¡Oh Jerusalén!


Lucas 19:28-44
(Mt. 21:1-11; Mr. 11:1-11; Jn. 12:12-19)
 28 Dicho esto, iba delante subiendo a Jerusalén. 29 Y aconteció que llegando cerca de Betfagé y de Betania, al monte que se llama de los Olivos, envió dos de sus discípulos,  30 diciendo: Id a la aldea de enfrente, y al entrar en ella hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado jamás; desatadlo, y traedlo. 31 Y si alguien os preguntare: ¿Por qué lo desatáis? le responderéis así: Porque el Señor lo necesita.  32 Fueron los que habían sido enviados, y hallaron como les dijo. 33 Y cuando desataban el pollino, sus dueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino?  34 Ellos dijeron: Porque el Señor lo necesita. 35 Y lo trajeron a Jesús; y habiendo echado sus mantos sobre el pollino, subieron a Jesús encima. 36 Y a su paso tendían sus mantos por el camino. 37 Cuando llegaban ya cerca de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, gozándose, comenzó a alabar a Dios a grandes voces por todas las maravillas que habían visto, 38 diciendo: ¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas! 39 Entonces algunos de los fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. 40 Él, respondiendo, les dijo: Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían.  41 Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, 42 diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. 43 Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, 44 y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.



Este pasaje relatado también por el evangelista Mateo tiene algunos detalles que Lucas omite, y es como ya he dicho en otra parte una entrada profética porque así fue recibido por las multitudes; fue un escenario multitudinario bello y estremecedor, que condujo al osado acto de limpieza moral del templo, la casa de oración y la casa de Dios en Jerusalén. Los evangelistas dejan escondidos los detalles de propiedad la asna y el pollino, aunque hace presumir que se trataba de un discípulo bien conocido por Jesús y que no pone reparos al pedir como préstamo los dos animales y envía por ellos como si fuera su dueño.

El anónimo amigo no hace objeción alguna cuando se le comunica que se están llevando sus dos animalitos con la inocente aclaración que el Señor precisa de ellos. El individuo no pide alguna otra identificación cuando que es para el Señor, sin que eso diera lugar a que pensara en otro sino en la persona correcta. En realidad eso carece de importancia pero no el hecho de que el pollino pertenece a la profecía, y quien lo cabalga no es un rey terrenal sino un profeta preocupado por el destino de la ciudad que con aclamaciones y aleluyas le dan la bienvenida.

El rostro del Jinete de la pequeña cabalgadura parece triste y sus ojos opacos, sus labios no sonríen a nadie sino que comenta como para sí mismo y para las viejas murallas la catástrofe que se le avecina, porque toda aquella recepción popular está engañada por la percepción equivocada de una misión que él no trae, hacerla independiente de la supervisión romana sino más bien la conversión a Dios.

El pueblo no parece advertir el estado de ánimo del Profeta y continúa alfombrándole con mantos el camino y halagándolo con entusiasmo, excepto unos cuantos cariserios que son la nota discordante entre toda aquella euforia, que le piden que ponga en orden al gentío mandándole a callar. 

Aunque Jesús no esté alegre no accede a quitarles ni un ápice de gozo a sus simpatizantes, y les responde a los ofendidos con la bienvenida, que en caso que los mandara a callar las piedras del camino los sustituirían porque el momento no era para menos, el soñado día de la nación, la visitación del Mesías, de quien pronto se desengañarían cuando no cumpliera los anhelos políticos y terrenales que les pedían, y continuaran con equivocación con la conciencia política sensible, pidiendo libertad y a la vez rebelde y endurecida, renuente a aceptar la forma divina para la perpetuidad sin límites de la vida de la ciudad. Y eligieron que ella se desmoronase completamente antes de creer que aquel Mesías que les provocaba disgusto era enviado por Dios. 

Y unos pocos años después de esta gloriosa y profética entrada la visión que hizo brotar lágrimas en los ojos de Jesús, se cumplió y Tito llevó a cabo sin saberlo, el desplome del orgullo de los judíos, su amada Jerusalén (Sal. 137:5).

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