La teología de una Oración


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Mateo 11:25-27 (LBLA)

En aquel tiempo, hablando Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños. [26] Sí, Padre, porque así fue de tu agradó. [27] Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

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El estado espiritual en el que se halla Jesús, dice Lc.10:31, es de completo regocijo por el éxito misionero que tuvieron sus 70 enviados, aunque les dijo que se regocijaran más bien en la salvación de ellos que en los éxitos evangelísticos. No les estaba prohibiendo se pusieran contentos con la salvación de los pecadores porque él mismo se gozó con las nuevas triunfales. ¡Cómo no nos vamos a sentir felices al ver que los pecadores se convierten con nuestra predicación!
¿Puede usted ver el rostro iluminado del Señor? ¿Puede sentir su corazón latir de dicha? ¿Cuál es la razón? El resultado de aquella gira evangelística de sus apóstoles. No trajeron un informe hinchado, no hablaron de gente que alzaron la mano para mostrar que creían. Cristo había mirado al cielo y visto al diablo descendiendo derrotado por aquellos sermones que sus discípulos predicaban. El trono de Satanás estaba siendo amenazado por aquellos evangelistas. El alma del Señor está feliz, nada le ponía tan contento como ver el reino de los cielos descendiendo entre los pecadores. Entonces oró y dio gracias al Padre por lo que había visto y oído y su oración, su santa oración es la que vamos a estudiar y aprender de ella, porque está llena de sana teología, aprender cómo es que se salvan los pecadores para alegrarnos también nosotros.


Veamos el regocijo del Señor. Los dos evangelistas nos dicen que él pronunció estas tres palabras: “Te alabo Padre”. Pero repetimos la pregunta: ¿Cuál fue el motivo de su oración de alabanza? Tanto porque los pecadores se hubieran salvado como por la forma en que Dios había planeado salvarlos. Observe eso porque a nosotros también eso nos alegra, su forma de salvar a un pecador, como el hecho mismo que lo haga.

En sentido general alaba el plan y la elección de los escogidos en su sabiduría, su inteligencia; el tipo de plan que el Padre escogió para salvar a los pecadores. El Señor se regocijó con aquel plan porque era el mismo que él había escogido para ser el Salvador del mundo. Sin ese plan nadie se hubiera salvado. Un plan que no reposa sobre el veleidoso o empedernido libre albedrío. Dijo: “Te alabo Padre porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos y las revelaste a los niños. Sí Padre, porque así te agradó”. Fíjese que él no dijo solamente “Te alabo porque has revelado estas cosas a los niños” sino que también dijo en su oración: “Porque escondiste estas cosas a los sabios y entendidos”.
Aunque se halla implicada, no exactamente por la excepción hecha, sino por el privilegio concedido a los menos y quitado a los grandes, y hasta no hay mucha forma de afirmar que Jesús se regocijó solamente con la salvación de los pequeños y no con el merecido hecho de que el evangelio se quedara oculto para los entendidos del mundo, por la propia dureza del corazón de ellos, y porque el camino del intelecto de ellos no arribaría a Dios. Se lo merecían.

Eso es lo que dice el texto de ambos evangelistas. El sentimiento perfecto de justicia que el Hijo del Hombre sentía, su deseo de que la incredulidad fuera vindicada, su hambre y sed de justicia, el honor de Dios constantemente ofendido por aquellos intelectuales y ricos indiferentes y rebeldes, que no por sus capacidades eran desechados sino por el carácter soberbio de ellos. Esas cosas, que existían de modo perfecto en el corazón de Jesús, que tenían que ver con el Padre, más que con los pecadores, fue lo que lo movió a dar gracias porque algunos se quedaban a oscuras cuando a otros se les alumbraba el cielo.

Quizás tengamos que conocer un poco más el corazón de Jesús, no solamente en su amor por los perdidos sino en su amor por su Padre celestial, no solamente como Salvador sino como Juez justo, según dice Juan. Nuestro conocimiento del Salvador no está balanceado mientras no le conozcamos también como Juez Justo, alguien que amaba la ley de Dios y la cumplía hasta en sus jotas y tildes. Mientras más conozcamos a nuestro Salvador más conoceremos como es que nos salvó.

¿Nos podríamos regocijar nosotros de ese modo, por esas dos cosas, que los sabios y entendidos se queden sin comprender el evangelio mientras que los ignorantes pasen a entenderlo? ¿Que unos lo rechacen y otros lo acepten, que para unos sea olor de vida y para otros, olor de muerte? ¿O somos más sensibles y sentimentales, o más humanos que Jesús? (2Co 2:16). ¿No nos pondríamos a llorar más bien que sentirnos regocijados por la segura condenación de un grupo de la sociedad? Jesús lloró y suspiró mucho por los pecadores, los evangelios nos dan razón de que lloró más de lo que se dice que se enojó. Lloró por la cruz, lloró por los adúlteros, por los publicanos, por los ladrones, por la gente maldita que pecaba sin conocer la ley de Dios. Pero ¿cuándo usted ha leído que lloró por los fariseos y saduceos? ¿Cuándo usted le ha oído gemir por aquellos hipócritas? ¿Acaso no ha leído su sermón escrito en Mateo 23? Para aquellos que voluntariamente estaban blasfemando al Espíritu Santo no hubo jamás perdón. Aquellos eran los sabios y entendidos que aquí en su oración hace mención. Los rabinos, los profesores, los que le criticaban porque era un hombre sin letra y del vulgo, un carpintero que no había ido a la escuela.

