El Poder de su Resurrección


El anterior domingo fue para muchos un gran día, no porque afirmen el hecho histórico, me refiero a la resurrección de Jesús; sino porque pueden afirmar con Pablo, no porque lo hayan visto, sino porque la sienten, que está vivo (Hch. 25:19). ¡Ay qué lindo es eso! ¡Jesús vivo!, como dijo el predicador que escuché: “Nadie puede presentar un huesito de Jesús porque la tumba se halla vacía”. Su cuerpo no ha sufrido los dos mil años que han pasado sobre nosotros, y existe, a la diestra de Padre, allá en la gloria del tercer cielo, sin la más mínima señal que ha pasado el tiempo. Su frente no da muestra de haber perdido su juvenil resplandor, sus ojos brillan gloriosos de amor, sus brazos continúan fuertes sin acortarse para salvar, y sus pies de bronce bruñido resplandecen firmes sobre la historia, las rebeliones y pecados, y aplastará con ellos “en breve a Satanás debajo”… de los nuestros. Por eso le llaman a ese domingo, porque así fue, así es; el día de la resurrección de nuestro Señor, que lo celebran por pretexto o por verdad casi todos, hasta un mundo ciego.

Fuimos a una iglesia bautista independiente. Quise oír a su pastor, y no quedé defraudado. Nos abrió casi todo el NT, de una forma suave, dulce, flemática e inspiradora, principalmente los pasajes de la vida y resurrección de Jesús. Se notó que transmitía menos emoción de la que sentía cuando en uno de sus niveles más elevados alzó su mano y la descargó sobre el púlpito.

Fue un buen mensaje, y me parecía ver a Jesús en todos lados, en cada esquina, enfrente de mí. Y le dije; “Necesito el poder de tu resurrección (Efe. 1:118-20; Col. 2:12), el que me resucitó un día, hoy, ahora, que no me vaya de aquí sin él”, era lo que más necesitaba aquella mañana, porque si mucho dentro de mí no estaba adormecido, se encontraba dentro de aquellas cosas que están para morir (Apc.3:2). Pienso que si no hubiera sido porque clamé a mi favor, pidiendo bendición como para ningún otro, hubiera estado allí sin estarlo, habiendo admirado un gran mensaje sin ser beneficiado.

¡Cuánto necesita el alma de Jesús! Es triste, muy triste, que Jesús haya resucitado y uno no lo sienta, como si no hubiera ocurrido nada en el Calvario hace dos mil años, como si fuese sólo historia, viejos relatos contenidos dentro de antiguos pergaminos llamados ahora Nuevo Testamento. En ese poder se siente la vida, ahí está precisamente toda ella, y es la esperanza de una nueva creación, del gozo cristiano, de vencer el poder de la carne, del mundo y del diablo. ¡Qué único privilegio el de sus escogidos, sentir el poder de su resurrección! Andan los hombres como zombis, como muertos en vidas, fantasmas nada más, viviendo una necia imitación de lo que es vivir.

Esté donde esté, en la predicación de grandes sermones, en las letras de buenos libros, en la oración ferviente, en el compañerismo cristiano, es un acto de misericordia celestial sentirlo y dar testimonio de él. Y quiere Jesús, que se lo pidamos cuando nos falte para que nos demos cuenta que vive, que todavía se comparte con nosotros y que no se olvidará ¡jamás de los jamases!, de los que un día subió a prepararles un lugar junto a él.

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