Sermoneros y Expositores Contrastados


NOTA: Pido disculpas a los hermanos que accidentalmente he borrado sus hermosos comentarios, les prometo publicarlos si son tan amables de re-enviarlos. Gracias.

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¿Podría hacerse alguna distinción, aunque muy fina como una tela de cebolla, entre lo que hace un predicador y lo que hace un expositor bíblico? Uno supone que un predicador sea expositivo en su sermón y que un expositor predique un buen sermón; sin embargo hallo algunas, si se quiere sutiles pero no exageradas diferencias, que aquí expongo.

I. El predicador de sermones, lo defino como un sermonero que trabaja duro durante la semana para predicar el domingo un “sermón eficaz” donde su objetivo es los oyentes.

Su esfuerzo se concentra en hallar un mensaje en la Biblia y decírselo a los que le escuchan. Busca predicar un sermón y conoce cómo prepararlo y es hábil en su organización homilética, en su adorno literario y magnífico en ilustraciones. Durante todo su recorrido, 45-60 minutos, se mantiene dentro de una perfecta organización con total pulcritud. Su corazón evangelista late por la salvación y edificación de su congregación y con frecuencia no da muchos pasos sin que haga las bien intencionadas aplicaciones, que es como el delicado arte de ir depositando fracciones de la verdad dentro del corazón humano.

El esfuerzo mental y emocional del expositor es hacia la Escritura, abrir camino dentro de ella, cavar en su interior y hallar las minas de Moisés, David, Elías, Salomón y de Jesucristo. Su sicología está dirigida hacia la Escritura y la del predicador al auditorio; aquél le da la espalda a la iglesia y le dice “síganme”, y éste le dice “helo aquí, helo allí”. El predicador llena con más de sí mismo que el expositor que pone más de la Escritura que el predicador. El expositor trata de instruir y revelar el contenido de la Escritura, ella es el fin, no así el predicador, donde ella es un medio para alcanzar la mente y el corazón de los demás. El expositor no salta sobre una aplicación sino que llega a ella caminando.

II. El expositor bíblico es más que todo “un maestro de las congregaciones, un pastor” (Ecl. 12:11), un personaje más sencillo y disfruta de menos moderna notoriedad que el predicador de sermones, pero tampoco es culpable de la fascinación de las iglesias que han sucumbido al sensacionalismo.

Lo que tiene en su mente no son precisamente sus oyentes sino la verdad; sube al púlpito no tanto con el objetivo de mover las almas en un sentido determinado como exponer enfrente de ellas la verdad de Dios. Está más fascinado con Dios que con el público. Más que llevar la Palabra hacia ellos procura llevarlos a la Palabra, envolverlos con ella, deslumbrarlos con ella y revelar a Dios. No es definido como “bíblico” porque cite muchos “versículos” sino porque expone textos de la Biblia, donde el que sirve de base se lleva el noventa por cien del tiempo y determina qué otros en otros libros pudieran ser traídos como secundarias comprobaciones y no como demasiados atendidos invitados. No desprecia la homilética pero no se le somete tampoco sino que más bien instintivamente la esconde dentro de la unidad de su asunto, el cual fluye único como las aguas de un arroyo sin las comunes cicatrices que dejan didácticamente los puntos de las principales divisiones de un llamado buen sermón, generalmente temático y a lo sumo textual.

III. El predicador intenta ser más práctico que el expositor pero evidentemente su pragmatismo populista le esfuma no poco la sublimidad de la verdad, y aunque saque risas y de temporales alivios, disminuye su espiritualidad que es el perfume y esencia de la verdad desnuda y solitaria, quiero decir, abstracta.

De los sermones de un predicador se pudiera editar un libro de teología si es reformado, o un manual de auto-ayuda si es postmodernista y un librito comercial que dure toda su neurótica época; las predicaciones de un expositor de la Biblia darían origen a un buen comentario tan competitivo como un volumen de historia antigua y arqueología cuyos hallazgos se perpetúan de generación en generación con vigencia y trascendencia.

En fin, el predicador transporta hacia afuera alguna verdad, el expositor deja que la verdad luzca con emoción todo su esplendoroso ropaje en los contornos de su belleza y cautive admirados los ojos y el corazón de aquellos que la oyen, y los seduce con sus encantos hasta convertirlos en enamorados. Yo soy uno de ellos que no ha cesado desde su juventud hablar de esa Dama, la Escritura, y escribirle cartas de amor, y ahora con más amor que nunca me inclino y beso sus hermosos pies.


Comentarios

  1. Gracias, por una interesante reflexión sobre la tarea de la predicación y, especialmente, sobre cómo el ministro de la Palabra debe ejercer su función como tal... escogiendo, una de dos, ser un experto "predicador" o, por el contrario, ser un fiel "expositor" de la Palabra que le ha sido confiada.

    Con todo, creo que hay cosas muy buenas del "predicador" (adoptando su terminología)que, bien aplicadas, pueden ser de gran ayuda para hacer del "expositor" un mejor y aún más excelente expositor.

    Muchas gracias por estas líneas de discernimiento.

    Cordialmente,

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  2. Gracias a ti Xavier por tu aporte aclaratorio que enriquece lo que he escrito, estoy plenamente de acuerdo contigo.

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