Sin embargo, aunque nuestra reflexión puede llegar hasta donde la he llevado, la teología de esa oración no resulta deprimente sino estimulante porque el Señor exactamente no está dando gracias porque ellos rechazaron el evangelio sino porque el Padre cuando todos estaban en tinieblas favoreció a los ignorantes sobre los sabios. El regocijo del Señor no es tanto porque abandonó a los entendidos sino que estando ambos, sabios e ignorantes, sumidos en la oscuridad, iluminó a los pobres, los pequeños, los marginados, los pecadores, los enfermos, los cojos, las rameras, los ladrones, con la gracia salvadora. Su felicidad está en que el Padre eligió para salvación a los peores pecadores, a los que menos esperanza tenían de ser escogidos, a los más marginados, a los más empedernidos, a los que estaban lejos, sin ciudadanía, sin pacto, sin promesa. Los que estaban verdadera y descubiertamente enfermos. ¿Nos regocijaríamos nosotros en eso, que el Señor revelara su gracia a los pecadores más groseros?

Tiene que tener en cuenta que el énfasis de su oración, la carga de su gozo, no se halla puesta sobre el hecho de que a los sabios y entendidos les fuera privado ese conocimiento sino de que a los ignorantes y embrutecidos pecadores se les revelara. La alabanza de Jesús se halla justificada por quiénes fueron elegidos y que hayan sido elegidos. Hay un misterio muy grande en sus palabras que es bastante difícil de explicar, que alaba a Dios porque pasó por alto a los sabios y entendidos y no les reveló la fe ni les dio su perdón. Quizás hoy me oye algún sabio y entendido, un hombre o una mujer arrogante que no puede pensar que de Galilea salga algo bueno, que el Hijo de José sepa letras sin haber estudiado, que un mortal sea antes que Abraham fuera, que se diga Hijo de Dios haciéndose igual a Dios. Decidme señor o señora, ¿no merece por su actitud ofensiva ser pasado por alto? ¿No podría usted muy bien ahora mismo quemar toda su sabiduría y humillarse como un ignorante y creer por fe lo que no puede demostrar por la ciencia? (1 Co 3:18). ¿Es demasiado pequeño Jesús a sus ojos de sabio y entendido? Tenga cuidado, porque su ciencia lo puede perder, puede estarse equivocando miserablemente. El maestresala en aquella fiesta a que asistió Jesús, al probar el agua hecha vino dijo que era añejo, que tenía años de estar guardado en alguna bodega, sin embargo aunque científicamente era un hecho de que era viejo, había sido acabado de hacer. ¿No le pasará lo mismo a usted con el carbón 14 o la prueba de la fluorina, la edad de la tierra, de los fósiles y un día compruebe que su darwinismo fue un error fatal que le excluyó a Dios?

Cuando uno lee las epístolas del Pablo entiende algo del por qué. Los sabios y entendidos siempre, alegando ser eso, rechazaron el evangelio por simple, e incluso criticaron duramente al apóstol por predicar esas necedades o locuras. En los primeros capítulos de Corintios usted hallará eso. Aquellos hombres sabios rehusaban hacerse ignorantes para recibir el evangelio, no quisieron abdicar de su razón y acoger lo revelado por medio de la fe y de ese modo no pudieron ser salvos. Así halla las dos partes, ellos rechazaron el evangelio de modo voluntario y al mismo tiempo Dios no les revela su evangelio. Muy pocos sabios, aunque felizmente siempre ha habido algunos, y nobles también, no se han envanecido en sus razonamientos y fueron salvos.

¿Está mal que el Salvador se arrodille y de gracias porque le esconde a usted el conocimiento del evangelio cuando lo menosprecia, cuando lo tiene delante, que no le deje entender la Biblia cuando la toma en sus manos, cuando hace tantos años que posee alguna guardada sin abrirla o ni siquiera la tiene, o jamás visita alguna iglesia ni pude soportar un sermón de 30 minutos ni un culto razonablemente agradable? ¿Está mal que se regocije y en lugar suyo dé amor por la Biblia a los que no saben casi ni leerla y placer espiritual a los que no conocen las delicias superiores del pensamiento y que llene las iglesias de niños, campesinos, mujeres, gente de las clases bajas? ¿Hay algo de injusto en que todos despreciando el evangelio él escoja a los pequeños para usar una gracia especial y regeneradora y decida darles un corazón nuevo y blando? No hubiera tenido que salvar a nadie, ni sabio ni bruto, pero tuvo compasión de los pequeños porque así le agradó al Padre.

¿Le molesta a usted que haya pasado por alto aquellos sabios arrogantes que no se juzgaron dignos de la vida eterna? ¿Quiere defenderlos a ellos, cuestionar y oponerse a la selección de Dios, cuando a esos no les importa la defensa que usted les haga, ni se la pidieron ni tampoco la quieren? A los impíos e indiferentes no les interesa la elección ni la predestinación, ¿no los ha oído en su evangelismo decir que ellos quieren el infierno, que no les importa la religión ni el más allá sino esta vida?
¿Quiere que yo le explique más por qué no hubo misericordia regeneradora para ellos? Mi respuesta la hallo en los mismo labios del Señor y no añado ni una jota más: “Sí Padre porque así te agradó” (v. 26). Si algo agradó a Dios, ¿no será justo, santo y bueno? Seguro que lo es.

Comentarios

  1. Muy bueno don Humberto, me gustó. Y me hizo recordar cuando leyendo èsto, no entendía lo del diablo que cayó como un rayo, y mi hijo me lo aclaró, y ahora veo que ud. comparte tal cosa, además, también noto que tiene mucho ardor evangelísitico, ¡qué lindo!, algún día Él nos dará la corona para todos los que amamos su venida.
    ¡Adelante querido pastor!

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