Llamamiento pastoral


“Y subió al monte, llamó a los que El quiso, y ellos vinieron a Él; para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:13-14).


Estamos en el ministerio y hemos sido sostenidos en el ministerio porque él quiso. El llamamiento al ministerio es el primer requisito para que un hombre consagre su tiempo a predicar el evangelio; y eso no porque haya plazas vacantes y púlpitos disponibles o iglesias sin pastores. Jesús llamó a los que él “quiso”. Los que no son llamados por él aunque salgan a predicar no pueden nunca tener una comunión secreta con él más allá de la que tiene cualquiera de los creyentes. Si no son designados no tienen mensaje que dar (2 Sa. 18:30). (Reflexionar en Jer. 23:22).  

Fíjese en el orden del propósito para que los llama; primeramente para que estén con él y después para que salgan a predicar. El tener comunión con Cristo tiene la prioridad en la vida pastoral. No es despertarse en la mañana, agarrar la Biblia y salir a predicar. Es levantarse en la mañana, agarrar la Biblia y ponerse a estudiarla y orar; entonces después, predicar. La primera relación que un pastor tiene con Dios es como cristiano no como pastor, ni como evangelista ni como predicador. De su vida cristiana depende su ministerio pastoral. 

Se supone que por esa razón procure ser el mejor cristiano de la iglesia. Es tener una relación superior y espiritual con el Señor, diferente, quizás en intensidad, a los demás hermanos; no sólo porque esté llamado para buscar su palabra de modo más íntimo sino porque Cristo se deleita tenerlo con él en la intimidad. Siempre pensamos en la satisfacción que sentimos al estar con él pero no en el gozo que él siente al tenernos a su lado como compañeros. 

Esa comunión es la base del éxito del ministerio, y de perseverar como cristiano y pastor; y para “estar en el Espíritu en el día del Señor”. Jesús dijo que sin esa unión de pámpano y vid nada podríamos hacer. Y contiene un indescriptible consuelo para los que no tenemos muchos dones ni podemos tener más frutos; y no mirar tanto lo que hacemos sino el deleite que sentimos al estar con él y él con nosotros.

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