Memorias de un Pastor Ordinario


(Memoirs of an Ordinary Pastor)

La vida y reflexiones de Tom Carson, escritas por su hijo D. A. Carson.

Dice el Dr. D. A. Carson:

"Algunos pastores, poderosamente dotados por Dios, son extraordinarios regalos suyos para la iglesia. Aman a su pueblo, usan bien la Escritura, ven muchas conversiones, tienen un ministerio que trasciende a otras generaciones, entienden su cultura y se niegan a rendirse ante ella, son teológicamente robustos y poseen una personalidad disciplinada.

"La mayoría de nosotros, no obstante, servimos en lugares mucho más modestos. La mayoría de los pastores no predicarán regularmente a miles de personas. La mayoría no escribirán nunca libros que influyan a las multitudes, no supervisarán numerosas directivas y no verán en sus iglesias sino un modesto crecimiento. Solícitos en el cuidado de los ancianos, entregados a la visitación, a la consejería, al estudio de la Biblia y la predicación. Algunos trabajarán con poco apoyo de tal manera que tendrán que preparar sus propios boletines.

“Muchos de ellos asistirán a las conferencias preparadas para ministros y podrán enterarse de aquellos ministerios exitosos, y se irán del lugar unos días después con una combinación de sentimientos en sus corazones, por un lado la gratitud de poder haber participado en ese evento y por el otro celos, sentimientos de sentirse como una persona inadecuada y con culpa. La mayoría de nosotros, siendo francos, somos pastores ordinarios. Papá fue uno de ellos. Este pequeño libro es un modesto intento para hacer oír la voz de uno de esos ministros ordinarios, porque tales siervos tienen mucho que enseñarnos" (pág. 9).


La traducción de la palabra ordinary del inglés al español es como algo de baja calidad o vulgar, común, promedio, mediocre o inculto. Pudiera ser que todos esos sinónimos no se apliquen con justicia a algunos ministros pero a muchos sí. La inmensa mayoría de los siervos de Dios son ordinarios. Y no porque no hayan hecho esfuerzos por ser más útiles. Durante el año asisten a muchas conferencias sobre “iglecrecimiento”. Y es cierto que no pocos han salido con sentimientos de culpa de esos retiros ministeriales.

No es para menos después de haber escuchado las hazañas, los sicológicos consejos y los ingeniosos métodos, la singulares anécdotas, los alcances anecdóticos, los electrificantes ministerios, y el descomunal tamaño de la joven iglesia que ese genio de la administración eclesiástica ha levantado en tan corto tiempo, y la fama que tiene, pues hasta varios han comentado supersticiosamente en los pasillos y dormitorios que han oído a Juan el bautista que se ha levantado de entre los muertos.

Unas semanas después cuando regresa a su casa y a su iglesia, el pastor ordinario está otra vez decepcionado. Todos los años le pasa lo mismo. Los planes y el taurino trabajo pastoral no han dado mucho. Las cosas están más o menos igual. Hubo algún impulso inicial pero después se paró. El librito que vendió el invitado ha sido leído varias veces y copiado sus enseñanzas. Y tirado a un lado, es ridículo, no es magia. El no tiene la vara de Moisés. Y ya le queda poco de la autoestima. Llega a la conclusión después de varios años de duro esfuerzo, que los métodos y los “talleres” no son la solución. El progreso de la iglesia tiene que ver con otra cosa. Tiene que ver con la soberana voluntad de Dios. El Espíritu da como quiere. Es cierto que hoy hay siervos de Dios que son maravillosos regalos suyos para la iglesia cristiana. Dependen enteramente del Espíritu Santo, la Palabra y la oración. Otros, como el mismo Carson, sus trabajos "son más modestos". Unos siembran, otros riegan, y el crecimiento lo da Dios.

Por otro lado, gran parte de esos triunfadores modernos y expertos en sembrar y hacer crecer congregaciones, o “revitalizarlas” son unos soñadores. El evangelismo, como ellos describen el proselitismo y lo recomiendan es asunto de mercadeo, administración y liderazgo. Pero yo no me ocupo ahora de esas grandes figuras sino de los otros anónimos siervos del Dios Altisímo a quienes él usa y bendice y protege como a genuinos profetas. Este comentario es un reconocimiento a aquellos hombres como desconocidos, pero bien conocidos por Dios, para los cuales está reservada una entrada abundante en el reino de los cielos.


Aunque pertenece a la clase de pastores tenidos como ordinarios, tiene muy buenas cosas que decir y quién sabe si mejores que aquellos que no tienen rebaños tan chicos. Vale, que no tiene de qué gloriarse. No ha circuncidado a muchos según la carne y si se mueve de una congregación para otra le piden un impecable currículo y algunas poderosas cartas de recomendación. No tiene la suerte de ser hebreo de hebreos ni del linaje de Benjamín, ni de la tribu de Dan sino más bien “sin padre ni madre y sin genealogía”, su presencia corporal es débil y la palabra menospreciable, o sea que no es un buen orador como ellos piden. Prefiere ser Pablo, un “palabrero”, que Tértulo.

