Viviendo “del aire”, o con dinero

Deuteronomio 8: 3
“Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre”.


Dios enseñaba a su pueblo a que viviera por fe, a que anduviera en el Espíritu. ¿Por qué tenemos que comer cada día? Porque somos dependientes de la nutrición. Se come para reponer el cuerpo que se gasta, para evitar el deterioro, la enfermedad y la muerte. El alimentarse es una forma de evitar sucumbir y los creyentes cuando comen deben dar gracias a Dios por los alimentos que creó para que el hombre prolongara su vida sobre la tierra (1 Ti. 4: 3).

Sin embargo en un estado de perfecta comunión en la presencia de Dios no se necesitaría comer ni beber. Moisés estuvo cuarenta días sobre el monte y no comió ni bebió nada y no sólo no se murió sino que descendió muy saludable y resplandeciendo gloria. Moisés que lo conocía por experiencia le dijo al pueblo que el maná que comían simbolizaba la palabra de Dios y con él solamente podrían vivir no solo cuarenta días sino cuarenta años, cuatrocientos y cuatro millones porque “de todo lo que sale de la boca de Dios vivirá el hombre”. Les explicó que hay una forma de alimentación del cuerpo, desconocida por ellos hasta ese momento, un modo espiritual de comunicarle vida que hace innecesario comer. La vida del hombre últimamente no depende de los alimentos, que el cuerpo fue creado para la Palabra de Dios, que Dios dijo y fue hecho, y que entonces oyendo a Dios se puede vivir sin morir.

La nutrición con maná fue un privilegio. Los israelitas si hubieran “acomodado lo espiritual a lo espiritual” habrían podido decir: “Es extraño pero lo único que hemos comido hoy es maná, ayer lo mismo, hace una semana igual, un mes, un año (Num. 11: 6), no tenemos matar ninguno de los animales que trajimos, y no nos sentimos débiles, gozamos de perfecta salud, nunca habíamos comido tan poco, aparentemente casi no nos nutrimos, pero no surgen enfermedades, nadie se desmaya, nuestros cuerpos están como si ingiriéramos las mejores dietas cada día. O este maná es un alimento superior a la carne, la leche y las verduras, o nosotros podemos vivir sin comer, solamente creyendo la palabra de Dios”.

Años después un autor inspirado le dijo a Israel: Comiste “pan de nobles” (Sal. 78: 25). Aquel maná es un símbolo de nuestro Señor Jesucristo y quien come su carne y bebe su sangre vive eternamente (Jn. 6: 54-58).
El maná era un emblema de Cristo, de la palabra hecha carne. Jesucristo es el maná que descendió del cielo y lo importante no es comer o beber sino oír la palabra de Dios, y hacer la voluntad de Dios (Jn. 4: 32-34). Él mismo cuando fue tentado por el diablo le citó este versículo, “no sólo de pan vivirá el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4); probando que el único y verdadero alimento para el alma y el cuerpo es la palabra de Dios.

El diablo quiso interrumpir eso, romper la comunión que había tenido con Dios, aquella forma ideal de vivir, celestial, dependiendo sólo de Dios, nutriendo el cuerpo y el alma solamente con las palabras de Dios. Y se quedó callado porque sabía que era verdad, que el hombre puede vivir sin comida y que más importante que la comida es la palabra de Dios. El Señor quería enseñarnos a vivir por fe y formar un pueblo espiritual que no dependiera de la creación. ¿No has leído en Apocalipsis que en el paraíso hay un árbol de vida cuyo fruto sirve para dar eternidad y hasta sus hojas, las del Evangelio, son medicina que cura el mundo? Ese árbol es Cristo. Si viviéramos cada minuto en la presencia de Dios, si escogiéramos la buena parte que nadie nos quite, si nuestro contacto con el Verbo de Vida fuera completo, podríamos vivir casi “del aire” por fe, con estudios bíblicos y sermones. Y como a los discípulos, se nos olvidaría traer pan; pero igual que ellos, y como no vemos la gloria de Dios como Moisés ni como Jesús, tenemos que ir al mercado con dinero.

Comentarios

  1. Hola Pastor, quisiera hacerle una pregunta un poco "extraña" si se quiere, pero por favor no me malentienda: un buen ministro de Dios, un hijo de Dios que se ha santificado y que permanece en comunión con el Padre; debiera estar libre de la gula y de esos kilos de mas? Con la Palabra de Dios abundando en su corazón no debiera necesitar alimentarse en exceso?

    Saludos desde Concepción, Chile
    Viviana

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  2. Viviana, ese ministro de Dios debiera ponerse a dieta de “langostas y miel Silvestre”, así enjuto y desgarbado estaría más liviano para subir al púlpito y predicar mejor. La sociedad actual que glorifica a los flacos lo aplaudiría, o al menos no lo acusaría de “comilón” y tal vez de “bebedor de vino”, lo cual no importa si es “amigo de publicanos y pecadores”. Por cuestiones religiosas el pobre gordo no tiene problema porque no hallo ningún mandamiento en contra de los obesos aunque sí contra la glotonería; pero hay gente que sube de peso aunque mastiquen poco. Moody el famoso evangelista y el gran Spurgeon eran gordos y el peso no les fue impedimento para ascender al tercer cielo en divina inspiración. Calvino, estaba esquelético por los ayunos, la tuberculosis, el vientre lleno de parásitos y mil piedras en la vejiga, no por consenso social. Desde luego que si el ministro quiere vivir un poquito más debiera aprender a comer menos y poner su cuerpo por servidumbre. No obstante el Espíritu Santo hace de un cuerpo su templo sin hacer reparo a la grasa sobrante sino al pecado. Yo soy flaco.

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  3. Entendí su respuesta... pero mi pregunta iba por otro lado, quizá estuvo fuera de lugar...

    Viviana.

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