La enfermedad de un pastor


Filipenses 2:25-30
“Pero creí necesario enviaros a Epafrodito, mi hermano, colaborador y compañero de milicia, quien también es vuestro mensajero y servidor para mis necesidades; [26] porque él os añoraba a todos vosotros, y estaba angustiado porque habíais oído que se había enfermado. [27] Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no sólo de él, sino también de mí, para que yo no tuviera tristeza sobre tristeza. [28] Así que lo he enviado con mayor solicitud, para que al verlo de nuevo, os regocijéis y yo esté más tranquilo en cuanto a vosotros. [29] Recibidlo, pues, en el Señor con todo gozo, y tened en alta estima a los que son como él; [30] porque estuvo al borde de la muerte por la obra de Cristo, arriesgando su vida para completar lo que faltaba en vuestro servicio hacia mí.

He advertido en la exposición anterior que Timoteo parece ser el mejor ministro de todos los que el apóstol dispone, o al menos el más apropiado para los filipenses, contrasta su negación personal con los compañeros egoístas interesados. Epafrodito también es un gran ejemplo de lo que un ministro puede desear tener como modelo.

Amigos
1. Un pastor visita a otro. Es una bendición divina la comunicación amistosa entre los ministros. Pablo recibe la visita de un compañero lejano, Epafrodito. Era lo que en realidad le hacía falta, alguien que le trajese noticias de la iglesia, pero que pudiera platicar con él a un nivel que le hiciera bien.
Llama la atención que un siervo del Señor tan ocupado en atender su propia iglesia, Epafrodito, (que era posiblemente el pastor), la deje para emprender un larguísimo y peligroso viaje. El objetivo es llevar sustento a un compañero y ayudarle allá en su ministerio, Pablo, preso en Roma.

¿Por qué no enviaron a otro hermano, menos espiritualmente ocupado? Pienso que fue porque su propósito no es sólo llevar dinero, comida o ropa, sino incorporarse con Pablo en el trabajo; y sobre todo servirle de compañía, a fin de fortalecerlo y animarlo. Eso, por supuesto, no podría hacerlo un hermano común del rebaño, sino alguien calificado espiritualmente para entender el ministerio y al anciano apóstol, ¿Que no sabe aún cuál será su suerte, “Y vea como van mis asuntos”, pudiendo morir o ser puesto en libertad, y desvelado por la obra.

2. Epafrodito no sólo es compañero de milicia del apóstol sino que es su amigo lo cual le permitirá escuchar confidencias que de otro modo se las ocultaría. Se pueden tener muchos compañeros, miles de colaboradores, pero amigos en el servicio del Señor se encuentran pocos; sin embargo la amistad ministerial es necesaria. Jesús no les llamó amigos a sus discípulos hasta que no les comunicaba sus confidencias (Jn.15:15).

Si hay un orden de relación tristemente afectado en el ministerio es ése que menciono. Muchos leales siervos pasan gran tiempo casi completamente solitarios, enfrentándose a un común enemigo mortal en la soledad; rara vez hablan o son visitados por otros colegas. Esa soledad es deteriorante y los sume en la melancolía y la depresión; a veces emocionalmente acabados. Pueden decir que han sido llevados por el Espíritu al desierto para ser tentados por el diablo.  El daño que Satanás hace a una iglesia no es mínimo cuando distancia a dos siervos el uno del otro; tienen que sufrir en ostracismo y llorar en el desierto.

II. Elogios entre pastores
1. Elogios y reconocimientos de su amigo visitante. Son cosas raras oír a un pastor alabar a otro; lo que es más frecuente es escuchar quejas. Aunque el primer grupo apostólico no estuvo tan unido como ellos mismos hubieran querido, aunque se fraccionaron algunas parejas, siempre entre ellos hubo gran admiración de los unos por los otros. El amor ministerial fue una constante indestructible entre Pablo, Pedro, Bernabé, Juan Marcos, Timoteo y Tito, etc. Las cualidades que Pablo hace resaltar en su compañero Epafrodito son muchas. Comenzando por lo más simple, un  “mensajero”, (v.25). Fue la iglesia quien lo envió. Llevaba cosas que dar y cosas que contar, ropa, comida, dinero y un mensaje de la situación de los hermanos. Dejó el púlpito y salió para eso. No hay ninguna tarea que se haga en la iglesia que sea deshonrosa, ni indigna de hacer por el hermano de más nivel espiritual.

