No le gustó el sermón ¿y qué?


No penséis que vine a traer paz a la tierra. Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre… (Mat.10:34-26).

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Si cualquiera de los Doce predicara hoy en la mayoría de las iglesias, no sería invitado dos veces ni siquiera para comentar los documentos que escribieron. Tampoco a Jesús, créalo o no lo crea, se le permitiría más de una vez predicar algunas de las cosas que dijo sobre la familia. Comentarían después del culto “¿no estará explicando mal su misión? ¿Cómo va hablar así cuando hay tanta crisis en los hogares? ¿Qué beneficio trae una doctrina que en vez de reunir la sociedad la divida, que pone en desacuerdo al padre con el hijo los enfrenta, y la hija con la madre, y a la nuera con la suegra? ¿No es mejor eliminar esa doctrina y cerrar la puerta de la casa a su evangelio y ése Jesucristo? Si él mismo dijo que su misión no era poner paz a la familia, que no la toque, que no llame a su puerta porque no le abriremos. ¿De qué paz él nos habló si dentro de lo que más queremos que es nuestra familia, él la desune y provoca conflictos?” (Mt.10:21; Luc.12:51).

¿Cree que exagero? Pues no. Seguro que a ése Jesús le cerrarían las puertas todas las iglesias moldeadas por sus discípulos postmodernistas. Esa situación difícil para la vieja familia da origen a un nuevo tipo de familia, mejor, más unida y con la bendición de Dios. El evangelio crea un hogar y una sociedad mejores que las que destruye.

El evangelio, ni siquiera “sicologizándolo” es la panacea o remedio para las diversas enfermedades de la familia moderna. No fue dado como un medio para mejorar los viejos hogares sino para crearlos nuevos con un estándar moral superior. El evangelio no ayuda mucho a una pareja a menos que ambos acepten obedecerlo. La intención de arreglar dos paños disparejos zurciéndolos con Cristo, fracasa, siempre se descose.

En cuanto al celo proselitista (no digo evangelismo) ¿no es entregar a Jesús con un beso querer ganar gente con un pedazo de humanismo cristiano que habla de la bondad de Dios y silencia su severidad? (Ro.11:22). ¿Abrir los brazos más amplios que la cruz y acoger a todos como sean, donde la regeneración es sustituida por la autorrealización y el énfasis no es niéguese a sí mismo sino ámese a sí mismo, y la meta no es ser como Cristo sino ser felices? ¿Donde Jesús va bajando del cielo con una cara risueña tirando besos y bendiciones en vez de matar al inicuo con el espíritu de su boca y con el resplandor de su venida? (2Te.2:8). ¿Es eso una iglesia apostólica? ¿Ese fue el objeto de la encarnación del Hijo de Dios? ¿Para crear hogares felices fue que él arrastró una pesada cruz y murió sobre ella? ¿Eso es lo que él quería, vernos sonreír?

Pues vaya usted a predicar a una iglesia formada por familias ganadas con las popularísimas ideas de Norman Vicent Peale, Robert Shuller y Rick Waren, y hable como “conociendo el temor de Dios” persuadiendo a los hombres, y la gente pensará que su charla no es políticamente correcta, que usted le da susto a las visitas y las ahuyenta con un sermón poco amable, que dice cosas duras (Jn.6:60) y no podrán esconder que se arrepienten de haberlo invitado, como le ocurrió a un old fashioned predicador chapado a la antigua que explicaba deliciosamente los textos bíblicos y al llegar a casa comentó con su hija “temo que al pastor no le gustó mi predicación” , e Ifdy (adivine quién predicó), le respondió “¿y qué?”.


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