Mil Veces


!Jehová Dios de vuestros padres os haga mil veces más de lo que ahora sois, y os bendiga, como os ha prometido! (Dt.1:11).

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Muy bien, Dios haga mil veces más grande su iglesia. Todo buen pastor sabe que es Jehová quien hace crecer la iglesia y ora por ella. El diablo no quisiera verla crecer y si pudiera ordenaría a las parteras que asfixien a los bebitos. ¿Hay algo malo en que el siervo de Dios vea que la palabra de Dios corre y es glorificada? Por supuesto que no. Una iglesia saludable, crece. Si está bien nutrida tiene que crecer, pero el crecimiento lo da Dios, (1Co.3:6,7). Apolo, Pedro y Pablo son los colaboradores. Y ¿qué es el evangelismo sino eso, plantar y regar? ¿Plantar y regar qué? La simiente de la Palabra de Dios (1Pe.1:23). Bendice tus iglesias Señor y que cada siervo tuyo note que tu pueblo bajo su cuidado se multiplica.

Pero sólo un hombre que toma para sí esa honra (He.5: 4), desea algo más que números, también ora para que su iglesia sea mil veces más santa, mil veces más obediente a Dios, mil veces mejor que los pueblos por dentro de los cuales ella peregrina, porque si los hijos de Israel cohabitan con las amonitas ¿no serán ambos una sola carne y adorarán a Moloc? Y si se unen en yugo desigual con las hijas de Moab no terminarán adorando al abominable ídolo Quemos? El pueblo de Dios es llamado a ser santo y vivir diferente a los otros pueblos, un pueblo peculiar y único.

Un pueblo que sea amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios. El verdadero siervo de Dios no sacrifica la pureza de su iglesia a su crecimiento. Ojalá Señor, tu iglesia sea mil veces más santa que lo que es hoy, que crezca en número menos pero más en semejanza con tu Hijo Amado. Oh Señor, qué grande es esa aspiración, mil, diez veces un centenar de santidad, que ore mil veces más de lo que hoy ora, que escudriñe la Escritura mil veces más, que te ame a ti y al prójimo mil veces más.

Un hombre como Moisés desea que el pueblo del Señor sea mil veces más fiel. Que sean pocos los que como Coré se rebelen contra el ministerio, que sean pocos los que adoren al becerro de oro y caigan postrados ante el dinero, que sea mínima la cantidad de los que recuerden las cebollas, puerros y ajos de Egipto y deseen regresar allá, que casi nadie desee cosa mala y que no sean los más que caigan postrados en el desierto sino los menos con los cuales Dios se agrade (1Co. 10: 5). Y que ese mismo pueblo tenga a su ministro como un hombre mil y una veces probado fiel.

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