Ojalá el infierno fuera sólo una metáfora


Jeremías 28:1-9
“Y el profeta Jeremías dijo amén, así lo haga Jehová”.


Qué más hubiera querido Jeremías que las palabras de Hananías hubieran salido de la boca de Dios; dijo un amén con todo su corazón suponiendo que lo hubieran sido, deseando que fueran así aunque eso fuera contrario a lo que Dios le había enseñado, a lo que formaba parte de su doctrina por años, aunque a los ojos del pueblo él hubiera resultado estar equivocado. Pero no era así, no pudo decir amén como quiso, estaba equivocado Hananías.
Lo mismo nos pasa a nosotros los ministros del evangelio que nos atenemos al Nuevo Testamento y predicamos la fe llamada ortodoxa, la que han creído Pablo, Agustín, Calvino y otros; revisamos como Jeremías las palabras de los profetas modernos por lo que aprendimos de los antiguos y hallamos que lo que ellos enseñan ahora no coincide ni con lo que enseñamos ni con lo que hemos aprendido de los maestros de la antigüedad.
Quisiéramos decir un amén de corazón a la enseñanza liberal que todos serán salvos al final, que ninguno pagará por su rebeldía contra Dios porque él es amor y los perdonará sin hacerles daño. Si hay algo encoge nuestro corazón es pensar en las multitudes que serán malditas e irán al infierno preparado para el diablo y sus ángeles. Como somos sentimentales quisiéramos que todos, los que han creído y los que no han creído fueran salvos, con fe o sin fe, hayan sido borrachos, adúlteros, ladrones, miserables blasfemos, indiferentes. Ojalá pudiéramos extender las palabras apostólicas “en Cristo todos serán vivificados” y: “Dios no quiere que ninguno se pierda sino que todos procedan al arrepentimiento”, a toda la humanidad. O aquella otra: “El cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”.
Pero no podemos hacerlo con la correcta interpretación de estos textos. Lo que dicen otros muchos y las enseñanzas de los grandes maestros de la iglesia que el camino que lleva a la perdición es muy ancho, que muchos se pierden, que la puerta de la salvación es angosta y que aunque muchos procuren entrar no podrán. La salvación de toda la humanidad no podemos creerla, no podemos decir amén a semejante enseñanza porque aunque Dios es amor, también es justicia; indefectiblemente, el que no creyere al Señor Jesucristo ya es condenado (Jn 3). Y como creemos que se perderán los que se hallan en peligro de muerte, procuramos, como dice Salomón, salvarlos. Esa doctrina, de que el que no creyere se perderá, forma parte de nuestra oración agonizante y parte del estímulo a los pecadores para que sean salvos. Como estamos convencidos que no todos creerán y si no creen mueren, oramos intensamente por ellos, implorando al Señor que se vuelvan de sus pecados.
Quisiéramos que fuera cierta la enseñanza sobre el infierno que hoy se predica. Dicen algunos maestros que no están en línea con los padres de la iglesia, que el infierno es meramente el sepulcro, la tumba y apelan al origen físico de la palabra con el Valle de Hinnón a un costado de Jerusalén que servía como basurero. El gusano que nunca muere, el fuego inextinguible, dicen ellos, no es más que una metáfora de la pudrición eterna de los condenados que se extinguirán en el polvo y no aparecerán más sino para volver a hundirse en la aniquilación.
Amén, quisiéramos decir a esa doctrina que no cree que haya un lugar de tormento para las almas y cuerpos después de la muerte, sino que una vez salidos del mundo nos hundimos en la nada. El infierno es espantoso, parece increíblemente desproporcionado en intensidad y tiempo. La inconsciencia de las almas en el sepulcro es preferible a su tormentosa consciencia en el infierno. Pero bien claro que leemos que Jesús creía en una consciencia en ultratumba donde se llora y se crujen los dientes. El infierno es temido, es parte del temor de Dios y una verdad no escondible en el evangelismo bíblico.
¿Cómo podemos hablar realmente de salvación si no creemos en una condenación consciente y eterna? Ha contribuido a ese cambio el racionalismo moderno y el positivismo generalizado que oímos por todos lados. Siempre dicen que hay que ser positivo, que no se puede ser negativo y el infierno es una doctrina negativa; o la siempre presente doctrina de los méritos humanos que hacen al hombre tan digno que parecería una cosa atroz que se le castigara. Tenemos que sospechar que todo eso ocurre por el abandono a la doctrina de la salvación por la gracia de Dios. Desearíamos decir amén, pero no podemos.
No se trata de negar las verdades bíblicas y sustituirlas por otras fabricadas por los deseos humanos que no comprende la ilimitada justicia divina. Si todos serán salvos, ¿Cuál es el valor de las doctrinas de la salvación? ¿Cómo decir amén?

Comentarios

  1. Amén... Pero así como el mismo Jeremías decía... tenemos un celo que por dentro nos consume... no podemos callar la verdad... Amo la Palabra de ánimo, gracia... a veces uno no quisiera "reconvenir", "levantar la voz"... pero... pero... a veces El Señor dice "Diless!!" Es Hora de que levantes la voz! Y así como los profetas antiguos... a veces sufrimos por muchas veces no querer reconvenir... no porqe no nos guste... amamos la rectitud y reconvenir... pero, no sé... muchas veces quisiéramos que las personas "entendieran por las buenas"... aunque muchas otras, El CElo del Señor mismo nos impulsa a hacerlo...

    Dios nos dé sabiduría amado hermano... El tiene El Poder, Él lo hará, para GLORIFICAR SU SOLO NOMBRE! Amén! :D

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  2. Hno. Huerta.
    Tienes razón en todo pero en los años pasando nos lamentamos no haber sido más pacientes y haber perdonado tan poco por haber entendido menos. La gente tiene necesidad que se le entienda. La palabra de Dios es espada, es martillo, es fuego pero también es báculo, bálsamo y medicina. Bendiciones.

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  3. Así es amad hermano... por eso procuramos y pedimos sabiduría para saber en qué momento dar qué tipo de Palabra... :D

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