Ya los ilegales no tienen que saltar la cerca

                      EFESIOS 2:11-22
Son dos ejemplos que el apóstol utiliza, o imágenes, uno el de la ciudadanía, la inmigración desde otros países a las promesas proféticas de Israel, y el otro ejemplo es el de un edificio cuyo diseñador y arquitecto es Dios (He.11:10), la iglesia donde habita él por su Espíritu. Pero gracias a Dios estando en Cristo todos tienen ahora nuevos hermanos por una inmigración legal porque en las fronteras del mundo y el Israel de Dios está Cristo, el Mediador de las Cortes Celestiales (Ga.3:20; 1 Ti.2:5), que tramita todos los documentos de fe y les da un certificado de adopción como “hijos amados” (1 Jn. 3:2) y un certificado de absolución y justificación a todos los reos, y pecadores que son recibidos con los brazos abiertos en forma de cruz, porque “en aquel tiempo estaban sin Cristo”, alejados o apartados de la ciudadanía de Israel, fuera del Dios único, “el no conocido” (Hch.17:23), sin conexión con toda la riqueza espiritual que se había prometido en la Escritura de ese pueblo, en los renglones de los profetas y en la historia de esa nación, en su origen y desarrollo; pero ya conocedores de ese Dios desconocido, han venido a saber de él y por su riquísima misericordia anunciada en Cristo, que está en el punto fronterizo del Israel de Dios, los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia entran a una soberbia economía que da un pan que quita el apetito carnal para siempre y un agua que mata y entierra la sed de deseos carnales, y todo gratuitamente para los que huyen de la ira venidera y cruzan la frontera donde la muerte no ejecuta su guadaña.  Y, el Juez de vivos y muertos los acepta “en el Amado” (Efe. 1:6), y entran a la compañía de los primogénitos inscritos en los cielos (He.12:18-24).
El apóstol insiste que no debe haber arrogancia ni deben llevarse mal los unos con los otros, recordándoles que el mismo Abogado de inmigración ha derribado la pared de separación que hacía frontera y evita que el resto de las naciones del mundo deban saltarla ilegalmente pues pueden con un pasaporte de fe como exclusivo documento de identificación ser admitidos si tienen el Sello del Espíritu Santo con una cruz, y disfrutar desde Dan hasta Beerseba las promesas que fluyen leche y miel.
Los mandamientos mosaicos representaban esa pared que excluía al resto de los pueblos del mundo a menos que se unieran a través de las dos tablas de la ley de Moisés y se circuncidaran en la carne; pero ya tal rito y señal del pacto ha sido quitada y en su lugar sustituida por la fe, originada como un don divino, una salvación que es don de Dios, dada por su misericordia y por medio de la acción de un común Espíritu Santo. Ya los extranjeros han sido hechos ciudadanos del reino de los cielos (v. 19), porque el Abogado “que tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1Jn.2:1,2) con su vida y con su muerte ha pagado la gran fianza punitiva de la ley que condenaba a los gentiles a muerte eterna.  
Así se va construyendo el edificio donde habita Dios por medio de su Espíritu y tanto los extranjeros como los nacionales, porque ambos tienen derecho por medio de la ciudadanía otorgada por Jesucristo, pueden adorar juntos sin enemistades y sin necesidad de saltar la pared infranqueable porque ha sido derribada y la Iglesia de la Gracia se constituye en un reino sin fronteras para dar la bienvenida a todos los ilegales que quieran emigrar hacia la prosperidad en la gracia de Dios que ella tiene, sin tener que brincar una cerca con diez difíciles hilos de piedra que trepar, que fueron tejidos en el Monte Sinaí, porque la Declaración de Independencia escrita por la Corte Suprema en los lugares celestiales garantiza ciudadanía y perseverancia perpetua en ese reino.

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