La visitación de Dios

1 Pedro 2:11,12
“Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación; al considerar vuestras buenas obras”.

Hay una manera de obtener la “buena manera de vivir”, absteniéndose de los deseos carnales. No vale la pena hacer la diferencia entre los deseos carnales internos y los externos pues son una misma cosa, sólo que por dentro nuestras almas peligran por la concupiscencia de la carne de donde ellos se aferran y reciben sostén. Son esos deseos los que se hallan por todas partes del mundo, haciendo insinuaciones al cristiano, invitándolo a pecar. A esa corrupción es que el apóstol invita a los hermanos a abstenerse, a que renuncien a participar del pecado que hay en el mundo. Quiere que esa compulsión externa, esa fuerza y desorden de afuera sea rechazado.
¿Y cómo? Abstinencia. He leído a alguien que dice que la palabra “apéjesthai” significa también “poner distancia[1]” Si eso es totalmente correcto, el consejo es estupendo y viene a traducirse como separación. En realidad es sencillo, difícil pero conveniente, el mejor modo de vencer un ofrecimiento pecaminoso es evitando la oportunidad por medio de la distancia (1Co.6:18)

Una idea similar a este se halla también en Pablo (1Co.9:25), “el que lucha de todo se abstiene”. Un luchador para ser coronado como campeón debe “abstenerse” ejercitando su dominio propio. Son las cosas que en sí mismas son pecaminosas, no las que los mandamientos humanos dietéticamente han inventado como si ellas batallaran contra el alma (1Ti.4:3). ¿Qué batalla puede representar, en el pacto de gracia, una taza de té? El modo de combatirlo es con un simple pero firme ¡no! Hay una razón para abstenerse: somos peregrinos, no en Capadocia, Galacia, el Ponto, sino en el mundo. Que sean los del mundo, los que se quedarán con el mundo, los que aman el mundo los que disfruten esos deseos, pero no los que están en el mundo sólo viajando. Para el cristiano en el mundo sólo tiene una tienda de campaña que arma y desarma, pero sin residencia fija. A donde se dirige no le es permitido entrar manchado con el mundo, no se permiten ni arrugas ni vicios semejantes, tiene que arribar allá con la misma imagen gloriosa de Jesucristo.

Los deseos carnales no sólo pervierten la buena manera de vivir del cristiano sino que lo condenan a este mundo, le roban su perspectiva escatológica, lo detienen en su peregrinaje al cielo. No hay que ver con lástima a aquellos santos que han renunciado a los deseos mundanos, que se han hecho amigos de Dios y han sufrido el odio de este siglo maligno y perverso, sino con admiración, porque han convertido sus vidas un viaje constante para ausentarse de aquí llegando a envejecer y morir, más ligados a  una esperanza celestial que a esta tierra.

Hay un móvil poderoso para que decididamente nos abstengamos de las costumbres de los paganos e incrédulos, la gloria de Diosglorifiquen a Dios” Para que Dios sea glorificado por boca de aquellos que anteriormente murmuraban contra nosotros y nos descalificaban con sus injurias. Aunque nunca les veamos cambiar de opinión, aunque nos ausentemos o muramos cubiertos por la infamia de malhechores. La reputación nuestra, en última instancia no es lo principal, sino su gloria. No nuestra venganza sino su gloria. Con honra o sin ella, con fama o difamados (2Co.6:8). Lo importante realmente es vivir agradando a Dios y dejar el resultado de ella completamente en sus manos.

Esto nos enseña que nadie que desee vivir “piadosamente en Cristo Jesús”, será preservado de la difamación (2:12). La única excepción a esta regla, dijo el Señor, la hacen los falsos profetas, porque a él mismo llamarlo “Beelzebub” Lo único que Cristo en su sermón nos pidió fue que cuando las dijeran tuvieran que mentir. Dios puede ser glorificado con nuestra calumnia, con nuestra deshonra pero no con nuestro pecado.

Pero no obstante hay un tibio rayo de esperanza de cómo nuestra reputación dañada pueda ser sanada, cuando se conviertan, “en el día de la visitación”. Aquí se refiere, como dice Calvino, cuando Dios en su compasión visite a esos escarnecedores y se conviertan en sus sillas. La tendencia de los mejores santos, cuando son calumniados es a sufrir, llorar, sin embargo, tanto el Señor como Esteban lo que hicieron fue orar por la conversión y el perdón de los asesinos. “No les sea tomado en cuenta” (2Ti.4:16) En realidad Dios es más glorificado si ellos se convierten que si él los destruye. Lo que al Señor le agrada no es que le pidamos venganza sino misericordia y perdón. ¿Qué honra más su poder, ver a un calumniador confesando su pecado y pidiendo perdón o muerto? Pensad en el carcelero en Filipos curando las heridas de Pablo o en Saúl profetizando con un corazón mudado. ¿Cómo quedamos mejor justificados?

La clave de conversión de los murmuradores no es el buen testimonio nuestro sino la visita de Dios con su Espíritu. La conciencia puede estar tan endurecida que la muerte de un mártir no la estremezca. El buen testimonio no es un substituto de la predicación ni del Espíritu Santo. Nuestras buenas obras sólo son vistas por los impíos cuando Dios les abre los ojos. Entretanto que son no conversos o ciegos los mejores ejemplos no los impresionan y nada que digamos o hagamos les hará algún impacto. El testimonio cristiano no es omnipotente. Nuestras vidas siempre son útiles a Dios tengan que ver o no con la salvación de alguno. La vida ejemplar sí importa pero lo que salva a un pecador es la visita de Dios, que el Señor, con misericordia se mueva hacia él.

Si mirando nuestras vidas justas nos calumnian y no se convierten, ¿qué esperanza habrá para los calumniadores si hallan en nosotros pecados? Lo que es determinante en nuestro evangelismo es la visita de Dios, no son los planes de visitación ni aún el fuego de nuestra luz. ¡Cuándo llegará el día Señor que aquellos que han pervertido nuestro testimonio se conviertan a ti y seas glorificado en tu gracia!



     [1]Edmund Clowney, The Message of 1Peter. The Bible Speaks Today, Inter-Varsity Press.

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