmenes de los Reformadores y los devoró con sus ojos y corazón; y se dijo para sí: “Esto es de Jehová, esto es el Evangelio, y me quedo con él”. Y oró “conviérteme para que sea restaurado” y clamó sin la ayuda de ningún segundo, ni la repetición de una oración ajena, y le fue dado sin intermediarios el arrepentimiento que pedía, y obtuvo su conversión de salvación, no fingida ni imaginaria.

2 comentarios:

  1. Humberto:
    y clamó sin la ayuda de ningún segundo, ni la repetición de una oración ajena, y le fue dado sin intermediarios el arrepentimiento que pedía,

    Cierto, pues no hay más Mediador que Jesús, lo cual da una tranquilidad y seguridad absoluta!

    Sabes?
    Este jueves quedé con una pareja de testigos de J. para que me ayudaran a entender ciertos pasajes.

    Tras quince minutos de estarles mostrando sus contradicciones, salieron huyendo.

    Ellos, al igual que los católicos, tienen un intermediario: su iglesia.

    Por eso hay que tener cuidado cómo les enseñamos las verdades de Dios, pues si se derrumba demasiado rápido aquello que creen que media entre ellos y Dios, caen en la desesperanza e incredulidad total, y el estado postrero viene a ser peor que el primero.

    :\

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  2. Renton, recuerdo que en algún momento me dijiste que alguien a quien ayudaste llegó a bautizarse. Es una gran cosa y un logro con bendición de tu trabajo de misiones y testimonio. Reconozco que Dios te da entendimiento y un corazón muy inquieto por su gloria y sus doctrinas, sin hacerte ante los demás diciéndoles "no te acerques a mí porque soy más Santo que tú" (Isa. 65:5).

    Siempre aprendes de tus detalles, y lo que sueles pensar que son equivocaciones. Ellos tienen más culpa que tú, qué hiciste bien, encendiste la luz y cerraron los ojos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

    Bendito seas que puedes regular también la expresión de la verdad y Dios continúe dando el sello de su aprobación a tus estrategias de salvación. Se habrán ido corriendo pero no podrán olvidar lo que les dijiste.

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