Nadie puede medir el perdón de Dios


Mas luego que fue puesto en angustias, oró a Jehová su Dios, humillado grandemente en la presencia del Dios de sus padres y fue atendido pues Dios oyó su oración y lo restauró a Jerusalén; entonces reconoció Manasés que Jehová era Dios (2 Crónicas 33:10-13).

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¿Cómo es esto, que un asesino que “llenó a Jerusalén en sangre” (2 Re. 21:16), infiel, idólatra, que abandonó al Dios de su padre Ezequías, que quemó a sus hijos en el fuego en honor a otros dioses, que apartó a otros de la verdad y muchos habían muerto sin fe por su causa, se humille ante Dios, ore y él lo perdone y lo restituya a su puesto? ¿Es posible imaginar eso, hay injusticia más grande que el perdón de un hombre así? Es una obra magna del Espíritu Santo. Un triunfo de la gracia irresistible. Si Dios llama ¿quién puede decir no voy?

Dios lo hace para comprobar ante nuestros ojos que las invitaciones que ha hecho por su Espíritu están en palpitante actualidad, que el ofrecimiento suyo anda en pie, que la puerta de la salvación está abierta: “toda blasfemia y pecado serán perdonados a los hombres” (Mt. 12:31); y cuando dice “toda” es toda, todo pecado es todo. No dice una cosa y significa otra. No hay excepciones de pecados. “El que a mí viene no le echo fuera” (Jn. 6:37). ¿Quién, un malhechor, un adúltero, un homicida, un ladrón, un mentiroso, un violador? El que a mí viene, dijo el Señor, el que a mí viene con su pecado yo no le echo fuera. Y “la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).

Esos monumentales ejemplos están en la Escritura para demostrarnos que Dios quiere perdonar los pecados de los hombres; los pecados que los hombres no querrán perdonar, los que la justicia humana no puede perdonar porque es imposible, los que los hombres no pueden olvidar, porque el perdón de Dios es más grande que el de los hombres y aunque un hombre esté purgando sus crímenes en este mundo, o muriendo por ellos, puede ser perdonado por Dios si se humilla grandemente y ora como Manasés o le dice en su lecho de muerte "acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”. Nadie puede medir el perdón de Dios.

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