Jesús sabía sufrir


Hebreos 12: 1-11
“Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos enreda, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante,  puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe; quien por el gozo que tenía por delante sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se ha sentado a la diestra del trono de Dios. Considerad, pues, al que soportó tanta hostilidad de pecadores contra sí mismo, para que no decaiga vuestro ánimo ni desmayéis. Pues todavía no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado. ¿Y habéis ya olvidado la exhortación que se os dirige como a hijos? Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por él. Porque el Señor disciplina al que ama y castiga a todo el que recibe como hijo. Permaneced bajo la disciplina; Dios os está tratando como a hijos. Porque, ¿qué hijo es aquel a quien su padre no disciplina? Pero si estáis sin la disciplina de la cual todos han sido participantes, entonces sois ilegítimos, y no hijos. Además, teníamos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban y les respetábamos. ¿No obedeceremos con mayor razón al Padre de los espíritus, y viviremos? Ellos nos disciplinaban por pocos días como a ellos les parecía, mientras que él nos disciplina para bien, a fin de que participemos de su santidad. Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados”.

Aquí aprendemos a ocuparnos de nuestra vida cristiana cuando atravesamos una situación de crisis.  No tomamos bien las cosas cuando estas acontecen; los problemas nos alejan de Dios y malgastamos inútilmente el tiempo en preocupaciones como si no tuviésemos fe ninguna, como si no hubiese promesas para alentarnos; nos separamos de la Escritura, y la vida se nos convierte en un constante gemir todo el día.

Enfoque y desenfoque del momento.
Observa que el autor ha venido exhortando a los hermanos a ser fieles en los momentos difíciles que la carrera cristiana les presenta; les dedicó un largo capítulo acerca de la fe antigua y como aquellos hermanos resistieron las circunstancias que les tocaron vivir; no es que ahora se sienta cansado para continuar con el mismo asunto, pero parece hacer un alto para una nueva consideración y es como si les estuviera diciendo: hermanos, yo entiendo que las circunstancias no son nada agradables, muchos han perdido sus propiedades y hasta la reputación, algunos están encarcelados y otros han sido muertos, pero dado que las circunstancias están establecidas por Dios y no las podemos cambiar, mi opinión es que en vez de concentrarnos en el sufrimiento que nos causa, debiéramos dedicar nuestro esfuerzo a purificar nuestros espíritus, y “despojarnos de todo el peso del pecado que nos asedia”.

Debe ser la santificación de nuestra vida la principal preocupación que tengamos en estos momentos; si seguimos temiendo lo que nos pueda hacer el hombre y luchando para que las circunstancias cambien, muy bien puede nuestra vida espiritual declinar; es mucho más sabio que nos dediquemos a quitarnos el pecado que tenemos dentro y a mejorar nuestra relación de santificación con Dios que llorar las pérdidas y los malos tratos a que hemos sido sometidos.

Pongamos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, sigamos su ejemplo y aspiremos a ocupar un lugar junto a él allá en el trono de Dios en cielo. Tomemos el ejemplo de Jesús para no desanimarnos y miremos a él quien sufrió tal contradicción de pecadores. Aún no hemos alcanzado el clímax que él alcanzó, pues no hemos ofrecido nuestra sangre; todo pudo haber sido peor que lo que pasó; combatamos el pecado que tenemos en nuestros miembros. Más importante que cambiar el curso de los acontecimientos y que las cosas pasen es librarnos del pecado que “nos asedia”, que está listo para ganar ventaja si nos descuidamos con preocupaciones. Cuida celosamente tu vida espiritual cuando estás en adversidad, hay “una nube de” vecinos, amigos y familiares, también enemigos, que están informados de lo que nos está pasando y miran si claudicamos (Jer. 20:10).

Definición correcta de la situación.
Aprendamos  a valorar nuestras circunstancias no como desgracias que nos ocurren sino como  disciplina que el Señor nos da, para corregir nuestra forma de vivir, purificarnos y nuestros espíritus salgan limpios después que haya acabado todo. A este aspecto de tomar las circunstancias adversas como disciplina el autor le dedica un buen espacio y concluye con el pensamiento que ya les he señalado, que la disciplina, los malos tratos, los abusos, la discriminación, y cualquiera otra suerte de desgracia, puede tomarse como disciplina de parte del Señor y pensar que son útiles para la santificación del alma; mejorar nuestra relación con Dios, sacar un buen partido de la situación, repito: en vez de concentrados en cambiar las circunstancias o lamentarnos por lo que nos está pasando, debiéramos acumular las energías y fuerzas que tenemos, y quitarnos el pecado de encima y procurar mejorar nuestra vida espiritual para que estemos a la altura de las circunstancias que estamos viviendo y no ser aplastados por ellas ni tener que avergonzarnos de la forma incorrecta como tomamos las cosas cuando vinieron sobre nosotros.