Será ordinario pero habla como un verdadero maestro de Israel, y saca de su corazón y de la Escritura, tesoros nuevos y añejos y oírle un mensaje expositivo es sentir el alma ardiendo, y cuando abre la Biblia, el corazón salta lleno de Espíritu Santo, en el pecho. No publica sus profundas experiencias espirituales, y en una ocasión retuvo por 14 largos años que fue al tercer cielo y oyó palabras inefables que le prohibió Dios que las imprimiera en un libro y las vendiera como pan caliente a los de poca fe y amadores de experiencias extrasensoriales. Y eso, sépanlo los que no son ordinarios, fue elevado tan alto a pesar del peso de su caída humanidad. ¡Los secretos de la gracia! Es un tesoro como persona, como cristiano y como pastor. Y no es una excepción, hay muchos como él.

Conduce tu auto un domingo en la mañana hasta su parroquia y verás el privilegio que tienen sus cien o menos oyentes. Sus almas están bien alimentadas con Cristo. Allí sí que está el Espíritu en el día del Señor. La gente lo oye absorta o sonriente, en la punta del asiento, como si comiera la carne y bebiera la sangre del Señor. Es pan de ángeles lo que le dio el Señor al ministro, ordinario. Es demasiado comida para tan pocas personas. Uno se convence que Jesús está vivo, y cree que hay Espíritu Santo, como Jacob de José, cuando ve los asnos cargados con lo mejor de Egipto, pan y trigo, es decir, verdades que pesan una libra cada una.
La comida que sacó de su despacho y trajo a su púlpito hubiera alcanzado para alimentar a cuatro mil, sin contar las mujeres y los niños. Y recogieron doce cestas con los sobrantes. La única razón por la que no tiene una iglesia numerosa es por disposición divina y no por carencia de gracia, que le sobra. Puede él tener la esperanza que dentro de aquella incontable multitud vestida de ropas blancas que vio Juan en su Apocalipsis, de todas las naciones y lenguas, algunas hablarán en español y darán su testimonio a favor de su desconocido ministro y cómo él los ayudó a lavarse en la sangre del Cordero, a preservar su alma virgen y guardarse sin manchas del mundo.

El ministro ordinario también tiene enormes triunfos, sin las fanfarrias de la popularidad, que lo acreditan como uno que ha sido llamado por Dios y no ha tomado para sí, por sí mismo, esa honra. Será tenido por la historia (es una hipérbole) como un pastor ordinario, porque nadie va a escribir su biografía en estos tiempos postmodernos, porque sería diferente a la que ellos quieren leer. El es como los de otrora, y ya esos los publicistas no los venden porque no tienen compradores. O muy pocos.

Será un pastor ordinario pero puede hablar con orgullo santo sobre la bondadosa providencia de Dios que lo ha preservado sin caídas para su reino celestial. Por su virtud y poder, por el interés que Dios ha tenido en su salvación y en su ministerio, es que no ha permitido que su pie tropiece en piedra, ni haya sido atrapado por el lazo del cazador ni sucumbido en brazos de la sensualidad. Nada le ha faltado, Dios siempre ha atendido sus urgencias y después de enseñarle a estar contento cualquiera que sea su situación ha sido ayudado con “pequeños socorros” y para que no se sofoque le ha llegado de la presencia del Señor “tiempos de refrigerio”.

Un pastor ordinario ama a Dios porque le ha perdonado sus muchos pecados. Es un hombre muy agradecido. No se puede medir cuánto lo ama, pero por sus decisiones, sus renuncias y pérdidas, sus padecimientos, su esfuerzo por el extendimiento del reino, su integridad espiritual y moral año tras año, y su desinterés vocacional, se puede decir que su amor por el Señor es grande. Un pastor ordinario también lleva en su cuerpo las marcas del Señor Jesucristo y parafraseando a Pablo, sufre por la iglesia lo que le faltó al Señor, no como Redentor, sino como predicador y pastor. Como Jesús, él tampoco pertenece a aquellos que trasquilan las ovejas en beneficio propio, ni tampoco tiene la piedad como fuente de ganancia, ni como pretexto hace largas oraciones, ni necesita el púlpito para sentirse realizado porque esa no es su meta sino hacer la voluntad de Dios, cualquiera que ella sea. Lleva con honor sus cicatrices, heridas que se han sanado, algunas sólo casi.
Cuando Pablo defiende su ministerio de las comparaciones con los judaizantes, no apela a sus títulos, a los idiomas que podía hablar sino a los naufragios que había sufrido, al hambre que había padecido, a la sed que había tenido, a los robos de los cuales había sido víctima, y así continúa mencionando peligros y otras cosas más. No dice que ganó muchas almas y que había plantado cien congregaciones y algunas “mega-iglesias”, sino que desde Jerusalén hasta lírico había llenado toda la región con el evangelio del Señor Jesucristo. Y el crecimiento lo daría Dios.

