Las Dudas de Juan


Mateo 11:1-6 (LBLA)

Y sucedió que cuando Jesús terminó de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí a enseñar y predicar en las ciudades de ellos. [2] Y al oír Juan en la cárcel de las obras de Cristo, mandó por medio de sus discípulos [3] a decirle: ¿Eres tú el que ha de venir, o esperaremos a otro? [4] Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y contad a Juan lo que oís y veis: [5] los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres se les anuncia el evangelio. [6] Y bienaventurado es el que no se escandaliza de mí.

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No voy a seguir aquí la opinión de hombres como Calvino, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado, que afirman que Juan no envió a sus discípulos a Jesús por razón de sus propias dudas sino para confirmarlos en la fe. Otro gigante es Matthew Henry, y piensa que sí, que el gran Juan tuvo su momento de dudas. Yo seguiré esa interpretación que no descalifica a Juan y sin embargo lo acerca más a nosotros, a nuestra propia experiencia. Coloco a Juan, por un instante al menos, junto con los hermanos de Jesús que tuvieron cierta clase de dudas. Lee con cuidado esto y sácale el provecho que Dios te permita. Amén.

Juan pudo haber confesado…he tenido dudas. Aquí habla de la duda de Juan y lo que hizo con ella. Hay quienes piensan que envió a sus discípulos para confirmarlos, pero que él no tenía dudas, porque ¡había visto al Espíritu Santo sobre él y sabía que era el Cordero de Dios! Además había hecho la confesión que Cristo crecería y él menguaría. Es posible que sabiendo que se iba decidiera que sus discípulos tuvieran otro contacto con Jesús, o que una vez desaparecido ellos no se dispersaran sino que se unieran al movimiento de Jesús. Pero, concedida esa posibilidad, pienso que no se le injuria su memoria si por añadidura se pudiera suponer que al menos quiso estar seguro que no se había equivocado, que por un momento admitió esa posibilidad y decidió sacudirla de sí.
Esta meditación no es para justificar nuestras dudas ni para achicar un gran testimonio como el de Juan, sino para consuelo nuestro. Quizás parece extraño que un hombre como Juan tenga alguna duda, para algunos saber eso es un triste consuelo, para el que esto escribe como otros, es una triste realidad que le augura que por íntima que llegue a ser su relación con el Señor, por destacada que su obra fuera, por distinguido los favores que reciba, no podrá desterrar para siempre la duda de su corazón; está predestinado a tener esa amarga experiencia en algunos puntos de su historia. Es imposible creer todo sin género de dudas.
¿Es así con usted? Quizás, entonces se pregunta: “¿Y para qué entonces continuaré buscando aumentar mi fe si las columnas sobre las cuales repose mi vida espiritual siempre tendrán algunas grietas?”. “¿Hasta qué punto un hombre tiene que estar seguro de lo que ha visto, oído, experimentado sin que dude jamás? ¿Se podrá llegar hasta un nivel en que ya la duda no venga?” El caso de Juan seguro que no es único, sino conspicuo y repetido en el alma de los mejores siervos y santos de Dios. Su estudio, pienso, no dejará de reportar ventajas para los que estamos en la carne y en la lid como él lo estuvo. El gran Predecesor pudo haber dicho para sí mismo: “No habrá otro como yo en los nacidos de mujer, pero... he tenido mis dudas”.