(1)Ayudador” (v.25) Pablo necesitaba alguno así, que pudiera ayudarle no sólo en sus necesidades materiales sino en la escritura de sus epístolas, en la atención a las otras iglesias, en discutir con él la situación general de la obra. Nota como están unidos en sentimientos y en trabajos porque se mira la obra como una, como la mira el Espíritu, no en forma individual. Las iglesias formadas por cualquiera de los apóstoles recibían constante refuerzos y apoyo de otros compañeros. Las ayudas llegaban directamente a los misioneros y ellos mismos coordinaban el trabajo en el cual estaban involucrados. Cada uno deseaba que el cristianismo avanzara, quiero decir, el evangelio, que la palabra creciera.

Pablo necesitaba que la iglesia se ocupara de él, ella también lo sabía; como no pueden ir en masa a atenderlo envían al pastor en nombre de la congregación y éste “suple lo que faltaba en el servicio” (v.30). Pero pienso que ante todo se trataba de necesidades materiales del apóstol. Eso era un deber que no cumplieron algunas iglesias.

(2) Pienso que además Epafrodito, es un especial cristiano, y un gran amigo, porque Pablo le llama hermano, “mi hermano” (v.25). Me parece que usa el término para tenerlo como un hermano carnal, algo muy íntimo, nacido del mismo vientre que él, muy suyo, bien cercano y parte de su familia. Esa es una relación que corresponde a un cristianismo especial, a una forma muy suprema del amor de Dios.

(3) Y de todos los elogios con que adorna el nombre de Epafrodito, se halla éste, compañero de milicia”, porque como ya he dicho, ha ido a ayudarle a combatir por el evangelio. No sólo lo es sino que lo ha sido. Es un excelente combatiente, ya sea que trabajen juntos o separados, son dos hermanos unidos por los mismos ideales, amantes del mismo Señor y comprometidos con el mismo evangelio.

III. El pastor y su salud
1. Era un pastor que gastaba lo que era y lo que tenía en el servicio de la iglesia. Si había ido a Roma, tan lejos de Filipos, no era para pasear ni para hacer turismo en la capital sino para unirse a Pablo, su hermano, su compañero, en algún combate espiritual, para poner sus talentos y esfuerzos juntos. Y en eso precisamente estaba cuando alguna epidemia lo asaltó y le quebrantó la salud,?Pues a la verdad estuvo enfermo, a punto de morir” (v. 27). De las cosas que uno tiene de valor, la salud es una. Pablo da testimonio que estuvo a punto de morir, por la obra de Cristo y en substitución de la iglesia, para suplir lo que faltaba en vuestro servicio por mi (v.30). Si la iglesia quiere conocer más a su pastor, debe mirar qué está gastando de lo que tiene y en qué lo gasta. ¿Gasta mi pastor su vida en la obra de Cristo? ¿Está exponiendo a que su salud se quebrante por buscar que el evangelio adelante? Si así es, debe ayudarlo en todas las formas posibles incluyendo la oración, para que no se debiliten sus manos y para que no se les muera.

La Salud y la vida del pastor es algo que la iglesia aprecia mucho. Epafrodito sabía eso, que la iglesia le ama de hechos y que cuando oyeran que estaba grave se iban a entristecer sobremanera. Si grande es el amor de la iglesia por él también lo es el suyo por ellos, por cuanto supone el dolor que la noticia de su muerte produciría en los hermanos le llega casi a abrumar; tanto más que el miedo a morirse (v.26). Epafrodito conocía la delicada conciencia cristiana de la iglesia y supo que al ellos saber que él se había enfermado por ellos, substituyéndolos a ellos, experimentarían un cargo de conciencia enorme, se sentirían culpables, no porque realmente lo fueran, pero ellos se sentirían así. El no quería que su amada iglesia sufriera cargos de conciencia por él. Hablando sobre los pastores el apóstol afirma que ellos son de la iglesia, todo es vuestro; no como se tiene un esclavo o un empleado para explotarlo en la producción de ganar gente para aumentar el pueblo y el tesoro. Eso no es tener un pastor por amor sino por conveniencia, como un negocio. Debe tenerlo como algo suyo, muy querido y amado, para que el Señor prolongue su vida y los servicios que de él recibe.

