Los Cánticos de Babilonia versus los Cánticos de Jehová

Salmo 137.4, 5

“Cantadnos algunos de los cánticos de Sion”.

Sería un cántico distinto al de los babilonios, en contenido y en música; cánticos de Jehová, los que se le dirigían a él para alabarle. Los babilonios no les pidieron que hicieran algunos arreglos a los cánticos de Jehová para que satisficiera el gusto de ellos; simplemente querían cánticos de Jehová, como los judíos los habían escrito, como los empleaban en el culto del Señor, íntegros, intactos, sin modificaciones ni arreglos adaptados a los solicitantes del extranjero. Lo que les resultaba curioso y atractivo a ellos era lo diferente que serían de los cánticos a Belial.

Al interesarse en la música judía se estaban interesando en la religión de ellos, quizás tenían sólo interés musical pero de hecho ya entraban al plano religioso. El interés musical era lo principal, la música, no la letra, no la religión, pero la recibirían comenzando por los cánticos porque estaba en los cánticos. Si la música de Jehová se hubiera culturizado al estilo babilónico el interés hubiera sido suprimido, y si ingenuamente los judíos de la cautividad hubieran querido hacer prosélitos entre la gente de Babilonia, y para ser oídos o para poder enseñarles la ley hubieran cambiado la música escrita y cantada en Judá, el mensaje entre sus líneas y notas hubiera perdido mucho de la fuerza motivadora que la canción extraña les traía.

Antiguamente los padres de la evangelización y los misioneros llevaban su cultura con la música y no trataban de hacerla coincidir con la que hallaban. Llevaban la cultura propia porque la sentían como parte de ellos mismos y no un elemento del evangelio que anunciaban; el énfasis que hacían se hallaba en el mensaje del evangelio. No declaraban una guerra cultural al sitio donde arribaban como embajadores de Cristo; más bien se adaptaban ellos para hacer salvos a muchos. El énfasis cultural de la música es hoy más preponderante que antaño y se siente como indispensable en la evangelización. Antaño la música acompañaba al evangelio, no le servía de competidor. El propósito principal de aquellos evangelistas era la persona de Cristo.

No exageraban los arreglos culturales para presentarlo. La consonancia musical folclórica añade muy poco de beneficio a la salvación y cristianización de la sociedad. La importancia musical es exagerada. Ni esta música ni la otra importa tanto como el énfasis que se le da con relación al mensaje de salvación; un culto aborigen pudiera ser del gusto de todos y contener muy pocos gramos de verdades para la salvación y su destino ser el deleite de la gente más que la adoración, y ambas cosas desplazar la importancia del evangelio de la salvación. Aunque el cántico de Jehová sea autóctono debiera ser distintamente atrayente, algo nuevo, que sólo se dedique a Jehová, para consumo de lo sagrado, como los perfumes en los sacrificios levíticos; no con los mismos tonos que la gente de Babilonia canta en sus cumpleaños y baila en sus orgías.

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