Hablemos de nuestras experiencias convincentes. ¿Hablas de tus “grandes conocimientos y experiencias espirituales? ¿No has llegado a la conclusión que hay ocasiones en que ni lo uno ni lo otro son suficientes firmes? Juan tuvo muchas experiencias y conocimientos convincentes que lo llevaron a aceptar a Cristo, sin embargo, óigalo en prisión, no retractado de lo que había aceptado como seguro sino un poco cristológicamente achicado en su fe.
¿Cómo es posible eso? ¿No sabe Juan que fue engendrado milagrosamente? ¿No vio el Espíritu en forma de paloma bajando sobre él cuando lo bautizaba? ¿No oyó la voz de la gloria afirmando que es su Hijo Amado? Sí, todo eso conoce, pero como se van desarrollando las circunstancias, no entiende, y tiene sus dudas. Si aquel gran hombre fue como nosotros, su fe no estaba hecha de hierro, y todas y las mejores experiencias espirituales del mundo, en algún momento se estremecen. El más inofensivo viento de la duda las sacude o las derriba todas. Las mejores experiencias necesitan gracia para que sean utilizables en otros momentos. Y lo hemos leído en nuestra historia, que muy poca de ella queda cuando todo acaba y si se repiten las circunstancias no bamboleamos de igual manera que la vez anterior. Uno no duda de la existencia de Dios, no duda de su omnipotencia, de su omnisciencia sino de su providencia, de lo inexplicable e incomprensible de la situación, porque muchos porqués quedan sin explicación, porque la vida parece contradecir lo que cándidamente hemos afirmado.
Nuestra historia debe estar constantemente vinculada al Espíritu. ¿No has notado eso, lo rápido que se van desapareciendo las impresiones mejores que Dios deja en tu alma? ¿No te ha pasado que te has dirigido hacia tus pasadas experiencias y has hallado que se tornaron cenizas? Y te preguntas: ¿En realidad las he tenido?
¡Pobre Juan! En un momento se pone tembloroso en su celda, se asusta con horror al pensar que puede ser una equivocación y se dice: “¿Eres tú aquél que había de venir o...“espero” a otro”?” (v.3). ¿No habrá sido todo una ilusión, algún éxtasis mental, una idea que persiguió y se le escapó cuando imaginó que la tenía en sus manos?
Juan había estado convencido, pero ahora su “convencimiento” no se le presenta tan sólido ni convincente, siente que se tambalea. El sabía que Jesús es el que ha de venir, que no tenía que esperar a otro, no solamente lo había creído sino que también lo había predicado. Esa realidad le da más miedo y reflexiona: “¿Y si he detenido a las multitudes que buscaban al Mesías señalándoles con mi propio dedo a Jesús y no lo es?”. ¡Qué horrible es para un predicador siquiera imaginar que lo que ha estado enseñando por años pudiera ser falso! ¿Será que por eso su mensaje es en plural, “esperaremos” y no en singular, “esperaré” a otro? ¿Ha pensado usted horrorizado, por un minuto nada más, que ha conducido multitudes a recibir a Cristo, a dejar padre, madre, mujer e hijos por él, a renunciar a sus preciosas vidas y posesiones y que no sea el Cristo real, ha sacado a muchos fuera de este mundo y sin embargo no hay más?
Y si hay que esperar a otro, ¿a quién y hasta cuándo? ¿Podrá venir alguien que haga más señales que la que éste hace? No había otra silueta que se vislumbrase en el horizonte de la profecía, y si algún día apareciera, él, Juan, no tendría otra vida para esperarlo. Si su vida ha sido erróneamente utilizada en dar testimonio de Jesús, no tendría otra y podrá exponer su cuello a la muerte melancólico y frustrado. ¡Oh Juan qué noche tan horrible pasaste mientras tus discípulos iban a Jesús y venían a ti!
¿Hay algo más negro que al final de la vida descubrir haberla invertido equivocadamente en una esperanza falsa? Las experiencias “convincentes” de Juan se aflojaron todas y su fe se desplomó, no le servían para asiento de su esperanza. Es mejor pues, tornarnos de nosotros mismos y depender solamente en su carácter inmaculado y fiel. ¿No?

Ahora fíjate en lo que pudieran ser las opiniones de Juan. Y ¿cómo empezaron sus dudas? A algunos les provienen sus dudas porque no oran ni leen su Biblia, pero no a Juan que se mantenía completamente nutrido por una corriente de información sobre los hechos de Jesús; como si hoy en día estuviese leyendo continuamente los evangelios. Fue precisamente por ahí por donde el diablo intentó destruir la vida espiritual de aquel gran hombre. “Y al oír Juan en la cárcel los hechos de Jesús...” (v. 2). Lo que Juan ha interpretado sobre el Cristo no es exactamente lo que el Mesías es. Había enseñado un tiempo atrás: “Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene tras mí, cuyo calzado yo no soy digno de llevar, es más poderoso que yo; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Su aventador está en su mano y limpiará su era, y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en el fuego que nunca se apagará” (3:11-12). Pensaba que el Mesías inmediatamente quemaría a sus enemigos y establecería pronto su reino. Nada de eso pasaba. Jesús es manso, habla con amor, anuncia su próxima muerte y la paja se está alzando amenazadora en su contra. El reino que parecía haber llegado ha empezado a irse distante. Se puede afirmar que son sus interpretaciones las que le causan las molestias de sus dudas, las cuales él piensa que son correctas y seguras. ¿No son las interpretaciones humanas de la palabra de Dios un surtidor inacabable de dudas, fuente copiosa de incertidumbres?
Pero la duda no brota espontánea de la propia interpretación, sino cuando la confronta con los hechos de Jesús, entonces se percata que no coinciden. De todos modos hizo bien, confrontando sus opiniones con Jesús, peor hubiera sido que tratara de ignorarlas ahogándolas en su pecho o continuar sustentándola pero rechazando a Jesús. Algunas veces nuestras dudas acerca de Jesús, del Espíritu Santo o algún libro de la Biblia tienen un origen parecido, estamos equivocados y una mentira más tarde o temprano revela su inconsistencia. Enfrentar la duda en Jesús, un re-examen del punto, una investigación, puede ser la solución para quitarle la cuerda al cuello de la fe.