Una clase de disciplina paternal.
Dios disciplina a los hijos y no a los bastardos. Los que no son hijos los deja vivir dentro del pecado y no hace nada para corregirlos, aunque sí está airado con ellos; pero aquellos que han de reflejar su imagen los disciplina para notar en ellos los reflejos de su gloria. No hay ninguna falta de amor en la disciplina del Señor, al contrario, vela por el futuro de sus hijos y le aplica su buena educación. Ningún hijo de Dios está exento de disciplina porque “todos han sido participantes” (v. 8), ni debemos acusarle de “despropósito alguno” (Job 1. 22), antes continuar “venerándolo” (v. 9). Mientras más agudo sea el sufrimiento y más inexplicable su razón, más estrecha debe ser la relación con el Señor. El propósito suyo es que sus hijos se santifiquen y por medio del sufrimiento aprendan la obediencia (5.8), para que lleguen a ser semejantes al “autor y consumador de la fe” (v. 2); que mejor pudiera decirse “perfeccionador” de la fe, donde el período de sufrimientos es una etapa de perfeccionamiento de la fe. El aspecto teológico  acerca del comienzo y culminación de la fe está subordinado a la práctica de la fe dentro de la vida cristiana, en los padecimientos.

Jesús sabía sufrir.
Tenemos un problema: No sabemos sufrir. Una y otra vez la Escritura nos hace volver los ojos hacia Jesús como ejemplo, dándonos pauta de cómo tomar el sufrimiento que nos asalte: menospreciando el oprobio, porque miró más allá de su dolor y vio al final que sus padecimientos no serían inútiles, sino que darían “frutos apacibles de justicia” (v. 11). Todo es mirar más allá del ahora, del aquí, sino al después, no con igual pesimismo sino con completa fe y satisfacción. Daremos gracias por lo que hoy lloramos. Ningún sufrimiento que ataque a los hijos de Dios es por gusto; él tiene en su mente la imagen de su Hijo y se propone esculpirla en la vida de aquellos que son ejercitados en la disciplina. Sí, acuña esa palabra en tu memoria, “ejercitados” (v. 11); el dolor es un entrenamiento y mientras más desgarrador sea, probablemente más útil será para lograr el ideal divino. Hay dos palabras que son importantes en estos tiempos: “paciencia” y “soportar” (vv.1, 8), porque no es tiempo para buscar salir del problema rápidamente sino pedir fuerzas para soportarlo y ¡esperar! hasta que se cumpla la voluntad del Señor. 


Y yo añadiría reverentemente “aceptación” para no buscar gozo dentro de esa clase de circunstancia porque no lo hay (v. 11); el gozo no se encuentra en el presente sino más allá del presente, en el futuro, lejos donde el Señor lo vio, “al presente ninguna disciplina produce gozo”. Destierro en ese momento la idea de la felicidad, la disciplina no es para hacernos felices sino para enseñarnos “obediencia” (v. 9). Este es un periodo de perfeccionamiento, lo cual también sería correcto traducir de “maduración”, porque un fruto se encuentra perfecto cuando madura. Es a través de la disciplina que los hijos se convierten en adultos, no es el tiempo que ha pasado desde que se convirtieron a Cristo lo que los hace maduros, sino el dolor y la disciplina.

Comentarios

  1. Que buena entrada Pastor, me viene como anillo al dedo!

    Gracias por tomarse el tiempo de escribir y enseñarnos a los que por este hemisferio no tenemos Iglesia ni pastor.

    Bendiciones

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  2. Gracias a ti Viviana, que tienes la paciencia para leer una entrada tan larga; y gracias a Dios que alguna porción de ella se ajusta a lo que buscas y necesitas, y a tan larguísima distancia puedo ayudarte a ti, una buena oveja del Señor que no tiene iglesia ni un pastor cercano. Ando siempre buscando dentro de mis exposiciones bíblicas, variación, unas veces doctrina, otras veces consejos, otras trato de dar ánimo, de modo que los que se acerquen a beber un poquito sean muchos y no se vean defraudados. Hay veces que me enojo algo cuando me frustro leyendo a autores que no escriben nada para mí.

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  3. Con toda su experiencia debe ser difícil ya leer algo nuevo no?

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  4. lo alcancé a leer!

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  5. Viviana, sí, pero quizás es que tengo que leer más y a mejores autores.

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  6. Humberto:
    Destierro en ese momento la idea de la felicidad, la disciplina no es para hacernos felices sino para enseñarnos “obediencia”

    Dios siempre estará más interesado en nuestra santificación que en nuestro bienestar, pues es lo único que permanece.

    Una entrada excelente Humberto!

    :D

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  7. Sí Renton, deploro la idea moderna que Dios es una especie de niñera que vive para cuidarnos y viene corriendo cuando nos oye llorar; y con el paso del tiempo nos convierte en niños mimados, no en soldados de Cristo. A cada dolorcillo que sentimos él viene y nos consuela. En fin, que no es padre sino abuelo, y de los peores. Dios no quiere almas afeminadas, inclusive las mujeres que él salva las hace también, como a los hombres, “un varón perfecto”. A veces es una cosa buena llorar, para que no amemos demasiado este mundo y querer, si lo vendieran, comprarlo.

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  8. seguì buscando entradas anteriores ytambièn me encontrè esta perla... usted me tiene sorprendida.Dios le bendiga.

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  9. Liliam, gracias por andar revisando dentro de las entradas antiguas y que providencialmente hayas encontrado ésta, y que supongo algún bien de Dios te haya hecho, eso colma mi gratitud hacia él, que se ocupa de nosotros de un modo o de otro, aquí o allá. Afectos.

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