EL HOMBRO DE JESUS PARA RECOSTARNOS



“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, 

JUAN 13:23-25


“Y uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado al lado de Jesús. A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquel de quien hablaba. El entonces, recostado cerca del pecho de Jesús, le dijo: Señor, ¿quién es?”.

A estas palabras suele prestárseles poca atención y, sin embargo, con un poco de ella pudieran convertirse como en un cabezal para reposar de la tanta agitación que tiene un ministro después de haber derramado todo el contenido de su corazón y de su mente desde un púlpito digno. Como no viene de nadie en la puerta, alguna palabra de satisfacción por lo que oyó, y sus amigos en Cristo solamente le estrechan la mano, sonrientes, y tal vez en excepcionales casos decirles que lo que oyeron les fue de bendición, y les den las gracias. Ahí tienes a un joven predicador, el pastor Juan, cansado, que necesita el hombro de Jesús para recostarse y exhalar su desaliento y recobrar fuerzas si quiera para caminar a casa. Jesús les había dicho “vosotros sois mis amigos”, y por eso le permite a Juan tal familiaridad, el hombro que es el sitio perfecto para descansar. Un rato de suspiros en oración, exhalan el desaliento y lo sustituyen por un poco de alegría de hallarse en el servicio Maestro.
Eso de recostarse sobre el hombro de Jesús ha de ser nuestra costumbre constante para no tomar sedantes, verter lágrimas y lamentos, y no tener que buscar un pecho exitoso para que nos levante el ánimo. El distanciamiento actual de los ministros es el macabro éxito del egocentrismo, que ignora por completo que la Iglesia de Dios es una, repartida en grandes y pequeñas congregaciones, con hallados fieles servidores y administradores de la gracia divina. Nuestro credo, que confiesa que Jesús es esencialmente divino también tiene una naturaleza humana, intensamente humana, como la del Segundo Adán, y mejor que la del primero. El Señor sabe las fuerzas y energías divinas que hemos gastado y que su hombro suple ese gasto y que nos conviene que se haya ido para no estar limitado por el cuerpo humano, sino que nos deja su Espíritu que es totalmente personal y además de eso, internacional, ubicuo. A veces no necesitamos otros consuelos, otros hombros, muy bajos, para recostarnos y dejar nuestro cansancio, sino el de nuestro elevado Mediador, Jesús.
¡Qué privilegiados somos!, de tener ese calificado Mediador, que, por tres años consecutivos, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de pastor y administrador para hacer todo el recorrido de nuestra salvación. Al acercarnos y el alma lo mira, parece que continuamos en el mismo sitio la misma conversación de desahogo de todos los lunes, y lo hallamos esperándonos no para felicitarnos sino para abastecernos y reconstruirnos, y ofrecernos su hombro y su pecho y que continuemos desempeñando esta privilegiada función de predicador y pastor, para la cual, sin equivocación nos había elegido, sin licencia para renunciar, y no nos despedirá hasta que cumplamos toda su agenda, que no se ha acabado.

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