Observa que a veces el plan divino confronta las doctrinas de la fe. En el momento cuando comienzan sus dudas se halla confinado en prisión. “Al oír Juan en la cárcel” (v. 2). Las doctrinas que ha sustentado con respecto al Mesías no parecen tener aplicación a su propia situación. Su carrera vocacional ha sido tempranamente acortada, el Mesías no toma posesión de su reino ni extermina a sus encarceladores. Cuando un hombre está preso injustamente se pregunta: “¿Por qué sufro por lo que no he hecho? ¿Por qué Cristo no me saca de aquí? ¿Por qué dura tanto mi encierro?”. Cuando tiene que aplicar lo que ha aprendido de la revelación, es su momento de fe o de vacilación. Juan sabía que tenía que menguar, pero ¿hasta el punto de dejar de existir? ¿Morir tan temprano, siendo joven? Si alguien pierde su salud se pregunta a sí mismo más o menos lo mismo. “¿Por qué soy cortado a mitad de mis días? ¿Por qué si el Señor ha hecho tantos milagros no me sana a mí?”. O quizás cuando la muerte corta el hilo de la vida de alguien muy útil en la obra o muy querido para nuestro corazón. “¿No podría éste haber hecho que Lázaro no muriera?”. Esos son los momentos de la fe, cuando las doctrinas que hemos creído parecen no funcionar para nosotros mismos, porque no entendemos el plan divino o nos negamos a aceptarlo.

Y para terminar, un último esfuerzo para indicarte cómo deshacer las dudas. Por último, cómo el Señor cura a Juan. Las dudas son cíclicas, se mueven en redondo, van y vienen en flujo y reflujo, pero la medicina siempre es la misma. Jesús le envió a Juan la solución para su crisis, sin condenarlo, comprendiéndolo. “Respondiendo Jesús les dijo: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados...” (vv.4-5). El de la duda es Juan y no sus amigos, el Señor les envía diciendo: “Id y haced saber a Juan…”. El de la crisis es Juan. Parece un poco ingenua la forma en que Juan escoge para deshacerse de sus dudas. Si no hubiera sido el Mesías real, interrogado habría contestado: “¡Pues claro que sí!”. En vez de preguntarle cándidamente como lo hizo, mejor hubiera sido que hiciera lo que Jesús dijo, comparar el Cristo de la Escritura con el que pretendía serlo.
El problema de Juan se halla en su errónea interpretación sobre la misión del Cristo, el modo de salir de la equivocación y por supuesto de la duda, es ir a la Escritura. Los textos a los cuales el Señor lo remite son Isa. 35:5-6; 61:1. Lo que los mensajeros veían y lo que Juan podía constatar era mucho más. Jesús dejó para que Juan meditara en prisión, para que comparara la Escritura con sus hechos y viera como estos la excedían en gracia. Los leprosos limpiados, los muertos resucitados, la predicación del evangelio a los pobres, son extras. Jesús cumplía con abundancia sobrada la Santa profecía. El camino de la Escritura es el que hay que tomar para salir de cualquier duda, la confrontación con ella, hallar la correcta interpretación, enmendar nuestras opiniones. La fe no cae dentro del corazón por arte de magia, ni siquiera orando para ser libre de pensamientos impíos, el método es escudriñar la Escritura y hallar su significado correcto, en Jesús.
Si vienen falsos cristos, falsos maestros, falsos profetas, hay que someterlos a una escritural confrontación. Es una vergüenza dudar de Dios y de Cristo, porque las señales de que es el Mesías deseado abundan y no hay que esperar a otro que jamás vendrá. Y bienaventurado el que por motivo de sus dudas no tropiece en él.

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