Esos pastores ordinarios no son menos que "aquellos grandes apóstoles". Y la iglesia ve que de las joyas que Dios ha puesto en su corona la más brillante gema es su familia. Tal vez el Señor no haya bendecido tanto su trabajo como su familia. Aquí la misericordia de Dios se ha desbordado. Lo acompaña una esposa ideal, la ayuda idónea, una verdadera colaboradora, una carne de su carne y hueso de su hueso, una sierva de Dios, una gran mujer y una madre excepcional. No tiene mayor gozo que ver que sus hijos andan en la verdad. Aman a Dios y a su obra, y sus hijas son como las esquinas labradas de un palacio, y un día cuando al fin entre en su reposo y oiga al Señor decirle lo mismo que al que ha tenido mucho éxito “bien buen siervo fiel, entra”, podrá responderle "no sólo yo Señor, yo y los hijos que tú me diste".


El Dr. Corson en otro sitio escribe esto de su padre:

"Nunca le oí y tampoco encontré entre sus papeles, que Tom expresara algún celo o malicia hacia otros compañeros que pareciera que lo eclipsaron, pero si tuvo que luchar o no luchar contra eso, las situaciones eran propicia para que se generara en él un sentimiento de inferioridad que podría haberlo acompañado por el resto de su vida. Comparado con otros ministerios el suyo fue ordinario" (pág. 68).


Si usted es un pastor ordinario y envidia al que tiene más éxito, ¿qué razón tiene? ¿Qué distingue al otro si no es la gracia? ¿Cree que aquel será llamado grande en el reino de los cielos porque llevó a Cristo a miles? ¿No ha leído que el éxito genuino no es del predicador sino de la Palabra de Dios? Si lo que tiene aquel se lo ha dado Dios no tiene de qué gloriarse. Los reconocimientos celestiales no vendrán por las cantidades sino por la fidelidad y por la semejanza que se tenga con Dios.
O si usted tiene un pastor ordinario, y es miembro de una iglesia pequeña, no se avergüence ni menosprecie su trabajo yéndose para una más grande. Lo hará sufrir. Lo hará sentir menos. Se abatirá su espíritu y llorará su ausencia. ¿Cree que Dios verá con buenos ojos que usted se ligue a una gran congregación que no necesita de sus dones ni dinero?
¿Se imagina que va a ser mejor atendido? ¿O que será mejor cristiano? ¿Son necesariamente mejores cristianos los que pertenecen a una iglesia grande? ¿Podrá usted pensar tanto en sus intereses más que los de su pequeño rebaño que le echarán de menos porque su asiento estará vacío? Y tal vez a la larga no gane con el cambio y luego le pese y le de pena regresar. El libro, Memorias de un Pastor Ordinario, lo compré precisamente porque me sentí identificado con el título y con la experiencia pastoral del doctor D. A. Carson mismo, su padreTom Carson, otros que aparentemente eran ordinarrios aquí en la tierra pero grandes en el reino de los cielos, y también pensé que tenía que ver conmigo.

Comentarios

  1. El burro hablo, Nabucodonosor se comporto como un animal y comio hierba, todos hablaron diferentes idiomas el Dia de Pentecostes . El hecho de que algunos utilizen la sicologia , el mercadeo , la filantropia, la persuacion, NO SIGNIFICA que representen a DIOS. Si DIOS desea el burro habla, de manera , si yo fuera un PASTOR, no admiraria a esos "GRANDES " ni sintiera celos por ellos,

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  2. DIOS le dijo a Israel, que no se mezclara , no porque fueran diferentes, sino porque no adoraran a otros dioses creados por los humanos.AARON hablabla mejor que Moises,mas Moises fue quien vio la gloria de Dios.Pienso que la iglesia solo debe hacer miembros a aquellos que realmente deseen estar de corazon en las doctrinas de DIOS, lo demas sale sobrando, y el Pastor que se cuide, que se cuide,

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  3. de predicar con mercadeo o sicologia, hay que pedir humildad en estos tiempos, donde el conocimiento no garantiza que nos acerquemos mas a DIOS,confundir o temer al NO RECONOCIMIENTO ¨de Exito ¨, solo es un hacha para nuestro cuello. En las cosas de DIOS no debemos atender e imitar los metodos de otros, porque ello significa la mezcla de metodos, y DIOS NO DESEA MEZCLA .

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  4. La naranja tiene su sabor, el mango tambien , cada uno tiene una huella dactilar de sabores y ninguno son iguales a los otros. Tu eres un buen PASTOR , no necesitas comparaciones, tu nutricion de ensenanza es la biblia, y tu inspiracion es DIOS, tu familia ni es mejor ni peor, sino la que DIOS te dio.asi cada uno de nosotros en el mundo, estamos y somos lo que DIOS desee. Esforzarse en DIOS nos acerca a EL.

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