Quizás debas mirar tu éxito, de otra manera

 JUAN 6:44, 45
Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me envió, y yo lo resucitaré en el día final”.

Una traducción mejor, gloria a Dios, es “si el Padre que me envió no lo atrae”. Jesús dice estas palabras a los discípulos para explicarles el rechazo que tenía por parte de muchos, y la permanencia de ellos en la incredulidad. Tal vez el señor tuvo en su mente la decepción de sus predicadores al sentir ellos la impotencia para remediar, y cambiar la situación. La salvación de cada creyente es una iniciativa divina y su permanencia lo mismo, por la gracia de Dios. Ninguno puede dar un paso de acercamiento a Jesús, y salir del pecado en el cual se encuentra empantanado, y abandonar ese camino de insensibilidad espiritual e indiferencia, si Dios personalmente no se ocupa de él. Cuando Jesús dice nadie no exceptúa a alguno, nadie es nadie, por ende todos necesitan que Dios los traiga a Jesús. Ahora bien, tener fe en las doctrinas enseñadas por Jesús, no es lo mismo que a uno le de igual una cosa que otra, y que ser indiferente a los resultados que se obtienen. Como ya he indicado Jesús les dice estas palabras a sus predicadores y evangelistas, a los que predican en su nombre, y enseñan sus doctrinas, que persistan en hacerlo y que confíen en Dios, y expliquen teológicamente, por qué no se alcanzan más frutos dentro de cierta clase de gente. Jesús nunca se desesperó porque sus sermones resultaran infructuosos; halló la explicación adecuada del porqué y se mantuvo en calma: El Padre no los había traído a él sino que por sí mismos y por sus propios intereses se habían convertido en sus discípulos; no pocos en aquella época, de los que se acercaban al Señor, sus intereses no estaban contaminados. Quiere decirles que habían aprendido, o les habían enseñado las Sagradas Escrituras, mal, recibiendo malas explicaciones e interpretaciones de ella. No habían sido enseñados por Dios, ni tampoco él los había enseñado cuando leían, oían y estudiaban la Escritura, sino que otros maestros lo habían hecho, ya fuera oralmente o leyendo sus libros, y de por sí mismos se habían familiarizado con el volumen sagrado. El evangelista dice que muchos, no pocos, cuando oyeron cierta doctrina y que no estaban de acuerdo con ella, se volvieron atrás, porque esa clase de doctrina tendría que ser enseñada por Dios (Jn. 6:63-68).
Cuando es Dios quien enseña la Biblia el que la estudia creerá; él le da ese don. No es del que quiere sino del que Dios tiene misericordia (Ro. 9:16).
Se habían hecho infructuosos sus sermones entre aquella gente porque les faltaba la preparación divina que tiene que preceder a la recepción de Cristo. No achacó la falta de éxito a la deficiencia de su predicación, por su contenido o expresión, sino que la explicó por lo anteriormente dicho. ¿No era eso quitarse la responsabilidad de encima y traspasar la derrota en convertirlos, a las manos de Dios como si él no tuviese que ver con el asunto? No. El Predicador sólo era responsable por predicarles, no por el efecto que produjeran sus palabras, que correspondía a la prerrogativa celestial. Había trabajado arduamente para lograrlo, pero ellos no correspondían con sus sentimientos e intenciones. Jesús no parecía sufrir porque se le disminuyese el grupo de discípulos (v.66), y aunque laboraba arduamente no daba señales de depresión por su aparente falta de resultados. ¿Por qué? Porque no lo había. El cumplir con la voluntad de Dios es el verdadero éxito, no únicamente las conversiones a Cristo. Hemos de aprender que uno planta, otro riega pero el crecimiento lo da Dios. Una sola alma que se convierta es un tremendo éxito para el reino de los cielos; y una gran alegría delante de los ángeles de Dios.  ¿No estaremos contentos a menos que las almas se conviertan por montones, como si una oveja perdida no mereciera suprema alegría, ni una sola dracma hallada por ella una fiesta en el barrio?
El estado de ánimo del Señor era consecuente con sus doctrinas, la salvación por gracia, la iniciativa divina en acercarse al pecador, en la soberanía de Dios. Sabía que no haría ni más ni menos que las obras que el Padre le dio para que hiciera. No ganaría más almas en todo su ministerio que aquellas que el Padre le diera, ni perdería ninguna de las que le pusiera en sus manos. Siempre que cumplas la voluntad de Dios ya tienes éxito en tu vida cristiana y en tu ministerio. No quieras hacer lo que corresponde a Dios ni igualar los logros que otros tienen; cada ministro  ha sido llamado para hacer un trabajo particular. Si Dios no enseña a los que no se convierten, no te preocupes por los que no vienen ni por los que vienen y luego se van. Usa las doctrinas de la soberanía divina en la salvación, y entonces haz evangelismo en reposo.

Suelten las piedras y denles una mano

JUAN 8:1-11
Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices? Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo. Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella. E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra. Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio. Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (RVR 1960).

La Biblia Textual deja en blanco este espacio. El texto claramente se nota que está fuera de lugar y no se puede exponer en relación con el contexto. Algunos lo consideran espurio por no hallarse entre los manuscritos griegos más antiguos. El meollo de este texto no es declarar que Jesús sabía escribir, como insensatamente alguien ha pensado, ni siquiera tampoco condonar el pecado aquí relatado, ni aún lo más sobresaliente que es descubrir la hipocresía de aquellos hombres que condenaban a sus semejantes como si ellos no tuvieran nada de qué arrepentirse. El propósito del Espíritu, aunque no fuera el de Juan, es presentar a Jesús como ejemplo de suprema misericordia. Nadie debe derivar de esta historia que el pecado expuesto no debe ser juzgado por la iglesia y que actos como éste deben pasarse por alto puesto que nadie está libre de algún otro pecado. La iglesia sí debe tratar este asunto, pero con los deseos de Jesús, con misericordia y por medio de un proceso de recuperación.
En primer lugar, ella es traída para tentar al Señor y acusarlo de oponerse a la ley de Moisés. No es para que contradiga su práctica de misericordia y perdón, sino para que por medio de ella incurra en un conflicto legal con el Sanedrín. De antemano sabían que no la iba a condenar y por eso la trajeron, pero lo que no sabían era que la habría de perdonar sin incurrir en un delito. Prácticamente les dijo: “Sí, condénenla, los que estén limpios de pecados”.  E inmediatamente iluminó sus conciencias con sus palabras y llenos de reproches contra sí mismos se fueron uno a uno retirándose. Se vieron descubiertos. Así Jesús continuó predicando la misericordia, desenmascarando a los hipócritas y evadió la prisión. Jesús no dijo que era inocente pero no la condenó. La ley de Moisés siempre da al hombre lo que se merece y la misericordia lo que no se merece. Señor, guárdanos de un pecado así, ayúdanos a darle una oportunidad para que se levanten los que han pecado, y no pequen más. ¿No les daremos una oportunidad para reformarse? Les propuso que no le tiraran piedras, sino que le dieran una mano.





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