El ser pastor es el mejor y el peor trabajo del mundo


Amós 2. 11

Levanté de vuestros hijos para profetas y de los jóvenes para nazareos”.


Desmiéntanme si pueden. La falta de vocación ministerial es una indicación de que las cosas no están bien con Dios. Generalmente, con excepciones, los hijos de los ministros no sienten la vocación de sus padres, los maestros no tienen hijos ministros y los hijos de los misioneros estudian otra cosa. Cuando Dios quiere bendecir a un país levanta profetas, pastores y misioneros que anuncia el evangelio, hombres consagrados de plano a su Palabra: el estudio de ella y su exposición. Es bellísima cosa oír a una familia hablar con orgullo cómo su hijo ha dejado todo para cursar estudios teológicos y prepararse para servir a Dios.

No hay carrera más noble que esa, y descansa precisamente en llevar el sello del divino llamamiento sobre la frente, la seguridad de querer con alma en llamas, anunciar el evangelio del Señor Jesucristo. Noble por la pasión que muestra, por las pérdidas y sacrificios que pasa, por la perseverancia que muestra y por la altura de su mirada.

Un ministro de Dios es todo un personaje, aunque anónimo sea, heroico, y el más importante del mundo porque está encargado de enseñar a los hombres el suceso más importante bajo el cielo, la crucifixión y resurrección de Jesús de Nazaret; de atraer las masas hacia allí y reconciliarlas con Dios. Es una vocación trascendente porque todos sus negocios con la Palabra de Dios sobre pasan este mundo hasta la eternidad. Aunque un ministro pase 120 años predicando como Noé y sólo logre atraer a la salvación a su pequeña familia, y muera sin ganar a otros como es su deseo, valió la pena haber vivido para predicar lo que predicó sin importar su éxito o derrota ante los ojos de los hombres.

Los colegios y universidades preparan a esos hombres, los llaman a clases, les cobran, pero ellos son llamados por Dios. El profeta dijo que Dios los llamó. El seminario los educa pero Dios los llama. Entrar a un seminario teológico sin ese requisito indispensable pensando estudiar teología como se estudia cualquiera otra carrera, es un gran error, y mayor todavía si después de su graduación es admitido como pastor en una iglesia. Los colegios, ávidos de recursos, casi no comprueban eso y admiten ligeramente a todo el que llene sus formularios y haga los pagos. Se le miran los talentos que tiene, los dones que luce, su apariencia y educación, casi pasando por alto si desde el cielo lo han comisionado para ese oficio.

A veces el estudiante afirma que Dios lo ha llamado pero en su carácter, sus negocios o en su familia da señales inapropiadas que contradicen su supuesto llamamiento divino. Pero el centro educativo no se entera de eso ya porque el joven no reside en él, o cerca, o porque el claustro no tiene particular interés en ese aspecto. Termina sus estudios y le ofrecen trabajo en una iglesia, y es ahí donde en realidad se va a graduar y probar que es un nazareo de Dios, porque el Espíritu Santo será su principal colaborador; y éste tiene compromiso único con los que el Padre ha llamado a su servicio y no con un suplantador. Y las áreas de trabajo disponibles a la iglesia para corroborar su llamamiento son muchas y más temprano que tarde lo aprueba o lo descarta.

La Unción de Dios es indispensable y sin ella no hay ministerio que valga. Ni en los sermones ni en el cuidado de la iglesia. Y por otra parte, los enemigos espirituales suyos, de su trabajo y de la iglesia, también tienen la diabólica misión de reducirlo a nada y eso no por un día o dos, sino por toda la vida, al principio, a la mitad y al final de su encomienda.

Varones, oigan bien si la voz que oyen es la de Dios, porque si es sublime ser convertido en un nazareo de Cristo, es el peor oficio que puede tener otro que gasta dinero, tiempo y familia en una obra que no cuenta con la colaboración del Soberano Dueño de ella.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Hiel de Betel, mal padre

Ahuyenta los pájaros y las aves de mal agüero

El altar de tierra