Un libre albedrío muerto

Mateo 23:37-39

“¡Cuántas veces quise juntaros y no quisiste!”.


Muchas veces (cuántas veces) el Señor ha querido, Jerusalén, salvar a tus hijos y tú lo has impedido. ¿Por qué has obrado así? Por qué no has querido. Hablamos de querer o no querer, decimos: lo quiero y lo tomo, no lo quiero y lo rechazo; como uno lo mire la palabra querer tiene implicada una decisión, para adquirir o para rechazar. Nota que el Señor no dijo a Jerusalén que no pudiste porque los está culpando. Le dijo que no quisiste. El rechazo a las invitaciones de Cristo yacía en no querían recibirlo, no querían creer en él. No era un asunto filosófico sino práctico. Tampoco podrían.

Eso nos lleva a pensar que se sufre una incapacidad afectiva, que el rechazo hacia Jesús no provenía por alguna imparcial conclusión intelectual sino por las cosas que les emocionaban, que amaban. El rechazo a Cristo se encuentra situado en el orden de las pasiones más que en el del pensamiento. Los hombres lo visten con el pensamiento para que parezca sensato, obvio, razonable, pero la verdad desnuda si se dice, es porque no quieren, no desean a Jesús, por las pasiones que combaten en sus miembros, por el amor al mundo.

La incapacidad intelectual para rechazar a Jesús casi no existe, el hombre es suficiente inteligente para saber que Cristo es bueno, que es la verdad, pero no desea ni lo uno ni lo otro. Puede usted bien ponerse la mano en la frente y decir: No es porque no piense que sea bueno que lo rechazo, entonces bajarla al pecho y decir: es porque no quiero; lo que él es, lo que me pide que yo sea, entra en conflicto con lo que realmente quiero ser. Y el asunto se agudiza cuando se sabe que se es lo que se quiere ser pero tampoco se quiere ser lo que se es. Es un dilema el rechazo a Cristo y el uso de la libertad para ser lo que uno quiere ser, pero siempre distinto a lo que Cristo quiere que uno sea. El hombre puede llegar a creer que hay "un Dios" pero no puede por sí mismo llegar a amarlo, esos sentimientos se hallan en las regiones de otro mundo distinto al que ha nacido. De todos modos si no quiere es que tampoco puede, está paralizado, y le queda sólo el camino de la misericordia. Así pues, los hombres y mujeres de Jerusalén como todos los descendientes de Adán, no tienen poder para salvarse y sufren incapacidad afectiva para aceptar a Jesús porque tienen su libre albedrío muerto hacia Cristo a menos que Dios abra su apetito por la Palabra porque es él quien obra el querer por su bondad, propósito y beneplácito (Flp 2: 13).

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