2. El pastor se enfermó en la obra, en substitución de la iglesia, pero felizmente apareció la misericordia de Dios en la salud suya. Pablo reconoce que el Señor le devolvió la salud, por misericordia hacia el enfermo mismo, hacia el apóstol que hubiera aumentado demasiado su ya honda tristeza, y de la iglesia de la cual Epafrodito era el pastor, los filipenses (v.27).

En ninguna parte leemos que Dios le devolvió su salud porque era un instrumento insubstituible en la obra y no podía ser reemplazado por algún otro, la única razón es porque la muerte del pastor ocasionaría una enorme tristeza a todos. Y Dios no quería que Pablo tuviera, “tristeza sobre tristeza” (v.27), ni que la iglesia, tan amada por el Señor llorara por la pérdida física de su pastor.

Los filipenses, de morir Epafrodito, lo podían substituir por algún otro, quizás Epafras que estaba cerca, o alguno dentro de la misma iglesia que los tenía tan excelentes como él, porque Pablo exhorta a que lo continúen teniendo en mucha estima y a los que son como él (v.29). Pero Dios sabía que la iglesia no quería ningún otro. Quería a su Epafrodito y no otro útil reemplazo.

3. Hay algo además con referencia a la salud de los grandes cristianos que es necesario que mencione. Los mejores siervos del Señor, algunas veces enferman y mueren antes de envejecerse totalmente y no debemos pensar que el Señor está enojado con ellos por algún pecado que hayan cometido, o porque no estén desempeñando sus ministerios  fielmente. Nada de eso se cumplió en Epafrodito. Sin embargo se enfermó y parecía que iba a morir.

Esto sirve para advertirnos cuando vemos que los mejores hijos del Señor padecen enfermedades incurables o mueren tempranamente. El mundo tiene eso como una injusticia, pero para nosotros es simplemente un misterio de la providencia que se lo lleva consigo para coronarlo por su trabajo. El Señor no lo quiere ocupar en su obra acá abajo donde se hallan sus brazos eternos, sino que le adore y disfrute de su gloria junto a sí mismo.

4. En segundo lugar, el caso de Epafrodito, deja claro que el don de sanidad no era un don omnipotente, que podía manejar la voluntad de Dios a su antojo y que caía bajo el control total de aquel a quien fue conferido. Si así hubiera sido Pablo lo sana al momento. Es evidente que no quería que él muriera, pero también está claro que no pudo devolverle la salud y que si se recobró, no fue específicamente ni por su oración, ni porque él no quería que muriera, sino porque el Señor no quería entristecerlo más. La misericordia del Señor no actuó por algún don de Pablo, sino por el puro afecto de su voluntad. Y eso también nos da un aviso para que oremos por nuestros enfermos, con absoluta dependencia del Señor.

5. Y en último lugar aprendemos que la esperanza celestial no es una contradicción de fe a nuestra tristeza por los enfermos y por nuestros muertos. La fe de Pablo, la de Epafrodito y la de los filipenses no era una fe estoica. Pablo era un ministro incomparable y ya estaba triste antes de enfermarse su compañero y no se le quitó completamente la tristeza aún después que se puso bueno, (v. 28), “para que yo esté con menos tristeza”. Le disminuyó pero no se le pasó. Siguió triste por otras razones. ¿No tenían todos ellos la misma esperanza celestial y que estar con Cristo era muchísimo mejor? ¿Entonces por qué se entristecen? ¿Es una contradicción, una manifestación de que no se cree verdaderamente?

No mi hermano, nosotros amamos a los hermanos, amamos a los siervos del Señor y si cuando ellos se trasladan de provincia, de estado, de país, nos entristecemos y nos llenamos el corazón con mucha melancolía, ¿Cómo estaremos alegres si se mueren? ¿No sentiremos el corazón apretado y un enorme vacío dentro de él? Aunque sepamos que se hayan ido con el Señor, aunque estemos seguros que están mejor, no los tenemos con nosotros, los hemos perdido y eso nos llena de dolor. No oímos sus voces, no escuchamos sus cantos, no tenemos sus consejos, no oímos sus sermones, no vemos sus rostros, recordamos sus palabras, sus sonrisas, sus buenas obras. Es mucho lo que se nos va para sentirnos indiferentes. Nos consolamos pero sufrimos. El Señor tenga misericordia de nuestros hermanos enfermos, por nuestro dolor y el Señor te consuele lector, con la voz cariñosa de sus promesas, si hace poco has perdido un rostro querido e insubstituible. Amén.

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