La Biblia tampoco lo sabe



Amós 3:7
“No hará nada el Señor sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”. 

A Noé Dios le reveló el diluvio, a Abram la suerte de Sodoma y Gomorra (Ge. 18: 17), a José los siete años de hambre, a Isaías la muerte del Mesías, etc. Eso quiere decir que el futuro sólo lo conoce Dios y nadie más, ni hombre, diablo o ángel. Todos los que afirmen saberlo, mirando la palma de una mano o unas pocas estrellas, cobren por revelarlo o no, mienten. Tampoco porque lo diga algún libro o documento antiguo, exceptuando la Biblia. Y muchísimo menos algún popular señor auto titulado profeta que no pertenece al Antiguo y Nuevo Testamento y quiso recibir su nombramiento cuando ya las puertas del canon bíblico estaban cerradas por Dios.

No hay otro libro escrito que contenga la revelación de Dios que la Biblia. Fueron los profetas de la Biblia los que oyeron la voz de Dios no los de otra religión. La única revelación histórica sin mitos y leyendas, plenamente confiable es la que pertenece al pueblo de Israel y se halla en su literatura sagrada, la Biblia, compuesta por los profetas del Antiguo Testamento y en los profetas del Nuevo Testamento. Y toda ella es “inspirada por Dios y útil” (2Ti.3:16). 

El futuro no se conoce por un cálculo de probabilidades; aunque uno pueda suponer a dónde van a caer algunos hombres por el derrotero que llevan, lo que les sucederá como consecuencia de sus actos, con todo no se puede garantizar que les pase esto o aquello. Lo que se conoce sobre el futuro es por revelación. Cuando Pedro le dijo al Señor que era el Hijo de Dios no lo supo estudiando o porque algún otro se lo comentó sino porque el Padre se lo dijo; por ende, el futuro está en la mano de Dios y él sólo conoce nuestros tiempos y podría cambiarlos o no, y precisamente esa es la razón por la que se lo revela a los profetas, para incitarlos al arrepentimiento y a volverse a él.

Además aunque la Biblia es una revelación suficiente sobre el futuro de todas las cosas; eso no quiere decir que ella dice todo lo que quisiéramos saber sino todo lo que nos hace falta saber. Hay cosas que los profetas no supieron como por ejemplo el día y la hora de la segunda venida de Cristo, y cualquiera que le haga un itinerario con milenios y dispensaciones, registrando dentro de la Escritura y entrevistando a un centenar de autores, está envanecido y “no sabe lo que dice ni lo que afirma” (1Ti.6:4).

Sépalo estudiante, que tiene que ser humilde y confesar “no lo sé” porque “las cosas escondidas pertenecen a Jehová” y sólo “las reveladas a nosotros y a nuestros hijos” (Deu. 29:29); y si ni aún los ángeles o el Señor Jesucristo sabían el siglo y el año de su retorno, ¿cómo lo puede usted hallar en las setenta semanas de Daniel, en el libro de Isaías, en el evangelio de Marcos o Lucas, en Apocalipsis, en Tesalonicenses,  si ellos no lo sabían? Si ellos no lo sabían, la Biblia tampoco lo sabe.

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