Vamos a la cocina



Lucas 4:38,39

 38 Entonces Jesús se levantó y salió de la sinagoga, y entró en casa de Simón. La suegra de Simón tenía una gran fiebre; y le rogaron por ella.39 E inclinándose hacia ella, reprendió a la fiebre; y la fiebre la dejó, y levantándose ella al instante, les servía. 



 Este relato también contado por los otros evangelistas, no contienen algunas observaciones que este médico misionero menciona, puesto que es un respetuoso creyente en la palabra de Dios y la soberanía que ella tiene sobre todas las epidemias y males del mundo, y que aunque vaya acompañada por medios legales, el énfasis de la prescripción y el honor de la restauración recae casi completamente sobre ella. Mi principal observación está en que Lucas dice que Jesús “reprendió” la fiebre.


Algunos llegaron con la noticia a donde estaba Pedro y le dijeron que su suegra había contraído una fiebre tan alta que si no le hablaba del caso pronto a su amigo Jesús, cuando regresaran a casa ya estaría muerta. Y eso hizo que el apóstol invitara a su Maestro a que hiciera algo por ella, y este sin ponerle peros llegó a la casa, y hasta la cama donde yacía la señora con la fiebre incontrolable, y sin temer algún contagio se inclinó sobre su rostro, una observación que solamente hace el médico Lucas, como si fuera a examinarla cerca, y comprobar su respiración, o mostrarle afecto. Si la señora sufría ya devaneos quizás teniéndolo cerca podría reconocer su rostro amado, y utilizar la fe que tuviera, aunque fuera entre delirios, en lo que había visto y oído.


Lucas dice que Jesús reprendió a la fiebre como si le hablara a la temperatura, de la misma manera que le había hablado al viento y al mar, cosas creadas por él y que reconociendo la voz de su Creador, inmediatamente guardaron silencio. Lo de la fiebre es otra cosa, no se dice que pronunciara alguna palabra, y eso no quiere decir que no la dijera pues algo se dijo que los testigos comprendieron que le hablaba con disgusto al calor del cuerpo de la enferma. Y al  instante, remedio santo, el vapor del cuerpo se disipó, y los que la palparon dijeron que ahora tenía una temperatura normal, y respiraron tranquilos al ver pasar el peligro de las convulsiones y que no continuaran los delirios.
Otros, con igual credibilidad contaron el mismo suceso de diferente manera, pero que en esencia resultó en lo mismo, que a la suegra de Pedro se le quitó la fiebre. 


Aquí Jesús no la tomó de la mano y la incorporó  en la cama sino que con alguna palabra que no se pudo ni siquiera adivinar, y que fue a la par del gesto, y así la sienta en la cama y la ayuda a sostenerse de pie. El énfasis de este evangelista se halla en la palabra de Cristo, sin hacerle caso a la mano extendida, no porque fuera menos sino porque le fascina lo dicho. Y al escribir su evangelio rememora lo investigado y todavía se pregunta qué palabras usó el Señor en la reprensión del tifus o la malaria. La buena suegra del apóstol le regaló a Jesús una sonrisa de gratitud, estiró los brazos, se frotó las manos y le dijo a su hija, “vamos, ayúdame en la cocina”.  

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